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Read Ebook: Novelas y cuentos by Est Banez Calder N Seraf N

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Ebook has 831 lines and 49489 words, and 17 pages

--Nones y m?s nones, que a ser ?l, ya entender?amos alg?n ofertorio, que por buen ejemplo vendr?a entonando.

--Puesto--respondi? Cigarral--que ni viene el doctor, ni suena el notario, ni asoma el sacrist?n, trinidad y compa??a la m?s grave que est? al comienzo y cabeza de este pueblo, no hay m?s que decir, sino que esa persona que autorizadamente marcha, y paso pasito llega, no es ni puede ser menos, y sin ofensa de parte, que el sardesco lucero, jumento principal de don Antonio Gerif, que a esta hora y cotidianamente pasa, en conserva de alg?n sirviente, por regalos, frutas y flores de la huerta que el rico Ant?n posee con tantos jardines all? en el r?o.

Y era as?, como sospechaba el buen entender del estropeado Cigarral; pues decir esto y salir de entre las ramas y verdura que ocultaban la vista un jumento lozano y de cabeza entonada, fu? todo un punto, y all? mismo, y sin m?s parecer ni mejor licencia, di? al aire el cuello, y mostrando una boca risue?a solt? dos o tres golpes de diapas?n, que, si no muy armoniosos, no por eso dejaron de ser repetidos y revocados por la ninfa Eco, y llevados de monte en monte. Y nada de este cuadro ofrec?a por s? algo de extraordinario, pues este nuevo interlocutor, que tomamos la libertad de ofrecer al leyente, como siempre, a la propia hora y en el mismo punto y sitio tomaba alg?n descanso, saludaba por las m?s veces con toda su garganta aquel asueto a su fatiga.

--V?ctor, V?ctor--dijo Cigarral--, as? haya consuelo con esta visita, como bien me suenan a mis orejas estos ?speros sonidos. Plegue a Dios que lleguen tiempos en que el clar?n de la fama no sepa repetir sino estos sones de mi buen amigo, y s?rvale de premio tal corona, por las buenas obras de que me es portador.

Y no se enga?aba en esto tampoco el cojo soldado, pues saltando quien cabalgaba en el rucio, as? le dec?a, entreg?ndole algo de vianda y algunos otros regalillos, que para entretenimiento de los dientes le sac? de los serones que adornaban al rucio; regalillos que bien pudieran despertar el paladar de un penitente, no que de hombre tan apetitoso como el soldado.

--La hermos?sima Mar?a--le dijo--me encomienda os d? estas limosnas, que hoy domingo son m?s abundantes y de mejor gusto que otro d?a: mucho se encomienda a vuestra memoria, y a?n m?s a las oraciones que dig?is a la Sant?sima Virgen.

--Llegue ella al cielo--respondi? el estropeado--como yo la subir? y ensalzar?, y encomendar? con palabras y pensamientos, hasta donde alcance mi humilde merecimiento, puesto que ni todo el lugar en junto, ni cada su morador apartadamente, ni el cristiano viejo por caridad, ni el morisco por el respeto que se debe a un soldado de S. A., como yo, me han dado tanto en un mes como esta hermos?sima doncella en un solo d?a. L?stima es que la naturaleza al sacarla del vientre de su madre, la dotase de tanta hermosura, dej?ndole as? poco que hacer al resplandor de belleza que lleva consigo la caridad; pero cierto es que si la mujer es hermosa por s?, con la ayuda de su blando coraz?n y piadosa condici?n, menos que hermosa, es un ?ngel sobre la tierra, y arc?ngel ser? la hermos?sima Mar?a.

--Am?n, am?n--respondieron a una el muchacho Mercado y el mensajero del asno, quien, al seguir su paso, le dijo al soldado:

--Con algo de desabrimiento habl?is de nosotros, pobres moriscos, y a fe a fe que no sino moriscos son estos bocados que com?is, y no sino morisca es esa Mar?a que tanto alab?is y que todos bendecimos.

--Buen Ferri--respondi? el soldado--, yo no hablo mal de la gente de tu naci?n sino por esas malas voces que corren de vuestra mala creencia; por lo que toca a Mar?a, ?ngel es y ?ngel se estar?, y libre se encuentra de tan negra mancha; yo la f?o y la conf?o, y desde el ni?o Mercado, monaguillo de hopa y bonete, que esto escucha, hasta el licenciado y cura Trist?n, y los dos beneficiados, dar?n la vida por ella. Esto en cuanto a fe y creencia, que por linaje y sangre, quien tiene como ella sangre de reyes, ninguna m?cula le puede caber. ?Qui?n no respeta a los Granadas y Benegas?. Con que as?, hermano Ferri, soseg?os, y no ech?is a mala parte lo que apunto y digo, que honrado sois, y honrado me conoc?is, y, sobre todo, agradecido.

--La paz de Dios te acompa?e, soldado--dijo el Ferri--; Dios es grande, Dios es misericordioso, y mira por los suyos.

--Al diablo por estos tornadizos--dijo el estropeado Cigarral as? como vi? trasponer al morisco hortelano--; al diablo por estos tornadizos, que siempre responden con sentencias y palabras de comp?s y medida, que huelen todav?a al Alcor?n, como p?lvora al azufre, y como vasija al primer caldo que encerr? en ella. Pero, Mercado, alto all? y no murmuremos, que, a fuer de agradecido, m?s hace el morisco con ser mensajero dadivoso que yo con callarle sus puntas y collares. Qu?date conmigo, monaguillo insigne, que quiero con parte de estos regalillos pagar la buena gracia con que me acoges y hospedas toda noche en tu encogido aposento, libr?ndome as? del fr?o que derrama el zagu?n de la iglesia o las plagas que derrama y llueve el mes?n ?nico que permite gallardamente el se?or duque a estos infelices vasallos. Todav?a, amigo Mercado, habr?s de pagar tu costa en este banquete, vaci?ndome algunas de las vinajeras que habr?s puesto, cual sueles t?, a recaudo, como var?n prudente, pues sabes que el agua del cielo no siempre baja cuando hace sequ?a, y que para entonces sirven y tienen su acomodo y aplicaci?n los aljibes y dep?sitos, y aunque no tanto, siempre me contentar? con una buena azumbre para m? solo, pues a ti ning?n provecho pueden hacerte estas bebidas ardientes, que en la primera edad previenen y disponen a los muchachos para ser sanguinolentos y col?ricos, faltando as? a la mansedumbre y humildad, que tanto nos encargan nuestros padres y maestros. En cambio, partir? contigo todos estos admin?culos y bastimento, y te alcanzar?, como mejor pueda, sendos jarros de agua de la fuente alta de la plaza, para que te refrigeres y tomes todo placer a la comida.

--Admito--dijo el de la hopa--, amigo Cigarral, tan cordial convite, y en lo del vino nada me advierta, bast?ndole saber que muy bien s? y se me alcanzan las franquicias, gajes y libertades del oficio del despensero y sis?n, para renunciar a lo m?s bueno y mejor parado de lo apartado, y puesto a seguro por estas mis manos, a hurto del sacrist?n. Pero entornad la parla inoficiosa, que ya vuelven de la capilla por lo alto del pueblo todos los paseantes que fueron para lo bajo; y siendo as? que poco o m?s nada les entra ni vuestra humildad, ni menos penetran vuestras plegarias estropeadas, soldadescas y lagrimosas, poned en campa?a las buenas partes de vuestro gozque Canique, que lo que vos no alcanz?is, acaso logr?ranlo sus buenas gracias, saltos, danzas y donaires.

--As? sea--dijo Cigarral.

Y d?ndole dos palmadas a su gozque Canique, ?ste se ali?? y prepar? diligentemente para algo de importancia.

En tanto iban alleg?ndose los paseantes, y en cuanto los sinti? a tiro el estropeado, as? dijo al gozque:

--Salid, don Canique, can honrado y placentero, y dad cuatro vueltas de villano o de Bran de Inglaterra por lo alegre o autorizado, seg?n m?s os conviniere, ante los altos se?ores que os miran, todo por darles gusto y placer.

Y esto diciendo, con dos tejoletes que mov?a entre el me?ique y pulgar de la siniestra, y un tris con tras que sacaba de los palos de las muletas, formaba una como manera de comp?s, que el can bailador se esforzaba por coger con sus patillas traseras lo m?s galanamente posible. Lo que no lograran las l?stimas, lo alcanzaron las danzas y saltos caninos, cual presumi? Mercado, y todos los vinientes se pararon formando corro, admirando y celebrando los donaires de la alima?a. El estropeado, con algo m?s de aliento, ya cautivada la atenci?n de su auditorio, prosegu?a diciendo:

--Ahora, don Canique, haced la salva por el Rey de Francia y los otros Pr?ncipes de la cristiandad.

Y el perro daba tres ladridos alegres.

--Ahora, haced la mesura al se?or Emperador, vuestro Se?or natural.

Y el perro cruzaba las manillas y bajaba humildemente la cabeza.

--Y ahora--repet?a--cantad las alabanzas a don Lutero y otros canes de herejes, peores y peor?simos que vos.

Y el avisado can amulaba como un diablo del infierno.

--Ahora emplead las s?plicas y pedid albricias, comenzando por el m?s rico y concluyendo por el m?s dadivoso.

El perro, que deb?a haber un mal esp?ritu en el cuerpo, as? como esto oy?, se puso a los pies de aquel Pero Ant?nez, usurero honrado, que, como ya se apunt?, prestaba un celem?n, y recog?a dos fanegas. El buen avaro, bien como se vi? se?alado y proclamado por el m?s rico del auditorio, di? un paso atr?s, y poni?ndose entrambas manos en los bolsillos, daba al diablo al perro, y apellidaba aquello por algo de brujer?a. El perro, aunque segu?a en sus genuflexiones y zalemas, nada alcanzaba; hasta que enfadado el cojo por la esterilidad del tiempo, y la mezquina condici?n de tanto estante y ning?n donante, as? dijo a su cofrade, sirviente y amigo:

--Pues, amigo Canique, lo que no dan ni prestan, fuerza ser? tomarlo; entrad a saco a estas buenas gentes, como all? en anta?o en el asalto y saco de Roma; mas contad y advertid que no les hab?is de tomar sino de lo superfluo y profano, dej?ndoles entera la piel, y menos interesar algo del tegumento de las carnes, y sin detracci?n alguna, que todo lo dem?s, camisa inclusive, os lo fallo y declaro por buena y leg?tima presa.

Decir esto, y como cobijarse el maligno gozque con ligereza y travesura del mismo diablo, fu? todo un punto, no habiendo arremetida en que no dejase alguna prenda por despojo bajo la salvaguardia del soldado, volviendo a la carga m?s desesperadamente, brincando, latiendo, lanz?ndose y agazap?ndose, siempre huyendo y siempre burlando los quites y reparos de aquella gente salteada. Esta, ya por lo intempestivo del asalto, y ya por la placentera traza del amo y sirviente, no acordaron en lo que les acontec?a, hasta que vieron a los pies del soldado quien el lenzuelo del bolsillo, quien la caperuza, cual la gorra, y hasta la due?a Berm?dez mir? con esc?ndalo sus venerables tocas, siendo prenda pretoria del burlador soldado. Este toc? a recoger diciendo:

--Alto y parad, hermano Canique: bien lo hab?is hecho, y ahora rescatemos estos trofeos, quiero decir que nos los rescatar?n, troc?ndolos por blancas y ochavos, no de otra suerte que hizo vuestro capit?n y el m?o, Francisco Carvajal, en aquel de Roma. Y no os parezca mal esto, se?ores, ni se me amostacen por tal ni?er?a, que mi capit?n Francisco de Carvajal en aquel saco de Roma, como ya dije, no encontrando su parte de despojo, pues se entretuvo harto en pelear, al rev?s de otros que medran m?s, mientras menos se refriegan con los enemigos, tom? traza y medio para enmendar el disfavor de la fortuna; pues encontrando con uno como vos, seor Candurgo , que era el notario de la santa Datar?a, le pidi? 200.000 escudos, que no d?ndoselos el italiano, puso a pique de poner fuego a un monte de papeles que de la notar?a sacamos sus soldados a la inmediata plaza, para hacer lumbradas y candelarias; pero el notario, que daba mucha importancia a tanto papel, y que por ello le hab?a amagado por aquel flanco mi capit?n y vuestro se?or, Canique, queriendo conservar las buenas cosas que all? se guardar?an, sin m?s espera, y como deuda que tiene aparejada ejecuci?n, le cont? los 200.000 escudos a mi capit?n Francisco Carvajal, que ahora en gracia de Dios y por m?ritos de sus manos, conquista y arregla esos imperios del Per?.

Los circunstantes, que no se maravillaban menos de aquella taravilla que de las artes caninas del don Canique, mitad enfadados, mitad placenteros, rescataron por este o aquel ochavo o blanca cada uno la parte que perdieron de despojo, si exceptuamos al usurero Ant?n, que enrosc?ndose como sierpe y guareci?ndose en s? propio contra el suelo, cual erizo bre?al, se libr? de ser prendado en el primer asalto, y que ahora durante la pl?tica se escurri? silenciosamente, d?ndose albricias que por su industria y buen ?nimo pudo libertarse de todo empe?o y de toda multa.

El campo quedaba ya del todo en todo despejado, seg?n entender del soldado y del muchacho de la hopa; pero aqu?l, alzando los ojos, vi? que ten?a ante s? a otra tercera persona extra?a, que sin duda hab?a ocupado lugar al concluir el asalto del perro, y el saco de los paseantes.

Este nuevo personaje, vestido por aquella manera, mitad morisca, mitad castellana, que aun usaba la naci?n vencida, bien mostraba cuya era su estirpe; si bien el buen porte de sus arreos, lo venerable de su barba, y el respeto que derramaba su persona, mostraba por otra parte no ser de vulgar condici?n. Este personaje fu? el primero que rompi? el silencio, dici?ndole al soldado:

--Mal hac?is en despojar, ni aun en burlas, ni por un ardite, a vuestros cristianos viejos; pues ten?is a tiro modo m?s llano de medrar, tom?ndolo todo de los moriscos. Lo que perdone la farda, lo que dejen las socali?as y lo que olviden las derramas, tomadlo vos antes que otros de vuestros compatricios; tomadlo, que seg?n vuestros doctores y pol?ticos entendidos, estamos a merced, y lo que nos dej?is, eso debemos agradecer. Con todo ello, bien me place el donaire con que hab?is burlado a tanto cristiano viejo. Entretanto, si quer?is vos venir esta noche, entrad en mi casa, y asistir?is a la fiesta que doncellas y mancebos celebran hoy por el natalicio de mi sobrina, tu bienhechora. Quedad a Dios, y si mi sobrina Mar?a salta del puente ac?, decidla que paso voy, para que pueda alcanzarme, pues no me vendr? mal la ayuda de su brazo para subir el ?ltimo recuesto.

El venerado D. Antonio Gerif, pariente de los destronados reyes de la Alhambra, sigui? el camino diciendo estas palabras, acompa?ado de una inclinaci?n respetuosa del soldado y del muchacho; pues este poder tienen los grandes infortunios de las personas elevadas, que imponen el respeto hasta a los mismos enemigos.

Entretanto que esto pasaba, el de la hopa revolv?a una al parecer como bolsa que divis? en el suelo, all? en el mismo sitio donde el usurero Ant?nez se atrincher?, encorv?ndose y encogi?ndose para no ser salteado por los tropeles del Canique.

Ya el muchacho se dispon?a a forzar insolentemente la bolsa, y revolverla y registrarla sin comedimiento alguno, cuando el soldado, levant?ndose de su asiento, que ni ten?a coj?n ni respaldo, diligentemente se acerc? al muchacho, increp?ndole su intento, dici?ndole:

--Alto all?, y entr?gueme ese despojo, trofeo de mi sirviente Canique. El esclavo adquiere para su se?or, seg?n toda buena regla de derecho, y nadie me disputar? el se?or?o que ejerzo sobre mi perro; y mirad, Mercado, en prueba de ello, c?mo reclama con su inquieto latir, lo que le pertenece de derecho.

El monaguillo repugnaba y tomaba el largo, el cojo insist?a y le daba caza a pesar de su manquedad de piernas, y el can, como pr?ctico ya en tal guerra, brincaba y saltaba a las espaldas del muchacho, conociendo bien que no hay como amenazar la retirada para perturbar al enemigo.

Nadie sabe d?nde hubiera ido esta disputa, si Mercado, vi?ndose en tanto apremio y asedio, no hubiera dicho:

--Rep?rtese, se?or Cigarral; su amigo soy, y prendas tiene de ello: si vuestro sirviente hizo el despojo, yo lo he restaurado con mi hallazgo; y bueno ser? que, si encontramos por sano y bueno el alzarnos con la presa, partamos como buenos hermanos, partiendo as? las asechanzas al diablo, que quiere invadirnos y ponernos en rifa. Adem?s, que cualquiera de entrambos que se disgustara har?a mal tercio y peor obra al compa?ero, llev?ndole nuevas al usurero de la bolsa perdida.

Parecieron tan elocuentes tales razones al uno, y le mostr? tal fuerza el ?ltimo argumento, que afirm?ndose en las muletas y asegurando en tierra el zoquete que le sobrellevaba la pierna, as? dijo alargando la mano al monaguillo:

--Tus palabras, ni?o, son tan discretas como razonables; en lo de la partija, si hay materia partible, estaba concedido sin ser demandado, pues tanta estimaci?n me merecen tus buenas gracias: y como estaremos juntos hasta tarde, en tanto tiempo haremos toda composici?n, es decir, que en tu aposentillo, una cosa tras otra y por su orden, iremos ejecutando lo de la cena, lo de las vinajeras y lo de la visita y partija de la bolsa; a no ser que nos asistan razones que muevan a principiar por la bolsa, por preferencia a su linaje y calidad, en lo cual no podr?n agraviarse ni los bastimentos ni la bebida.

Acaso no concluyera tan presto este coloquio burl?n como maligno, a no ser que el perro, dej?ndolos de un salto, no arrancara a correr con toda su carrera hacia un sitio se?alado de esta escena.

Para mejor inteligencia deber? entenderse que el terreno, que por all? formaba una falda espaciosa, estaba dividido por un hond?simo tajo, practicado por la acci?n lenta de las aguas, o por alguna otra explosi?n rabiosa de la naturaleza all? en los remotos siglos. De lejos no se advert?a esta abertura horrible; pero de cerca parec?a un anch?simo foso por donde pasaba un r?o entero, que desde lo alto s?lo se escuchaba mugir pausadamente, divis?ndose apenas una como faja de plata, sin m?s distinci?n ni claridad; pues tal y tanta es la altura desde donde se mira.

Por lo m?s encumbrado, en tiempos antiguos, practicaron los moros cultivadores de aquellas f?rtiles asperezas, un puentezuelo o arcaduz, estribando entre las pe?as de aquellos abismos, por donde hac?an pasar las aguas de un lado a otro, para regar los jardines y verjeles de la parte inferior. Este puente acueducto se hab?a roto y derrumbado por su clave, ya por la injuria del tiempo, o ya por consecuencia de las revueltas pasadas; mas los aleros del arco, no estando sino separados por vara y media o dos varas, muchas personas de agilidad y soltura, por librarse del cansancio y fatiga de bajar un gran recuesto, y volver a subir la rambla empinada que conduc?a a la aldea, de un salto ligero, salvando as? el tajo, se miraban casi casi tocando a las primeras casas. Aunque el salto no era peligroso, todav?a helaba de temor el ver lo profundo del abismo, las negras bocas que se abr?an en las paredes cavernosas del tajo y el haber de andar cuatro o seis pasos por el pretil no ancho del puente y arco dividido.

El verd?n de la humedad resbalaba mucho; pero unos cuantos golpes de espada?a y juncia, nacidos entre la f?brica y mantenidos por la frescura, prestaban ayuda y apoyo para los atrevidos pasajeros, y hacia este sitio salvaje y pintoresco fu? adonde vieron partir Cigarral y Mercado al tercer interlocutor de la escena, el insigne gozque Canique.

All? dirigiendo los ojos, y a pesar de lo que ya anochec?a, vieron desprenderse desde el boscaje obscuro de la ribera opuesta una como sombra a?rea, ligera como el viento, que, desliz?ndose sobre el pretil del arco destru?do, y salv?ndolo de un vuelo, no que de un salto, se acercaba ligeramente entre los saltos y caricias del gozque.

--Ya sab?a yo--dijo el soldado--que la acometida alegre del perro no pudiera ser sino por la llegada de la hermos?sima Mar?a; ?l paga con sus fiestas y escarceos sus obligaciones de agradecimiento, as? como yo las guardo en lo m?s ?ntimo del coraz?n, para manifestarlas en tiempo que puedan ser de alg?n ?til.

En esto lleg? aquella tan celebrada por hermosa, tan amada por su piadosa condici?n y tan respetada por su religiosidad, y cierto que as? como lleg? y descorri? el velo que pend?a de las tocas de su cabeza, mostr? maravillosamente que a?n pasaba su belleza al encarecimiento de la fama. Su traje era a?n el usado por la naci?n vencida; esto es, toda la profusi?n oriental, realzada por los golpes de gracia y caprichos a?adidos por los moros de Granada, que hac?an de su vestido un adorno tan lindo como peculiar a aquel pa?s. El pelo recogido, las trenzas vagando por las espaldas, daban una picante extra?eza a su rostro, iluminado dulce y melanc?licamente con ojos del linaje del Yemen. Dos leves y riqu?simas gir?ndulas de oro y esmeralda, pendientes de sus breves orejas, mostraban la riqueza de su due?o, as? como una cruz que adornaba su joyel, mostraba la creencia de la doncella.

--Dios os guarde--dijo.

Y los cielos parec?a que hab?an hablado por su boca; tal fu? su acento de arm?nico y delicado, y el soldado, con su mejor gracia posible, replic?:

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