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Read Ebook: Un antiguo rencor by Ohnet Georges

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Ebook has 1404 lines and 49126 words, and 29 pages

Lo peor del caso fu? que este modo de estar amable ten?a en Clementina algo de molesto y de autoritario que crispaba los nervios de Fortunato. Parec?a decirle: "Estoy condescendiente con usted, porque usted me pertenece. Mis bondades son una de las consecuencias de mi poder sobre usted. Le tengo ? usted en mi gracia, como ? mis perros, ? mis loros ? ? mis criados, si me acarician, me divierten y me sirven bien. Pero, ?ay de usted, como de ellos, si no procura por todos los medios satisfacerme!" Y el diablo quiso, precisamente, que ese despotismo afectuoso fuese, entre todas las formas de ternura, la que m?s disgustase ? Roussel, muy vivo, muy independiente, y absolutamente nada inclinado ? dejarse dirigir, siquiera fuese por una mujer bonita. Porque Clementina, de edad de 23 a?os, era agradable, ? pesar de un cierto aire masculino que se indicaba por la abundancia de sus cejas, la firmeza de su perfil, la dureza de su voz y ciertos movimientos bruscos que hubieran gustado en una cantinera. Con todo, ten?a estatura elevada, buen aire, ojos magn?ficos, tez mate y admirable cabello negro.

?C?mo, con tales prendas, Clementina no ten?a pretendientes y se dispon?a ? la ingrata tarea de vestir im?genes? Fortunato daba la explicaci?n en pocas palabras: "Produce cierta inquietud y malestar, dec?a; ?le parece ? uno que est? haciendo la corte ? un hombre!" Sin embargo, no por ambici?n de dinero, porque Roussel estaba al frente de un negocio muy lucrativo, sino por obedecer la ?ltima voluntad de su t?o, Roussel no hab?a rechazado la idea de casarse con Clementina y hab?a resuelto intentarlo; lo que denotaba en ?l que era un buen muchacho, porque su prima no le gustaba y ?l tend?a poderosamente ? la libertad.

Convinieron en verse para tratar de ponerse de acuerdo y todas las tardes iba Fortunato ? tomar una taza de t? en casa de Clementina. ?sta se hac?a de alm?bar para recibirle y ordinariamente, cuando ella le hab?a instalado ? un lado de la chimenea, Roussel se dec?a, mir?ndola ? buena luz: Verdaderamente, no es fea. Y procuraba por su parte romper el hielo que se amontonaba entre ellos. Todo iba bien durante una hora, pero despu?s la provisi?n de amabilidad de Clementina y las reservas de paciencia de Fortunato se agotaban poco ? poco, y llegaban las contradicciones, las discusiones, las frases agrias, y el primo sal?a de la casa con precipitaci?n, pensando: Dios m?o; ?qu? desagradable es! Ella le ve?a huir con pena, suspiraba y se echaba en cara su humor batallador, porque se daba cuenta perfectamente de su defecto, y se promet?a poner de su parte el d?a siguiente cuanto fuera preciso para no alterar la buena armon?a, pero jam?s lograba dominarse.

? Clementina ese olvido no le hac?a gracia ninguna. El t?tulo de Bar?n, y ese nombre con rastrillo, con barbacana y con torres almenadas, Pontournant, le fascinaba por su aire de la edad media y hubiera querido llevarle. Ser baronesa de Pontournant con los ochenta mil francos de renta del t?o Guichard, con m?s la fortuna de su primo y la suya; ?qu? sue?o! ?Y este Fortunato, poco complaciente, no quer?a que se le hablase de tal asunto! se burlaba de las veleidades aristocr?ticas de Clementina y no quer?a absolutamente proporcionarse el rid?culo de convertirse en bar?n de Pontournant ? los cuarenta a?os y siendo un notable comerciante, condecorado bajo el sencillo nombre de Roussel.

Cuanto mayor era su repugnancia ? satisfacer ese deseo de su futura, m?s grande se hac?a el ardor con que ?sta se empe?aba en impon?rsele. Discutiendo el pro y el contra del escudo nobilario hab?an roto ya algunas lanzas y de esto vino todo el mal. Clementina, rechazada con iron?a, se hab?a batido prudentemente en retirada; pero una retirada no es una derrota para quien posee una voluntad decidida y nuestra hero?na acechaba una ocasi?n de volver victoriosamente ? la carga. Fortunato Roussel acababa de ser nombrado capit?n de la Guardia Nacional de caballer?a, cuerpo aristocr?tico en el que procuraban servir entonces todos los elegantes de Par?s. Al felicitarle por su nombramiento, Clementina dijo ? su primo:

--Ya est?s enteramente metido en honores....

Ser?s recibido por el Emperador en las Tuller?as.... Te estoy viendo entrar en gran uniforme.... Estar?s magn?fico. Pero ?cu?nto mejor ser?a el efecto si al entrar te anunciasen: "?El se?or capit?n bar?n de Pontournant!..."

--?Bah! dijo el novio. El capit?n Roussel suena muy bien.

--Ser?a de muy buen gusto volver ? llevar el nombre de una ilustraci?n del primer imperio....

--Mi abuelo no pondr?a buena cara ? un miembro de la caballer?a ligera de la burgues?a parisiense....

--Que podr?a entrar en la aristocracia tan f?cilmente.

--?Bonita ventaja!

--Un bonito nombre cuadra muy bien ? un hombre arrogante.

--Prima, ?t? te propasas!

--Pero, en fin, ?? qu? viene ese empe?o de no llevar tu nombre?

--Porque yo soy un hombre de negocios.

--D?jalos.

--Dios m?o, ?y en qu? pasar? mi tiempo?

--En ocuparte de m?.

? estas palabras sigui? un largo silencio, como si Roussel hubiera estado midiendo todo el fastidio de semejante proposici?n y la se?orita Guichard calculando toda su inverosimilitud. Por fin, Clementina reanud? la primera la conversaci?n y dijo:

--?Por tan f?til motivo vas ? causarme una pena seria?

--Mi motivo no es m?s f?til que tu deseo.

--?Tan testarudo eres?

--?Y t? tan vanidosa?

--?Tan desgraciado ser?as por haberme hecho baronesa!

--?Y no es, acaso por serlo por lo que tanto deseas que nos casemos?

Aqu? se detuvieron, espantados del cambio de sus fisonom?as: Fortunato, rojo como un gallo, estaba ? dos dedos de la apoplej?a y Clementina, devorada por la bilis, parec?a amenazada de ictericia. Se encontraron mal y despu?s de algunas palabras insignificantes, necesarias para atenuar la amargura de sus r?plicas, se separaron muy descontentos y ? mil leguas de una inteligencia. Roussel se fu? ? pie para calmar la efervescencia de su sangre y dando al diablo ? su t?o Guichard y ? sus fantas?as testamentarias.

Una vez en su casa, durmi? mal; tuvo pesadillas espantosas y se despert? decidido ? permanecer soltero. Clementina, despu?s de haber pasado una parte de la noche rabiando y llorando, acab? por calmarse y se levant? con el prop?sito decidido de ceder en todos los puntos para no alejar ? Fortunato, sin perjuicio de reconquistar, una vez realizado el matrimonio, todas las posiciones abandonadas. Se sent? ? su mesa y escribi? ? su primo la m?s amable de las esquelas invit?ndole ? venir ? pasar la tarde con ella. Apenas hab?a salido la doncella para llevarla, lleg? una carta de Roussel anunciando ? Clementina que un negocio imprevisto le obligaba ? ausentarse por algunos d?as. La se?orita Guichard exhal? un suspiro, se propuso hacer pagar despu?s ? Fortunato las humillaciones que la dedicaba, y no pudiendo hacer cosa mejor que esperar, esper?.

Al cabo de quince d?as, como no recibiese noticias de su prometido ni oyese hablar de ?l, perdi? la paciencia y se decidi? ? informarse. Interrogada la portera de la casa, respondi? que el se?or Roussel estaba en Par?s, del que no se hab?a movido, y que acababa de entrar en su casa. ? Clementina se le subi? la sangre ? la cabeza; se vi? burlada, desde?ada; el temor y la c?lera la sublevaban al mismo tiempo. Prorrumpi? en una exclamaci?n que asust? ? la portera y enseguida, tomando su partido en un segundo, se lanz? ? la escalera, subi? los dos pisos, llam? con violencia, y sin preguntar nada al criado, que la conoci? y estaba estupefacto, entr? como una avalancha en el gabinete de su primo.

Fortunato, sentado en una gran butaca y con una excelente pipa en la boca, le?a tranquilamente su correo de la tarde, cuando la puerta, al abrirse bruscamente, le hizo levantar la vista. Se levant? r?pidamente al reconocer ? Clementina, coloc? la pipa sobre la chimenea, meti? las cartas en el bolsillo y con voz un poco temblorosa, porque ten?a la sospecha de haberse conducido sin galanter?a, dijo:

--?Calla! querida prima, ?eres t??

Despu?s de esta vulgaridad, permaneci? cortado, mirando con embarazo ? Clementina, que estaba p?lida, verdosa, sofocada, con los ojos dorados por la hiel. Por fin pudo recobrar la respiraci?n y temblando de c?lera, dijo:

--?Con que me ha enga?ado usted, dici?ndome que se ausentaba? Yo le cre?a de viaje y est? usted en Par?s....

--He vuelto antes de lo que pensaba, balbuce? Fortunato.

--No mienta usted; porque no ha salido de Par?s.

--Pero....

--?Oh! Ahora comprendo porqu? no quiere usted llevar su t?tulo ... No vendr?a bien con su car?cter....

--?Prima m?a!...

--Se ha portado usted conmigo como un pat?n.

--?Ah!

--Si, ?lo que ha hecho usted es una cobard?a!

Y excit?ndose con el ruido de sus propias palabras, anim?ndose con sus mismas violencias y viendo ? Roussel consternado, Clementina lleg? al paroxismo del furor. Traspasando todo l?mite, perdi? la cabeza y si su primo hubiera respondido en el mismo tono, hubiera sido capaz de pegarle. Pero ?l estaba tan pac?fico como ella excitada. En vez de replicar, de defenderse, observaba ? su adversario y se afirmaba en la resoluci?n de no unirse con semejante furia. Y, sin embargo, si en ese instante Fortunato hubiese proferido una sola palabra afectuosa; si hubiera procurado hacer vibrar el coraz?n apasionado de la se?orita Guichard, la hubiese hecho prorrumpir en sollozos, la hubiera obligado ? pedir gracia y la hubiera permitido demostrar la verdadera ternura que sent?a por ?l. Y acaso el uno y el otro hubieran sido felices, hasta tal punto arregla las cosas el amor. Pero Roussel no pronunci? la palabra de afecto y Clementina, ahogada por la rabia y no encontrando ya m?s injurias que lanzar ? la faz de su primo, arroj? un grito desgarrador y cay? en el sof?, v?ctima de un ataque nervioso.

Fortunato, que era la bondad misma, se precipit? ? su socorro y recibi? algunos puntapi?s y alguna que otra tarascada, pero no retrocedi? y empez? ? desabrochar ? Clementina, que lanzaba d?biles quejidos. Le moj? concienzudamente las sienes con agua de Colonia y le hizo aspirar un frasco de sales. Estando inclinado hacia su prima, abri? ?sta los ojos, le reconoci?, se levant? de un salto, le dirigi? una mirada de indignaci?n, se volvi? ? abrochar y de pie en el umbral de la puerta, dijo:

--Conste que soy yo la que ha dado un paso de conciliaci?n. Espero ? usted ? su vez esta tarde. Reflexione usted en las intenciones de nuestro t?o Guichard y vea si le conviene sufrir las consecuencias de desobedecerle.

Clementina hab?a vuelto ? ponerse dura y arisca y acab? de desagradar definitivamente ? Fortunato, el cual, creyendo necesario quemar sus naves y cortarse por completo la retirada, dijo en tono muy dulce:

--La consecuencia que tocar?, querida prima, ser? verte tomar mi parte en la herencia; t?mala, pues: creo que no es un precio muy elevado para la libertad.

Acababa de hacer oir ? Clementina las palabras m?s crueles que pudiera esperar de ?l. Su cara se descompuso y levantando una mano tr?mula ? la altura de la cabeza de Fortunato, respondi?:

--Est? bien; usted se arrepentir? toda su vida de lo que acaba de contestarme. Desde hoy le considero ? usted como mi m?s mortal enemigo.

Esperaba, acaso, en un arrepentimiento causado por la inquietud; pero hab?a escogido el peor de los medios para atraer ? Roussel, que no replic?; hizo una inclinaci?n de cabeza; abri? la puerta ? su prima y cuando la vi? en la escalera, volvi? ? entrar en su casa, encendi? de nuevo la pipa y continu? la lectura del correo de la tarde.

Sin embargo, no deb?a quedar tranquilo despu?s de esta salida amenazadora y muy pronto pudo darse cuenta de que Clementina, fuera de su casa, era todav?a m?s formidable. La se?orita Guichard empez? una guerra sorda contra aquel ? quien odiaba con todas las fuerzas de su amor enga?ado. Desde luego, como hab?a que explicar el rompimiento ? las personas de su intimidad y esta explicaci?n, dada por Clementina, ten?a que serle favorable y perjudicial, por tanto, para Roussel, la dulce prima di? ? entender que hab?a descubierto en su primo cierto vicio que le infund?a temores por su tranquilidad en el porvenir. Y como se hubiesen manifestado dudas, no exentas de curiosidad, hab?a declarado que la temperancia de Fortunato dejaba que desear. No hac?a falta m?s para que se esparciese el rumor de que aquel perfecto caballero, que parec?a tan sobrio y arreglado, beb?a y volv?a ? su casa en situaci?n de necesitar, para subir la escalera, la intervenci?n de su criado y de su portero.

Estos rumores llegaron ? o?dos de Roussel, que empez? por encolerizarse, pero despu?s tom? el partido de reirse de ellos, contando con que la gente que le conociese no dar?a cr?dito ? tan rid?cula especie. Pero si la credulidad p?blica rechaza con fastidio lo que redunda en ventaja del pr?jimo, acepta con apresuramiento lo que viene en su perjuicio. Decid ? cualquiera: "Parece que Fulano ha hecho una buena obra ? realizado una hermosa acci?n," y ese cualquiera os responder? con aire contrito: ?Puede!... Decidle, en cambio, que Fulano ha robado en el juego ? cometido estafas y exclamar? en tono de triunfo "?Ah; eso era de esperar!"

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