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Read Ebook: The Romancers: A Comedy in Three Acts by Rostand Edmond Clark Barrett H Barrett Harper Translator

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Ebook has 291 lines and 11849 words, and 6 pages

NOTA DE TRANSCRIPCI?N

HISTORIA DEL Levantamiento, Guerra y Revoluci?n de Espa?a.

HISTORIA DEL Levantamiento, Guerra y Revoluci?n DE ESPA?A

POR EL CONDE DE TORENO.

Madrid: IMPRENTA DE DON TOM?S JORD?N, 1835.

... quis nescit, primam esse historiae legem, ne quid falsi dicere audeat? deinde ne quid veri non audeat? ne qua suspicio gratiae sit in scribendo? ne qua simultatis?

RESUMEN DEL LIBRO NOVENO.

HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCI?N de Espa?a.

LIBRO NOVENO.

El querer llevar a t?rmino en el libro anterior la evacuaci?n de Galicia y de Asturias, nos oblig? a no detenernos en nuestra narraci?n hasta tocar con los sucesos de aquellas provincias en el mes de agosto. Volveremos ahora atr?s para contar otros no menos importantes que acaecieron en el centro del gobierno supremo y dem?s partes.

La rota de Medell?n sobre el destrozo del ej?rcito hab?a causado en el pueblo de Sevilla mortales angustias por la siniestra voz esparcida de que la junta central se iba a C?diz para de all? trasladarse a Am?rica. Semejante nueva solo tuvo origen en los temores de la muchedumbre y en indiscretas expresiones de individuos de la central. Mas de estos los que eran de temple sereno y se hallaban resueltos a perecer antes que a abandonar el territorio peninsular, aquietaron a sus compa?eros y propusieron un decreto publicado en 18 de abril, en el cual se declaraba que nunca <> Correspondi? este decreto al buen ?nimo que hab?a la junta mostrado al recibir la noticia de la p?rdida de aquella batalla, y a las contestaciones que por este tiempo dio a Sotelo, y que ya quedan referidas. As? puede con verdad decirse que desde entonces hasta despu?s de la jornada de Talavera fue cuando obr? aquel cuerpo con m?s dignidad y acierto en su gobernaci?n.

Antes algunos individuos suyos, si bien noveles rep?blicos e hijos de la insurrecci?n, continuaban tan apegados al estado de cosas de los reinados anteriores, que aun falt?ndoles ya el arrimo del conde de Floridablanca, a duras penas se consegu?a separarlos de la senda que aquel hab?a trazado; presentando obst?culos a cualquiera medida en?rgica, y se?aladamente a todas las que se dirig?an a la convocaci?n de cortes, o a desatar algunas de las muchas trabas de la imprenta. Apareci? tan grande su obstinaci?n que no solo provoc? murmuraciones y desv?o en la gente ilustrada, seg?n en su lugar se apunt?, sino que tambi?n se disgustaron todas las clases; y hasta el mismo gobierno ingl?s, temeroso de que se ahogase el entusiasmo p?blico, insinu? en una nota de 20 de julio de 1809 que <>

Tan universales clamores y los desastres, principal aunque costoso despertador de malos o poco advertidos gobiernos, hicieron abrir los ojos a ciertos centrales y dieron mayor fuerza e influjo al partido de Jovellanos, el m?s sensato y distinguido de los que divid?an a la junta, y al cual se uni? el de Calvo de Rozas, menor en n?mero pero m?s en?rgico e igualmente inclinado a fomentar y sostener convenientes reformas. Ya dijimos c?mo Jovellanos fue quien primero propuso en Aranjuez llamar a cortes, y tambi?n c?mo se difiri? para m?s adelante tratar aquella cuesti?n. En vano con los reveses se intent? despu?s renovarla, esquiv?ndola asimismo, mientras vivi?, el presidente conde de Floridablanca; a punto que no contento con hacer borrar el nombre de cortes que se hallaba inserto en el primer manifiesto de la central, rehus? firmar este, aun quitada aquella palabra, enojado con la expresi?n sustituida de que se restablecer?an <> Rasgo que pinta lo aferrado que estaba en sus m?ximas el antiguo ministro.

Ahora, muerto el conde y alg?n tanto ablandados los partidarios de sus doctrinas, os? Calvo de Rozas proponer de nuevo, en 15 de abril, el que se convocase la naci?n a cortes. Hubo vocales que todav?a anduvieron reacios, mas estando la mayor?a en favor de la proposici?n, fue esta admitida a examen; debiendo antes discutirse en las diversas secciones en que para preparar sus trabajos se distribu?a la junta.

Mudado y mejorado as? el rumbo de la junta, aviv?ronse las esperanzas de los que deseaban unir a la defensa de la patria el establecimiento de buenas instituciones, y se reprimieron aviesas miras de descontentos y perturbadores. Cont?banse entre los ?ltimos muchos que estaban en opuestos sentidos, divis?ndose, al par de individuos del consejo, otros de las juntas, y amigos de la inquisici?n al lado de los que lo eran de la libertad de imprenta. Desabrido por lo menos se mostr? el duque del Infantado, no olvidando la preferencia que se daba a Venegas, rival suyo desde la jornada de Ucl?s. Cre?ase que no ignoraba los manejos y ama?os en que ya entonces andaban Don Francisco de Palafox y el conde del Montijo, persuadido el primero de que bastaba su nombre para gobernar el reino, y arrastrado el segundo de su ?ndole inquieta y desasosegada.

Centellearon chispas de conjuraci?n en Granada, a donde el del Montijo, teniendo parciales, hab?a acudido para ense?orearse de la ciudad. Acompa?ole en su viaje el general ingl?s Doyle; y el conde, atizador siempre oculto de asonadas, movi? el 16 de abril un alboroto en que corrieron las autoridades inminente peligro. La p?rdida de estas hubiera sido cierta si el del Montijo al llegar al lance no desmayara, seg?n su costumbre, temiendo ponerse a la cabeza de un regimiento ganado en favor suyo y de la plebe amotinada. La junta provincial, habiendo vuelto del sobresalto, recobr? su ascendiente y prendi? a los principales instigadores. Mal lo hubiera pasado su encubierto jefe, si, a ruegos de Doyle, a quien escudaba el nombre de ingl?s, no se le hubiera soltado con tal que se alejara de la ciudad. Pas? el conde a Sanl?car de Barrameda, y no renunci? ni a sus enredos ni a sus tramas. Pero con el malogro de la urdida en Granada desvaneci?ronse por entonces las esperanzas de los enemigos de la central, conteni?ndolos tambi?n la voz p?blica, que pendiente de la convocaci?n de cortes y temerosa de desuniones quer?a m?s bien apoyar al gobierno supremo, en medio de sus defectos, que dar p?bulo a la ambici?n de unos cuantos, cuyo verdadero objeto no era el procomunal.

Aparecieron como contrarios a la proposici?n Don Jos? Garc?a de la Torre, Don Sebasti?n J?cano, D. Rodrigo Riquelme y D. Francisco Javier Caro. Abogado el primero de Toledo, magistrados los otros dos de poco cr?dito por su saber, y el ?ltimo mero licenciado de la universidad de Salamanca, no parec?a que tuviesen mucho que temer de las cortes ni de las reformas que resultasen, y sin embargo se opon?an a su reuni?n, al paso que la apoyaban los hombres de mayor val?a, y que pudieran con m?s raz?n mostrarse m?s asombradizos. A pesar de los encontrados dict?menes se aprob? por la gran mayor?a de la junta la proposici?n de Calvo y se trat? luego de extender el decreto.

Al principio presentose una minuta arreglada al voto del bail?o Vald?s, mas conceptuando que sus expresiones eran harto libres, y aun peligrosas en las circunstancias, y alegando de fuera y por su parte el ministro ingl?s Frere razones de conveniencia pol?tica, variose el primer texto, acordando en su lugar otro decreto que se public? con fecha de 22 de mayo, y en el que se limitaba la junta a anunciar <> Decreto tard?o y vago, pero primer fundamento del edificio de libertad que empezaron despu?s a levantar las cortes congregadas en C?diz.

Dispon?ase tambi?n, por uno de sus art?culos, que una comisi?n de cinco vocales de la junta se ocupase en reconocer y preparar los trabajos necesarios para el modo de convocar y formar las primeras cortes, debi?ndose adem?s consultar acerca de ello a varias corporaciones y personas entendidas en la materia.

El no determinarse d?a fijo para la convocaci?n, el adoptar el lento y trillado camino de las consultas, y el haber sido nombrados para la comisi?n indicada, con los se?ores arzobispo de Laodicea, Castanedo y Jovellanos, los se?ores Riquelme y Caro, enemigos de la resoluci?n, excit? la sospecha de que el decreto promulgado no era sino enga?oso se?uelo para atraer y alucinar; por lo que su publicaci?n no produjo en favor de la central todo el fruto que era de esperarse.

Poco despu?s disgust? igualmente el restablecimiento de todos los consejos: a sus adversarios por juzgar aquellos cuerpos, particularmente al de Castilla, opuestos a toda variaci?n o mejora, a sus amigos por el modo como se restablecieron. Seg?n decreto de 3 de marzo, deb?a instalarse de nuevo el consejo real y supremo de Castilla, reasumi?ndose en ?l todas las facultades que, tanto por lo respectivo a Espa?a como por lo tocante a Indias, hab?an ejercido hasta aquel tiempo los dem?s consejos. Por entonces se suspendi? el cumplimiento de este decreto, y solo en 25 de junio se mand? llevar a debido efecto. La reuni?n y confusi?n de todos los consejos en uno solo fue lo que incomod? a sus individuos y parciales, y la junta no tard? en sentir de cu?n poco le serv?a dar vida y halagar a enemigo tan declarado.

A pesar de esta alternativa de varias y al parecer encontradas providencias, la junta central, repetimos, se sostuvo desde el abril hasta el agosto de 1809 con m?s s?quito y aplauso que nunca; a lo que tambi?n contribuy? no solo haber sido evacuadas algunas provincias del norte, sino el ver que despu?s de las desgracias ocurridas se levantaban de nuevo y con presteza ej?rcitos en Arag?n, Extremadura y otras partes.

Rendida Zaragoza, cay? por alg?n tiempo en desmayo el primero de aquellos reinos. Conoci?ronlo los franceses, y para no desaprovechar tan buena oportunidad, trataron de apoderarse de las plazas y puntos importantes que todav?a no ocupaban. De los dos cuerpos suyos que estuvieron presentes al sitio de Zaragoza, se destin? el 5.? a aquel objeto, permaneciendo el 3.? en la ciudad, cuyos escombros a?n pon?an espanto al vencedor. Hubieran querido los enemigos ense?orearse de una vez de Jaca, Monz?n, Benasque y Mequinenza. Mas, a pesar de su conato, no se hicieron due?os sino de las dos primeras plazas, aprovech?ndose de la flaqueza de las fortificaciones y falta de recursos, y empleando otros medios adem?s de la fuerza.

Sali? para Jaca el ayudante Fabre, del estado mayor, llevando consigo el regimiento 34.? y un auxiliar de nuevo g?nero, que desdec?a del pensar y costumbres de los militares franceses. Era pues este un fraile agustino, de nombre fray Jos? de la Consolaci?n, misionero tenido en la tierra en gran predicamento, mas de aquellos cuyo traslado con tanta maestr?a nos ha delineado el festivo y sat?rico padre Isla. El 8 de marzo entr? el fray Jos? en la plaza, y la elocuencia que antes empleaba, si bien con poca mesura, por lo menos en respetables objetos, sirviole ahora para pregonar su misi?n en favor de los enemigos de la patria, no siendo aquella la sola ocasi?n en que los franceses se valieron de frailes y de medios an?logos a los que reprend?an en los espa?oles. Convoc? a junta el padre Consolaci?n a las autoridades y a otros religiosos, y sali?ndole vanas por esta vez sus predicaciones, foment? en secreto, ayudado de algunos, la deserci?n, la cual creci? en tanto grado que no quedando dentro sino poqu?simos soldados, tuvo el 21 que rendirse el teniente-rey Don Francisco Campos, que hac?a de gobernador. Aunque no fuese Jaca plaza de grande importancia por su fortaleza, ?ralo por su situaci?n que imped?a comunicarse con Francia. Desacreditose en Arag?n el fraile misionero, prevaleciendo sobre el fanatismo el odio a la dominaci?n extranjera.

Perdiose Monz?n a principios de marzo. Hab?a el 1.? del mes llegado a sus muros el marqu?s de Laz?n, procedente de Catalu?a y acompa?ado de la divisi?n de que hablamos anteriormente. Adelantose a la sierra de Alcubierre, hasta que sabedor de la rendici?n de Zaragoza y de que los franceses se acercaban, retrocedi? al cuarto d?a. Don Felipe Perena, a quien hab?a dejado en Berbegal, tampoco tard? en retirarse a Monz?n, en donde luego apareci? con su brigada el general Girard. Informado Laz?n de que el franc?s tra?a respetable fuerza, camin? la vuelta de Tortosa, y vi?ndose solo el gobernador de Monz?n, Don Rafael de Anse?tegui, desampar? con toda su gente el castillo, evacuando igualmente la villa los vecinos.

No salieron los franceses tan lucidos en otras empresas que en Arag?n intentaron, a pesar del abatimiento que hab?a sobrecogido a sus habitantes. El mariscal Mortier, jefe, como sabe el lector, del 5.? cuerpo, quiso apoderarse en persona y de rebate de Mequinenza, villa solo amparada de un muro antiguo y de un mal castillo, pero de alguna importancia por ser llave hacia aquella parte del Ebro, y tener su asiento en donde este r?o y el Segre se juntan en una madre. Tres tentativas hicieron en marzo los enemigos contra la villa: en todas ellas fueron repelidos, auxiliando a los de Mequinenza los vecinos de la Granja, pueblo catal?n no muy distante.

Extendi?ronse igualmente los franceses v?a de Valencia hasta Morella, de donde, exigidas algunas contribuciones, se replegaron a Alca?iz. Por el mediod?a de Arag?n se enderezaron a Molina, enojados del br?o que mostraban los naturales, quienes, bajo la buena gu?a de su junta, hab?an atacado el 22 de marzo y ahuyentado en Truecha 300 infantes y caballos de los contrarios. Por ello, y por verse as? cortada la comunicaci?n entre Madrid y Zaragoza, dirigi?ronse los ?ltimos en gran n?mero contra Molina, de lo que, advertida su junta, se recogi? a cinco leguas en las sierras del se?or?o. Todos los vecinos desampararon la villa, cuyo casco ocuparon los franceses, mas solo por pocos d?as.

Napole?n, en tanto, creyendo que los aragoneses estaban sometidos con la ca?da de Zaragoza, e import?ndole acudir a Castilla a fin de proseguir las operaciones contra los ingleses, determin? que el 5.? cuerpo marchase a ?ltimos de abril del lado de Valladolid, poni?ndole despu?s as? como al 2.? y 6.?, seg?n ya se dijo, bajo el mando supremo del mariscal Soult.

Qued?, por consiguiente, para guardar a Arag?n solo el tercer cuerpo regido por el general Junot, quien permaneci? all? corto tiempo, habiendo ca?do enfermo, y no juzg?ndosele capaz de gobernar por s? pa?s tan desordenado y poco seguro. Sucediole Suchet, que estaba al frente de una de las divisiones del 5.? cuerpo, y dejando dicho general a Mortier en Castilla, volvi? a Zaragoza y se encarg? del mando de la provincia y del tercer cuerpo, cuya fuerza se hallaba reducida con las p?rdidas experimentadas en el sitio de aquella ciudad y con las enfermedades, not?ndose adem?s en sus filas muy menguada la virtud militar. Lleg? el 19 de marzo a Zaragoza el general Suchet con la esperanza de que tendr?a suficiente espacio para restablecer el orden y la disciplina sin ser incomodado por los espa?oles.

Mas enga?ose, habiendo la junta central acordado con laudable previsi?n medidas de que luego se empez? a recoger el fruto. Debe mirarse como la m?s principal la de haber ordenado a mediados de abril la formaci?n de un segundo ej?rcito de la derecha que se denominar?a de Arag?n y Valencia, y cuyo objeto fuese cubrir las entradas de la ?ltima provincia e incomodar a los franceses en la otra. Confiose el mando a Don Joaqu?n Blake, que se hallaba en Tortosa, habi?ndole la central poco antes enviado a Catalu?a bajo las ?rdenes de Reding, quien, a su arribo, le destin? a aquella plaza para mandar la divisi?n de Laz?n acuartelada en su recinto. El nuevo ej?rcito deb?a componerse de esta misma divisi?n que constaba de 4 a 5000 hombres, y de las fuerzas que aprontase Valencia.

Rica y populosa esta provincia, hubiera en verdad podido coadyuvar grandemente a aquel objeto, si reyertas interiores no hubieran en parte inutilizado los impulsos de su patriotismo. Hab?ase su territorio mantenido libre de enemigos desde el junio del a?o anterior. Continuaba a su frente la primera junta, que era sobrado turbulenta, y permaneci? mucho tiempo mandando como capit?n general el conde de la Conquista, hombre no muy entusiasmado por la causa nacional, que consideraba perdida. En diciembre de 1808 se recogi? all? desde Cuenca, hasta donde hab?a acompa?ado al ej?rcito del centro, Don Jos? Caro, y con ?l una corta divisi?n. Luego que lleg? este a Valencia fue nombrado segundo cabo, y prontamente se aumentaron los piques y sinsabores, queriendo el Don Jos? reemplazar en el mando al de la Conquista. No cort? la discordia el bar?n de Sabasona, individuo de la central enviado a aquel reino en calidad de comisario: buen patricio, pero ignorante, terco y de fastidiosa arrogancia, no era propio para conciliar voluntades desunidas ni para imponer el debido respeto. Anduvieron pues sueltas mezquinas pasiones, hasta que por fin en abril de 1809 consigui? Caro su objeto, sin que por eso se ahogase, conforme despu?s veremos, la semilla de enredos echada en aquel suelo por hombres inquietos. As? fue que Valencia, a pesar de sus muchos y variados recursos, y de tener cerca a Murcia, libre tambi?n de enemigos y sujeta en lo militar a la misma capitan?a general, no ayud? por de pronto a Blake con otra fuerza que la de ocho batallones apostados en Morella a las ?rdenes de Don Pedro Roca.

Con estos, y la divisi?n mencionada de Laz?n, empez? a formar Don Joaqu?n Blake el segundo ej?rcito de la derecha. Entonces solo trat? de disciplinarlos, content?ndose con establecer una l?nea de comunicaci?n sobre el r?o Algas, y otra del lado de Morella. Mas poco despu?s, animado con que la central hubiese a?adido a su mando el de Catalu?a, vacante por muerte de Reding, y sabedor de que la fuerza francesa en Arag?n se hab?a reducido a la del tercer cuerpo, como tambi?n que muchos de aquellos moradores se mov?an, resolvi? obrar antes de lo que pensaba, saliendo de Tortosa el 7 de mayo. Manifest?ronse los primeros s?ntomas de levantamiento hacia Monz?n. Sirvieron de est?mulo las vejaciones y tropel?as que comet?an en Barbastro y orillas del Cinca las tropas del general Habert. Dio la se?al en principios de mayo la villa de Albelda, neg?ndose a pagar las contribuciones y repartimientos que le hab?an impuesto. Enviaron los franceses gente para castigar tal osad?a; mas protegidos los habitantes por 700 hombres que de L?rida envi? el gobernador Don Jos? Casimiro Lavalle, a las ?rdenes de los coroneles Don Felipe Perena y Don Juan Baget, no solo se libertaron del azote que los amagaba, sino que tambi?n consiguieron escarmentar en Tamarite a los enemigos, cuyo mayor n?mero se retir? a Barbastro, quedando unos 200 en Monz?n. Alentados con el suceso los naturales de esta villa, y cansados del yugo extranjero, levant?ronse contra sus opresores y los obligaron a retirarse de sus hogares.

Necesario era que los franceses vengasen tama?a afrenta. Dirigieron, pues, crecida fuerza a lo largo de la derecha del Cinca, y el 16 cruzaron este r?o por el vado y barca del Pomar. Atacaron a Monz?n, que guarnec?a, con un reducido batall?n y un tercio de miqueletes, Don Felipe Perena: cre?an ya los enemigos seguro el triunfo, cuando fueron repelidos y aun desalojados del lugar del Pueyo. Insistieron al d?a siguiente en su prop?sito, y hasta penetraron en las calles de Monz?n; pero acudiendo a tiempo desde Fonz Don Juan Baget, tuvieron que retirarse con p?rdida considerable. Escarmentados de este modo pidieron socorro a Barbastro, de donde salieron con presteza en su ayuda 2000 hombres. Desgraciadamente para ellos, el Cinca, hinch?ndose con las avenidas, sali? de madre y les impidi? vadear sus aguas. Separados por este incidente, y sin poder comunicarse los franceses de ambas orillas, conocieron su peligro los que ocupaban la izquierda, y para evitarle corrieron hacia Albalate en busca del puente de Fraga. Hab?a antes previsto su movimiento el gobernador espa?ol de L?rida, y se encontraron con que aquel paso estaba ya atajado. Revolvieron entonces sobre Fonz y Estadilla, queriendo repasar el Cinca del lado de las monta?as situadas en la confluencia del Esera. Hostigados all? por todos lados, faltos de recursos y sin poder recibir auxilio de sus compa?eros de la margen derecha, tuvieron que rendirse estos que en vano hab?an recorrido toda la izquierda, entreg?ndose prisioneros el 21 de mayo a los jefes Perena y Baget, en n?mero de unos 600 hombres. Encendiose m?s y m?s con hecho tan glorioso la insurrecci?n del paisanaje, y fue estimulado Blake a acelerar sus movimientos.

Ya este general despu?s de su salida de Tortosa se hab?a aproximado a la divisi?n francesa que en Alca?iz y sus alrededores mandaba el general Laval, oblig?ndole a evacuar aquella ciudad el 18 del mes de mayo. Los enemigos todav?a no ten?an por all? numerosa fuerza, pues dicha divisi?n no permanec?a entera y reunida en un punto, sino que, acantonada, se extend?a hasta Barbastro, mediando el Ebro entre sus esparcidos trozos. Nada hubiera importado a los franceses semejante desparramamiento si no perdieran a Monz?n, y si impensadamente no se hubiera aparecido Don Joaqu?n Blake, cuyos dos acontecimientos supi?ronse en Zaragoza el 20 a la propia saz?n que Suchet acababa de tomar el mando.

Se desvanecieron por consiguiente los planes de este general de mejorar el estado de su ej?rcito antes de obrar, y en breve se prepar? a ir a socorrer a su gente. Dej? en Zaragoza pocas tropas, y llevando consigo la mayor parte de la segunda divisi?n march? a reforzar la primera del mando de Laval, que se reconcentraba en las alturas de H?jar. Juntas ambas ascend?an a unos 8000 hombres, de los que 600 eran de caballer?a. Areng? Suchet a sus tropas, recordoles pasadas glorias, y yendo adelante se aproxim? a Alca?iz, en donde ya estaba apostado Don Joaqu?n Blake. Contaba por su parte el general espa?ol, reunidas que fueron las divisiones valenciana de Morella y aragonesa de Tortosa, 8176 infantes y 481 caballos.

La derecha al mando de Don Juan Carlos de Ar?izaga se alojaba en el cerro de los Pueyos de F?rnoles; la izquierda gobernada por Don Pedro Roca permaneci? en el cabezo o cumbre baja de Rodriguer, situ?ndose el centro en el de Capuchinos a las inmediatas ?rdenes del general en jefe y de su segundo el marqu?s de Laz?n. Corr?a a la espalda del ej?rcito el r?o Guadalope, y m?s all? se descubr?a colocada en un recuesto la ciudad de Alca?iz.

A las seis de la ma?ana del 23 aparecieron los enemigos por el camino de Zaragoza, retir?ndose a su vista la vanguardia espa?ola que reg?a Don Pedro Tejada. Pusieron aquellos su primer conato en apoderarse de la ermita de F?rnoles, atacando el cerro por el frente y flanco derecho, al mismo tiempo que ocupaban las alturas inmediatas. Contestaron con acierto los nuestros a sus fuegos, y repelieron despu?s con serenidad y vigorosamente una columna s?lida de 900 granaderos, que marchaba arma al brazo y con grande algazara. Queriendo entonces el general Blake causar diversi?n al enemigo, envi? contra su centro un trozo de gente escogida al mando de Don Mart?n de Menchaca. No estorb? esta atinada resoluci?n el que Suchet repitiese sus ataques para ense?orearse de la ermita de F?rnoles, si bien infructuosamente, alcanzando gloria y prez Ar?izaga y los espa?oles que defend?an el puesto. Enojados los franceses al ver cu?n in?tiles eran sus esfuerzos, revolvieron sobre Menchaca, que acometido por superiores fuerzas tuvo que recogerse al cerro de la mencionada ermita. Extendiose en seguida la pelea al centro e izquierda espa?ola, avanzando una columna enemiga por el camino de Zaragoza con tal impetuosidad que por de pronto todo lo arroll?. Mand?bala el general franc?s Fabre, y sus soldados llegaron al pie de las bater?as espa?olas del centro, en donde los contuvo y desorden? el fuego viv?simo de los infantes, y el bien acertado a metralla de la artiller?a que gobernaba Don Mart?n Garc?a Loigorri. Rota y deshecha esta columna, tuvieron los enemigos que replegarse, dejando el camino de Zaragoza cubierto de cad?veres. Nuestras tropas picaron alg?n trecho su retirada, y no insisti? Blake en el perseguimiento por la desconfianza que le inspiraba su propia caballer?a que anduvo floja en aquella jornada. Perdieron los espa?oles de 200 a 300 hombres: los franceses unos 800, quedando herido levemente en un pie el general Suchet. Prosiguieron los ?ltimos por la noche su marcha retr?grada, y tal era el terror infundido en sus filas que esparcida la voz de que llegaban los espa?oles echaron sus soldados a correr, y mezclados y en confusi?n llegaron a Samper de Calanda. Avergonzados con el d?a volvieron en s?, y pudo Suchet recogerse a Zaragoza, cuyo suelo pis? de nuevo el 6 de junio.

Satisfecho Blake de haber reanimado a sus tropas con la victoria alcanzada, limitose durante algunos d?as a ejercitarlas en las maniobras militares, mudando ?nicamente de acantonamientos. La junta de Valencia acudi? en su auxilio con gente y otros socorros, y la central estableciendo un parte o correo extraordinario dos veces por semana, mantuvo activa correspondencia, remitiendo en oro y por conducto tan expedito los suficientes caudales. Reforzado el general Blake y con mayores recursos se movi? camino de Zaragoza, confiado tambi?n en que el entusiasmo de las tropas suplir?a hasta cierto punto lo que les faltase de aguerridas.

Por su parte el general Suchet tampoco desperdici? el tiempo que le hab?a dejado su contrario, pues acampando su gente en las inmediaciones de Zaragoza, procur? destruir las causas que hab?an alg?n tanto corrompido la disciplina. Form? igualmente con objeto de evitar cualquiera sorpresa atrincheramientos en Torrero y a lo largo de la acequia, barre? el arrabal, mejor? las fortificaciones de la Aljafer?a, y envi? camino de Pamplona lo m?s embarazoso de la artiller?a y del bagaje.

En las apuradas circunstancias que le rodeaban no solo ten?a que prevenirse contra los ataques de Blake, sino tambi?n contra las asechanzas de los habitantes, y los esfuerzos de varios partidarios. De estos se adelant? orillas del Jal?n un cuerpo franco de 1000 hombres al mando del coronel Don Ram?n Gay?n, y por el lado de Monz?n e izquierda del Ebro acercose al puente del G?llego el brigadier Perena. De suerte que otro descalabro como el de Alca?iz bastaba para que tuviesen los franceses que evacuar a Zaragoza, y dejar libre el reino de Arag?n.

Afanado as? el general Suchet y lleno de zozobra ocup?base sobre todo en averiguar las operaciones de Don Joaqu?n Blake, cuando supo que este se aproximaba. Preparose pues a recibirle, y dejando la caballer?a en el Burgo, distribuy? los peones entre el monte Torrero y el monasterio de Santa Fe, camino de Madrid, al paso que destac? a Muel al general Fabre con 1200 hombres.

Er--

SYLVETTE. Oh!

PERCINET. What is the matter?

SYLVETTE. I imagine I am too happy--I'm nervous--I don't feel well. I'll be well in a moment. Let me be!

PERCINET. I'll leave you for a moment. On a day like this, it's only too natural-- I'll just jot down those lines. "I, Straforel, having pretended to be killed by a sword-thrust from a foolish young blade, hereby render account for torn clothes and wounded pride: forty francs." What is it?

PERCINET. Well, well, well!

SYLVETTE. What is it?

PERCINET. Nothing. Now I see why the body was never found!

SYLVETTE. You've said nothing about my dress to-day?

PERCINET. Blue is not becoming. I always prefer you in pink.

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