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Read Ebook: Novelas y teatro by Cervantes Saavedra Miguel De

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Ebook has 593 lines and 70866 words, and 12 pages

--?Por Dios que no tengo blanca! Dadle vos, do?a Clara, un real a Preciosica; que yo os le dar? despu?s.

--?Bueno es eso, se?or, por cierto! ?S?, ah? est? el real de manifiesto! No hemos tenido entre todas nosotras un cuarto para hacer la se?al de la cruz, ?y quiere que tengamos un real?

--Pues dadle alguna valoncica vuestra, o alguna cosita; que otro d?a nos volver? a ver Preciosa, y la regalaremos mejor.

A lo cual dijo do?a Clara:

--Pues porque otra vez venga, no quiero dar nada ahora a Preciosa.

--Ea, ni?a--dijo la gitana vieja--, no hables m?s; que has hablado mucho, y sabes m?s de lo que yo te he ense?ado; no te asotiles tanto, que te despuntar?s; habla de aquello que tus a?os permiten, y no te metas en altaner?as; que no hay ninguna que no amenace ca?da.

--?El diablo tienen estas gitanas en el cuerpo!--dijo a esta saz?n el Tiniente.

Despidi?ronse las gitanas, y al irse, dijo la doncella del dedal:

--Preciosa, dime la buenaventura, o vu?lveme mi dedal; que no me queda con qu? hacer labor.

Fu?ronse, y junt?ronse con las muchas labradoras que a la hora de las avemar?as suelen salir de Madrid para volverse a sus aldeas, y entre otras vuelven muchas, con quien siempre se acompa?aban las gitanas, y volv?an seguras. Porque la gitana vieja viv?a en continuo temor no le salteasen a su Preciosa.

Sucedi?, pues, que la ma?ana de un d?a que volv?an a Madrid a coger la garrama con las dem?s gitanillas, en un valle peque?o que est? obra de quinientos pasos antes que se llegue a la villa, vieron un mancebo gallardo y ricamente aderezado de camino. La espada y daga que tra?a eran, como decirse suele, una ascua de oro; sombrero con rico cintillo y con plumas de diversas colores adornado. Repararon las gitanas en vi?ndole y pusi?ronsele a mirar muy de espacio, admiradas de que a tales horas un tan hermoso mancebo estuviese en tal lugar, a pie y solo. El se lleg? a ellas, y hablando con la gitana mayor, le dijo:

--Por vida vuestra, amiga, que me hag?is placer que vos y Preciosa me oy?is aqu? aparte dos palabras, que ser?n de vuestro provecho.

--Como no nos desviemos mucho, ni no nos tardemos mucho, sea en buen hora--respondi? la vieja.

Y llamando a Preciosa, se desviaron de las otras obra de veinte pasos, y as? en pie, como estaban, el mancebo les dijo:

En tanto que el caballero esto dec?a, le estaba mirando. Preciosa atentamente, y sin duda que no le debieron de parecer mal ni sus razones ni su talle; y volvi?ndose a la vieja, le dijo:

--Perd?neme, abuela, de que me tomo licencia para responder a este se?or.

Y Preciosa dijo:

Pasm?se el mozo a las razones de Preciosa, y p?sose como embelesado, mirando al suelo, dando muestras que consideraba lo que responder deb?a. Viendo lo cual Preciosa, torn? a decirle:

--No es ?ste caso de tan poco momento, que en los que aqu? nos ofrece el tiempo pueda ni deba resolverse: volveos, se?or, a la villa, y considerad de espacio lo que vi?redes que m?s os convenga, y en este mismo lugar me pod?is hablar todas las fiestas que quisi?redes, al ir o venir de Madrid.

Todo cuanto Preciosa dec?a, y toda la discreci?n que mostraba, era a?adir le?a al fuego que ard?a en el pecho del caballero. Finalmente, quedaron en que de all? a ocho d?as se ver?an en aquel mismo lugar, donde ?l vendr?a a dar cuenta del t?rmino en que sus negocios estaban, y ellas habr?an tenido tiempo de informarse de la verdad que les hab?a dicho. Sac? el mozo una bolsilla de brocado, donde dijo que iban cien escudos de oro, y di?selos a la vieja; pero no quer?a Preciosa que los tomaste en ninguna manera; a quien la gitana dijo:

--Por vida suya, abuela, que no diga m?s; que lleva t?rmino de alegar tantas leyes en favor de quedarse con el dinero, que agote las de los Emperadores; qu?dese con ellos, y buen provecho le hagan, y plega a Dios que los entierre en sepultura donde jam?s tornen a ver la claridad del sol, ni haya necesidad que la vean. A estas nuestras compa?eras ser? forzoso darles algo; que ha mucho que nos esperan, y ya deben de estar enfadadas.

--As? ver?n ellas--replic? la vieja--moneda d?stas como veen al Turco agora. Este buen se?or ver? si le ha quedado alguna moneda de plata, o cuartos, y los repartir? entre ellas, que con poco quedar?n contentas.

--S? traigo--dijo ?l gal?n.

En resoluci?n, concertaron la venida de all? a ocho d?as, y que se hab?a de llamar, cuando fu?se gitano, Andr?s Caballero, porque tambi?n hab?a gitanos entre ellos deste apellido.

Andr?s las dej?, y se entr? en Madrid, y ellas, content?simas, hicieron lo mismo. Preciosa, algo aficionada de la gallarda disposici?n de Andr?s, ya deseaba informarse si era el que hab?a dicho; entr? en Madrid, y como ella llevaba puesta la mira en buscar la casa del padre de Andr?s, sin querer detenerse a bailar en ninguna parte, en poco espacio se puso en la calle do estaba, que ella muy bien sab?a; y habiendo andado hasta la mitad, alz? los ojos a unos balcones de hierro dorados, que le hab?an dado por se?as, y vi? en ellos a un caballero de hasta edad de cincuenta a?os, con un h?bito de cruz colorada en los pechos, de venerable gravedad y presencia; el cual apenas tambi?n hubo visto la Gitanilla cuando dijo:

--Subid, ni?as; que aqu? os dar?n limosna.

A esta voz acudieron al balc?n otros tres caballeros, y entre ellos vino el enamorado Andr?s, que cuando vi? a Preciosa, perdi? la color y estuvo a punto de perder los sentidos: tanto fu? el sobresalto que recibi? con su vista. Subieron las gitanillas todas, sino la grande, que se qued? abajo para informarse de los criados de las verdades de Andr?s. Al entrar las gitanillas en la sala, estaba diciendo el caballero anciano a los dem?s:

--Esta debe ser, sin duda, la Gitanilla hermosa que dicen que anda por Madrid.

--Ella es--replic? Andr?s--, y sin duda es la m?s hermosa criatura que se ha visto.

--As? lo dicen--dijo Preciosa, que lo oy? todo en entrando--; pero en verdad que se deben de enga?ar en la mitad del justo precio. Bonita, bien creo que lo soy; pero tan hermosa como dicen, ni por pienso.

--Y ?qui?n es don Juanico su hijo?--pregunt? Preciosa.

--Ese gal?n que est? a vuestro lado--respondi? el caballero.

--En verdad que pens?--dijo Preciosa--que juraba vuesa merced por alg?n ni?o de dos a?os. ?Mirad qu? don Juanico, y qu? brinco! A mi verdad que pudiera ya estar casado, y que, seg?n tiene unas rayas en la frente, no pasar?n tres a?os sin que lo est?, y muy a su gusto, si es que desde aqu? all? no se le pierde, o se le trueca.

--Basta--dijo uno de los presentes--; que sabe la Gitanilla desrayas.

--Lo que veo con los ojos, con el dedo lo adivino: yo s? del se?or don Juanico, sin rayas, que es algo enamoradizo, impetuoso y acelerado, y gran prometedor de cosas que parecen imposibles; y plega a Dios que no sea mentirosito, que ser?a lo peor de todo. Un viaje ha de hacer agora muy lejos de aqu?, y uno piensa el bayo, y otro el que le ensilla; el hombre pone, y Dios dispone; quiz? pensar? que va a O?ez, y dar? en Gamboa.

A esto respondi? don Juan:

--En verdad, gitanica, que has acertado en muchas cosas de mi condici?n; pero en lo de ser mentiroso vas muy fuera de la verdad, porque me precio de decirla en todo acontecimiento. En lo del viaje largo has acertado, pues, sin duda, siendo Dios servido, dentro de cuatro o cinco d?as me partir? a Flandes, aunque t? me amenazas que he de torcer el camino, y no querr?a que en ?l me sucediese alg?n desm?n que lo estorbase.

--Calle, se?orito--respondi? Preciosa--, y encomi?ndese a Dios; que todo se har? bien; y sepa que yo no s? nada de lo que digo, y no es maravilla que como hablo mucho y a bulto, acierte en alguna cosa, y yo querr?a acertar en persuadirte a que no te partieses, sino que sosegases el pecho, y te estuvieses con tus padres, para darles buena vejez; porque no estoy bien con estas idas y venidas a Flandes, principalmente los mozos de tan tierna edad como la tuya. D?jate crecer un poco, para que puedas llevar los trabajos de la guerra, cuanto m?s que harta guerra tienes en tu casa: hartos combates amorosos te sobresaltan el pecho. Sosiega, sosiega, alborotadito, y mira lo que haces primero que te cases, y danos una limosnita por Dios y por quien t? eres; que en verdad que creo que eres bien nacido. Y si a esto se junta el ser verdadero, yo cantar? la gala al vencimiento de haber acertado en cuanto te he dicho.

--Otra vez te he dicho, ni?a--respondi? el don Juan que hab?a de ser Andr?s Caballero--, que en todo aciertas sino en el temor que tienes que no debo de ser muy verdadero; que en esto te enga?as, sin alguna duda; la palabra que yo doy en el campo, la cumplir? en la ciudad y adonde quiera, sin serme pedida; pues no se puede preciar de caballero quien toca en el vicio de mentiroso. Mi padre te dar? limosna por Dios y por m?; que en verdad que esta ma?ana di cuanto ten?a a unas damas.

Subi?, en esto, la gitana vieja, y dijo:

--Nieta, acaba; que es tarde, y hay mucho que hacer y m?s que decir.

Apenas hubo o?do esto la vieja cuando dijo:

--Ea, ni?as, haldas en cinta y dad contento a estos se?ores.

Tom? las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas, hicieron y deshicieron todos sus lazos, con tanto donaire y desenvoltura, que tras los pies se llevaban los ojos de cuantos las miraban, especialmente los de Andr?s, que as? se iban entre los pies de Preciosa como si all? tuvieran el centro de su gloria.

Despidi?ronse las gitanas, y al irse dijo Preciosa a don Juan:

--Mire, se?or: cualquiera d?a desta semana es pr?spero para partidas, y ninguno es aciago; apresure el irse lo m?s presto que pudiere; que le aguarda una vida ancha, libre y muy gustosa, si quiere acomodarse a ella.

--No es tan libre la del soldado, a mi parecer--respondi? don Juan--, que no tenga m?s de sujeci?n que de libertad; pero, con todo esto, har? como viere.

Con estas ?ltimas palabras qued? contento Andr?s, y las gitanas se fueron content?simas. Trocaron el dobl?n, reparti?ronle entre todas igualmente, aunque la vieja guardiana llevaba siempre parte y media de lo que se juntaba, as? por la mayoridad, como por ser ella el aguja por quien se guiaban en el maremagno de sus bailes, donaires, y aun de sus embustes.

Lleg?se, en fin, el d?a que Andr?s Caballero se apareci? una ma?ana en el primer lugar de su aparecimiento, sobre una mula de alquiler, sin criado alguno; hall? en ?l a Preciosa y a su abuela, de las cuales conocido, le recibieron con mucho gusto. El les dijo que le guiasen al rancho antes que entrase el d?a y con ?l se descubriesen las se?as que llevaba, si acaso le buscasen. Ellas, que, como advertidas, vinieron solas, dieron la vuelta, y de all? a poco rato llegaron a sus barracas. Entr? Andr?s en la una, que era la mayor del rancho, y luego acudieron a verle diez o doce gitanos, todos mozos y todos gallardos y bien hechos, a quien ya la vieja hab?a dado cuenta del nuevo compa?ero que les hab?a de venir, sin tener necesidad de encomendarles el secreto; que ellos le guardan con sagacidad y puntualidad nunca vista. Echaron luego ojo a la mula, y dijo uno dellos:

--Esta se podr? vender el jueves en Toledo.

--Eso no--dijo Andr?s--, porque no hay mula de alquiler que no sea conocida de todos los mozos de mulas que trajinan por Espa?a.

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