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Read Ebook: Un antiguo rencor by Ohnet Georges

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Ebook has 1404 lines and 49126 words, and 29 pages

JORGE OHNET

UN ANTIGUO RENCOR

TRADUCCI?N

F. SARMIENTO

LIBRER?A DE LA Vda DE CH. BOURET

PAR?S 23, Rue Visconti, 23

Propiedad del editor.

?NDICE

CAP?TULO

UN ANTIGUO RENCOR

CAP?TULO I

DE C?MO SE PUEDE ODIAR POR HABER QUERIDO DEMASIADO.

Las campanas sonaban alegres en una atm?sfera tibia y ligera; las golondrinas pasaban r?pidas, en bandadas, arrojando sus agudos chillidos; el sol de junio derramaba sus rayos dorados ? trav?s de las ramas, y ? lo largo del paseo de tilos que conduce desde la plaza de la iglesia hasta la quinta de la se?orita Guichard, la boda caminaba lentamente sobre el c?sped.

En el momento en que la comitiva, con los novios ? la cabeza, desembocaba ante la verja completamente abierta, todos los curiosos de la aldea, agrupados cerca del pabell?n del jardinero, prorrumpieron en tan descompasados gritos, y los petardos, prendidos por el cochero, estallaron con tal estr?pito, que todos los p?jaros que anidaban en el ramaje volaron espantados. El novio sac? del bolsillo todo el dinero que hab?a preparado para las circunstancias y arroj? en c?rculo una lluvia de monedas de cincuenta c?ntimos sobre aquella horda de desgre?ados, que se arroj? por el polvo con tal furor, que en un momento no se vi? m?s que una mezcla confusa de calzones, brazos y piernas enredados.

Despu?s se deshizo el mont?n y con algunos pedazos de vestido de menos y algunos bultos en los ojos de m?s, todos los alborotadores se marcharon corriendo hacia la tienda de comestibles. La boda penetr? en el jard?n, sigui? solemnemente la orilla de la pradera, subi? la escalinata y entr? en el sal?n completamente adornado con ramos blancos. Las se?oras rodearon ? la novia, oculta bajo un largo velo y la felicitaron con ardor. La se?orita Guichard, apoyada en la chimenea, con el empaque de una reina, recib?a los cumplimientos de la parte masculina de la reuni?n.

Era la tal una mujer alta y delgada, de cara amarillenta ? la que formaban cuadro unos cabellos de un negro azabache. Los ojos orgullosos, coronados de espesas cejas, estaban como incrustados en una frente estrecha y altanera. La boca era fina, sinuosa y como contra?da con desagrado. La barbilla puntiaguda indicaba ? su pesar tendencias autoritarias llevadas hasta la tiran?a. En aquel momento hablaba con la se?ora Tournemine, mujer del alcalde de la Celle-Saint-Cloud, sin dejar de observar con el rabillo del ojo ? los j?venes desposados, que, poco ? poco, se hab?an quedado solos en el hueco de una ventana.

--Se?orita, he aqu? un d?a lleno de emociones para usted, dijo la alcaldesa. Verdaderamente el se?or Mauricio Aubry es un joven encantador y que parece animado de las mejores disposiciones. Amar? ? usted tanto m?s cuanto mayor sea la dicha que va ? proporcionarle su deliciosa mujer ... y en vez de una sola afecci?n, va usted ? estar rodeada de una doble ternura por esa amable pareja que nunca la abandonar?....

--?Jam?s! exclam? con energ?a la se?orita Guichard; el se?or Aubry se ha comprometido ? ello formalmente.

--Sin duda, replic? con afectada dulzura la se?ora Tournemine; tiene unos sentimientos bastante buenos para pensar nunca por s? mismo en faltar ? ese compromiso ... pero el tiempo trae frecuentemente modificaciones en los planes mejor formados.... Los caracteres se manifiestan libremente, las simpat?as se debilitan, las ideas de independencia se abren paso.... Ciertamente, usted es una persona avisada y resuelta.... Usted sabe ver claro ? imponer sus deseos.... Pero, sin embargo, bueno es prever que el marido pueda ser mal aconsejado....

Hacia un instante que la se?orita Guichard estaba agitada y moviendo los pies como si quemase el suelo. Al oir las ?ltimas palabras no pudo contenerse y exclam? en voz alta:

--?Mal aconsejado! ?mal aconsejado! ?Por qui?n?

--C?lmese usted, querida se?orita, dijo con aire asustado la alcaldesa. No tome usted en mal sentido mis palabras, inspiradas s?lo en el inter?s que por usted tenemos mi marido y yo....

--Su marido de usted ... interrumpi? la fogosa solterona, ?qu? ha sabido? D?game usted la verdad!

--Pero si no sabe nada; supone solamente, como yo, que don Mauricio podr?, en un momento dado, ser impulsado por una influencia ... exterior....

--?Cu?l! Diga usted todo su pensamiento....

--?Pero si eso ser?a tan natural, querida se?orita!... El se?or Roussel de Pontournant....

--?Oh! Ya se ha pronunciado ese nombre execrable, exclam? con amarga sonrisa la se?orita Guichard; si, el se?or Roussel, el tutor de Mauricio.

--Y primo hermano de usted, insinu? la se?ora Tournemine.

--Y mi m?s mortal enemigo, s?, se?ora. He aqu? el peligro para m?.... Pero lo he prevenido de antemano. El se?or Mauricio Aubry est? indispuesto con su tutor y la ausencia del se?or Roussel en un d?a como este es buena prueba de lo que la digo. S?; para entrar en mi casa, el marido de mi sobrina deb?a romper todos los lazos con el que me odia.... Era preciso que escogiera entre ?l y nosotras y as? lo ha hecho. ?Podr?a haber dudado un solo instante?

Al decir esto, la se?orita Guichard se?alaba ? los reci?n casados que estaban de pie cerca de la ventana del jard?n, muy cerca el uno del otro, sonrientes y radiantes, formando un precioso grupo. La joven se hab?a quitado el velo y la corona y con el traje blanco cubierto de flores de azahar, rubia y sonrosada y los ojos animados por la alegr?a, era la imagen viva de la felicidad. Muy moreno, la barba en punta, el cabello cortado coronando una hermosa frente, viva la mirada, Mauricio hab?a cogido la mano de Herminia y la hablaba con animaci?n. ?Qu? dec?a? La se?orita Guichard no pod?a o?rlo. Pero la joven mov?a la cabeza con aire de duda y una cierta inquietud. Di? algunos pasos por la escalinata y lentamente, seguida por Mauricio, descendi? al jard?n. Una vez all?, seguros de estar ? salvo de los indiscretos, reanudaron la conversaci?n empezada en medio de sus invitados.

--Era el ?nico partido que pod?amos tomar, dijo Mauricio.

--Pero ?qu? peligroso! suspir? Herminia.

--Si hubi?ramos descubierto nuestros proyectos todo estaba perdido; ?pod?amos entonces obrar de otro modo que como lo hemos hecho?

--Es verdad. Pero, sin embargo, me oprime el coraz?n la idea de que enga?o ? la que me ha servido de madre.

--Es por su misma tranquilidad.

--?Est?s bien seguro?

--Mi padrino est? pronto ? reconciliarse con ella.... Ayer mismo me lo repiti? y lo har? por cari?o hacia m?. ?Puedes admitir que la se?orita Guichard sea m?s intransigente y menos tierna?... Hay que contar con la primera impresi?n que producir? ? tu t?a la presencia del se?or Roussel. ?l est? decidido ? ofrecerle la mano y hasta ? darle explicaciones, ?y bien sabe Dios que no se las debe!... Si ante tanta condescendencia la se?orita Guichard no se desarma, ser? preciso desesperar de todo. Yo estoy lleno de esperanza porque te adoro, y sin esa reconciliaci?n no hay dicha posible para nosotros.

--?Ah! Mauricio, hemos sido muy atrevidos ocultando la verdad ? mi t?a ...?Acaso hubiera sido mejor dec?rselo todo!

--?Para que un cuarto de hora despu?s me hubiera puesto en la puerta y me hubiera impedido volverte ? ver?

--Es posible que yo la hubiera enternecido con mis s?plicas y mis l?grimas. Me quiere verdaderamente y hubiera dudado antes de causarme tanta pena....

--Eso era dudoso, querida Herminia, mientras que ahora soy tu marido, me perteneces, tengo derechos sobre ti. Y si fueran puestos en duda....

--Bien, ?qu? har?as? pregunt? la joven con encantadora sonrisa.

--Tomar?a una resoluci?n violenta. Te llevar?a, de aqu?, y lejos de las luchas de familia, al abrigo de antiguos rencores, vivir?a para ti sola y tratar?a de hacerte olvidar con mi ternura las afecciones transitoriamente abandonadas....

--Eso ser?a una ingratitud.

--Eso ser?a habilidad. Ya ver?as como se establec?a prontamente la inteligencia. El vac?o que har?amos traer?a la reflexi?n y la reflexi?n producir?a la reconciliaci?n.... Cr?eme, querida Herminia, unidos somos muy fuertes.... Y si me dejas conducirte, si obras como yo te lo aconseje, tenemos segura la victoria.

--Me hace mucha falta creerlo as?....

Estaban en este momento en una preciosa calle de frondosos ?rboles, lejos de todas las miradas. Mauricio rode? con el brazo el talle de su joven esposa y la atrajo hacia s?. Herminia, ruborizada, baj? sus hermosos p?rpados y con un movimiento de gracioso abandono, apoy? la cabeza en el hombro de Mauricio.... ?ste se inclin? hacia ella y dulcemente acarici? con un beso la blanca frente y los cabellos de oro de la mujer amada.... Y con lentitud tomaron de nuevo el camino de la casa, donde, en el sal?n, abierto de par en par, la se?orita Guichard segu?a haciendo los honores, ignorando el peligro que le amenazaba.

"Antiguo rencor" hab?a dicho Mauricio hablando de los disentimientos que divid?an hac?a veinte a?os al se?or Roussel y ? la se?orita Guichard. Hubiera podido a?adir "rencor de amor", porque si la t?a de Herminia odiaba tan ardientemente al tutor de Mauricio, era por haberle amado demasiado. Una pasi?n convertida en aborrecimiento y cuya levadura fermentaba siempre con violencia en el coraz?n de la solterona. Hacia el a?o 1867, el se?or Guichard, soltero muy rico y cuyos herederos eran su sobrino, Fortunato Roussel y su sobrina Clementina Guichard, hab?a acariciado el sue?o de no dividir su fortuna y de casar ? sus sobrinos. Esta alianza hab?a sido fijada en una de las cl?usulas de su testamento, y queriendo servirse del inter?s como agente de su voluntad, hab?a desheredado al que se negase ? casarse con su coheredero.

Despu?s de haber llorado al difunto lo que ped?an las conveniencias, Fortunato y Clementina tuvieron una entrevista con el notario, el cual, al ilustrarles sobre las intenciones de su t?o, les procur? una sorpresa que no era precisamente en los dos de la misma naturaleza. Mientras Clementina salt? de gozo, pues hab?a sentido siempre resuelta inclinaci?n por su primo, ? quien se llamaba en su casa el bello Roussel, Fortunato torci? el gesto, pues se sent?a menos que medianamente predispuesto al matrimonio, por sus ideas generales acerca del santo lazo y mucho menos a?n por su gusto particular hacia la se?orita Guichard. Tan poco entusiasmo demostr?, que su prima concibi? un violento despecho, que se manifest?, no ciertamente con frialdades, sino con un aumento de amabilidad.

Lo peor del caso fu? que este modo de estar amable ten?a en Clementina algo de molesto y de autoritario que crispaba los nervios de Fortunato. Parec?a decirle: "Estoy condescendiente con usted, porque usted me pertenece. Mis bondades son una de las consecuencias de mi poder sobre usted. Le tengo ? usted en mi gracia, como ? mis perros, ? mis loros ? ? mis criados, si me acarician, me divierten y me sirven bien. Pero, ?ay de usted, como de ellos, si no procura por todos los medios satisfacerme!" Y el diablo quiso, precisamente, que ese despotismo afectuoso fuese, entre todas las formas de ternura, la que m?s disgustase ? Roussel, muy vivo, muy independiente, y absolutamente nada inclinado ? dejarse dirigir, siquiera fuese por una mujer bonita. Porque Clementina, de edad de 23 a?os, era agradable, ? pesar de un cierto aire masculino que se indicaba por la abundancia de sus cejas, la firmeza de su perfil, la dureza de su voz y ciertos movimientos bruscos que hubieran gustado en una cantinera. Con todo, ten?a estatura elevada, buen aire, ojos magn?ficos, tez mate y admirable cabello negro.

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