Read Ebook: El Superhombre y otras novedades by Valera Juan
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Ebook has 584 lines and 86149 words, and 12 pages
JUAN VALERA
El Superhombre
y otras novedades
ART?CULOS CRITICOS
MADRID
LIBRER?A DE FERNANDO F?
Carrera de San Jer?nimo, 2
Es propiedad del autor. Queda hecho el dep?sito que marca la ley.
Imprenta de Ricardo F?, calle del Olmo, n?m. 4
?NDICE
El Superhombre 1
Las inducciones del Sr. D. Pompeyo Gener 37
La irresponsabilidad de los poetas 71
La purificaci?n de la poes?a 83
Don Crist?bal de Moura, primer Marqu?s de Castel-Rodrigo 93
El espect?culo m?s nacional 115
<
Sobre la novela de nuestros d?as 149
Del progreso en el arte de la palabra 159
El fil?sofo autodidacto 197
Sobre la duraci?n del habla castellana con motivo de algunas frases del Sr. Cuervo 209
Biblioteca de filosof?a y sociolog?a 237
El regionalismo literario en Andaluc?a 249
La goletera, por Arturo Reyes 275
Las novelas ejemplares de Cervantes, por F. A. de Icaza 281
El buen pa?o..., novela por J. F. Mu?oz Pab?n, presb?tero 285
Lully Arjona, novela por D. Alfonso Danvila 289
Mariquita Le?n, novela original de Jos? Nogales y Nogales 297
Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox 303
El ?ltimo patriota, novela por Jos? Nogales y Nogales 309
Isaac, por Javier Lasso de la Vega 321
Discurso pronunciado por do?a Emilia Pardo Baz?n en los Juegos florales de Orense, en la noche del 7 de Junio de 1901 331
Novelas recientes 345
EL SUPERHOMBRE
Fracastorii: DE MORBO GALLICO.
La vida intelectual me parece que en Francia, m?s que en naci?n alguna, est? reconcentrada en su capital, Par?s. En Alemania hay muchos centros, como Berl?n, Leipzig y Stuttgard, que persisten, a pesar de la unidad pol?tica creada por el Imperio. En los Estados Unidos, con no menor actividad, se escriben y se publican libros en Nueva York, en Boston, en Filadelfia o en Chicago. Y en nuestra Espa?a, aunque proporcionalmente se escribe menos y se lee mucho menos, la producci?n literaria no est? encerrada en Madrid, sino que se muestra en varias ciudades de provincia, especialmente en Sevilla, Bilbao y Barcelona. Mucho me felicitar?a yo de todo esto, aplaudi?ndolo, si la man?a del regionalismo no lo echase un poquito a perder; pero hoy quiero prescindir del regionalismo y no decir de ?l una palabra. Dir?, s?, que Barcelona compite con Madrid, y aun se adelanta y supera a Madrid en muchos puntos. Y tambi?n dir? que los madrile?os y los que en Madrid habitualmente vivimos, no ignoramos ni desde?amos, como tal vez hace treinta o cuarenta a?os, lo que en Barcelona se escribe y se publica, aunque sea en catal?n o en franc?s y no en el idioma castellano, que prevalece desde hace cuatro siglos como idioma nacional, espa?ol por excelencia, que se extiende desde California al estrecho de Magallanes, y que se habla y se escribe, no s?lo en esta Pen?nsula y en las islas que son a?n sus posesiones, sino tambi?n en diecis?is o diecisiete Rep?blicas o Estados independientes. Cuando crezcan en todos ellos la poblaci?n, la prosperidad y la cultura, bien podr? lisonjearse cualquier literato o sabio de m?rito, si escribe en castellano, de que contar?, naturalmente, con un p?blico de los m?s numerosos y extendidos que hay sobre la superficie de la tierra.
Lo que es yo, y no me tengo por excepcional ni por raro, lo mismo celebrar? la aparici?n de un buen libro, en verso o en prosa, en Caracas, en Bogot? o en Quito, que en M?laga o en Zaragoza. Niego, pues, ese desd?n, esa rivalidad que entreveo que se nos supone, a los que escribimos en Madrid, contra los que escriben en espa?ol en otras ciudades, y singularmente en las de Catalu?a. ?Ojal? escribiesen all? cosas tan buenas que, sin excitar nuestra envidia, despertasen en nosotros emulaci?n noble y nos moviesen a escribir con mayor tino, primor e ingenio que en el d?a!
Como quiera que ello sea, yo de m? puedo decir que cuando s? de un autor nuevo o leo un libro nuevo, en castellano, prescindo para elogiarle de la regi?n en que est? escrito o impreso, y le elogio cuanto merece y tal vez proporcionalmente m?s, seg?n la distancia desde donde el libro viene, caus?ndome por ello impresi?n m?s grata y peregrina.
Para gustar de un autor no es menester coincidir con ?l en opiniones y creencias, ni mucho menos dejarse convencer por sus razonamientos. A menudo suele sucederme lo contrario, y as? me sucede con el libro de D. Pompeyo Gener. Mucho tengo que aplaudir en dicho libro, y muy poco de lo que dice me convence, aunque aplaudo el entusiasmo, el saber y ?l ingenio con que lo dice. T?nganse por dados mis aplausos, y perm?taseme que contradiga yo algunos de los asertos del Sr. Gener, consider?ndolos completamente err?neos, o bien que ponga reparos y haga observaciones sobre los que hallo conformes a medias con lo verdadero y lo justo.
Crea el Sr. Gener que Bartrina no vale m?s en el concepto que se forma de ?l, despu?s de le?da su semblanza, que en el concepto que de Bartrina ten?amos formado antes de dicha lectura. Tal vez sea m?s claro el primer concepto. Yo, al menos, no puedo conciliar que Bartrina se parezca al mismo tiempo al sencillo, elegante, sincero y cl?sico Leopardi y al afectad?simo, falso y extravagante Baudelaire. En el ?nico predicamento en que pueden entrar a la vez los tres poetas, es en el de ser los tres incr?dulos, enfermizos, tristes y desesperados. En todo lo dem?s se diferencian much?simo. Y, si hemos de hablar con franqueza, as? Baudelaire como Bartrina se quedan muy por bajo a infinita distancia de Leopardi, uno de los m?s admirables poetas l?ricos que ha habido en Europa en el siglo presente, tan glorioso y fecundo en este g?nero de poes?a.
Las dem?s semblanzas, seg?n dej? ya apuntado, son todas de escritores franceses, y yo no puedo menos de alegrarme de que la cr?tica juiciosa se emplee en ellos y los d? a conocer en Espa?a. Celebro asimismo el apasionado afecto y la generosidad con que el Sr. Gener los colma de alabanzas. Yo convengo y he convenido siempre en que Francia posee amena y riqu?sima literatura, y en que es fecunda y dichosa madre de originales y elegantes escritores, cuyas obras son acaso las m?s le?das y celebradas en los pa?ses extra?os, por donde el pensamiento y el idioma y hasta el sentir de los franceses se imponen y predominan entre los otros pueblos. Pero esta hegemon?a de Francia en letras y en artes, no s?lo da a Francia entre los extranjeros fundad?simo cr?dito, sino tambi?n prestigio deslumbrador, que los solicita y estimula a la admiraci?n m?s ciega, a los encomios m?s hiperb?licos y muy a menudo a la desma?ada imitaci?n de lo peor, originando modas en lo que se escribe y en lo que se piensa, como las hay en lo que se viste y en el menaje de las casas. Contra esto importa precaverse y estar sobre aviso. De aqu? que tal vez los personajes que el Sr. Gener retrata en su libro queden tasados en su justo valer si rebajamos siquiera una tercera parte de las alabanzas que el Sr. Gener les prodiga. Debe adem?s decirse que todos ellos est?n bien estudiados, tienen el conveniente parecido en el retrato y ?ste es una bella pintura que califica de atinado observador y de h?bil artista a quien acert? a trazarla.
En general, todav?a tengo yo que poner otro reparo a las semblanzas del Sr. Gener, o m?s bien aconsejar a los lectores que se aperciban contra ellas de cierta cautela, m?s indispensable a los espa?oles que a los hombres de otros pa?ses.
Aunque yo no he le?do ni estudiado detenidamente todo cuanto dichos autores han escrito, conozco de ellos lo bastante para tributarles el m?s rendido homenaje de mi admiraci?n, poniendo sobre todos a Ren?n como prosista, y a V?ctor Hugo como poeta.
Como quiera que ello sea, y con el debido y m?s profundo respeto a los personajes literarios y cient?ficos que el Sr. Gener retrata, declaro que no llego a advertir en ellos la estupenda magnitud y la superioridad descomunal que me induzcan a presentir, a columbrar y hasta a profetizar el pr?ximo advenimiento de una raza o casta de hombres muy por encima de los que en el d?a visten y calzan y andan por esas plazas, calles y campos.
Si yo me dejase dominar por mi fervorosa filantrop?a y por mi amor a todo progreso, me dejar?a convencer por los argumentos que el Sr. Gener aduce, y creer?a, como ?l, que est? pr?xima la aparici?n del superhombre; pero, aunque soy progresista, no lo soy tanto, y aunque quisiera creer lo que el Sr. Gener cree, acuden a mi esp?ritu multitud de dudas que me lo impiden, harto a pesar m?o. Voy a poner aqu? algunas de estas dudas seg?n se me vayan ocurriendo. Y voy, adem?s, a presentar varias enmiendas o modificaciones a la doctrina sobre la humanidad ascendente, tal como el Sr. Gener la profesa, a fin de que, si al cabo nos dejamos convencer y la aceptamos, sea modificada o enmendada, seg?n a m? me parece m?s razonable y equitativo.
En primer lugar, yo me alegrar?a de que el ascenso del g?nero humano a g?nero superhumano fuese general o total, aunque en la superhumanidad futura hubiese tambi?n, como en la humanidad presente, y en la debida proproporci?n, ineptos y aptos, torpes y h?biles, y tontos y discretos, etc.
Se me dir? que el que yo me conforme o el que no me conforme no es del caso. Lo que conviene dilucidar es que el caso sea o que no sea.
Meditemos sobre su posibilidad.
Empezar? por un distingo. Si por progreso se entiende el acumulado capital de observaciones, estudios, sistemas y descubrimientos que las generaciones pasadas nos han ido legando, que nosotros conservamos y que sin duda acrecentamos y mejoramos, yo creo en el progreso a pie juntillas. El m?s obscuro bachiller del d?a sabe m?s gram?tica que Homero; el m?s humilde catedr?tico de Instituto sabe m?s Historia que Herodoto; y de las cosas naturales, de sus afinidades, composiciones, descomposici?n y cambios, sabe m?s que Hip?crates cualquier adocenado farmac?utico de aldea. Yo no niego esto. Lo que niego es que ese c?mulo, que esa ingente cantidad de doctrina, que ese esfuerzo y trabajo del esp?ritu de la humanidad, durante tres mil a?os, haya logrado infundirse en ese mismo esp?ritu por tal arte que se haya hecho consustancial con ?l, d?ndole valer y potencia superiores a los que antes ten?a. Cierto que Homero, Herodoto e Hip?crates eran menos instruidos que V?ctor Hugo, Taine, Ren?n y Claudio Bernard, pero, a mi ver, val?an much?simo m?s que ellos. Por donde yo infiero que el tal progreso substancial y personal, por cuya virtud ha de aparecer pronto el superhombre sobre la faz de nuestro planeta, no ha dado paso alguno desde hace por lo menos cerca de treinta siglos. ?C?mo he de poner yo en duda que Hegel sab?a m?s qu?mica, astronom?a, zoolog?a, mec?nica, historia, etc., que el propio Arist?teles? Y sin embargo, con ser Hegel tan original y poderoso pensador, y con tener una tan fecunda y constructora fantas?a y un vigor tan sublime para sintetizarlo todo arm?nicamente, combinando lo real y lo ideal y encerr?ndolo dentro de su idea, que eternamente se desenvuelve, todav?a me parece Hegel peque?o cuando acerco la imagen que de ?l concibo a la imagen colosal con que se representa en mi mente el prodigioso maestro del magno Alejandro.
No ir? yo hasta el contrario extremo del se?or Gener, ni afirmar? que los hombres han degenerado. Me limito a presentar aqu?, sin intentar resolverla, una contradicci?n que asalta mi esp?ritu. Yo quiero creer, y creo, que los hombres de hoy no valen, en el fondo, en lo esencial y por naturaleza, ni m?s ni menos que los de cualquier otro siglo; que por la educaci?n y por la cultura, por lo que han heredado de sus mayores, por el tesoro que han reunido durante siglos, y sobre el cual se levantan como sobre un pedestal, los pensadores y escritores modernos valen m?s que los antiguos; que en determinado sentido, por la divulgaci?n de los conocimientos, hay en el d?a m?s gente que valga. Y que en el d?a, no ya Napole?n I, sino el m?s torpe de los generales, derrotar?a al hijo de Filipo desbaratando sus falanges con dos o tres ca?ones Krupp; el ate?sta coronel Ingersol probar?a a Mois?s su ignorancia en qu?mica, en astronom?a y en geolog?a, y que toda la ciencia que hab?a estudiado en los colegios sacerdotales de Egipto, no val?a un pitoche al lado de la adquirida por ?l en las escuelas de Boston; y que el ?ltimo maestro de escuela dejar?a absortos y turulatos a Hesiodo, y tal vez al propio P?ndaro, si se pon?a a explicarles que los nombres son masculinos, femeninos y neutros, que pueden estar o est?n en nominativo, en acusativo, en dativo o en otro caso, y otras mil verdades cient?ficas por el estilo, de las que es casi evidente que ni Hesiodo ni P?ndaro se hab?an percatado. Pero aqu? surge la contradicci?n. De esa misma ignorancia, de esa falta de educaci?n, dig?moslo as?, y de ese cort?simo saber de los antiguos, nacen en nuestra mente el pasmo y la admiraci?n que nos infunden sus obras. Mas que fruto de la reflexi?n y del estudio, nos parecen inspiradas, reveladas y divinas. No vemos en ellas el esfuerzo laborioso, ni la ciencia que de antemano se adquiri? en el aula, o que se toma de repente y de prestado en un diccionario, o en cualquier otro librote, sino vemos la espont?nea y fresca lozan?a del propio ingenio, radiante de luz interior, a par que maravillosamente ilustrado por el numen.
El Sr. Gener traza un breve compendio de filosof?a de la Historia, a fin de probar que se acercan los tiempos en que ha de aparecer el superhombre; pero, en muchos puntos, encuentro yo falsa su filosof?a, y en ninguno la prueba de que dicha aparici?n est? cercana. Por el contrario, en varios p?rrafos del ?ltimo cap?tulo de su libro, donde expone su doctrina, pinta con tan negros colores la sociedad del d?a, que si nos allan?semos hasta creerle, asegurar?amos que el g?nero humano, en vez de adelantar moralmente, ha degenerado o se ha pervertido.
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