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Read Ebook: En el fondo del abismo: La justicia infalible by Ohnet Georges

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Ebook has 2301 lines and 90487 words, and 47 pages

EN EL FONDO DEL ABISMO

POR JORGE OHNET

PAR?S LIBRER?A DE LA Vda DE CH. BOURET 23, RUE VISCONTI, 23

EN LA MISMA LIBRER?A

?LTIMAS PUBLICACIONES

AFRODITA, por P. Louvs. Edici?n de lujo, con 150 grabados en el texto. 1 t. 18, oblongo.

LA DAMA VESTIDA DE GRIS, por JORGE OHNET. 1 t. 12.

UN ANTIGUO RENCOR, por JORGE OHNET. 1 t. 12.

LA HIJA DEL DIPUTADO, por JORGE OHNET. 1 t. 12.

LA IN?TIL RIQUEZA, por JORGE OHNET. 1 t. 12.

EL CURA DE FAVI?RES, por JORGE OHNET. 1 t. 12.

EL REY DE PAR?S, por JORGE OHNET. 1 t. 12.

EN EL FONDO DEL ABISMO, por JORGE OHNET. 1 t. 12.

BUEN MOZO, por G. DE MAUPASSANT. Edici?n ilustrada. 1 t. 12.

V?RGENES ? MEDIAS, por MARCEL PROUST. 1 t. 12.

LA CAPILLA DEL PERD?N, por ALFONSO DAUDET. 1 t. 12.

CABEZA DE FAMILIA, por ALFONSO DAUDET. 1 t. 12.

EL CULPABLE, por F. COPP?E. 1 t. 12.

ESTELA, por C. FLAMMARI?N. 1 t. 12.

FIN DEL MUNDO, por C. FLAMMARI?N. 1 t. 12. Edici?n ilustrada.

EN EL FONDO DEL ABISMO

Par?s.--Imprenta de la Vda de CH. BOURET.

JORGE OHNET

EN EL FONDO DEL ABISMO

TRADUCCI?N DE F. SARMIENTO

EN EL FONDO DEL ABISMO

PRIMERA PARTE

En el comedor de los Extranjeros del Club Autom?vil, los convidados estaban acabando de comer. Eran las diez de la noche y los jefes de comedor serv?an el caf?. Los mozos se hab?an retirado y en el sal?n contiguo estaban preparadas las cajas de cigarros para los fumadores. Hab?a all? doce comensales, seis hombres y seis mujeres, adem?s del anfitri?n, Cipriano Marenval, c?lebre industrial que hab?a hecho una inmensa fortuna fabricando y vendiendo una f?cula alimenticia que lleva su nombre. En torno de la mesa, adornada de flores extra?as y chispeante de cristales y de argenter?a, las mujeres de dudosa moral y los amables vividores convocados por Marenval estaban agrupados en un desorden tan familiar como explicable, dada la excelencia de los manjares y la calidad de los vinos, y escuchaban ? un joven alto y rubio que, ? pesar de las frecuentes interrupciones de que era objeto, segu?a hablando con tranquilidad imperturbable:

--?No! no creo en la infalibilidad humana; ni siquiera en la de los que tienen la profesi?n de dictar sentencias y que pueden por consecuencia atribuirse una experiencia particular. ?No! no creo que en el momento en que un ciudadano como ustedes y como yo se sienta en el banco de madera de la tribuna del jurado se vea s?bitamente iluminado por revelaciones superiores que le otorguen la ciencia infusa. ?No! no creo que unos honrados padres de familia, ni siquiera los solteros, en cuanto se endosan una toga, con ? sin armi?o, no sean ya susceptibles de enga?arse ni de dictar sentencias discutibles. En resumen, reclamo el derecho de creer en la ceguera de nuestros compatriotas en general y de los jueces en particular y siento, en principio, la posibilidad del error judicial!...

La concurrencia prorrumpi? en voces tumultuosas, se elev? un concierto de imprecaciones y algunas de aquellas se?oras empezaron ? golpear los vasos con la hoja de los cuchillos. Los amigos del orador trataron una vez m?s de imponerle silencio con sus risotadas.

--?Maugir?n, nos est?s aburriendo!

--?Una cena de multa, Maugir?n!

--?Se escurre como un macarr?n, este tipo!

--?Qu? cursi es eso! ?Pues no se ocupa de la magistratura!...

--?Oye! Pide una plaza de fiscal...

--?Sois todos unos idiotas! exclamo Maugir?n aprovechando un momento de calma.

--?Qu? grosero! dijo Marieta de Fontenoy. O?d, deb?amos marcharnos y dejarle solo.

--Marenval, ?por qu? nos invitas ? comer con personas que tienen conversaciones serias ? los postres? pregunt? la linda Luc?a Pithiviers.

--Mira, ah? tienes ? Tragomer, dijo Lorenza Margillier ? Maugir?n, que escuchaba impasible todos esos ap?strofes. Ah? tienes un guapo muchacho que no es fastidioso en la mesa. Solamente ha hablado para decir cosas agradables. Tengo un capricho por ?l, y si ?l quiere te planto, para ense?arte ? hacer conferencias.

--?Digo, digo! exclam? Maugir?n; ah? tienes un buen negocio, Tragomer, y yo tambi?n. Lorenza me quiere dejar por ti... No vaciles, amigo m?o, t?mala. No desperdicies tanta dicha, ni aun al precio de mi desesperaci?n. Pero, ante todo, dinos qu? opinas sobre los errores judiciales.

--?Oh! basta... ?Pues no vuelve ? empezar! ?Esta chiflado! ?Al ateneo! ?Hacedle tragar la servilleta!

Todas estas interrupciones surg?an de un coro de carcajadas, mientras, el convidado ? quien se hab?a dirigido Maugir?n permanec?a silencioso ? impasible. Era el tal un hombre como de treinta a?os, alto, fornido, de cabeza cuadrada, color tostado, negros y rizosos cabellos y magn?ficos ojos azules. Su boca se dibujaba grave bajo un oscuro bigote y su barbilla afeitada ofrec?a todos los caracteres de la firmeza, casi de la obstinaci?n. Su ancha frente limitada por las cejas, era blanca, surcada por admirables sinuosidades en las que se revelaban las facultades de reflexi?n y de imaginaci?n. Al verle de pronto serio y un poco sombr?o, la animaci?n de los convidados se enfri? s?bitamente. El viejo Chambol, amigo inseparable de Marenval, interrog? con una especie de inquietud al joven, cuya gravedad contrastaba tan fuertemente con la alegr?a de aquella comida.

Tragomer levant? la frente y una sonrisa ilumin? su semblante.

--Lorenza es encantadora, pero si aceptase su proposici?n, no me perdonar?a el haberla hecho dejar ? Maugir?n y ?ste me guardar?a rencor por hab?rsela quitado. No arriesgar?, pues, esta doble p?rdida. Si me hab?is visto un momento pensativo es que reflexionaba sobre lo que acaba de decir nuestro amigo y que bajo los excesos de elocuencia ? que se ha entregado creo que hay un fondo de verdad...

--?Ah! exclam? triunfalmente Maugir?n. ?Lo veis? Tragomer, noble bret?n cuya sinceridad est? fuera de duda, puesto que no quiere enga?arme con mi... amiga que se le ofrece sin ambages, comparte conmigo la opini?n que yo he tenido el honor de desarrollar ante esta honrada concurrencia... Habla, Tragomer; t? debes tener argumentos para estos mogigatos que me chillaban hace un momento y ahora te escuchan con la boca abierta porque tomas esos aires tenebrosos que les hacen esperar revelaciones sensacionales. ?Anda, amigo m?o, rompe los diques de tu elocuencia, conv?ncelos, apl?stalos, ? Marenval sobre todo, que ha estado innoble conmigo, interrumpi?ndome continuamente, como si estuviese yo elogiando alguna falsificaci?n de su f?cula, que es, dicho sea de paso, la m?s sospechosa porquer?a que se ha fabricado nunca en los dos hemisferios!

--?Adi?s! ya se dispar?... exclam? Marenval con desesperaci?n. ?Qui?n detiene ese molino de palabras?

--?C?llate! grit? el coro de convidados.

--?Tragomer! ?Tragomer!

Y los cuchillos golpeaban los vasos en cadencia, con un ruido ensordecedor. El joven Maugir?n hizo un signo con la mano para reclamar silencio y con voz aflautada dijo:

--El se?or vizconde Cristi?n de Tragomer tiene la palabra sobre el error judicial y sus fatales consecuencias.

En seguida se volvi? ? sentar y un silencio profundo se produjo, como si todos los concurrentes sospechasen que Cristi?n ten?a revelaciones importantes que hacer.

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