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Read Ebook: Novelas y teatro by Cervantes Saavedra Miguel De

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Ebook has 593 lines and 70866 words, and 12 pages

C E R V A N T E S NOVELAS Y TEATRO

SELECCI?N HECHA POR JOSEFINA SELA

INSTITUTO - ESCUELA JUNTA PARA AMPLIACI?N DE ESTUDIOS

TIPOGRAF?A DE LA "REVISTA DE ARCHIVOS", OL?ZAGA, I, MADRID

LA GITANILLA

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, cr?anse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo, y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como acidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte. Una, pues, desta naci?n, gitana vieja, que pod?a ser jubilada en la ciencia de Caco, cri? una muchacha en nombre de nieta suya, a quien puso nombre Preciosa, y a quien ense?? todas sus gitaner?as, y modos de embelecos, y trazas de hurtar. Sali? la tal Preciosa la m?s ?nica bailadora que se hallaba en todo el gitanismo, y la m?s hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, a quien m?s que otras gentes est?n sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir las manos; y lo que es m?s, que la crianza tosca en que se criaba no descubr?a en ella sino ser nacida de mayores prendas que de gitana, porque era en extremo cort?s y bien razonada. La abuela conoci? el tesoro que en la nieta ten?a, y as?, determin? el ?guila vieja sacar a volar su aguilucho y ense?arle a vivir por sus u?as.

Sali? Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire. Porque su taimada abuela ech? de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos a?os y en la mucha hermosura de su nieta, hab?an de ser felic?simos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; y as?, se los procur? y busc? por todas las v?as que pudo, y no falt? poeta que se los diese.

El cantar de Preciosa fu? para admirar a cuantos la escuchaban. Unos dec?an: "?Dios te bendiga, la muchacha!" Otros: "?L?stima es que esta mozuela sea gitana! En verdad en verdad que merec?a ser hija de un gran se?or."

Acab?ronse las v?speras, y la fiesta de Santa Ana, y qued? Preciosa algo cansada; pero tan celebrada de hermosa, de aguda y de discreta, y de bailadora, que a corrillos se hablaba della en toda la Corte. De all? a quince d?as volvi? a Madrid con otras tres muchachas, con sonajas y con un baile nuevo, todas apercebidas de romances y de cantarcillos alegres, pero todos honestos. Nunca se apartaba della la gitana vieja, hecha su Argos, temerosa no se la despabilasen y traspusiesen; llam?bala nieta, y ella la ten?a por abuela. Pusi?ronse a bailar a la sombra en la calle de Toledo, y de los que las ven?an siguiendo se hizo luego un gran corro; y en tanto que bailaban, la vieja ped?a limosna a los circunstantes, y llov?an en ella ochavos y cuartos como piedras a tablado; que tambi?n la hermosura tiene fuerza de despertar la caridad dormida.

Acabado el baile, dijo Preciosa:

--Si me dan cuatro cuartos, les cantar? un romance yo sola, lind?simo en extremo, que trata de cuando la Reina nuestra se?ora Margarita sali? a misa en Valladolid y fu? a San Llorente: d?goles que es famoso, y compuesto por un poeta de los del n?mero, como capit?n del batall?n.

Apenas hubo dicho esto, cuando casi todos los que en la rueda estaban dijeron a voces:

--C?ntale, Preciosa, y ves aqu? mis cuatro cuartos.

Y as? granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos a cogerlos. Hecho, pues, su agosto, y su vendimia, repic? Preciosa sus sonajas, y al tono corrent?o y loquesco cant? el romance.

--?Torna a cantar, Preciosica; que no faltar?n cuartos como tierra!

M?s de docientas personas estaban mirando el baile y escuchando el canto de las gitanas, y en la fuga d?l acert? a pasar por all? uno de los tinientes de la villa, y viendo tanta gente junta, pregunt? qu? era, y fu?le respondido que estaban escuchando a la Gitanilla hermosa, que cantaba. Lleg?se el Tiniente, que era curioso, y escuch? un rato, y por no ir contra su gravedad, no escuch? el romance hasta la fin; y habi?ndole parecido por todo extremo bien la Gitanilla, mando a un paje suyo dijese a la gitana vieja que al anochecer fuese a su casa con las gitanillas; que quer?a que las oyese dona Clara su mujer. Hizolo as? el paje, y la vieja dijo que s? iria.

Acabaron el baile y el canto y se fueron la calle adelante, y desde una reja llamaron unos caballeros a las gitanas. Asom?se Preciosa a la reja, que era baja, y vi? en una sala muy bien aderezada y muy fresca muchos caballeros que, unos pase?ndose y otros jugando a diversos juegos, se entreten?an.

--?Qui?renme dar barato, ce?ores?--dijo Preciosa, que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto es artificio en ellas; que no naturaleza.

A la voz de Preciosa, y a su rostro, dejaron los que jugaban el juego, y el paseo los paseantes, y los unos y los otros acudieron a la reja por verla, que ya ten?an noticia della, y dijeron:

--Entren, entren las gitanillas; que aqu? les daremos barato.

--Caro ser?a ello--respondi? Preciosa--si nos pellizcacen.

--No, a fe de caballeros--respondi? uno--; bien puedes entrar, ni?a, segura que nadie te tocar? a la vira de tu zapato; no, por el h?bito que traigo en el pecho.

Y p?sose la mano sobre uno de Calatrava.

--Si t? quieres entrar, Preciosa--dijo una de las tres gitanillas que iban con ella--, entra enhorabuena; que yo no pienso entrar adonde hay tantos hombres.

--Mira, Cristina--respondi? Preciosa--: de lo que te has de guardar es de un hombre solo y a solas, y no de tantos juntos; porque antes el ser muchos quita el miedo y el recelo de ser ofendidas. Advierte, Cristinica, y est? cierta de una cosa: que la mujer que se determina a ser honrada, entre un ej?rcito de soldados lo puede ser. Verdad es que es bueno hu?r de las ocasiones; pero han de ser de las secretas, y no de las p?blicas.

--Entremos, Preciosa--dijo Cristina--; que t? sabes m?s que un sabio.

--?Y no me le tome, se?or; que es un romance que me acaban de dar ahora, que a?n no le he le?do!

--Y ?sabes t? leer, hija?--dijo uno.

--Y escribir--respondi? la vieja--; que a mi nieta hela criado yo como si fuera hija de un letrado.

Abri? el caballero el papel, y vi? que ven?a dentro d?l un escudo de oro, y dijo:

--En verdad, Preciosa, que trae esta carta el porte dentro: toma este escudo que en el romance viene.

Admirados quedaron los que o?an a la Gitanica, as? de su discreci?n como del donaire con que hablaba.

Los que jugaban le dieron barato, y aun los que no jugaban. Cogi? la hucha de la vieja treinta reales, y m?s rica y m?s alegre que una Pascua de Flores, antecogi? sus corderas y fu?se en casa del se?or Teniente, quedando que otro d?a volver?a con su manada a dar contento a aquellos tan liberales se?ores.

Ya ten?a aviso la se?ora do?a Clara, mujer del se?or Teniente, como hab?an de ir a su casa las gitanillas, y est?balas esperando como el agua de Mayo ella y sus doncellas y due?as, con las de otra se?ora vecina suya, que todas se juntaron para ver a Preciosa; y apenas hubieron entrado las gitanas, cuando entre las dem?s resplandeci? Preciosa como la luz de una antorcha entre otras luces menores; y as?, corrieron todas a ella: unas la abrazaban, otras la miraban, ?stas la bendec?an, aqu?llas la alababan. Do?a Clara dec?a:

--?Este s? que se puede decir cabello de oro! ?Estos s? que son ojos de esmeraldas!

La se?ora su vecina la desmenuzaba toda, y hac?a pepitoria de todos sus miembros y coyunturas. Y llegando a alabar un peque?o hoyo que Preciosa ten?a en la barba, dijo:

--?Ay, qu? hoyo! En este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren.

Oy? esto un escudero de brazo de la se?ora do?a Clara, que all? estaba, de luenga barba y largos a?os, y dijo:

--?Por Dios, tan linda es la Gitanilla, que hecha de plata o de alcorza no podr?a ser mejor! ?Sabes decir la buenaventura, ni?a?

--De tres o cuatro maneras--respondi? Preciosa.

--D?nle, d?nle la palma de la mano a la ni?a, y con que haga la cruz--dijo la vieja--, y ver?n qu? de cosas les dice; que sabe m?s que un doctor de melecina.

Ech? mano a la faldriquera la se?ora Tenienta, y hall? que no ten?a blanca. Pidi? un cuarto a sus criadas, y ninguna le tuvo, ni la se?ora vecina tampoco. Lo cual visto por Preciosa dijo:

--Todas las cruces, en cuanto cruces, son buenas; pero las de plata o de oro son mejores; y el se?alar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre sepan vuesas mercedes que menoscaba la buenaventura, a lo menos, la m?a; y as?, tengo afici?n a hacer la cruz primera con alg?n escudo de oro, o con alg?n real de a ocho, o, por lo menos, de a cuatro; que soy como los sacristanes: que cuando hay buena ofrenda, se regocijan.

--Donaire tienes, ni?a, por tu vida--dijo la se?ora vecina.

Y volvi?ndose al escudero, le dijo:

--Vos, se?or Contreras, ?tendr?is a mano alg?n real de a cuatro? D?dmele; que en viniendo el doctor mi marido os le volver?.

--S? tengo--respondi? Contreras--; pero t?ngole empe?ado en veinte y dos maraved?s, que cen? anoche; d?nmelos; que yo ir? por ?l en volandas.

Una doncella de las presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo a Preciosa:

--Ni?a, ?har? algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata?

--Antes--respondi? Preciosa--se hacen las cruces mejores del mundo con dedales de plata, como sean muchos.

--?Por Dios que no tengo blanca! Dadle vos, do?a Clara, un real a Preciosica; que yo os le dar? despu?s.

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