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Read Ebook: The Blood Ship by Springer Norman

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Ebook has 1386 lines and 67760 words, and 28 pages

Produced by: Ram?n Pajares Box.

NOTA DE TRANSCRIPCI?N

EPISODIOS NACIONALES

EL EQUIPAJE DEL REY JOS?

Es propiedad. Queda hecho el dep?sito que marca la ley. Ser?n furtivos los ejemplares que no lleven el sello del autor.

Imprenta de los Sucesores de Hernando, Quintana, 33.

B. P?REZ GALD?S EPISODIOS NACIONALES SEGUNDA SERIE

EL EQUIPAJE DEL REY JOS?

MADRID LIBRER?A DE LOS SUCESORES DE HERNANDO Calle del Arenal, n?m. 11. -- 1908

EL EQUIPAJE DEL REY JOS?

El 17 de marzo de 1813 salieron de Palacio algunos coches, seguidos de numerosa escolta, y bajando por Caballerizas a la Puerta de San Vicente, tomaron el camino de la Puerta de Hierro.

--Su Majestad intrusa va al Pardo --dijo don Lino Paniagua en uno de los corrillos que se formaron al pasar los carruajes y la tropa.

--Todav?a no es el tiempo de la bellota, se?ores --repuso otro, que se preciaba de no abrir la boca sin regalar al mundo alguna frutecilla picante y sabrosa del ?rbol de su ingenio.

--Su Majestad se ha convencido de que no engordar? en Espa?a, y por ese camino adelante no parar? hasta Francia --indic? un tercero, hombre forzudo y ordinario que respond?a al nombre de Mauro Requejo.

--?A Francia! Todas las ma?anas nos saluda la gente con el estribillo de que se marchan los franceses aburridos y cansados, y por las noches nos acostamos con la certidumbre de que los franceses no se aburren, ni se cansan, ni tampoco se van.

--El se?or licenciado Lobo --dijo don Narciso Pluma, que a la saz?n se aproxim?-- se halla tan bien en su escriban?a de c?mara que no quisiera le molestase el ruido de las tropas, ni el estr?pito de la guerra. Al fin y al cabo, los destinos dados por Murat no han de ser eternos.

--Ya os veo venir, embrollones; os entiendo, farsantes; os conozco, trapisondistas --repuso Lobo disimulando su enojo--. ?Quieren hacerme pasar por afrancesado?... Parece que corren vientos anglicanos y wellingtonianos...

--Puede ser.

--Se?ores, demos una vuelta por los Pozos de Nieve a ver si clarean las casacas rojas del lado de Fuencarral y Alcobendas.

--?Por qu? no? El ej?rcito aliado parece que viene hacia ac?. Pero en suma, se?ores, ?a d?nde va esta gente? ?Qu? tinajas atraen con su olorcillo a nuestro intruso mosquito?

--Yo digo que no pasa del Pardo.

--Y yo que antes dejar? de catarlo que quitarse el polvo de las botas mientras no llegue a la raya de Francia.

--Por all? viene el reverendo Salm?n que nos dir? la verdad, pues este fraile de la Merced gusta de cucharetear con todo el mundo, y aqu? cojo un vocablo, all? pesco una s?laba, ello es que todo lo sabe.

--Bien venido sea el Padre Salm?n --dijo Requejo adelant?ndose a saludar al venerable mercenario que en la noble compa??a del marqu?s de Porre?o tornaba de la Virgen del Puerto.

--?Y qu? nuevas tienen ustedes, se?ores m?os? --pregunt? el buen fraile limpiando el sudor de su rostro, pues seg?n se fatigaba al subir la empinada cuesta de San Vicente, parec?a que se dejaba la mitad de sus rollizas carnes en el camino.

--Como Vuestra Paternidad no nos diga algo...

--El aparato de fuerza que lleva el rey, y la muchedumbre de coches en que le acompa?a su servidumbre francesa y espa?ola --dijo con gravedad el marqu?s de Porre?o-- prueban que el viaje ser? largo.

--Estamos a 17 de marzo... Pasado ma?ana son los d?as de don Pepito --indic? el fraile frot?ndose las manos--. Quiere celebrarlo en el Escorial.

Todos se rieron a costa del abatido don Bartolom? Canencia, que habl? de esta manera:

--Veo que ser? preciso buscar las noticias en otra parte --dijo con impaciencia Paniagua--. El Padre Salm?n no est? hoy de vena para contar, y don Bartolom? Canencia, que conoce todos los pasos de los franceses como los saltos de las pulgas dentro de su camisa, no nos quiere decir nada, sin duda por no vender a sus amigos.

Las risas impidieron a Canencia seguir adelante en su comenzado discurso. Salm?n le quit? la palabra de la boca, para decir:

--Mala pascua me d? Dios y sea la primera que viniere. Si a este don Bartolom? no le cambian pronto su plaza de la contadur?a del Noveno por una jaulita en el Nuncio de Toledo... En suma, nada nos ha dicho del viaje del rey. Lo que yo aseguro es que ayer nada se sab?a en Palacio de tal viaje...

--Por all? viene quien nos ha de sacar de dudas --dijo Pluma se?alando hacia Caballerizas.

Todos los del corrillo fijaron la atenci?n en un joven bien parecido, de rostro alegre y franco que precipitadamente bajaba en direcci?n a San Gil. Vest?a el uniforme de la guardia espa?ola creada por Jos? en enero de 1809, y a la cual pertenec?an buen n?mero de compatriotas nuestros con todos o casi todos los suizos y walones de los antiguos cuerpos extranjeros.

--?Eh, Salvadorcillo Monsalud, Salvadorcillo Monsalud! --grit? el licenciado Lobo, llamando al mozo del uniforme.

--Es sobrino de Andr?s Monsalud, el que apalearon en Salamanca --indic? con malicia Requejo--. El se?or Canencia puede dar noticia de la batalla de los Arapiles y de los palos de Babilafuente.

--Se?ores patriotas, buenos d?as --dijo el joven guardia acerc?ndose al corrillo y saludando a todos con festivo semblante.

--?Qu? ocurre, discreto amigo aunque jurado? --le pregunt? Salm?n posando su mano en el hombro del mancebo--. ?A d?nde va por esos caminos el Emperador de las Tinajas?

--A Valladolid --repuso el militar.

--?A Valladolid! --exclamaron todos--. ?Ya lo presum?a yo!

--Por all? est?n la Nava, Rueda, la Seca, Mojados y dem?s cepas...

--?Conque a Valladolid?

--No faltar?n batallas... --indic? el joven con ?nfasis--. Napole?n ha mandado un propio a su hermano, dici?ndole que salga a campa?a.

--?Un recadito?

--Y nosotros salimos tambi?n... Y con nosotros los ministros, y con los ministros los empleados, y con los empleados...

--Con los empleados los empleos --a?adi? Lobo--. Eso ser? bueno.

--?Todos los carros! Pero esta gente nos va a dejar sin un alfiler para atrabarnos las chorreras.

--?Acaso vinieron a otra cosa? Pues qu? --afirm? Salm?n--, ?cree usted que esa gente ha sabido lo que es pan antes de venir a Espa?a?

--Y ahora, se?ores --dijo el militarejo--, har?n ustedes bien en marcharse cada uno a su casa de dos en dos, porque la polic?a no gusta de ver grupos en los alrededores de Palacio.

Esta advertencia produjo r?pidos efectos: desh?zose el grupo, y por parejas se alejaron en direcciones diversas los esclarecidos sujetos, marchando cu?l a su oficina, cu?l a su tienda, este a la escriban?a, aquel al convento, qui?n a la tertulia de la botica, qui?n a los estrados de las damas y a las reuniones de la gente t?nica, afanosos todos de transmitir las noticias recibidas, que de calle en calle, y de sala en sala, y de boca en boca iban desfigur?ndose y abult?ndose hasta el punto de que no las conocer?a el mismo que las lanz? a los vaivenes y agitaciones del mundo.

?Y entonces no hab?a peri?dicos!

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