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Read Ebook: El Comendador Mendoza Obras Completas Tomo VII by Valera Juan

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Ebook has 1088 lines and 67287 words, and 22 pages

--Hombre, disimula. ?Por qu? eres tonto? ?Qu? repugnancia pod?as tener, si la casaca te va que ni pintada, y el bolero cl?sico y de buena escuela es un baile muy se?or? Estas damas me perdonar?n. ?No es verdad? Yo soy algo vivo de genio.

As? termin? el lance del bolero.

Aquel d?a bail? otras cuatro veces D. Fadrique en otras tantas visitas, ? la m?s leve insinuaci?n de su padre.

La fama de sus travesuras de ni?o dur? en el lugar muchos a?os despu?s de haberse ?l partido ? servir al Rey.

Hu?rfano de madre ? los tres a?os de edad, hab?a sido criado y mimado por una t?a solterona, que viv?a en la casa, y ? quien llamaban la chacha Victoria.

Ten?a adem?s otra t?a, que si bien no viv?a con la familia, sino en casa aparte, hab?a tambi?n permanecido soltera y compet?a en mimos y en halagos con la chacha Victoria. Llam?base esta otra t?a la chacha Ramoncica. D. Fadrique era el ojito derecho de ambas se?oras, cada una de las cuales estaba ya en los cuarenta y pico de a?os cuando ten?a doce nuestro h?roe.

Las dos t?as ? chachas se parec?an en algo y se diferenciaban en mucho.

Las chachas Victoria y Ramoncica se hab?an educado as?. La diversa condici?n y car?cter de cada una estableci? despu?s notables diferencias.

La chacha Victoria, alta, rubia, delgada y bien parecida, hab?a sido, y continu? siendo hasta la muerte, naturalmente sentimental y curiosa. ? fuerza de deletrear, lleg? ? leer casi de corrido cuando estaba ya muy granada; y sus lecturas no fueron s?lo de vidas de santos, sino que conoci? tambi?n algunas historias profanas y las obras de varios poetas. Sus autores favoritos fueron do?a Mar?a de Zayas y Gerardo Lobo.

Se preciaba de experimentada y desenga?ada. Su conversaci?n estaba siempre como salpicada de estas dos exclamaciones: --?Qu? mundo ?ste! --?Lo que ve el que vive!-- La chacha Victoria se sent?a como hastiada y fatigada de haber visto tanto, y eso que sus viajes no se hab?an extendido m?s all? de cinco ? seis leguas de distancia de Villabermeja.

Una pasi?n, que hoy calificar?amos de rom?ntica, hab?a llenado toda la vida de la chacha Victoria. Cuando apenas ten?a diez y ocho a?os, conoci? y am? en una feria ? un caballero cadete de infanter?a. El cadete am? tambi?n ? la chacha, que no lo era entonces; pero los dos amantes, tan hidalgos como pobres, no se pod?an casar por falta de dinero. Formaron, pues, el firme prop?sito de seguir am?ndose, se juraron constancia eterna y decidieron aguardar para la boda ? que llegase ? capit?n el cadete. Por desgracia, entonces se caminaba con pies de plomo en las carreras, no hab?a guerras civiles ni pronunciamientos, y el cadete, firme como una roca y fiel como un perro, envejeci? sin pasar de teniente nunca.

Siempre que el servicio militar lo consent?a, el cadete ven?a ? Villabermeja; hablaba por la ventana con la chacha Victoria, y se dec?an ambos mil ternuras. En las largas ausencias se escrib?an cartas amorosas cada ocho ? diez d?as; asiduidad y frecuencia extraordinarias entonces.

Esta necesidad de escribir oblig? ? la chacha Victoria ? hacerse letrada. El amor fu? su maestro de escuela, y le ense?? ? trazar unos garrapatos an?rquicos y misteriosos, que por revelaci?n de amor le?a, entend?a y descifraba el cadete.

De esta suerte, entre temporadas de pelar la pava en Villabermeja, y otras m?s largas temporadas de estar ausentes, comunic?ndose por cartas, se pasaron cerca de doce a?os. El cadete lleg? ? teniente.

Hubo entonces un momento terrible: una despedida desgarradora. El cadete, teniente ya, se fu? ? la guerra de Italia. Desde all? ven?an las cartas muy de tarde en tarde. Al cabo cesaron del todo. La chacha Victoria se llen? de presentimientos melanc?licos.

En 1747, firmada ya la paz de Aquisgr?n, los soldados espa?oles volvieron de Italia ? Espa?a; pero nuestro cadete, que hab?a esperado volver de capit?n, no parec?a ni escrib?a. S?lo pareci?, con la licencia absoluta, su asistente, que era bermejino.

El bueno del asistente, en el mejor lenguaje que pudo, y con los preparativos y rodeos que le parecieron del caso para amortiguar el golpe, di? ? la chacha Victoria la triste noticia de que el cadete, cuando iba ya ? ver colmados sus deseos, cuando iba ? ser ascendido ? capit?n, en v?speras de la paz, en la rota de Trebia, hab?a ca?do atravesado por la lanza de un croata.

No muri? en el acto. Vivi? a?n dos ? tres d?as con la herida mortal, y tuvo tiempo de entregar al asistente, para que trajese ? su querida Victoria, un rizo rubio que de ella llevaba sobre el pecho en un guardapelo, las cartas y un anillo de oro con un bonito diamante.

El pobre soldado cumpli? fielmente su comisi?n.

La chacha Victoria recibi? y ba?? en l?grimas las amadas reliquias. El resto de su vida le pas? recordando al cadete, permaneciendo fiel ? su memoria y llor?ndole ? veces. Cuanto hab?a de amor en su alma fu? consumi?ndose en devociones y transform?ndose en cari?o por el sobrino Fadriquito, el cual ten?a tres a?os cuando supo la chacha Victoria la muerte de su perpetuo y ?nico novio.

La pobre chacha Ramoncica hab?a sido siempre peque?uela y mal hecha de cuerpo, sumamente morena y bastante fea de cara. Cierta dignidad natural ? instintiva le hizo comprender, desde que ten?a quince a?os, que no hab?a nacido para el amor. Si algo del amor con que aman las mujeres ? los hombres hab?a en germen en su alma, ella acert? ? sofocarlo y no brot? jam?s. En cambio tuvo afecto para todos. Su caridad se extend?a hasta los animales.

Desde la edad de veinticuatro a?os, en que la chacha Ramoncica se qued? hu?rfana y viv?a en casa propia, sola, le hac?an compa??a media docena de gatos, dos ? tres perros y un grajo, que pose?a varias habilidades. Ten?a asimismo Ramoncica un palomar lleno de palomos, y un corral poblado de pavos, patos, gallinas y conejos.

Una criada llamada Rafaela, que entr? ? servir ? la chacha Ramoncica cuando ?sta viv?a a?n en casa de sus padres, sigui? sirvi?ndola toda la vida. Ama y criada eran de la misma edad y llegaron juntas ? una extrema vejez.

Rafaela era m?s fea que la chacha, y, hasta por imitarla, permaneci? siempre soltera.

En medio de su fealdad, hab?a algo de noble y distinguido en la chacha Ramoncica, que era una se?ora de muy cortas luces. Rafaela, por el contrario, sobre ser fea, ten?a el m?s innoble aspecto; pero estaba dotada de un despejo natural grand?simo.

Por lo dem?s, ama y criada, guardando siempre cada cual su posici?n y grado en la jerarqu?a social, se identificaron por tal arte, que se dir?a que no hab?a en ellas sino una voluntad, los pensamientos mismos y los mismos prop?sitos.

Todo era orden, m?todo y arreglo en aquella casa. Apenas se gastaba en comer, porque ama y criada com?an poqu?simo. Un vestido, una saya, una basqui?a, cualquiera otra prenda, duraba a?os y a?os sobre el cuerpo de la chacha Ramoncica ? guardada en el armario. Despu?s, estando a?n en buen uso, pasaba ? ser prenda de Rafaela.

Los muebles eran siempre los mismos y se conservaban, como por encanto, con un lustre y una limpieza que daban consuelo.

Con tal modo de vivir, la chacha Ramoncica, si bien no ten?a sino muy escasas rentas, apenas gastaba de ellas una tercera parte. Iba, pues, acumulando y atesorando, y pronto tuvo fama de rica. Sin embargo, jam?s se sent?a con valor de ser despilfarrada sino por empe?o de su sobrino Fadrique, ? quien, seg?n hemos dicho, mimaba en competencia de la chacha Victoria.

Don Diego andaba siempre en el campo, de caza ? atendiendo ? las labores. Sus dos hijos, D. Jos? y D. Fadrique, quedaban al cuidado de la chacha Victoria y del P. Jacinto, fraile dominico, que pasaba por muy docto en el lugar, y que les sirvi? de ayo, ense??ndoles las primeras letras y el lat?n.

Don Jos? era bondadoso y reposado, D. Fadrique un diablo de travieso; pero D. Jos? no atinaba hacerse querer, y D. Fadrique era amado con locura de ambas chachas, del feroz D. Diego y del ya citado P. Jacinto, quien apenas tendr?a treinta y seis a?os de edad cuando ense?aba la lengua de Cicer?n ? los dos pimpollos lozanos del glorioso y antiguo tronco de los L?pez de Mendoza bermejinos.

Mientras que el apacible D. Jos? se quedaba en casa estudiando, ? iba al convento ? ayudar ? misa, ? empleaba su tiempo en otras tareas tranquilas, D. Fadrique sol?a escaparse y promover mil alborotos en el pueblo.

Como segund?n de la casa, D. Fadrique estaba condenado ? vestirse de lo que se quedaba estrecho ? corto para su hermano, el cual, ? su vez, sol?a vestirse de los desechos de su padre. La chacha Victoria hac?a estos arreglos y traspasos. Ya hemos hablado de la casaca y de la chupa encarnadas, que vinieron ? ser memorables por el lance del bolero; pero mucho antes hab?a heredado D. Fadrique una capa, que se hizo m?s famosa, y que hab?a servido sucesivamente ? D. Diego y ? D. Jos?. La capa era blanca, y cuando cay? en poder de D. Fadrique recibi? el nombre de la capa-paloma.

No era muy numeroso el bando de D. Fadrique, no por falta de simpat?as, sino porque ?l eleg?a ? sus parciales y secuaces haciendo pruebas an?logas ? las que hizo Gede?n para elegir ? desechar ? sus soldados. De esta suerte logr? D. Fadrique tener unos cincuenta ? sesenta que le segu?an, tan atrevidos y devotos ? su persona, que cada uno val?a por diez.

Se form? un partido contrario, capitaneado por D. Casimirito, hijo del hidalgo m?s rico del lugar. Este partido era de m?s gente; pero, as? por las prendas personales del capit?n, como por el valor y decisi?n de los soldados, quedaba siempre muy inferior ? los fadrique?os.

Varias veces llegaron ? las manos ambos bandos, ya ? pu?adas y luchando ? brazo partido, ya en pedreas, de que era teatro un llanete que est? por bajo de un sitio llamado el Retamal.

La victoria, en todas estas pendencias, qued? siempre por el bando de D. Fadrique. Los de don Casimiro resist?an poco y se pon?an en un momento en vergonzosa fuga: pero como D. Fadrique se aventuraba siempre m?s de lo que conviene ? la prudencia de un general, result? que dos veces reg? los laureles con su sangre, quedando descalabrado.

No s?lo en batalla campal, sino en otros ejercicios y haciendo travesuras de todo g?nero, don Fadrique se hab?a roto adem?s la cabeza otra tercera vez, se hab?a herido el pecho con unas tijeras, se hab?a quemado una mano y se hab?a dislocado un brazo: pero de todos estos percances sal?a al cabo sano y salvo, merced ? su robustez y ? los cuidados de la chacha Victoria, que dec?a, maravillada y santigu?ndose: --?Ay, hijo de mi alma, para muy grandes cosas quiere reservarte el cielo, cuando vives de milagro y no mueres!

Casimiro ten?a tres a?os m?s de edad que don Fadrique, y era tambi?n m?s fornido y alto. Irritado de verse vencido siempre como capit?n, quiso probarse con D. Fadrique en singular combate. Lucharon, pues, ? pu?adas y ? brazo partido, y el pobre Casimiro sali? siempre acogotado y pisoteado, ? pesar de su superioridad aparente.

Los frailes dominicos del lugar nunca quisieron bien ? la familia de los Mendozas. ? pesar de la piedad suma de las chachas Victoria y Ramoncica, y de la devoci?n humilde de D. Jos?, no pod?an tragar ? D. Diego, y se mostraban escandalizados de los desafueros ? insolencias de D. Fadrique.

S?lo el P. Jacinto, que amaba tiernamente ? don Fadrique, le defend?a de las acusaciones y quejas de los otros frailes.

?stos, no obstante, le amenazaban ? menudo con cogerle y enviarle ? los Toribios, ? con hacer que el propio hermano Toribio viniese por ?l y se le llevase.

Bien sab?an los frailes que el bendito hermano Toribio hab?a muerto hac?a m?s de veinte a?os; pero la instituci?n creada por ?l florec?a, prestando al glorioso fundador una existencia inmortal y mitol?gica. Hasta muy entrado el segundo tercio del siglo presente, el hermano Toribio y los Toribios en general han sido el tema constante de todas amenazas para infundir saludable terror ? los chachos traviesos.

En la mente de D. Fadrique no entraba la idea de la fervorosa caridad con que el hermano Toribio, ? fin de salvar y purificar las almas de cuantos muchachos cog?a, les martirizaba el cuerpo, d?ndoles rudos azotes sobre las carnes desnudas. As? es que se presentaba en su imaginaci?n el bendito hermano Toribio como loco furioso y perverso, enemigo de s? mismo para llagarse con cadenas ce?idas ? los ri?ones, y enemigo de todo el g?nero humano, ? quien desollaba y atormentaba en la edad de la ni?ez y de la m?s temprana juventud cuando se abren al amor las almas y cuando la naturaleza y el cielo debieran sonre?r y acariciar en vez de dar azotes.

Como ya hab?an ocurrido casos de llevarse ? los Toribios, contra la voluntad de sus padres, ? varios muchachos traviesos, y como el hermano Toribio, durante su santa vida, hab?a salido ? caza de tales muchachos, no s?lo por toda Sevilla, sino por otras poblaciones de Andaluc?a, desde donde los conduc?a ? su terrible establecimiento, la amenaza de los frailes pareci? para broma harto pesada ? D. Diego, y para veras le pareci? m?s pesada a?n. Hizo, pues, decir ? los frailes que se abstuviesen de embromar ? su hijo, y mucho m?s de amenazarle, que ya ?l sabr?a castigar al chico cuando lo mereciese; pero que nadie m?s que ?l hab?a de ser osado ? ponerle las manos encima. A?adi? D. Diego que el chico, aunque peque?o todav?a, sabr?a defenderse y hasta ofender, si le atacaban, y que adem?s ?l volar?a en su auxilio, en caso necesario, y arrancar?a las orejas ? tirones ? todos los Toribios que ha habido y hay en el mundo.

Con estas insinuaciones, que bien sab?an todos cu?n capaz era de hacer efectivas D. Diego, los frailes se contuvieron en su malevolencia; pero como D. Fadrique segu?a siendo peor que Pateta, los frailes, no atrevi?ndose ya ? esgrimir contra ?l armas terrenas y temporales, acudieron al arsenal de las espirituales y eternas, y no cesaron de querer amedrentarle con el infierno y el demonio.

De este m?todo de intimidaci?n se ocasion? un mal grav?simo. D. Fadrique, ? pesar de sus chachas, se hizo imp?o, antes de pensar y de reflexionar, por un sentimiento instintivo. La religi?n no se ofreci? ? su mente por el lado del amor y de la ternura infinita, sino por el lado del miedo, contra el cual su natural valeroso ? independiente se rebelaba. D. Fadrique no vi? el objeto del amor insaciable del alma, y el fin digno de su ?ltima aspiraci?n, en los poderes sobrenaturales. D. Fadrique no vi? en ellos sino tiranos, verdugos ? espantajos sin consistencia.

S?lo as? se comprende que D. Fadrique viniese ? ser imp?o sin leer ni oir nada que ? ello le llevase.

Esta nueva calidad que apareci? en ?l era bastante peligrosa en aquellos tiempos. D. Diego mismo se espant? de ciertas ideas de su hijo. Por dicha, el desenvolvimiento de tan mala inclinaci?n coincidi? casi con la ida de D. Fadrique al Colegio de Guardias marinas, y se evit? as? todo esc?ndalo y disgusto en Villabermeja.

Las chachas Victoria y Ramoncica lloraron mucho la partida de D. Fadrique; el P. Jacinto la sinti?; D. Diego, que le llev? ? la Isla, se alegr? de ver ? su hijo puesto en carrera, casi m?s que se afligi? al separarse de ?l; y los frailes, y Casimirito sobre todo, tuvieron un d?a de j?bilo el d?a en que le perdieron de vista.

D. Fadrique volvi? al lugar de all? adelante, pero siempre por brev?simo tiempo: una vez cuando sali? del Colegio para ir ? navegar; otra vez siendo ya alf?rez de nav?o. Luego pasaron a?os y a?os sin que viese ? D. Fadrique ning?n bermejino. Se sab?a que estaba, ya en el Per?, ya en el Asia, en el extremo Oriente.

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