Read Ebook: Tormento by P Rez Gald S Benito
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Ebook has 1320 lines and 71955 words, and 27 pages
Amparo alarg? sonriendo el libro.
La fisonom?a del salvaje era poco accesible generalmente a las interpretaciones del observador; pero el observador en aquel caso y momento se pod?a haber arriesgado a dar a la expresi?n de aquel rostro la versi?n siguiente: <
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Y no sal?a de esto, si bien ten?a fuerte apetito de hablar, de decir algo. Solo ante ella, sin temor de indiscretos testigos, el hombre m?s t?mido del mundo iba a ser locuaz y comunicativo. Pero las burbujas de elocuencia estallaban sin ruido en sus morados labios, y...
La dificultad en estos casos es hallar un buen principio, dar con la clave y f?rmula del exordio. ?Ah!, ya la hab?a encontrado. Los negros ojos de Caballero despidieron fugitivo rayo, semejante al que precede a la inspiraci?n del artista y del orador. Ya ten?a la primera s?laba en su boca, cuando Amparo, con franco y natural lenguaje que ?l no habr?a podido imitar en aquel caso, le mat? la inspiraci?n.
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--Treinta a?os--replic? el tal, descansando de sus esfuerzos de iniciativa parlante, porque es dulce para el hombre de pocas palabras contestar y seguir el f?cil curso de la conversaci?n que se le impone--. Fui a los quince, m?s pobre que la pobreza. Mi t?o estaba establecido en el Estado de Tamaulipas, cerca de la frontera de Texas. Pas? primero diez a?os en una hacienda donde no hab?a m?s que caballos y algunos indios. Despu?s me fij? en Nueva Le?n, hice varios viajes a la costa del Pac?fico, atravesando la Sierra Madre. Cuando muri? mi t?o me establec? en Brownsville, junto al r?o del Norte, y fund? una casa introductora con mis primos los Bustamantes, que ahora se han quedado solos al frente del negocio. Yo he venido a Europa por falta de salud y por tristeza... ?Oh!, es largo de contar, muy largo, y si usted tuviera paciencia...
--Pues s? que la tendr?... Habr? usted pasado muchos trabajos y tambi?n grandes sustos, porque yo he o?do que hay all? culebras venenosas y otros animaluchos, tigres, elefantes...
--Elefantes no.
--Leopardos, dragones o no s? qu?, y sobre todo unas serpientes de muchas varas que se enroscan y aprietan, aprietan... Jes?s, ?qu? horror!... ?Y piensa usted volver all??--prosigui?, sin dar tiempo a que Caballero diera explicaciones sobre la verdadera fauna de aquellos pa?ses.
--Eso no depende de m?--contest? el indiano mirando al hule que cubr?a la mesa.
--?Pues de qui?n ha de depender, D. Agust?n?--indic? Amparo quiz?s con demasiada familiaridad--. ?No es usted libre?
<>--pregunt? luego.
--Eso dice Rosal?a,--replic? ella con gracia--. Tanto lo dir?, que al fin quiz? salga cierto. ?Ay!, D. Agust?n, dichoso el que es due?o de s? mismo, como usted. ?En qu? condici?n tan triste estamos las pobres mujeres que no tenemos padres, ni medios de ganar la vida, ni familia que nos ampare, ni seguridad de cosa alguna como no sea de que al fin, al fin, habr? un hoyo para enterrarnos!... Eso del monj?o, qu? quiere usted que le diga, al principio no me gustaba; pero va entrando poquito a poco en mi cabeza, y acabar? por decidirme...
En el cerebro del t?mido surgi? bullicioso tumulto de ideas; palabras mil acudieron atropelladas a sus secos labios. Iba a decir admirables y vehementes cosas, s?, las dir?a... O las dec?a o estallaba como una bomba. Pero los nervios se le encabritaron; aquel maldito freno que su ser ?ntimo pon?a fatalmente a su palabra le apret? de s?bito con soberana fuerza, y de sus labios, como espuma que salpica de los del epil?ptico, salpicaron estas dos palabras:
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Antes de que el consabido freno pudiera funcionar, la espontaneidad, adelant?ndose a todo en el alma de Caballero, dict? esta respuesta:
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Arrojado este atrevido concepto, Agust?n sinti? que el rubor ?cosa extra?a!, sub?a a su rostro caldeado y seco. Era como un ?rbol muerto que milagrosamente se llena de poderosa savia y echa luego en su m?s alta rama una flor moment?nea. El coraz?n le lat?a con fuerza, y tras aquellas palabras vinieron estas:
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--?D. Agust?n!
--S?, lo digo, lo vuelvo a decir... usted es pobre, pero de altas, de alt?simas prendas.
--D. Agust?n, que se remonta usted mucho,--murmur? ella hojeando el libro.
--?Y tan guapa!...--exclam? Caballero con cierto ?xtasis, como si tales palabras se hubieran dicho solas, sin intervenci?n de la voluntad.
--?Jes?s!
--S?, se?ora, s?.
--Gracias, gracias. Si usted se empe?a, no es cosa de que ri?amos. Es usted amable.
--No, no--dijo el cobarde envalenton?ndose--. Yo no soy amable, yo no soy fino, no, no soy galante. Yo soy un hombre tosco y rudo, que he pasado a?os y m?s a?os metido en m? mismo, al pie de enormes volcanes, junto a r?os como mares trabajando como se trabaja en Am?rica. Yo desconozco las mentiras sociales, porque no he tenido tiempo de aprenderlas. As?, cuando hablo, digo la verdad pura.
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--?De veras?... ?Qui?n sabe! Mucho se pierde en la soledad; pero tambi?n mucho se gana. Las asperezas de esa vida primitiva entorpecen los modales del hombre; pero le labran por dentro.
--?Ay!, no. No me hable usted de esa vida. A m? lo que me gusta es la tranquilidad, el orden, estarme quietecita en mi casa, ver poca gente, tener una familia a quien querer y quien me quiera a m?; gozar de un bienestar medianito y no pasar tant?simo susto por perseguir una fortuna que al fin se encuentra, s?, pero ya un poco tarde y cuando no se puede disfrutar de ella.
?Qu? buen sentido! Caballero estaba encantado. La conformidad de las ideas de Amparo con sus ideas deb?a darle ?nimo para abrir de golpe y sin cuidado el arca misteriosa de sus secretos. El soberano momento llegaba.
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Porque, al venir a la casa, hab?a preparado su declaraci?n; ten?a un magn?fico plan con oportunas frases y razonamientos. Los mudos suelen ser elocuent?simos cuando se dicen las cosas a s? mismos.
Lo que hab?a pensado Caballero era esto:
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>>O?da por m? esta pregunta, ya tengo el terreno preparado. La respuesta es tan f?cil, que no tengo que hacer m?s que abrir la boca y dejar salir las palabras, sin que el miedo me sofoque ni la cortedad me embargue la voz. Hilo a hilo fluir?n corriendo las frases de mis labios y le dir?: <
>>Cuando yo est? diciendo esto, me oir? con toda su alma, fijos en m? sus bellos ojos. Yo me animar? m?s, y libre ya de todo miedo, continuar? as?: <
>>Al llegar a esto, Amparo habr? comprendido perfectamente. Me oir? toda turbada sin saber qu? decir. Casi, casi no necesitar? a?adir una sola palabra, ni pronunciar las frases sacramentales y cursis <
Cerr? bruscamente el libro, y como prosiguiendo un coloquio interrumpido dijo as?:
<>.
?Dios de los mudos, qu? feliz ocasi?n! La respuesta era tan natural, tan f?cil, tan humana, que si Agust?n no hablaba merec?a perder para toda su vida el uso de la palabra. Por su cerebro pas? un rel?mpago. Era una breve, ingeniosa y trasparente contestaci?n. Al sentirla en su mente, se conmovi? su ser todo, punzado por sobrehumano est?mulo. Como habla el tel?fono articulando palabras trasmitidas por ?rgano lejano, dej? o?r el bueno de Caballero esta gallarda respuesta:
<>.
Amparo lo oy? espantada; p?sose muy p?lida, despu?s encendida. No sab?a qu? decir... Y ?l tan tranquilo, como el que ha consumado con brusco esfuerzo una obra tit?nica. Lanzado ya, sin duda iba a decir cosas m?s concretas. Y ella ?qu? responder?a?... Pero de improviso oyeron un met?lico y desapacible son...
?Til?n!... la campanilla de la puerta. Bringas y consorte volv?an del teatro.
No caus? sorpresa a Rosal?a hallar a su primo en la casa tan a deshora. Hab?a ido a ver c?mo segu?a el peque?uelo. ?Qu? cosa m?s natural? Agust?n quer?a tanto a los ni?os, que cuando estaban enfermitos se acongojaba como si fueran hijos suyos, y se aturd?a y quer?a llamar a todos los m?dicos de Madrid. ?Qu? padrazo ser?a si se casara!... demasiado aprensivo y meticuloso quiz?s, pues no hab?a que tomar tan a pecho las ronqueras, las fiebrecillas y otras desazones sin importancia propias de la edad tierna.
El s?bado de aquella semana, hall?ndose Amparo y Rosal?a en el cuarto de la costura, la dama habl? as? con su protegida:
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Amparito no dijo nada, y su silencio turb? tanto el esp?ritu de la augusta se?ora, que esta no pudo menos de enojarse un poco.
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