Read Ebook: Viajes de un Colombiano en Europa primera serie by Samper Jos Mar A
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Aunque el espect?culo no me era desconocido, no pude resistir ? la tentacion de contemplarlo de cerca. As?, salt? de mi hamaca, convid? ? dos amigos y me fui ? tierra, tomando la direccion que nos indicaban el canto mismo y una luz rojiza que brillaba entre las sombras espesas de la selva. La playa estaba desierta y ni un solo boga dorm?a sobre las toldas de los champanes amarrados ? una ancla de hierro y algunos gruesos troncos. Despues de andar por un trayecto de doscientos metros, por enmedio de las arboledas, descubrimos un espect?culo en extremo interesante.
?Qu? impresion tan profunda experimenta el corazon del patriota, so?ador del progreso, cuando por primera vez se confia, como viajero, ? esa segunda providencia, ? ese esp?ritu invisible de la humanidad, trasfundido en el poder d? la mec?nica, que se llama el vapor! La onda se humilla, corriendo fugitiva, ante ese conquistador que la surca sin temerla y la azota con las ruedas de su carro triunfal; el monstruo de las aguas busca sus grutas escondidas en el abismo, comprendiendo que el imperio del elemento l?quido le pertenece ? un s?r infinitamente superior; y el huracan, ese J?piter sin forma, de aliento destructor, que impera sobre las soledades del p?ramo, de la selva, del arenal y del oc?ano, parece amansarse en presencia de ese viajero que opone ? las conmociones supremas de la creacion la fuerza misteriosa de la ciencia triunfante!
Mi alma se sinti? dominada por un recogimiento profundo. Sentado sobre el puente de proa, al lado de los timoneros, contempl? con inmenso placer el cielo trasparente y azul, las altas serran?as de los Andes, las selvas, el rio y cuanto formaba el panorama; y desde el fondo de mi coraz?n agradecido, bendec?a todas las revoluciones, los heroicos esfuerzos y la abnegaci?n de los hombres y los pueblos que, dando su sangre ? lo pasado, le han conquistado ? la posteridad los progresos de la ?poca actual y del porvenir.
EL BAJO MAGDALENA.
Las riberas del gran rio.--<
?Qu? de figuras y pormenores extravagantes en la turba semi-africana que nos invad?a!--Diez ? doce mujeres, zambitas y zambazas, ? viejas requemadas, todas alegres, con alpargata suelta por calzado, un pa?uelo de cuadros escandalosos atado ? la cabeza en forma de gorro ? turbante, y un camison flaco y desairado, de zaraza ? muselina burda, con el gracioso arete de oro ? tumbago en la oreja, hicieron irrupcion por todas las escaleras del vapor, seguidas de veinte muchachos y mocetones, rollizos y tostados por el calor tropical. En breve se dispersaron por los salones y camarotes, movidos por la curiosidad, y fueron ? sentarse en medio de las se?oras y los caballeros de ? bordo para entablar conversacion con una familiaridad encantadora. En todas se notaban las bellas trenzas de cabello negro y abundante, ? veces crespo, el labio grueso y voluptuoso, la nariz abierta y palpitante, el ojo negro y ardiente, el color pardo oscuro, la voz agitada, estent?rea, libre como el soplo del viento, la risa franca y picante, el andar provocativo, con un dejo lleno de coqueter?a, y el car?cter sencillo, hospitalario y lleno de cordialidad.
Al cabo el vapor lanz? su prolongado silbido; nuestro Irlandes declar? que era llegado el momento solemne de la vida, Las copas se llenaron, el puerto se perdi? de vista; y al esconder el sol su disco de fuego fu?mos ? atracar al pi? de la alta barranca de la aldea de Regidor, donde ? un paisaje infinitamente bello debia combinarse el cuadro de costumbres mas t?pico que era posible encontrar.
La luz rojiza de la hoguera, extendi?ndose sobre un fondo oscuro, aumentaba el romanticismo de la escena, porque el bosque vecino aparecia como una inmensa caverna, y las sombras de los danzantes, m?sicos y espectadores, as? como las de los m?stiles y las copas de los cocoteros, se proyectaban en perspectiva de un modo singular.
Las ocho parejas, formadas como escuadron en columna, iban dando la vuelta ? la hoguera, cogidos de una mano, hombre y mujer, sin sombrero, llevando cada cual dos velas encendidas en la otra mano, y siguiendo todos el compas con los pi?s, los brazos y todo el cuerpo, con movimientos de una voluptuosidad, de una lubricidad c?nica cuya descripcion ni quiero ni debo hacer. Y esas gentes incansables, impasibles en sus fisonom?as, indiferentes ? todo, bailaban y daban vueltas y vueltas con la mec?nica uniformidad de la rueda de una m?quina. Era un c?rculo eterno, un movimiento sin variacion, como la caida del torrente, como el caliente remolino de fuego ? de arena que se fija en un punto, en medio de un bosque incendiado ? en la mitad de una playa azotada por el huracan. La incansable tenacidad de los danzantes correspondia ? la de los m?sicos; y ? pesar de emociones tan ardientes al parecer, ni un grito, ni un acento l?rico, ni una sola palabra pronunciada en alto interrumpia el silencio extra?o de la escena.
Es tal la resistenc?a habitual ? el teson con que esa gente se entrega al "currulao" que algunas veces duran hasta dos horas tocando ? bailando, sin descansar un minuto.
Aquella danza es una singular paradoxa: es la inmovilidad en el movimiento. El entusiasmo falta, y en vez de toda poes?a, de todo arte, de toda emocion dulce, profunda, nueva, sorprendente, no se ve en toda la escena sino el instinto maquinal de la carne, el poder del h?bito dominando la materia, pero jamas el corazon ni el alma de aquellos salvajes de la civilizacion. Ninguno de ellos goza bailando, porque la danza es una ocupacion necesaria como cualquiera otra. De ah? la extra?a monoton?a del espect?culo.
Aunque ninguno se rinde, de tiempo en tiempo un hombre ? una mujer sale del circulo de espectadores, le quita las velas ? uno de los danzantes, le reemplaza sin ceremonia, y el que deja el puesto va ? colocarse en la gran rueda, impasible como un tronco, sin revelar cansancio, ni placer, ni pena, ni zelos, ni amor, ni emocion alguna. El cambio se hace como si al reedificar un muro se quitase una piedra para poner otra en su lugar. La vida para esas gentes no es ni un trabajo espiritual, ni una peregrinacion social, ni siquiera una cadena de deleites y dolores f?sicos: es simplemente una vegetacion, una manera de ser puramente mec?nica.
Fig?rese el lector un huerto de tres leguas de extension, tendido como un manto de verdura sobre la m?rgen de un rio gigantesco, y tendr? todav?a una idea muy inferior ? la realidad. Ese trayecto valdr?a en Europa millones y millones de francos ? florines. En Colombia ... no vale nada: es un tesoro de cuya posesion nadie se apercibe, porque sus riquezas se ven por todas partes, casi sin necesidad de cultivar la tierra. Aunque en una y otra m?rgen del rio se observa la misma fecundidad en la tierra, el mismo lujo en la vegetacion, abundancia de ganados que bajan de las llanuras vecinas, riqueza de formas en los sauces y las altas gram?neas, etc., etc., la orilla izquierda, mas cultivada y poblada, llama de preferencia la atencion del viajero. El terreno es una angosta y largu?sima vega toda cultivada y cuyo suelo casi no calienta el sol, segun es de tupido el follaje del bosque interminable que lo cubre. Todo aquello es dulcemente sombr?o, y el viajero que pasa como una exhalacion en alas del vapor, se imagina ver la isla de Calipso, con su primavera eterna, ? un huerto a?reo que la mano de una hada misteriosa va mostrando tras del lente m?gico, cual un cosmorama inasible y movedizo.
?Qu? bosque aquel! De trecho en trecho se suele ver una peque?a plantacion de ca?a de az?car, ? un verde platanar que exhala el perfume de sus racimos cuajados de miel, cayendo sobre los v?stagos desnudos como cintillos de topacio bajo una b?veda de esmeralda. Pero esas plantaciones ap?nas interrumpen ligeramente la selva interminable de naranjos, limoneros, mangos, ?rboles de mamei, de zapote, de n?spero, de mil frutas deliciosas, sobre cuyas capas iguales, suntuosas, de verdes diferentes, pobladas de frutas, de sombra y de perfumes, se destacan los m?stiles y los penachos de los cocoteros, como las velas y el arbolaje de una barca sobre las verdes ondas de una bah?a tranquila, suavemente rizadas ap?nas por el soplo de las brisas de la tarde. All?, bajo esos pabellones, la luz se amortigua, la paz reina como en un jardin, los racimos flotantes de naranjas provocan, los p?jaros cantan como en una mansion de amor, y la naturaleza, idealizada, parece evaporarse en perfumes y colores como si un voluptuoso deleite la mantuviese magnetizada y feliz....
Mompos es una ciudad interesante en todos sentidos. Su ampl?simo puerto contiene siempre multitud de embarcaciones ind?genas, y sus albarradas, sus corpulentas ceibas, el contraste de sus construcciones dominando la playa, y sus ricas arboledas de frutales, le dan un aspecto tan pintoresco que provoca al viajero ? visitar el interior. Situada la ciudad en un terreno bajo y arenoso, sin el amparo de monta?as que la dominen, la brisa falta enteramente, sus arboledas se mantienen inmobles y el calor es tan sufocante que casi suspende la respiracion.
El otro barrio es el asilo de las clases acomodadas, gentes que, pasados los momentos de contiendas, son estimables por su car?cter generoso y franco y su hospitalidad para con el viajero. Mompos es la ciudad que resume por excelencia el contraste de la conquista ? la civilizaci?n espa?ola con la antigua situacion ind?gena. Si la parte de arriba es esencialmente nacional ? colombiana, la de abajo es, por su estructura, enteramente espa?ola. Una arquitectura pesada y de estupenda solidez, multitud de hermosas iglesias que son mediocres monumentos, calles anchas, rectas y sin pavimento, muros pintados de amarillo y rojo, puertas arqueadas, galer?as de columnas prodigadas, inmensos salones, altas celos?as de hierro en todas las ventanas, muebles colosales y pesados para el menaje interior, bellas arboledas de frutales en todos los patios, y mil pormenores en extremo curiosos, le dan ? Mompos el aire de una ciudad hispano-morisca, que tiene el sello de la conquista ib?rica.
Pero Mompos no es solo una ciudad graciosa y pintoresca. Es tambien un dep?sito ? puerto de escala important?simo, que hace juego con las plazas mercantiles del interior, Honda y Medellin, con la exportacion agr?cola de Oca?a y Valle-Dupar, con las ferias comerciales de los pueblos del bajo Cauca y Magdalena, y con las ciudades de Cartagena, Barranquilla y Santa-Marta, por las cuales las ramificaciones del gran rio hacen girar el comercio exterior de Nueva Granada en su parte mas considerable. Los vapores hacen siempre escala en Mompos; su plaza es afamada por su produccion de licores, joyer?a esmerada, herramientas y vasos porosos elegantes y finos. En mi concepto, despues de Barranquilla talvez, Mompos es la poblacion de mas porvenir en el bajo Magdalena.
Entre tanto, se ven al oriente, ? una inmensa distancia y casi confundidas con el color ceniciento de las nubes, las altas serran?as de Valle-Dupar y la rica y brillante Sierra-Nevada que domina las costas de Santamarta; mientras que en el rio se van descubriendo, como blancas garzas que rozan las ondas encrespadas por la brisa, las velas de los botes mercantes que vienen de Barranquilla ? Calamar en direccion ? Mompos, ? que descienden servidos por el remo. La brisa marina es tan fuerte all?, sinembargo de la considerable distancia de la costa, que la vela es suficiente para hacer remontar un bote considerable, y el oleaje del rio toma proporciones semejantes ? las de oc?ano tranquilo.
Entretanto, la navegacion ? vapor, bien regularmente establecida en las aguas del caudaloso Magdalena; las nuevas instituciones federalistas,--que permiten hacer esfuerzos mas directos en el inmenso valle que aquel rio fecunda, para darles vida social ? sus aisladas poblaciones,--y el desarrollo indefinido que all? puede tener la agricultura intertropical, mediante el ensanche del consumo en los mercados exteriores, desarrollo que comienza ? iniciarse,--son elementos que hacen esperar que no muy tarde las regiones hoy desoladas que el viajero contempla con profunda tristeza, ser?n la tierra de una raza liberal, en?rgica y valerosa, que alcanzar? el bienestar con la pr?ctica de la democracia y la actividad de la industria.
LA REGI?N MAR?TIMA.
El canal del <
El 7 de febrero ? las doce de la ma?ana mi bote estaba preparado, y part? con mi familia del puerto de Calamar para descender el canal del Dique, prefiriendo esa via mas bien que la de tierra, porque si esta era mas corta, la otra tenia para m? todo el interes de una obra nacional importante para el comercio, y todo el encanto de una navegacion en extremo pintoresca.
En un trayecto de diez ? doce kil?metros el canal, con una anchura uniforme de diez ? catorce metros, parece una inmensa calle trazada en perspectiva, recta en lo general y con aspecto mon?tono y desapacible. Las barrancas de las dos orillas, cortadas y desnudas; la vegetacion mediana y sin elegancia; el sol ardiente que sufoca y devora; la regularidad del trayecto; las plagas infinitas de insectos voladores que hacen salir la sangre envenenada por cada picadura, y la increible multitud de enormes iguanas y lagartos que se arrastran por entre los tostados matorrales de las orillas,--todo eso contribuye ? entristecer al viajero durante las tres primeras horas de navegacion.
Por lo dem?s, la poblaci?n de Cartagena tiene las mas excelentes cualidades sociales: hospitalaria en alto grado, franca, generosa, jovial y siempre animada de un profundo sentimiento de patriotismo, que parece mantenido por el recuerdo mismo de las glorias de Cartagena. La pol?tica agita mucho ? los vecinos; pero pasada la lucha transitoria, todos vuelven ? una fraternidad que se revela en el trato social, en el sentimiento de caridad y en el esp?ritu de independencia pol?tica y de intimidad personal que los anima ? todos.
Cartagena tiene muchos elementos de prosperidad, y puede ser grande por la agricultura interior y por el comercio de importacion y exportacion. Pero para prepararse un porvenir digno de su posici?n, necesita abrir paso ? los vapores entre su puerto y el rio Magdalena, restableciendo su canal casi obstruido, ? bien fundar la comunicaci?n terrestre por medio de un ferrocarril ? una buena via carretera. El mundo colombiano, en todas sus regiones, tiene cuanta riqueza puede imaginarse: la naturaleza le ha dado la promesa del mas venturoso porvenir, en la opulencia de su territorio, y en la bravura heroica de sus hijos. Lo que ese hermoso mundo necesita es contacto con las dem?s sociedades, con todas las razas, con la civilizaci?n exterior en todo su desarrollo. As? puede decirse que la obra compleja de civilizar ? Colombia est? resumida en esta frase; comunicarla con el mundo, lanzarla en el movimiento universal.
?Qu? espect?culo tan solemne es el del oc?ano! Delante de esa grandeza, de ese abismo que guarda en su seno la base de los continentes, de esa majestad suprema de la naturaleza, es preciso tener fe, levantarse hasta Dios, vivir con el pensamiento en la eternidad, llenarse de la idea de lo infinito, creer en la eterna armon?a de la Creacion, admitir la noci?n sublime del progreso indefinido, admirar la supremac?a del hombre sobre los elementos! All?, en medio de ese pi?lago que se mueve sombr?o ? incansable, sobre ese lomo de cristal l?quido que nos lleva de continente en continente, es preciso sentir profundamente, admirar, adorar en silencio, vivir de una divina inspiraci?n, ser poeta, cantar, y sentir en el corazon un no s? qu? de her?ico, de grande, segun la inminencia aparente del peligro!
A fuerza de leer y meditar algo, habia llegado ? formarme, all? en el corazon de los Andes, la idea del oc?ano; lo habia so?ado con toda su soledad asombrosa, su misterio, sus efectos de luz maravillosos, sus ondas agitadas y terribles, sus calmas amenazadoras, sus trombas y tempestades, sus vagos suspiros, sus mugidos ruidosos, sus mil fen?menos de ?ptica, de vegetacion oculta ? viajera, de poblacion increiblemente variada entre los pliegues de sus ondas.... Y sinembargo de mis fantas?as, que eran de una exactitud completa, me sent? sorprendido, sobrecogido de admiracion, lleno de miedo y de valor alternativamente, y como en un mundo distinto del de la Creacion, cuando, ya lejos de las playas rocallosas y desiertas de Cartagena, reconoc? que la tierra quedaba en lo pasado, como una sombra, y que desde aquel momento mi vida y la de mis amores pertenecian ? la ciencia y las borrascas disput?ndose el imperio de la inmensidad!
Cartagena iba ? desaparecer. La costa de Colombia no era ya sino una faja oscura, vaga, fant?stica, y las altas torres de la vieja y her?ica matrona de la independencia colombiana se destacaban ap?nas en el horizonte, como puntos blanquecinos ? peque?as nubes evapor?ndose de momento en momento. Al fin todo perdi? su forma y su color; la altura de las ondas, abultada por la ?ptica, cubri? la lista lejana; la perspectiva se acab?, y en vez de la tierra no v? sino la faz movible y escarpada del oc?ano.
Ent?nces mi pensamiento comenz? otro giro. La ancha y reluciente estela del vapor me hizo meditar en la historia de la ciencia y del heroismo, y evoqu? con recogimiento y veneracion la memoria de Vasco de Gama, de Colon, de Balboa, de Magallanes, de Cort?s, de Pizarro, de Lap?rouse y de Cook, cuya fe y abnegacion han hecho avanzar el mundo en la carrera perdurable de la civilizacion! Y luego ?qu? de luchas, de sacrificios, de siglos de labor, pasando la obra del progreso de generacion en generacion, como la herencia de la humanidad entera!
?Cu?nto no ha sido necesario para que el hombre fundase su imperio sobre la Creacion, encadenando los elementos bajo su planta soberana y guiando su quilla triunfadora bajo la inspiraci?n de la ciencia! Los Fenicios, los Cartagineses, los Griegos y los Italianos, los Portugueses y Espa?oles, los Ingleses y Holandeses, ?cu?nto no han tenido que hacer para que Fulton y sus predecesores y sucesores le revelasen al mundo las maravillas del vapor!
?Qu? es el hombre? D?bil por su fuerza f?sica; peque?o como un humilde ?tomo en presencia de las monta?as y los mares; nulo delante de la incomensurable majestad del cielo y de los mundos que lo pueblan; nacido con la herencia del dolor; perecedero en su forma como todo lo que existe en el mundo f?sico,--el hombre ha recibido sinembargo una potencia que no tienen las monta?as, el oc?ano, las tempestades ni los astros: el ESP?RITU. Y esa sola potencia, que es el soplo de Dios, que es la fuerza suprema, que es mas que la luz y que la vida, porque es la esencia creadora, inmortal y divina, le ha bastado para descomponer y analizar y someter la luz, guiar la electricidad, esclavizar los vientos, poner ? su servicio el fuego y la explosi?n, domar los furores del oc?ano, escudri?ar los secretos del cielo y de la tierra, producir la fuerza hasta lo infinito y suprimirla ? su antojo!
?El hombre es, pues, creador; el hombre es soberano, es superior ? la naturaleza! Por qu?? porque es esp?ritu, porque la ciencia es su rayo, el pensamiento su palanca tit?nica, la palabra su irresistible instrumento de conquista! S?; el hombre es soberano porque no es esclavo de la materia, porque es inmortal como especie y pensamiento, porque su destino es el progreso indefinido, sin mas principio que Dios y sin otro fin que Dios!
Oh! el hombre es muy grande; y yo no querr?a otra cosa para convencer ? los que niegan la ley del progreso, ? los que dudan de la supremac?a del hombre, ? los que no tienen fe ni en Dios ni en el esp?ritu de la humanidad,--no querr?a mas que hacerles dejar sus curules empolvadas, sus c?tedras carcomidas por el tiempo, y traerles a la mitad del oc?ano, donde este ser diminuto y d?bil como materia, este pigmeo armado de los rayos de Dios, que se llama el Hombre, se pasea tranquilo por en medio de un abismo agitado y terrible; fuerte por la posesi?n de una br?jula, un cron?metro, un anteojo, y los resortes y las v?lvulas de una maquina de hierro que hace volar un barco sobre las ondas con la impunidad de la gaviota.
<> me pregunt? desfalleciente. No! me dec?a el alma. S?! me decia la carne!
Ent?nces me puse ? ba?arme la cara con agitaci?n casi febril, y ? chupar naranjas dulces con desesperaci?n. Me puse de pi?, me agarr? de las vergas laterales, de las barandas, y march?. La vista se me anublaba; caminaba ? tientas en medio de los marineros, y hacia esfuerzos supremos de voluntad ... Lo que pas? por mis m?sculos y nervios, por mis arterias y mi cerebro, es indescriptible; fu? una lucha interior tremenda, abrumadora, que me dej? casi ex?nime. Pero quince minutos despu?s me paseaba libre y sereno sobre la cubierta de popa, fumando y riendo, y luego, en asocio de un amigo y compatriota, hacia saltar el corcho de una botella de champa?a para beber por la patria, dici?ndome interiormente: <
EL OC?ANO.
El 13 de febrero estaba yo desde muy temprano sobre el puente del paquebote. El calor de los camarotes era insoportable a?n durante la noche, y yo queria no solo gozar de la brisa fresca de la ma?ana, sino asistir ? ese espect?culo sublime de la salida del sol. ?Qu? magnificencia de escena! qu? de tesoros de luz y de hermosura desconocidos hasta entonces por m?! El sol, como una inmensa urna de fuego, salia de entre las ondas, envuelto en una aur?ola de colores resplandecientes ? inasibles ? la vista, confundi?ndose al mismo tiempo en el cielo y en el oc?ano, de manera que las dos faces del horizonte, la de arriba y la de abajo, formaban una sola. Y el mar, que bajo la sombra del vapor era oscuro como la noche, del lado del oriente brillaba como un inmenso espejo, agitando sus escamas en un vaiven interminable que multiplicaba los efectos de luz en las cimas de las olas, y las medias tintas y las sombras fugitivas en los intersticios moment?neos abiertos al quebrarse las grandes moles cristalinas y espumantes.
El contraste de aquellas maravillosas hermosuras del elemento iluminado y agitado, con la soledad de aquel desierto movedizo, era imponente. ?Qu? suprema tristeza en el fondo de tanta vida de la naturaleza! El sol, la brisa, las ondas y el cielo azul y trasparente reflejaban la vida, mientras que la muerte y la desolacion se revelaban en esa inmutabilidad, en ese silencio, en ese vaiven incansable de un abismo colmado por las aguas del globo entero! El hombre es como el oc?ano: todo aqu? se sostiene por el equilibrio entre la vida y la muerte.
Generalmente los capitanes de los paquebotes ingleses son muy poco galantes, y muchos de sus oficiales son ordinarios en su educacion y sus modales. Unos y otros son muy intolerantes en punto ? la hipocres?a religiosa de los Ingleses sobre los domingos, y se nota que todos los marinos, desde el primero hasta el ?ltimo, tienen muchas supersticiones, talvez incompatibles con el h?bito del peligro.
Pero nada tan curioso como una Francesa que venia de San-Francisco de California con su marido, victima de un mareo permanente. La desdichada no hab?a tenido mas horas de alivio que las del tr?nsito por el ferrocarril de Panam?. De resto su ?nico oficio hab?a sido el de estar mareada, como el de su excelente consorte el de darle copas de brandy puro, remedio que algunos consideran eficaz para el <
Y una copa mas iba ? perderse en el mar interior de aquel est?mago incombustible y agitado por las convulsiones de un v?rtigo incesante.
Lo que refiero no es una invenci?n, es la verdad, y yo mismo me aturdia al ver esas escenas singulares, incomprensibles en una mujer y sobre todo en una Francesa. Un dia, en presencia de varias se?oras, la pobre viajera, como embrutecida por el mal, y acaso mas por el remedio, lleg? ? beberse siete vasos de brandy puro en el trascurso de tres horas!--Cuanto puedo decir es que hasta el Irlandes y algunos oficiales ingleses se escandalizaban.
El 17 ? las cuatro de la tarde entr?bamos ? la linda bah?a de San-Thomas, ya divertidos con los saltos y las evoluciones de dos ballenas que nos acompa?aban ? alguna distancia, ya encantados con el interesante aspecto de la bah?a y el pintoresco anfiteatro de la ciudad. Las escenes de la tarde, la noche y la ma?ana siguiente, merecen una r?pida descripcion.
La isla de San-Thomas es una colina rocallosa, rodeada de agua, y nada mas. Sus altas rocas caen sobre las ondas como tajadas ? pico; la tierra carece de toda vegetacion florida y fresca, y el aspecto general de la isla entera es trist?simo y desagradable.--Salvo, pues, la peque?a ciudad mar?tima ? comercial de San-Thomas, que contiene unos 6,000 habitantes, lo dem?s carece de valor absolutamente.
Como la ciudad es puerto franco y el centro de la red de comunicaciones que mantienen los vapores ingleses entre Hispano-Colombia, las Antillas ? Inglaterra, hay siempre en la bah?a un n?mero considerable de paquebotes, de buques mercantes y de fragatas ? corbetas de guerra, con grandes dep?sitos de carbon de piedra. La bah?a es estrecha, pero bastante bien abrigada, y pintoresca por el contraste de las embarcaciones con todas las banderas del mundo y por el juego que hacen algunos fuertes sobre el fondo gris de las colinas, las bellas quintas de las cercan?as, con elegantes azoteas y jardines, los grupos de palmeras, de naranjos y otros ?rboles peque?os, mantenidos con mucho esmero y fuertes gastos, porque la tierra no es bastante vegetal, y todo el conjunto gracioso de las casas de la ciudad, que tienen la forma de peque?os castillos ? de campestres residencias.
Era curioso oir ? todas esas vivanderas y ? los bateleros hablar en ingl?s, espa?ol, franc?s y a?n alem?n con la soltura m?nos gramatical del mundo, pero con una gracia encantadora, estropeando todas las lenguas y haciendo de ellas una especie de olla podrida tan extravagante como t?pica. En San-Thomas, donde se vive del tr?nsito y la poblacion es muy promiscua, todo el mundo se ve precisado ? aprender lo mas esencial de los idiomas vivos mas generales, aunque el ingl?s parece tener la preferencia; y ? fe que la turba pol?glota de aquella isla saca muchas ventajas de su dialecto matizado, en sus peque?as especulaciones.
A mis pies, formando cadena sobre un puente de trasbordo, trabajaban los marineros, entonando en coro sus canciones favoritas que produc?an eco en las colinas de la costa. Al frente se ve?an las mil luces de la ciudad, como la iluminaci?n caprichosa de uno de esos <
Los Hispano-colombianos, que eran no pocos, se mostraban en general sencillos y c?ndidos, maravill?ndose de todo y muy impresionables, sin reserva en la expresion de sus pensamientos; se pod?a notar que los h?bitos de la democracia hab?an formado en ellos el esp?ritu de independencia y cierta familiaridad expansiva que contrastaba con la reserva de las razas setentrionales de Europa. El Hispano-colombiano, aunque se impresiona mucho con todo lo que ve extra?o, se cree siempre en su pa?s y no se cuida de someterse ? las exigencias de las costumbres extranjeras. Y sinembargo, no hay viajeros que se trasformen mas que los hijos de Hispano-Colombia, acabando por asimilarse todo lo que encuentran mas saliente en las sociedades europeas, sobre todo en Francia. Dotados de un car?cter flexible y bastante novelero, si salen de su pa?s intolerantes, extremosos y un tanto hura?os, vuelven parisienses por los cuatro costados, olvid?ndose, por una metamorfosis completa, de la sencillez de sus costumbres primitivas.
Entre tanto, los Franceses cantaban ? silbaban, hac?an todo el ruido posible, mezcl?ndose en los corrillos con una jovialidad especial y burlona; ? en los ratos de fastidio se entregaban ? la lectura voluptuosa de novelas y relaciones de viajes, prefiriendo sobre todo las obras de Balzac. El Frances es el hombre del mundo que mas lee, sin contar con que es el que mas canta y rie. Todo lo que es art?stico le encanta, y si adora el equ?voco , es precisamente porque en ?l la malicia del pensamiento se formula con arte. Ademas el Franc?s es el rey de los viajeros. Si el Ingl?s no tiene rival en su furor de viajar, el Franc?s le aventaja en el arte de viajar. El Franc?s sabe acomodarse ? todas las circunstancias y sacar partido de todo, porque es tolerante por excelencia, tiene un profundo esp?ritu de igualdad que le domina, y su buen humor, expansivo y el?stico, le da donde quiera el primer puesto y la ventaja de dominar la situaci?n.
Los Ingleses, por de contado, hacian un gran contraste. El Ingl?s, orgulloso por naturaleza, frio en su porte, material en sus gustos, intolerante en extremo, reservado por c?lculo, y prosaico y positivo en sus aspiraciones, ? se muestra reservado con toda sociedad que le es extra?a, ? les impone ? los dem?s su voluntad, en cuyo caso suele llegar ? la jovialidad. Bebe y fuma tranquilo, jamas hace ruido , y si se acerca ? los dem?s es para dar una opini?n absoluta ? una orden. El orgullo es la fuente de todas sus virtudes, como de todos, sus defectos. Es tenaz, leal y valeroso por orgullo, como es intolerante en religi?n y preocupaciones de raza y dinast?a, pr?digo, obsequioso, apostador, reservado, bebedor y todo lo dem?s por orgullo. La m?sica, el baile y el canto le disgustan, como todas las artes, y si llega a dar millones de pesos ? de libras por un cuadro, no es por el m?rito do la pintura, sino por la vanidad de hacer un fuerte gasto y tener lo que otros codician. Sinembargo, como individuo el Ingl?s vale mucho mas que el Frances, y me atengo siempre mas ? la palabra seca del orgulloso pero leal brit?nico, que a la fraseologia elegante pero vana del Frances. El Ingl?s como amigo, es ?til; el Frances no es mas que muy agradable; porque el uno es positivista y el otro art?stico.
Por ?ltimo me llam? mucho la atencion entre los pasajeros un grupo de siete ? ocho espa?oles de distintas provincias que me divert?an mucho. Hab?a entre ellos un gallego de excelente ?ndole y chistosas ocurrencias que ? todos agradaba, y no faltaban andaluces, madrile?os, un catal?n, un mayorquino y algunos habaneros. Si hubiera de juzgar de todos los Espa?oles seg?n las cualidades de los compa?eros de viaje, mala ser?a mi opini?n, a?n prescindiendo de un viejo abogado, prefecto de una provincia de Puerto-Rico, personaje t?pico de la Espa?a de Felipe II, no de la Espa?a revolucionaria de hoy, que creia en brujas y hechicer?as, milagros, apariciones y misterios de la piedra filosofal, y hablaba de S.M.C. con un recogimiento edificante y ortodoxo.
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