Read Ebook: Relación historica de los sucesos de la rebelión de José Gabriel Tupac-Amaru en las provincias del Peru el año de 1780 by Anonymous
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RELACION HISTORICA
DE LOS
SUCESOS DE LA REBELION
JOSE GABRIEL TUPAC-AMARU,
EN LAS
PROVINCIAS DEL PERU,
EL A?O DE 1780.
Primera Edicion.
BUENOS-AIRES.
IMPRENTA DEL ESTADO.
DISCURSO PRELIMINAR
A LA
REVOLUCION DE TUPAC-AMARU.
Con tan pr?speros auspicios, D. Blas Tupac-Amaru, deudo inmediato de Jos? Gabriel, fu? ? Madrid ? solicitar la supresion de la mita y los repartos. Todo anunciaba un feliz desenlace, cuando la Parca trunc? la vida de estos fil?ntropos, no sin sospecha de haber sido envenenados.
Estos despojos, repartidos generosamente entre las tropas, dilataron la esfera de accion de estos tumultos. Los funcionarios p?blicos, siguiendo el ejemplo de los corregidores, que eran el blanco principal de la animadversion de los pueblos, desamparaban sus puestos, y dejaban libre el campo ? los amotinados. Sus filas, que se engrosaban diariamente, presentaron pronto una masa imponente para emprender mayores haza?as. Al sentimiento de venganza, que brotaba expontaneamente de todos los corazones, quiso Tupac-Amaru hermanar otro que lo afirmase y ennobleciese. Dos siglos y medio, pasados en la servidumbre, no habian podido borrar de la memoria de los ind?genas los recuerdos del gobierno paternal de los Incas: grabados en las ruinas del Cuzco, donde moraban sus dioses, y descansaban sus h?roes, hacian de esta ciudad el objeto de una supersticiosa veneracion; y aqu? fu? donde se dirigi? Tupac-Amaru para inflamar el ardor de sus soldados. Trabado en su marcha por una fuerza de milicianos que se habia organizado de Sangarara, los atac?, y oblig? ? asilarse del templo, donde se defendieron hasta sepultarse bajo los escombros del edificio, que se desplom? sobre sus cabezas.
Esta ventaja, poco considerable en s? misma, di? alas ? la anarquia, que se propag? hasta la provincia de Chichas. El foco principal de esta nueva insurreccion era Chayanta, donde dominaban los Catari, hombres populares y atrevidos, que estaban quejosos por la indiferencia con que el virey Vertiz y la Audiencia de Charcas habian oido sus reclamos contra la escandalosa administracion de Al?s, corregidor de aquel partido entonces, y promovido despues al gobierno del Paraguay. Tomas, el mayor de sus hermanos, desairado por el Virey, cuya justicia habia venido ? implorar personalmente ? Buenos Aires, regres? ? su provincia, esparciendo la voz de haber conseguido mas de lo que habia solicitado: y este ardid sublev? contra Al?s ? todos los indios, que se resistian ? pagar los tributos y ? admitir sus repartos.
El corregidor se veng? por una perfidia, que hizo mas arriesgada su posicion. Imput? ? Catari la muerte de un recaudador de rentas, y le envi? preso ? la Audiencia de Charcas. Desde este momento la sangre corri? ? torrentes, y la pluma del historiador se retrae de trazar el cuadro espantoso de tantos excesos. En Oruro, en Sicasica, en Arques, en Hayopaya, fueron innumerables las v?ctimas. En la iglesia de Caracoto la sangre de los espa?oles lleg? ? cubrir los tobillos de los asesinos. En Tapacari, peque?o pueblo de la provincia de Cochabamba, se quiso obligar ? un padre ? desgarrar el corazon de sus hijos ? la vista de la madre: y la repulsa ? tan inicuo mandato, fu? la se?al de su comun exterminio. Nada fu? respetado: ni la edad, ni el sexo, ni las s?plicas, ni los lamentos libraban de la muerte, y una parte de la poblacion sucumbia al furor de la otra.
Entretanto los Vireyes de Buenos Aires y de Lima trabajaban de consuno para sofocar la insurreccion del Per?. Varias tentativas de los rebeldes se habian malogrado por la impericia de los gefes en quienes Tupac-Amaru habia depositado su confianza. Su muger le habia obligado ? volver ? Tungasuco, para calmar los terrores que le habia causado la noticia de la salida de la tropas de Lima. ?Triste y singular presentimiento! Con el Mariscal Valle, que mandaba esta expedicion, venia el Visitador Areche--ese hombre feroz, que, conculcando los derechos de la humanidad, y ultrajando al siglo en que vivia, debia renovar las escenas de los tiempos b?rbaros, en la ?poca en que aun vivian Becaria y Filangeri! La ausencia de Tupac-Amaru, aunque momentanea, fu? se?alada por grandes reveses. Sus tropas, que no habian podido penetrar al Cuzco, fueron rechazadas de Puno y de Paucartambo. Estos contrastes, y la expedicion de Lima que se avanzaba ? marchas redobladas, le hicieron advertir todo el peligro de la inaccion en que estaba, y de la que le importaba salir cuanto antes.
Se repleg? h?cia la provincia de Tinta, donde no tard? en alcanzarlo Valle al frente de 16,000 hombres. Le aguard? Tupac-Amaru con 10,000, que fueron arrollados en las inmediaciones de Tungasuca. Hecho prisionero con toda su familia, fu? llevado al Cuzco, donde expi? de un modo atroz el deseo de restablecer la dominacion de los Incas, ? mas bien de sustraer ? los indios de la baja ? intolerable tirania de los corregidores.
No por esto cesaron los males del Per?. Diego, y Andres, el uno hermano, y el otro sobrino de Tupac-Amaru, segundados por Julian Apasa, sucesor de Tomas Catari, continuaron hostilizando ? las tropas y ? los pueblos. Los sitios que pusieron ? Puno, ? Sorata y ? la Paz, forman los episodios mas interesantes de este drama. La ?ltima de estas ciudades sostuvo dos cercos, que duraron 109 dias, ? pesar de hallarse la ciudad embestida por 12,000 indios, due?os de las avenidas, y de todas las alturas que la dominan. En este teatro de desolacion brill? el g?nio activo de D. Sebastian Segurola, sobre el cual gravitaba la responsabilidad de conservar un numeroso vecindario, reducido ? perecer de hambre, ? ? entregarse al cuchillo de una horda feroz. Solo la firmeza de este gefe pudo librarlo de tan grande infortunio.
Ni fu? menos honrosa la conducta de Valle, Flores, y del mas esforzado de todos, Reseguin. Cuando pas? la frontera de Salta, se hall? este oficial en el centro de una gran insurreccion que devoraba la provincia de Chichas. Suipacha, Cotagaita, Tupiza, estaban en manos de los insurgentes, que en esta ?ltima ciudad habian imitado el ejemplo de Tupac-Amaru, ahorcando ? su corregidor. Reseguin, con un pu?ado de bravos, restablece el ?rden, escarmienta ? los indios, y los pone en la imposibilidad de volverse ? lanzar contra la autoridad p?blica. Su marcha hasta el Cuzco fu? una s?rie continuada de combates y triunfos. Lleg? en circunstancias que el sitio de Sorata habia tenido un horrible desenlace. Irritado Andres Tupac-Amaru de la obstinada resistencia que le hacian sus habitantes, ? quienes amagaba con un ej?rcito de 14,000 hombres, recoge las aguas del cerro nevado de Tipuani, y cuando las vi? crecer en el estanque que habia formado en un nivel superior ? la ciudad, rompe los diques, ? inunda la poblacion, destruyendo de un modo irresistible todos sus medios de defensa.
Tantos trabajos habian postrado ? este incansable oficial, que por primera vez desde su salida de Montevideo, se veia forzado ? interrumpir sus tareas. Aun no habia convalecido de una grave enfermedad que le habia asaltado, cuando llega ? la Paz la noticia de una fuerza que Tupac-Catari organizaba en las Pe?as. D?bil, y extenuado por sus padecimientos, Reseguin halla en su alma vigor bastante para reanimar sus fuerzas abatidas. Empu?a su espada, alcanza ? los rebeldes, los derrota, y cual otro Mariscal de Sajonia en la batalla de Fontenoi, entra al pueblo de las Pe?as, cargado en hombros de sus soldados.
De todas las cabezas principales de esta revolucion no quedaba mas que Diego Crist?val Tupac-Amaru, ? quien estos rasgos de perfidia hacian desconfiar de las promesas de los espa?oles. Pero, arrastrado de su destino, se dej? persuadir ? entregarse voluntariamente al General Valle en su campamento de Sicuani; y no tard? en arrepentirse de esta confianza. Vivia retirado y tranquilo en el seno de su familia, cuando se le asech? y prendi? para someterle ? un juicio, en que, por cr?menes imaginarios, se le conden? ? perecer barbaramente en un cadalso.
Areche, Medina y Mata-Linares, autores de tantas atrocidades, recibieron honores y aplausos: pero el aspecto de las v?ctimas, sus ?ltimos lamentos, sus miembros palpitantes, sus cuerpos destrozados por la fuerza de los tormentos, son recuerdos que no se borran tan facilmente de la memoria de los hombres; y debe perpetuarlos la historia para entregar estos nombres ? la execracion de los siglos.
El ?nico resultado ?til de este gran sacudimiento fu? la nueva organizacion que la Corte de Espa?a di? ? la administracion de sus provincias de ultramar, y la abolicion de los repartimientos. De este modo qued? legitimado el principio que invoc? Tupac-Amaru para mejorar la suerte de los indios, que hallaron despues en sus Delegados, administradores mas responsables, y por consiguiente mas ?ntegros que los Corregidores.
RELACION HISTORICA &
Aunque las crueles y sangrientas turbaciones, que han excitado y promovido los indios en la provincias de esta Am?rica Meridional, han sido la causa total de tantas lamentables desdichas, como se han seguido ? sus habitantes, es no obstante preciso confesar que el verdadero y formal or?gen de ellas no es otro que la general corrupcion de costumbres, y la suma confianza ? descuido con que hasta ahora se ha vivido en este continente. As? parece se deduce de los propios hechos, y lo persuaden todas sus circunstancias.
De algunos a?os ? esta parte se reconocian en esta misma Am?rica muchos de aquellos vicios y des?rdenes que son capaces de acarrear la mas grande revolucion ? un estado, pues ya no se hallaba entre sus habitadores otra union que la de los bandos y partidos. El bien p?blico era sacrificado ? los intereses particulares: la virtud y el respeto ? las leyes, no era mas que un nombre vano: la opresion y la inhumanidad no inspiraban ya horror ? los mas de los hombres acostumbrados ? ver triunfar el delito. Los odios, las perfidias, la usura y la incontinencia representaban en sus correspondientes teatros la mas tr?gica escena, y perdido el pudor se transgredian las leyes sagradas y civiles con esc?ndalo reprensible.
Tal era el infeliz estado de estas provincias en punto ? disciplina, y no mejor el que se manifestaba en ?rden ? la seguridad y defensa de ellas; pues no se encontraban armas, municiones ni otros pertrechos para la guerra, carecian de oficiales y soldados que entendiesen el arte militar: porque, aunque en las capitales de este vasto reino, como son Lima y Buenos Aires, se hallasen buenos ? inteligentes, como el fuego de la rebelion se encendi? en el centro de las mismas provincias y casi ? un mismo tiempo en todas, y la distancia de una ? otra capital es mil leguas, cuando menos, no di? lugar ? otra cosa que ? hacer inevitables los estragos, pues aunque tenian nombrados regimientos de milicias, cuya fuerza se hizo crecer en los estados remitidos ? la Corte, se conoci? despues que solo existian en la imaginacion del que los form?, tal vez con miras poco decorosas ? su alto car?cter, por la utilidad que producian los derechos de patentes y otras gabelas.
Los corregidores, poseidos de una ambicion insaciable con cuantiosos ? inutiles repartos, cuyo cobro exigian por medio de las mas tiranas egecuciones, con perjuicio de las leyes y de la justicia, se les habia visto en algunas provincias hacer reparto de anteojos, polvos azules, barajas, libritos para la instruccion del egercicio de infanteria, y otros g?neros, que lejos de servirles de utilidad, eran gravosos y perjudiciales. Por otra parte se veian tambien hostigados de los curas, no menos crueles que los corregidores para la cobranza de sus obvenciones que aumentaban ? lo infinito, inventando nuevas fiestas de santos y costosos guiones con que hacian crecer excesivamente la ganancia temporal: pues si el indio no satisfacia los derechos que adeudaba, se le prendia cuando asistia ? la doctrina y ? la explicacion del evangelio, y llegaba ? tanto la iniquidad, que se le embargaban sus propios hijos, reteni?ndolos hasta que se verificaba la entera satisfaccion de la deuda, que regularmente se la habia hecho contraer por fuerza el mismo p?rroco.
En algunas ocasiones habian manifestado anteriormente los indios estos justos resentimientos, que ocasionaron la alteracion de varias provincias, resistiendo y matando ? sus corregidores, como sucedi? en la de Yungas de Chulumani, gobern?ndola el Marques de Villa-hermosa, que se vi? precisado, despues de haberle muerto ? su dependiente Solascasas, ? contenerlos con las armas, ? cuyo acto le provocaron. As? tambien en la de Pacajes y Chumbilvicas, en donde quitaron las vidas ? sus corregidores, Castillo y Sugastegui, cometiendo otros excesos, que indicaban el vasto proyecto, que con mucho tiempo y precaucion iban meditando, para sacudir el yugo.
Ya fuese fatigados y oprimidos de las extorsiones y violencias que toleraban, ? insultados y conmovidos con un esp?ritu de sedicion que sembr? el reo Tomas Catari, con el especioso pretesto de haber conseguido rebaja de tributos, se alzaron con tan furioso impetu, que en breve espacio de tiempo el incendio abras? todas las provincias. En el pueblo de Pocoata, provincia de Chayanta, se declar? la sedicion, y dando los indios muerte ? muchos espa?oles, prendieron ? su corregidor, D. Joaquin de Al?s, que retuvieron en el pueblo de Macha, como en rehenes, para solicitar insolentes la libertad de su caudillo Catari; y como present?ndose la necesidad armada en toda la fuerza del poder, es irreparable el da?o de la resistencia, fu? forzoso que por salvar aquella vida, se libertase del castigo el delincuente Catari, logrando prontamente soltura de la prision en que se hallaba: ya fuese porque en tiempo que el peligro aprieta, la prudencia induce ? no detenerse en formalidades, ni aventurar la quietud p?blica por los escr?pulos de autoridad, ? ya porque, poco acostumbrados los Oidores de Charcas al perdimiento del respeto tenido ? sus personas, recelaban pasase adelante el atrevimiento, y se viese disminuida la sumision fastidiosa y excesiva que siempre han pretendido.
Por otra parte, desde los principios del a?o de 1780 se vieron en todas las ciudades, villas y lugares del Per?, pasquines sediciosos contra los ministros, oficiales y dependientes de rentas, con el pretesto de la aduana y estancos de tabaco. De modo que el vulgo, ? quien se atribuy? esta insolencia, se despech? tanto en algunas partes, que hicieron v?ctima de su furor ? algunos inocentes: como en Arequipa, donde perdiendo el respecto ? la justicia, saquearon la casa del corregidor D. Baltazar Semanat, le precisaron ? ocultarse para salvar su vida, atropellaron las casas destinadas ? la recaudacion de estos derechos reales, persiguieron ? los administradores, y estuvo la ciudad ? pique de perderse: trascendiendo hasta los muchachos el esp?ritu sedicioso, con juegos tan parecidos ? las veras, que habiendo nombrado entre ellos ? uno, con el t?tulo de aduanero, se enfurecieron despues tanto contra ?l, que ? pedradas acab? su vida, cost?ndole no menos precio el fingido empleo con que le habian condecorado.
Como suelen las enfermedades de la naturaleza, originadas de peque?os principios, llegar al ?ltimo t?rmino, as? en las dolencias pol?ticas sucede muchas veces, que nacidas de leves causas, suben ? tan alto punto, que es costoso su remedio. Esperiment?se esta verdad en Macha; pues logrando en aquel enga?ado pueblo, Tomas Catari, todos aquellos rendimientos que son gages de la autoridad, y olvidado del no esperado beneficio de su libertad, di? agigantado vuelto ? sus ideas, por la desconcertada fantasia de los indios, graduando la soltura de su caudillo por efecto del temor que habia infundido con sus insolencias; y persuadidos por el nuevo m?todo que se seguia con ellos, no era la piedad la que obraba, para atraerlos suavemente ? sus deberes, se creyeron autorizados para egecutar las mas sangrientas crueldades, siendo como consecuencia, se vean estas sinrazones donde no se conoce ni domina la razon.
La Real Audiencia de Charcas, al paso que sentia la conmocion de tantas poblaciones, deseaba con ansia el remedio, pero no acertaba con el oportuno, porque sus miembros, poco acostumbrados ? este g?nero de acontecimientos, se mantenian t?midos ? irresolutos, sin atreverse ? tomar providencia, que cortase en sus principios el peligroso c?ncer que amenazaba al reino, haciendo algun castigo que escarmentase ? los sediciosos, y arrancase en su nacimiento la raiz de rebelion, que comenzaba ? sembrarse: ?nico remedio, cuando ya de nada servia la luchazon de sus personas, que con servil acatamiento se habia venerado hasta entonces. Y desenga?ados de que eran inutiles en estos casos las f?rmulas del derecho y preeminencias de la toga, descendieron con tanto exceso ? contemporizar con los rebeldes, franque?ndoles el perdon de sus excesos y otras gracias, que no les fu? dificultoso conocer que la suma condescendencia de unos ministros, que en las felicidades de su absoluto gobierno habian sido tan engreidos, nacia del terror y confusion en que se hallaban.
Bien convencidos los indios de esta verdad, apenas habia poblaciones de ellos, que no se abrasase en la tr?gica llama del tumulto, porque ? poco despues alborot?se la provincia de P?ria, dando en el pueblo de Challapata cruel muerte al corregidor D. Manuel Bodega, egecut?ndose lo mismo en la de Chichas, Lipes y Carangas, siguiendo el mal ejemplo la de Sicasica, parte de las de Cochabamba, Porco y Pilaya, siendo en todas iguales los excesos, y parecidos los insultos de muertes, robos, ruinas de haciendas, sacr?legas profanaciones de los templos. Y como era uno el principio del desasosiego, reglaban sus movimientos por el teatro de la de Chayanta, donde, despues de muchos tormentos y ultrajes, quitaron la vida ? D. Florencio Lupa, cacique del pueblo de Moscani, falleciendo v?ctima de la lealtad ? manos de una plebeya indignacion, la que no satisfaci?ndose con juntar la muerte ? la ignominia, le cortaron la cabeza, y tuvieron el arrojo de fijarla en las inmediaciones de la Plata, en una cruz, que se nombra Quispichaca, tremolando con esta audacia la bandera de la sedicion.
Este suceso cubri? ? la Plata de horror y de susto, temiendo con razon, que estos principios tuviesen consecuencias muy tristes. Fu? este dia el 10 de Setiembre de 1780, y como se esparci? en la ciudad, que en sus extramuros se hallaba una multitud crecida de indios para invadirla y saquearla, fu? notable la confusion que se origin?. Present?ronse en la plaza mayor los Ministros de la Real Audiencia, en compa?ia de su Regente, para dar algunas disposiciones, que en aquella necesidad pudieron graduarse oportunas, para rechazar la invasion del enemigo, y desde aquel momento se empezaron ? reglar compa?ias, alist?ndose la gente sin excepcion de clases: pero con tal des?rden y confusion, que si hubiese sido cierta la noticia, indefectiblemente perece la ciudad ? manos de los rebeldes: llegando la turbacion de aquellos togados ? tales t?rminos, que uno de ellos pregonaba en persona el rid?culo bando de pena de muerte, y 10 a?os de presidio al que no acudiese ? la defensa, y no hall?ndose el pregonero para hacer igual diligencia con otra providencia, se ofreci? el mismo Regente ? egecutarlo, a?adiendo la circunstancia de que tenia buena voz. ?O temor de la muerte, cuanto puedes con las almas bajas! pues unos hombres, que poco antes se consideraban poco menos que deidades, les obligas ? egercer los oficios mas viles de la rep?blica, haci?ndose irrisibles de los mismos que los tenian por sagrados.
Aunque el rebelde Catari, desde el pueblo de Macha, aparentaba sumision y respeto ? la autoridad de la Real Audiencia, no se ignoraba que secretamente escribia cartas, convocando las provincias para una general sublevacion, coligado con el principal rebelde Jos? Gabriel Tupac-Amaru, indio cacique del pueblo de Tongasuca en la provincia de Tinta, del vireynato de Lima, quien pretendia ser leg?timo descendiente de los Incas del Per?.
Esta ?rden, que mand? notificar Jos? Gabriel Tupac-Amaru ? los que le habian hecho el mensage, con apercebimiento de no reservar ? ninguno de los que la contradigesen, excit? entre ellos una especie de tumulto, y tratando sobre lo que se habia de resolver, fueron unos de parecer que se embistiese al enemigo, y otros que n?; de modo que, divididos en los dict?menes, sintieron bien presto los efectos de la discordia, que par? en herirse reciprocamente. A esta fatalidad sobrevinieron otras, cuales fueron la de haberlos cargado el enemigo, haberse pegado fuego ? la p?lvora que tenian, y ca?doles un lienzo del edificio en que se alojaban: y muertos unos, otros abrasados, y no pocos envueltos en la ruina de la pared, fueron todos consumidos y disipados, y el rebelde se aprovech? de las armas de fuego y blancas, reforz?ndose con los despojos de sus mismos enemigos.
Tanto cuanto este suceso desgraciado pudo ofrecer de turbacion ? la ciudad del Cuzco, tuvo de feliz y ventajoso para Tupac-Amaru, con el cual, due?o de la campa?a, la corri? y saque?, haciendo destrozos en los pueblos, haciendas y obrages de los espa?oles, y avanz?ndose hasta la provincia de Lampa, entr? en Ayabir? sin oposicion: porque aunque en este pueblo se habian juntado algunos vecinos espa?oles de aquella y otras provincias comarcanas, conducidos de sus corregidores, al aproximarse al enemigo, tomaron la fuga: con lo que, difundi?ndose la confusion, el sobresalto y el temor, y pr?fugos los curas y corregidores, quedaron abandonados, y ? discrecion de los indios, los pueblos y provincias, excepto la de Pancarcolla, en que su corregidor, D. Joaquin Antonio de Orellana, lleno de her?icos sentimientos, form? poco despues el proyecto de mantenerla ? costa de su vida, y buscando por asilo la villa de Puno, se fortific? en ella con pocos de los suyos. La desenfrenada codicia de los b?rbaros usurpadores los empe?aba en pillarlo todo, sin respetar los templos; en ellos derramaban la sangre humana sin distincion de sexos, ni edades. Pocas veces se habr? visto desolacion tan terrible, ni fuego que con mas rapidez se comunicase ? tantas distancias, siendo digno de notar, que en 300 leguas que se cuentan de longitud, desde el Cuzco hasta las fronteras del Tucuman, en que se contienen 24 provincias, en todas prendi? casi ? un mismo tiempo el fuego de la rebelion, bien que con alguna diferencia en el exceso de las crueldades.
Sigui? Jos? Gabriel Tupac-Amaru las huellas de todos los tiranos, y conociendo cuan facilmente se deja arrastrar el populacho de las apariencias con que se le galantea, porque no penetra los arcanos del usurpador, comenz? publicando edictos de las insufribles extorsiones que padecia la nacion, las abultadas pensiones que injustamente toleraba, los agravios que se repetian en las aduanas, y estancos establecidos: que los indios eran v?ctima de la codicia de los corregidores, quienes buscaban todos los medios de enriquecer, sin reparar en las injusticias y vejaciones que originaban, cuyas modestas quejas, con que muchas veces les representaron sus excesos, no sirviesen de otra cosa que de incitar la ira y la venganza; y en fin que todo era injusticia, tirania y ambicion: que su intento estaba unicamente reducido ? buscar el bien de la Patria, con esterminio de los inicuos y ladrones. As? se esplicaba este rebelde, para seducir ? los pueblos, engrosando su partido, y con mano armada pasando ? los filos de su c?lera ? cuantos se le oponian, invadi? las provincias de Azangaro, Carabaya, Tinta, Calca y Quispicanchi, que por fuerza ? de grado se declararon sus partidarias, ? cuyo ejemplo siguieron el mismo rumbo las de Chucuito, Pacajes, Omasuyos, Larecaja, Yungas y parte de las de Misque, Cochabamba y Atacama. Siendo ya general la sublevacion, se experimentaron tr?gicos ? inauditos sucesos, para cuya descripcion era necesario sudase sangre la pluma, y fuesen los caracteres nuestras l?grimas.
Con los muchos indios que se habian juntado ? Tupac-Amaru, y las armas de que ya se habia apoderado, resolvi? ir sobre el Cuzco, con el fin de posesionarse de esta ciudad, y logrado su intento, coronarse en ella, por ser la antigua capital del imperio peruano, con todas las solemnidades que imitasen la costumbre de sus antiguos poderes. Se habian acogido ? esta poblacion muchos fugitivos de las provincias inmediatas, que atemorizados de los estragos que ocasionaba el tirano, no pensaban sino en salvar sus vidas por aquel medio: y cuando estaban imaginando abandonar la ciudad, y que era en vano intentar resistir al rebelde, lo impidi? D. Manuel Villalta, corregidor de Abancay, que habia servido en el real ej?rcito con el grado de Teniente Coronel. Este animoso oficial, despreciando los temores, y con la experiencia de su profesion, levant? aquellos esp?ritus abatidos, ech? mano de las milicias, y orden? las cosas de manera que dificultasen el proyecto del rebelde: ? que contribuyeron mucho los caciques de Tinta y Chicheros, Rozas y Pumacagua, cuya lealtad y la de los Chuquiguancas, brill? como un astro luminoso en medio de la negra oscuridad de la rebelion, ofreciendo en obsequio de su fidelidad el digno sacrificio de algunas vidas de los de sus familias y todas las haciendas que poseian.
Conocido por el tirano lo dificil que le era tomar el Cuzco, desisti? del empe?o, despues de algunos ataques, en que fu? rechazado gloriosamente por sus vecinos, dirigidos y gobernados por Villalta, quien le quit? de las manos una presa con que ya contaba, y perdida aquella esperanza, se contrajo ? continuar las correrias y robos contra los espa?oles. Declarada ya en todas partes la guerra, y las poblaciones y campa?a sin resistencia, los que pudieron escapar de los primeros insultos, se refugiaron ? las ciudades y villas que les fueron mas inmediatas. En la de Cochabamba solo, de las partes de Yungas , entraron mas de 5,000 personas de ambos sexos y de todas edades, que condujo su corregidor, D. Jos? Albisuri. No porque en los pueblos de espa?oles faltase la alteracion y recelo que ofrecia el numeroso vulgo, sino porque el riesgo parecia menos egecutivo, aunque diariamente se fijaban pasquines y se oian canciones ? favor de Tupac-Amaru, contra los europeos y el gobierno. Agitado el cuidado de los vireyes de Lima y Buenos Aires, los Exmos. Se?ores, D. Agustin de Jauregui y D. Juan Jos? de Vertiz, pensaron s?riamente al remedio de tantos males. El primero dispuso pasase al Cuzco el Visitador General, D. Jos? Antonio Areche, con el mando absoluto de hacienda y guerra, nombrando tambien al Mariscal de Campo, D. Jos? del Valle, Inspector de las tropas de aquel vireinato, al Coronel de Dragones, D. Gabriel de Aviles, y otros oficiales, para que tomasen el mando y direccion de las armas que habian de obrar contra los rebeldes; y el segundo confirm? la eleccion que habia hecho el Presidente de Charcas, del Teniente Coronel D. Ignacio Flores, Gobernador que era de Moxos, declar?ndole Comandante General de aquellas provincias, y demas que estuviesen alteradas en la jurisdiccion de su mando, con inhibicion de la Real Audiencia de la Plata, concedi?ndole muchas y amplias facultades, para obrar libremente. Los Oidores, poco conformes con esta disposicion, manifestaron su resentimiento en distintas ocasiones, dificultando las providencias del Comandante, oponiendo obst?culos ? sus determinaciones, criticando su conducta de morosa, calumni?ndole de pusil?nime ? irresoluto, fund?ndose en que no tomaba partido con prontitud, y suponiendo que si hubiese obrado con actividad ofensivamente contra los rebeldes, hubiera podido sofocarse con el escarmiento de pocos el atrevimiento de los demas. En cuyas alteraciones y etiquetas, suscitadas indebidamente en tan cr?ticas circunstancias, pasaron algun tiempo: hasta que fu? creciendo el cuidado, con motivo de haber mandado la Audiencia secretamente, y sin el conocimiento que le correspondia ? Flores, prender al reo Tomas Catari, lo que egecut? D. Manuel Alvarez en el Asiento de Ahullagas, en virtud del auto proveido en acuerdo reservado que se celebr? con todo sigilo, atropellando las prudentes disposiciones del Virey, y desair?ndole cruelmente, porque tal proceder era opuesto ? sus providencias y ? las facultades que tenia concedidas ? aquel Comandante.
Este suceso llen? de regocijo ? la ciudad de la Plata, y no fu? de poca satisfaccion ? sus ministros, porque todos creian que cortada aquella cabeza, pasase la inquietud, y que un hecho de esta naturaleza podia servirles de escudo para cubrirse de sus primeros yerros y desacreditar la conducta del Comandante militar: porque no solo habia concurrido ? ?l, sino que tenia significado, no era conveniente en aquella ocasion, antes bien proponia se empleasen los medios pol?ticos que eran mas oportunos en tan cr?ticas circunstancias, en que se debia sacar todo el partido posible de la autoridad y fuerzas que ya habia adquirido el delincuente, en tanto se acopiaban armas y municiones para resistirle, motivos porque ocultaron su determinacion. Pero ? poco tiempo se desapareci? aquella alegria, desvaneci?ndose sus concebidas esperanzas con las desgraciadas muertes del dicho D. Manuel, y del Justicia Mayor, D. Juan Antonio Acu?a, que con una corta escolta conducian preso ? aquel rebelde: quienes, vi?ndose inopinadamente atacados en la cuesta de Chataquilay, y que era muy dificultoso conservar su persona con seguridad, determinaron matarle antes de intentar la resistencia, sin que bastase despues el esfuerzo ? salvar ninguno de los que le conducian; creciendo el espanto y susto con haberse acercado inmediatamente los indios agresores ? la ciudad para cercarla, campando dos leguas de ella, en los cerros de la Punilla, mas de 7,000, capitaneados por Damaso y Nicolas Catari, hermanos del difunto Santos Achu, Simon Castillo y otros caudillos. Con cuyo hecho desgraciado vari? el modo de pensar de la Audiencia, que emple? todos los recursos imaginables para ocultar habia sido suya aquella providencia, significando que Alvarez habia egecutado la prision de motupropio: pero Flores, que no se descuidaba en cubrirse de sus resultas, tuvo modo de conseguir copia de todo lo acordado sobre aquel hecho. As? perpetuamente se eslabonan los fracasos con las dichas, teniendo en continua duda nuestros afectos, para que busquen en su centro la verdadera y estable felicidad.
Aun no bien se supo estaban acampados los indios en aquel cerro, proyectando el asalto de la ciudad, se infundi? en todos sus vecinos la generosa resolucion de defenderse, hasta derramar la ?ltima gota de sangre: y porque fuesen iguales el valor y la precaucion, ganando los instantes, se colocaron puestos avanzados para observar desde mas cerca los movimientos del enemigo, y cortando las calles con tapias de adobes, que impropiamente han llamado trincheras, se destacaron algunas compa?ias de milicianos para que guarnecieran sus extramuros. El Regente en una continua agitacion expedia providencia sobre providencia, y los Ministros, disimulando el miedo que los dominaba con el celo y amor al Soberano, se hicieron cargo con las compa?ias formadas del gr?mio de abogados, de rondar y patrullar todas las noches, reconociendo las centinelas avanzadas. Pero como todos carecian de los principios del arte de la guerra, servian de confusion mas que de seguridad sus diligencias, que tambien contribuyeren no poco ? suscitar nuevas disputas sobre sus pretendidas facultades, y las que tenia el Comandante de las armas. Sin embargo de todo esto, se notaba en los vecinos buena disposicion, por mas que se haya querido disminuir despues, abultando desconfianzas para cubrir la negligencia, y el error de no haber acudido con resolucion y actividad ? cegar el manantial de donde nacian estas alteraciones: siendo f?cil comprender, que si en sus principios se hubiese obrado con el valor y determinacion que piden semejantes casos, se hubieran evitado tantos estragos, como siguieron, y la muerte de mas de 40,000 personas espa?olas, y mucho mayor n?mero de indios, que han sido v?ctimas de estas civiles disenciones.
Insolentes los rebeldes en su campamento, dirigieron ? la Real Audiencia algunas cartas llenas de audaces amenazas, pidiendo las cabezas de algunos individuos, y asegurando hacer el uso mas torpe de las mugeres del Regente y algunos Ministros, ofreciendo emplearlas despues en las tareas mas humildes del servicio de sus casas. En esta ocasion fu? sospechado c?mplice en las turbaciones el cura de la doctrina de Macha, el Dr. D. Jos? Gregorio Merlos, eclesi?stico de corrompida y escandalosa conducta, de g?nio atrevido y desvergonzado, que fu? arrestado por el Oidor D. Pedro Cernadas en su misma casa, y depositado en la Recoleta con un par de grillos, y despues en la c?rcel p?blica con todas las precauciones que requerian el delito que se le imputaba, y las continuas instancias que hacian los rebeldes por su libertad, quienes aseguraban entrarian ? sacarle de su prision ? viva fuerza: cuyo hecho se egecut? tambien sin consentimiento del Comandante militar, aprovechando la Audiencia, para proceder ? su captura, del pretesto de hallarse ausente, para un reconocimiento en las inmediaciones de la ciudad. El cuidado se iba aumentando con continuos sobresaltos que ocasionaba la inmediacion de los sediciosos, y aunque no llegaron nunca ? formalizar el cerco, se empezaba asentir alguna escasez de v?veres, que fu? tambien causa de aumentarse las discordias, por la libertad de pareceres para el remedio.
Solicitaron los abogados, unidos con los vecinos, se les diese licencia para acometer al enemigo, pero luego que entendieron que se disgustaba el Comandante por esta proposicion, se apartaron de su intento. El Director de tabacos, D. Francisco de Paula Sanz, sugeto adornado de las mejores circunstancias y calidades, se hallaba en la ciudad casualmente, y de resultas de la comision que estaba ? su cargo para el establecimiento de este ramo, movido de su esp?ritu bizarro, y cansado de las contemplaciones que se usaban con los rebeldes, quizo atacarlos con sus dependientes y algunos vecinos que se le agregaron, y saliendo de la ciudad con este intento, el dia 16 de Febrero de 1781 lleg? ? las faldas de los cerros de la Punilla, en que estaban alojados los indios, que descendieron inmediatamente ? buscarle para presentar el combate, persuadidos de que el poco n?mero que se les oponia, aseguraba de su parte el vencimiento. Cargaron con tanta violencia y multitud aquel peque?o trozo, que se componia de solos 40 hombres, que no bast? el valor para la resistencia, y cediendo al mayor n?mero y ? la fuerza, fu? preciso pensar en la retirada, en que hubieran perecido todos por el des?rden son que la egecutaron, ? no haber salido ? sostenerlos la compa?ia de granaderos milicianos, no pudiendo evitar perdiese la vida en la refriega D. Francisco Revilla, y dos granaderos que le acompa?aron en su desgraciada suerte: pues aunque despues sali? Flores con mayor n?mero de gente, sirvi? poco su diligencia, por haber entrado la noche.
El g?nio d?cil y el natural agrado del Director Sanz, acompa?ados de su generosidad, le hacian muy estimado de todos, menos de Flores, con quien habia tenido algunos disgustos por el diverso modo de pensar. Sanz, todo era fuego para castigar la insolencia de los sediciosos, y Flores, todo circunspeccion y flema en contemplarlos, cuya conducta, mormurada generalmente, ocasion? pasquines denigrantes ? su honor, tild?ndole de cobarde, atrevi?ndose ? decir, era afecto al partido de la rebelion: y lleg? ? tanto la osadia del p?blico, que expres? sus sentimientos con sat?ricos versos y groseras significaciones, envi?ndole ? su casa, la misma noche del ataque del 16, una porcion de gallinas, sin saber quien habia sido el autor de este intempestivo regalo. Al siguiente dia se presentaron los vecinos por escrito, manifestando estaban prontos y dispuestos ? ir en busca del enemigo. Todos clamaban se anticipaba su ?ltima ruina, gritaban descaradamente, que si no se les conducia al ataque, saldrian sin el Comandante: y ya obligado de tantas y tan repetidas eficaces insinuaciones que se aumentaron con el desgraciado suceso del Director, determin? para el 20 del mismo Febrero atacar ? los indios de la Punilla. Serian las 12 de aquel dia, cuando se pusieron en marcha nuestras tropas, y llegando al campo se present? al Comandante un espect?culo agradable, que le anunciaba la victoria, y fu? reconocer que un crecido n?mero de mugeres, mezcladas y confundidas entre la tropa, deseaba con ansia entrar en funcion: este raro fen?meno, cuanto lisonjeaba el gusto, arranc? l?grimas de aquel gefe, que egercit? toda su habilidad para disuadirlas se apartasen de tan peligroso empe?o, con el cual unicamente habian conseguido ya una gloria inmortal: y aunque se les mitig? el ardor, nunca se pudo lograr se retirasen, y permanecieron en el campo de batalla, ? bien para que su presencia inspirase aliento ? los soldados, ? para que sirviesen de socorro en cualquiera infortunio.
Este hecho acredita cuan conveniente era ganar los instantes, y obrar con actividad contra los insurgentes, aprovechando la consternacion en que se hallaban por el dichoso suceso de la Punilla, antes que depusieran su espunto: pues los recelos y desconfianzas del Comandante, y su car?cter mas pol?tico que militar, le hacian observar una lentitud perjudicial ? la causa p?blica. Y como vacilaba en un mar de dudas, pas? el tiempo en hacer prevenciones, con que disimulaba su manejo, que pudiera haber variado con las repetidas pruebas de fidelidad y bizarria que le tenian dadas los vecinos de la Plata, que justamente se han quejado del concepto que le merecieron, porque consideraba no eran capaces de sostener operaciones ofensivas en campo abierto sin el auxilio de los veteranos que se esperaban: lo que debiera haber tentado sin esta circunstancia, pues algo se ha de aventurar en los casos estremos, en que no se presenta otro recurso. Estas detenciones ocasionaron no pocos males, particularmente en las provincias de Chichas y Lipes, que se sublevaron despues de aquel suceso, porque conocieron la superioridad que tenian, y les manifestaba semejante conducta, y que no eran muy temibles el Comandante y armas que se hallaban en la ciudad de la Plata, cuando aun despues de vencedoras se contentaban con volver ? encerrarse en los t?rminos de su recinto, sin pensar al remedio de las calamidades agenas: ? que contribuy? tambien el haber seguido el mismo sistema la imperial villa de Potos?, que crey? llenaba so obligacion con poner ? cubierto sus preciosas minas.
Cuando estaba para celebrarse en casa del Comandante, D. Ignacio Flores, con un banquete, el buen ?xito que tuvo la accion de la Punilla, se recibi? la infausta noticia del horroroso hecho acaecido en la villa de Oruro, con lo que se consternaron los ?nimos de todos los convidados, y se llenaron de amargura, convirti?ndose en pesar el placer que tenian prevenido. Y como es uno de los acaecimientos mas notables de esta general sublevacion, no podr? ser desagradable se refiera con extension, y con todas las circunstancias que requiere un hecho de esta naturaleza.
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