Read Ebook: El Comendador Mendoza Obras Completas Tomo VII by Valera Juan
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Ebook has 1088 lines and 67287 words, and 22 pages
JUAN VALERA NOVELAS
El Comendador Mendoza
Nunca, estimada se?ora y bondadosa amiga, so?? con ser escritor popular. No me explico la causa, pero es lo cierto que tengo y tendr? siempre pocos lectores. Mi afici?n ? escribir es, sin embargo, tan fuerte, que puede m?s que la indiferencia del p?blico y que mis desenga?os.
Varias veces me d? ya por vencido y hasta por muerto; mas apenas dej? de ser escritor, cuando reviv? como tal bajo diversa forma. Primero fu? poeta l?rico, luego periodista, luego cr?tico, luego aspir? ? fil?sofo, luego tuve mis intenciones y conatos de dramaturgo zarzuelero, y al cabo trat? de figurar como novelista en el largo cat?logo de nuestros autores.
Bajo esta ?ltima forma es como la gente me ha recibido menos mal; pero aun as?, no las tengo todas conmigo.
Mi musa es tan voluntariosa, que hace lo que quiere y no lo que yo le mando. De aqu? proviene que, si por dicha logro aplausos, es por falta de previsi?n.
Escrib? mi primera novela sin caer hasta el fin en que era novela lo que escrib?a.
Acababa yo de leer multitud de libros devotos.
Lo po?tico de aquellos libros me ten?a hechizado, pero no cautivo. Mi fantas?a se exalt? con tales lecturas, pero mi fr?o coraz?n sigui? en libertad y mi seco esp?ritu se atuvo ? la raz?n severa.
Quise entonces recoger como en un ramillete todo lo m?s precioso, ? lo que m?s precioso me parec?a, de aquellas flores m?sticas y asc?ticas, ? invent? un personaje que las recogiera con fe y entusiasmo, juzg?ndome yo, por m? mismo, incapaz de tal cosa. As? brot? espont?nea una novela, cuando yo distaba tanto de querer ser novelista.
Despu?s me he puesto adrede ? componer otras, y dicen que lo he hecho peor.
Esto me ha desanimado de tal suerte, que he estado ? punto de no volver ? escribirlas.
En esto como en otras mil cosas, la poes?a se parece ? la magia. Requiere la intervenci?n del cielo.
Cuentan de Alberto Magno que, yendo en peregrinaci?n de Roma ? Alemania, pas? una noche ? las orillas del Po, en la caba?a de un pescador. Agasajado all? muy bien, quiso el doctor probar su gratitud al hu?sped, y le hizo y le di? un pez de madera, tan maravilloso que, puesto en la red atra?a ? todos los peces vivos. No hay que ponderar la ventura del pescador con su pez m?gico. Cierto d?a, con todo, tuvo un descuido, y el pez se le perdi?. Entonces se puso en camino, fu? ? Alemania, busc? ? Alberto, y le rog? que le hiciera otro pez semejante al primero. Alberto respondi? que lo deseaba mas que, para hacer otro pez que tuviese todas las virtudes del antiguo, era menester esperar ? que el cielo presentase id?ntico aspecto y disposici?n en constelaciones, signos y planetas, que en la noche en que el primer pez se hizo, lo cual no pod?a acontecer sino dentro de treinta y seis mil y pico de a?os.
JUAN VALERA.
? pesar de los quehaceres y cuidados que me retienen en Madrid casi de continuo, todav?a suelo ir de vez en cuando ? Villabermeja y ? otros lugares de Andaluc?a, ? pasar cortas temporadas de uno ? dos meses.
D. Juan Fresco me mostr? en un principio alg?n enojo de que yo hubiese sacado ? relucir su vida y las de varios parientes suyos en un libro de entretenimiento; pero al cabo, conociendo que yo no lo hab?a hecho ? mal hacer, me perdon? la falta de sigilo. Es m?s: D. Juan aplaudi? la idea de escribir novelas fundadas en hechos reales, y me anim? ? que siguiese cultivando el g?nero. Esto nos movi? ? hablar del Comendador Mendoza.
--?El vulgo --dije yo,-- cree a?n que el Comendador anda penando, durante la noche, por los desvanes de la casa solariega de los Mendozas, con su manto blanco del h?bito de Santiago?
--Lo que se infiere de todo, ora est? el Comendador en el infierno, ora en el purgatorio, es que sus pecados debieron de ser enormes.
Don Juan Fresco me cont? entonces lo que sab?a acerca del Comendador Mendoza. Yo no hago m?s que ponerlo ahora por escrito.
Don Fadrique L?pez de Mendoza, llamado comunmente el Comendador, fu? hermano de don Jos?, el mayorazgo, abuelo de nuestro D. Faustino, ? quien supongo que conocen mis lectores.
Naci? D. Fadrique en 1744.
Desde ni?o dicen que manifest? una inclinaci?n perversa ? re?rse de todo y ? no tomar nada por lo serio. Esta cualidad es la que menos f?cilmente se perdona, cuando se entrev? que no proviene de ligereza, sino de tener un hombre el esp?ritu tan serio, que apenas halla cosa terrena y humana que merezca que ?l la considere con seriedad; por donde, en fuerza de la seriedad misma, nacen el desd?n y la risa burlona.
Don Fadrique, seg?n la general tradici?n, era un hombre de este g?nero: un hombre jocoso de puro serio.
Claro est? que hay dos clases de hombres jocosos de puro serios. ? una clase, que es muy numerosa, pertenecen los que andan siempre tan serios, que hacen reir ? los dem?s, y sin quererlo son jocosos. ? otra clase, que siempre cuenta pocos individuos, es ? la que pertenec?a D. Fadrique. Don Fadrique se burlaba de la seriedad vulgar ? inmotivada, en virtud de una seriedad exquisita y superlativa; por lo cual era jocoso.
Conviene advertir, no obstante, que la jocosidad de D. Fadrique rara vez tocaba en la insolencia ? en la crueldad, ni se ensa?aba en da?o del pr?jimo. Sus burlas eran ben?volas y urbanas, y ten?an ? menudo cierto barniz de dulce melancol?a.
El rasgo predominante en el car?cter de D. Fadrique no se puede negar que implicaba una mala condici?n: la falta de respeto. Como ve?a lo rid?culo y lo c?mico en todo, resultaba que nada ? casi nada respetaba, sin poderlo remediar. Sus maestros y superiores se lamentaron mucho de esto.
En comprobaci?n de este aserto contaba D. Fadrique varias an?cdotas, entre las cuales ninguna le gustaba tanto como la del bolero.
D. Fadrique bailaba muy bien este baile cuando era ni?o, y D. Diego, que as? se llamaba su padre, se complac?a en que su hijo luciese su habilidad cuando le llevaba de visitas ? las recib?a con ?l en su casa.
Don Diego, como queda dicho, llev? ? D. Fadrique ? la ciudad. Ten?a D. Fadrique trece a?os, pero estaba muy espigado. Como iba de visitas de ceremonia, luc?a casaca y chupa de damasco encarnado con botones de acero bru?ido, zapatos de hebilla y medias de seda blanca, de suerte que parec?a un sol.
La ropa de viaje de D. Fadrique, que estaba muy tra?da y con algunas manchas y desgarrones, se qued? en la posada, donde dejaron los caballos. D. Diego quiso que su hijo le acompa?ase en todo su esplendor. El muchacho iba content?simo de verse tan guapo y con traje tan se?oril y lujoso. Pero la misma idea de la elegancia aristocr?tica del traje le infundi? un sentimiento algo exagerado del decoro y compostura que deb?a tener quien le llevaba puesto.
Por desgracia, en la primera visita que hizo Don Diego ? una hidalga viuda, que ten?a dos hijas doncellas, se habl? del ni?o Fadrique y de lo crecido que estaba, y del talento que ten?a para bailar el bolero.
Las se?oras, que hab?an mostrado deseos de ver ? D. Fadrique bailar, repitieron sus instancias, y una de las doncellas tom? una guitarra y se puso ? tocar para que D. Fadrique bailase.
--Baila, Fadrique, --dijo D. Diego, no bien empez? la m?sica.
--Baila, Fadrique, --repiti? D. Diego, bastante amostazado.
Don Diego, cuyo traje de campo y camino, al uso de la tierra, estaba en muy buen estado, no se hab?a puesto casaca como su hijo. D. Diego iba todo de estezado, con botas y espuelas, y en la mano llevaba el l?tigo con que castigaba al caballo y ? los podencos de una jaur?a numerosa que ten?a para cazar.
--Baila, Fadrique, --exclam? D. Diego por tercera vez, not?ndose ya en su voz cierta alteraci?n, causada por la c?lera y la sorpresa.
Era tan elevado el concepto que ten?a D. Diego de la autoridad paterna, que se maravillaba de aquella rebeld?a.
--Ha de bailar ahora.
--Ha de bailar ahora --repiti? D. Diego.-- Baila, Fadrique.
--Yo no bailo con casaca, --respondi? ?ste al cabo.
Aqu? fu? Troya. D. Diego prescindi? de las se?oras y de todo.
--?Rebelde! ?mal hijo! --grit?:-- te enviar? ? los Toribios: baila ? te desuello; y empez? ? latigazos con D. Fadrique.
La se?orita de la guitarra par? un instante la m?sica; pero D. Diego la mir? de modo tan terrible, que ella tuvo miedo de que la hiciese tocar como quer?a hacer bailar ? su hijo, y sigui? tocando el bolero.
Don Fadrique, despu?s de recibir ocho ? diez latigazos, bail? lo mejor que supo.
Al pronto se le saltaron las l?grimas; pero despu?s, considerando que hab?a sido su padre quien le hab?a pegado, y ofreci?ndose ? su fantas?a de un modo c?mico toda la escena, y vi?ndose ?l mismo bailar ? latigazos y con casaca, se ri?, ? pesar del dolor f?sico, y bail? con inspiraci?n y entusiasmo.
Las se?oras aplaudieron ? rabiar.
--Bien, bien --dijo D. Diego.-- ?Por vida del diablo! ?Te he hecho mal, hijo m?o?
--No, padre --dijo D. Fadrique.-- Est? visto: yo necesitaba hoy de doble acompa?amiento para bailar.
--Hombre, disimula. ?Por qu? eres tonto? ?Qu? repugnancia pod?as tener, si la casaca te va que ni pintada, y el bolero cl?sico y de buena escuela es un baile muy se?or? Estas damas me perdonar?n. ?No es verdad? Yo soy algo vivo de genio.
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