Read Ebook: El Superhombre y otras novedades by Valera Juan
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Ebook has 584 lines and 86149 words, and 12 pages
El Sr. Gener traza un breve compendio de filosof?a de la Historia, a fin de probar que se acercan los tiempos en que ha de aparecer el superhombre; pero, en muchos puntos, encuentro yo falsa su filosof?a, y en ninguno la prueba de que dicha aparici?n est? cercana. Por el contrario, en varios p?rrafos del ?ltimo cap?tulo de su libro, donde expone su doctrina, pinta con tan negros colores la sociedad del d?a, que si nos allan?semos hasta creerle, asegurar?amos que el g?nero humano, en vez de adelantar moralmente, ha degenerado o se ha pervertido.
La culpa principal de degeneraci?n tan lastimosa es, seg?n el Sr. Gener, la err?nea creencia de que todos los hombres somos iguales. Para el Sr. Gener nada m?s absurdo que la igualdad. A mi ver, el Sr. Gener tiene raz?n, si se entiende la igualdad de cierto modo; pero de ese cierto modo nadie entendi? jam?s la igualdad, ni ahora ni nunca, por donde el se?or Gener crea ?l mismo un fantasma o estafermo para tener el gusto de derribarle con las lanzadas de su cr?tica.
El Cristianismo, seg?n el Sr. Gener, vino a proclamar la igualdad de los hombres en la abyecci?n y en la miseria, y la Revoluci?n francesa y sus ideas, ense?aron y sostuvieron la misma igualdad, aunque nivelando a los hombres todos, por lo alto, y consider?ndolos igualmente capaces.
La acusaci?n contra el Cristianismo me parece tan infundada como la acusaci?n contra las ideas revolucionarias en este punto. Nadie que est? en su juicio, por fervoroso cristiano o por tremendo revolucionario que sea, ha desconocido jam?s la desigualdad de los hombres, ni ha dejado de advertir las diferencias que hay entre ellos, porque unos son bajos y altos otros; d?biles unos, y otros fuertes; algunos listos, y torpes much?simos; y en lo tocante a inteligencia, agilidad y natural disposici?n para diversos oficios, artes y menesteres, se dan y se dar?n siempre escalas de much?simos grados.
La igualdad que el Cristianismo y la Revoluci?n coinciden en reconocer, est? por bajo, o mejor dicho, est? antes que toda doctrina religiosa o filos?fica: es la igualdad radical y esencial de la naturaleza humana, con los derechos y deberes que de ella nacen y que en ella se fundan, con tal evidencia, que basta el sentido com?n para que la reconozcamos, si bien importa que la religi?n la consagre y que las leyes, revolucionarias o no, la sostengan y amparen contra la violencia y la injusticia. Igualdad tan justa no se comprende que pueda ser destruida por la doctrina de la humanidad ascendente, que el Sr. Gener sostiene con tanto entusiasmo.
Sobre la igualdad democr?tica, que tambi?n condena el Sr. Gener, declamando contra ella suponi?ndola r?mora del progreso, harto llano es hacer defensa parecida.
La igualdad democr?tica, racional y discretamente entendida, no est? en el ser actuado, sino en el poder llegar a ser y en que ese poder no se ahogue ni se limite merced a privilegios odiosos. En este sentido, la igualdad democr?tica es justa y razonable en teor?a, y no sirven para invalidarla los abusos y males que pueden nacer de ella. ?De qu? no pueden nacer males y abusos?
La m?s clara manifestaci?n de la igualdad democr?tica es el sufragio universal. No refutar? yo los mil argumentos que contra ?l se hacen: los aceptar? como fundados; pero, sobre todos esos argumentos, hay una raz?n poderosa que los invalida y destruye. Sin duda que en una asociaci?n de hombres para determinada empresa, a cuyo buen ?xito concurren unos con el capital, otros con la inteligencia, otros con su habilidad, pericia y destreza en tal o cual arte u oficio, y otros s?lo con el rudo trabajo de sus manos, el sufragio universal por igual ser?a absurdo, as? como tambi?n lo ser?a el igual reparto de las ganancias y provechos. Pero la sociedad pol?tica, la ciudad o el Estado, es asociaci?n de muy distinta ?ndole y prop?sito. Su principal fin es amparar a los hombres en el libre ejercicio de sus derechos, reprimir toda violencia que los merme y no poner la menor traba a la actividad ben?fica de cada individuo. En esto no cabe la menor desigualdad entre los asociados. Casi estoy por decir, o sin casi lo digo, que el jornalero que gana dos o tres pesetas al d?a tiene el mismo derecho, y acaso mayor inter?s, que el capitalista que goza tres mil duros de renta diarios, en que el Gobierno sea bueno, atinado y juicioso. Porque si el Gobierno lo hace mal y sobreviene la ruina, lo probable es que el Capitalista salve gran parte de su fortuna y siga gozando de ella, o en la propia patria semiarruinada, o en pa?s extra?o, donde acaso tenga fondos o bienes, mientras que el jornalero se morir? de hambre si se hunde la industria que le daba trabajo y jornal; y mientras m?s castizo sea ?l, y mientras m?s propio y peculiar de su patria sea el oficio que ejerza, mayor ser? su miseria y su desesperanza, pues no es llano ni c?modo emigrar a tierra extra?a, sobre todo con familia, en busca de trabajo y sustento. En vista, pues, de la anterior consideraci?n, yo tengo por evidente que el pobre ganap?n, el obscuro y desvalido destripaterrones, est? por lo menos tan interesado como el F?car o el Creso, en la prosperidad y buena gobernaci?n de la rep?blica. Para el rico es esto negocio de mayor o menor comodidad y de m?s o menos exquisitos goces, y para el pobre puede ser negocio de vida o muerte, de no poder ganar las dos o tres pesetas que antes ganaba, y de tener que recurrir a la mendicidad o a la poca eficaz beneficencia p?blica en la tierra cuya riqueza foment? con su trabajo, y por cuya integridad y por cuya honra tal vez derram? su sangre.
Enti?ndase que, por amor a la verdad y a la equidad, y no para adulaci?n o lisonja del vulgo plebeyo, me atrevo a afirmar lo que afirmo, en contra de la flamante y curiosa aristocracia cuyas doctrinas sostiene el se?or Gener, y que se funda o cree fundarse en la egregia cultura de aquella peque?a parte de nuestro linaje, que, a lo que parece, es humanidad ascendente y se acerca ya a formar n?cleo o grupo de superhombres.
Si tan feos rasgos son exactos, si es as? la sociedad presente, o bien no vamos por el camino del progreso, o bien hemos ca?do, con el carro que nos conduce, en un barranco o atolladero de todos los diablos. No veo, pues, que est?n cerca el advenimiento y el triunfo del superhombre, ya que, seg?n el Sr. Gener, son una caterva de majaderos, criminales y bellacos los que triunfan, se encaraman y lo gobiernan todo, mientras que los superhombres andan por ah? desperdigados, con poqu?simo dinero, sin poder y sin influjo, y tal vez haciendo observaciones y experiencias, y escribiendo librotes que casi nadie lee. ?Y c?mo ha de leerlos nadie cuando la sociedad gime hoy, seg?n el Sr. Gener, en la peor de las esclavitudes bajo el yugo infamante de esos t?os ordinarios y de esos ricachos vulgares y p?caros, que, seg?n nos cuenta, nos mandan y nos oprimen? Si por virtud de la evoluci?n hemos de salir de tan horrible estado, la aurora superhumana, en vez de estar cerca, est? lej?sima; tardar? millones de a?os en amanecer. Ahora comprendo lo que le? tiempo ha en cierto libro de Sociolog?a, que me hizo honda impresi?n y que no he olvidado nunca: <
Prescindamos ahora de los mencionados reparos; quitemos valor a los argumentos que el mismo Sr. Gener suministra contra el progreso r?pido y contra la persuasi?n de que estamos ya cerca de la meta. Y en este supuesto, cavilo yo y me inclino a creer que el resultado del dichoso movimiento progresivo, en vez de ser la aparici?n del superhombre, ser? el allanamiento y nivelaci?n de la raza humana, la igualdad aborrecida por el Sr. Gener, y si no la imposibilidad, la dificultad mayor cada d?a de que nadie sobresalga y descuelle.
Por dicha o por desgracia, este t?rmino del progreso est? remot?simo a?n y quiz?s no llegue nunca. Ya sabemos que la completa igualdad es imposible. S?lo queremos dar a entender que un adelanto indefinido en la marcha del linaje humano, no puede llevarle sino a la aproximaci?n de la igualdad, y no a que unos individuos desciendan del grado en que hoy se hallan, y a que se conviertan en superhombres los individuos m?s selectos.
Caso muy diferente ser?, y satisfactorio para todos, si la otra faz de la profec?a es la que se cumple: esto es, si todo el linaje humano, sin excepci?n, se convierte en superhumano. Quiera Dios que as? sea. De su bondad infinita esto, y m?s si cabe, puede esperarse, aunque el Sr. Gener no lo profetice.
Lo que es yo quiero esperarlo, lo espero y desisto de hacer nuevas observaciones y de presentar otras dificultades y dudas, porque entonces ser?a mi art?culo el cuento de nunca acabar; pero, a fin de determinar mi esperanza, fij?ndola, arraig?ndola, ciment?ndola y no dej?ndola en el aire para que el aire se la lleve, voy a poner aqu? las principales conclusiones que yo saco de todo, ora sean favorables, ora adversas a la tesis del Sr. Gener y a su doctrina del superhombre.
En otras mejoras, que pudi?ramos lograr con el tiempo, noto yo que surge en seguida la contradicci?n. Pongamos por caso que se generalizase entre los hombres el ser tan hermosos como el Apolo de Belvedere, y entre las mujeres el ser tan guapas y bien formadas como la Venus de Milo o la Cal?piga, y al punto los elegantes y arist?cratas hallar?an vulgar y ordinario el ser as?, y para distinguirse ya se deformar?an el cr?neo, comprimi?ndole o llen?ndole de burujones, ya incurrir?an en otras empecatadas extravagancias. Y pongamos tambi?n por caso que al fin se arregla tan h?bilmente el organismo de la sociedad, que el vicio siempre es castigado y la virtud premiada siempre. Pues en mi sentir, no podr?a ocurrir nada peor. Entonces s? que la virtud no ser?a sino un nombre. Los cucos y los galopines, movidos por la segura recompensa, ser?an los m?s virtuosos; y cuando alguien, desde?ando el propio inter?s, se entregase a los vicios m?s feos y perpetrase cr?menes de marca mayor, nos inclinar?amos a creer, o bien que estaba loco, y que por consiguiente era irresponsable, o bien que era una criatura de condici?n elevad?sima, cuyas pasiones briosas y sublimes le impulsaban a desprenderse del vulgar ego?smo y a salirse fuera de la pauta com?n en que todos nos habr?amos encerrado.
En resoluci?n, y para no cansar m?s, dir? que no columbro por parte alguna el advenimiento del superhombre, sin que sobrevengan a la vez contradicciones irresolubles. Posible es, no obstante, que el superhombre sobrevenga. Pero, ?qui?n me asegura que sea mejor moralmente que el hombre de ahora, y que no sea, con m?s saber y poder, desmandado y perverso? Fracastoro, en los versos que me sirven de ep?grafe, considera posible el advenimiento de una casta de superhombres; pero no ser?n buenos, sino que ser?n descomedidos y feroces gigantes que no dejar?n t?tere con cabeza, que se levantar?n contra Dios, y tratar?n de arrojarle del cielo, y que de nosotros har?n sus v?ctimas y sus esclavos. Ya Swedenborg, cuando estuvo en el planeta Venus, vio y trat? a los hombres de all?, y por lo que nos cuenta de ellos, y por lo apurado que entre ellos estuvo, podemos calcular lo mucho que padecer?amos y el inmenso infortunio que vendr?a sobre nosotros si una casta semejante, tan engre?da, soberbia y poderosa, apareciese en este globo terr?queo en que habitamos.
Concluyo, pues, , que lo m?s acertado y prudente es no desear ni esperar que el superhombre sobrevenga, y contentarnos con ser hombres regulares y como se han usado siempre, si bien enriquecidos, cada vez m?s, con invenciones ingeniosas, como la ya conseguida del alumbrado el?ctrico, y como las que, sin duda se conseguir?n, de dar direcci?n a los globos, sacar en las fotograf?as los colores de la c?mara obscura, y qui?n sabe si llegar a alimentarnos con extractos y alambicadas quintas esencias, sin esta grosera alimentaci?n de ahora, por la cual, al cabo del a?o, engulle cada hombre un mont?n de substancias, centenares de veces m?s pesado y voluminoso que todo su cuerpo. En fin, mucho, much?simo se puede inventar y mejorar a?n antes de que llegue el momento en que la aparici?n del superhombre se nos venga encima. Lo que es de las habilidades de Sarah Bernard y de los ingeniosos escritos de Juan Richep?n, aunque yo los celebro porque me deleitan y me encantan, no me atrevo a inferir que dicha aparici?n est? pr?xima.
LAS INDUCCIONES DEL SR. D. POMPEYO GENER
De todos modos, los libros escritos y publicados ya, con el intento de curarnos y de regenerarnos, merecen detenido estudio, al cual, si Dios me da vida y buen humor, pienso yo dedicarme, no sin esperanza de recoger alg?n fruto, de ilustrarme un poco y de contribuir te?ricamente, ya que para la pr?ctica estoy inv?lido, a la regeneraci?n deseada.
Por lo pronto, me limitar? a indicar aqu? varias dudas que se me ofrecen, porque yo creo que en toda ciencia o en todo arte de medicina lo primero ha de ser el conocimiento de la enfermedad, y lo segundo hallar y aplicar el remedio.
La enfermedad permanece oculta a menudo, y s?lo se conocen s?ntomas, fen?menos externos, visibles o tangibles, que son efecto y no causa. Y si tomamos por causa el efecto, ?no nos exponemos a errar la cura? Tal es la consideraci?n que me desalienta, que me retrae del oficio de curandero y que me mueve a no dar mayor cr?dito que el que me doy a m? mismo a otros curanderos m?s confiados.
Dir? aqu?, sobre el particular, lo que me inspira el sentido com?n precient?fico y rastrero.
?Qui?n no convendr? conmigo en afirmar, como repetidas veces he afirmado en otras ocasiones, que Espa?a es hoy m?s rica, sustenta m?s gente, cultiva mejor sus campos, tiene m?s industria y comercio y puede jactarse de poseer hijos ilustres, tan listos, tan bien hablados, tan discretos y habilidosos como en cualquiera otra ?poca de su historia? La decadencia, la postraci?n, la degeneraci?n, o como queramos llamarla, no es, por consiguiente, absoluta, sino relativa. En el camino del progreso, por donde van las naciones de Europa guiando y mandando al resto del linaje humano, y esto desde hace veinticinco o treinta siglos, Espa?a se ha quedado ?ltimamente muy atr?s, y de aqu? el aislamiento desde?oso en que nos dejan los que van delante, nuestra desconfianza y el abatimiento tan propio en quien de s? mismo desconf?a.
Por algo a modo de violenta reacci?n espiritual, hay momentos en que para no estar abatidos nos ensoberbecemos m?s de lo justo, ponderamos el m?rito de nuestros hombres y de nuestras cosas de los tiempos pasados, y hasta llegamos a hacer la apoteosis, o al menos los m?s superlativos encomios, ya de esto, ya de aquello de los tiempos presentes. Entonces calificamos de invicto al general que nos entusiasma; de m?s elocuente que Cicer?n y Dem?stenes a nuestro orador favorito; y al autor de la comedia o del drama que hemos aplaudido de mucho m?s sublime que Shakespeare, cuyas obras por lo com?n hemos tenido la precauci?n de no leer.
Por desgracia, este laudatorio entusiasmo se apaga pronto como fuego de estopa, y postraci?n m?s honda vuelve a ense?orearse de nuestras almas, contrist?ndolas y humill?ndolas.
Hay cierta manera de discurrir de la que muchos sujetos no se dan cuenta. Discurren sin percibir que discurren, y las consecuencias que sacan suelen ser muy crueles. De la inferioridad patente, visible y clara en los asuntos y casos de la vida pr?ctica, deducen nuestra inferioridad en cuanto hay de m?s sustancial e importante en el ser y en la vida de los pueblos. Pongamos un ejemplo que aclare y explique mejor esta idea.
Figur?monos a una dama, hermosa y rica, que quiere vivir y vive en Espa?a con todos los refinamientos y primores que ahora se estilan. Esta dama har? venir de Inglaterra sus coches y sus caballos, y de Francia sus tocados y vestidos. Tal vez, recelando que una cocinera espa?ola la envenene, har? venir de tierra extranjera, conform?ndose con la opini?n de un aristocr?tico vate, a
No se me tilde de delator. Yo no delatar?a ni acusar?a a la dama, si ella sola pecase. Cu?l m?s, cu?l menos, todos pecamos por el mismo estilo. Tire la primera piedra contra la culpada quien se considere inocente.
Profundas ra?ces tiene en nuestro suelo el ?rbol de nuestra antiqu?sima y castiza cultura. Las semillas ex?ticas, aunque sean alimenticias y gustosas, y la mala hierba tambi?n venida de fuera, no ahogan dicho ?rbol, ni cerc?ndole y abras?ndole le secan y le chupan el jugo todav?a; pero ya empiezan a deteriorarle un poco. El galicismo de pensamientos va invadiendo nuestras mentes m?s de lo que debiera. No repruebo yo en absoluto la imitaci?n; pero es menester que el recto juicio se adelante a desechar lo malo y a elegir lo bueno para que despu?s se imite. Lo lastimoso es que imitemos sin la mencionada previa selecci?n, que toda simpleza o extravagancia transpirenaica nos seduzca, y que nos dejemos arrebatar por el entusiasmo sin que haya criterio razonable que nos refrene.
Mucho me complace coincidir con autor tan entendido en tener el mismo concepto de la filosof?a. Indiscutible es para m? que no se filosofa bien sin previo conocimiento emp?rico de aquello sobre que se filosofa, y que cuando no filosofamos sobre algo, la filosof?a tiene que ser vana y mero juego de palabras vac?as de sentido. Ahora bien: como desde hace mucho tiempo, y sea por lo que sea, no nos hemos lucido los espa?oles en las ciencias de observaci?n y en el estudio de la naturaleza o del universo visible, bien se puede inferir que la corona de dichas ciencias y de dicho estudio, o sea la filosof?a, o tiene que ser entre nosotros anacr?nica y fuera de moda, o hasta cierto punto tiene que ser importada, como el tel?grafo el?ctrico, la fotograf?a, el tel?fono, el fon?grafo y no pocas otras invenciones sutiles y pasmosas.
No se extra?e, pues, que importemos en Espa?a filosof?a como importamos las invenciones mencionadas. Conviene, no obstante, hacer una distinci?n. Tomemos para ejemplo cualquiera de los precitados artificios: el tel?fono, pongamos por caso. Su utilidad y su realidad se hallan tan probadas, que no hay medio de que nos enga?emos. Podr? ser que en la pr?ctica seamos m?s torpes, lo hagamos mal y resulten inconvenientes; pero al fin y al cabo aprenderemos a telefonear. Yo creo que ya hemos aprendido, y que en Espa?a telefoneamos tan bien como en cualquiera otro pa?s del mundo. Pero la filosof?a, y perd?neseme lo rastrero y humilde de la expresi?n, es harina de otro costal: es asunto mil y mil veces m?s complicado y misterioso, y bien puede acontecer, y a mi ver acontece, que tomemos por verdad la mentira, por realidad el sue?o y por razonamiento juicioso los mayores delirios.
Puede acontecer igualmente algo contrario a lo que acontece con los inventos de las ciencias naturales, que van todos de acuerdo y no se oponen unos a otros ni braman de verse juntos, como vulgarmente se dice. En las doctrinas filos?ficas, si las tomamos de aqu? y de all?, sin mucho criterio, y nos empe?amos en amalgamarlas, resulta o puede resultar una mezcla desatinada e informe, un conjunto de ideas que se rechazan y se excluyen. Algo de esto entiendo yo que hay en el libro del se?or Don Pompeyo Gener, por m?s que me deleite leerle y aplauda el fervor propagandista y filantr?pico que le ha dictado, y la elocuencia, el saber y el alto y claro entendimiento que en todas sus p?ginas resplandecen.
Antes de criticar este libro, mal o bien seg?n mis fuerzas lo permitan, pero sin prevenci?n adversa, debo y quiero hacer dos observaciones. Es la primera, que me valdr? s?lo de mi raz?n natural, colocando con mucho respeto las creencias, adquiridas por educaci?n, tradici?n y revelaci?n, en una a modo de arca santa, de donde tal vez necesite sacarlas m?s tarde, si yo mismo, imitando a Noe, no me introduzco y refugio tambi?n en el arca para huir del diluvio de disparates que podr? salir de mi estudio, como el famoso diluvio de las aguas sali? de las rotas o abiertas cataratas del cielo.
Es la segunda observaci?n, que aun suponiendo todo cuanto yo encuentre en el libro del Sr. Gener contradictorio y absurdo, no se amengua el valor est?tico del libro ni se deshace el encanto que su lectura produce. No necesito yo creer que irritado Apolo por la ofensa hecha a su sacerdote, baj? furioso del Olimpo y mat? a los aquivos a flechazos, ni que Ulises y Pirro se escondieron en el hueco vientre de un caballo de madera, para deleitarme leyendo las hermosas epopeyas de Homero y de Virgilio.
Hechas tan convenientes observaciones, empezar? tratando de lo que en el libro del se?or Gener me parece m?s consolador y satisfactorio: la afirmaci?n del progreso indefinido de nuestro linaje; el convencimiento de que se vencer?n y salvar?n los obst?culos todos, y de que la humanidad ir? elev?ndose m?s cada d?a a las regiones serenas de la luz, del bien y de la belleza.
Recientemente, disipadas las dudas enojosas que sol?an atormentar su alma, el m?s en?rgico, inspirado y elegante de nuestros l?ricos, Don Gaspar N??ez de Arce, ha dado a la estampa un admirable poema, donde el referido convencimiento se manifiesta y brilla en im?genes y s?mbolos maravillosos, revestido con todas las galas y adornado con todos los dijes y primores de la poes?a, y no por eso menos terminante ni menos claro que si en prosa met?dica y did?ctica apareciese expuesto. Aunque en la noche obscura, en el tortuoso y ?spero camino y en la larga y cansada peregrinaci?n, busquemos en balde reposo en las ruinas del templo, y pidamos in?tilmente consolaci?n y fe a los monjes difuntos, todav?a una fe m?s radical y m?s ?ntima persiste en el ?pice de la mente, surge del abismo del alma y no nos abandona. Todav?a nos asiste Dios, nos gu?a y nos conforta. Las ruinas no deben entristecernos ni arredrarnos. No hay revoluci?n ni cataclismo que baste a derribar el edificio erigido por esa nuestra fe superior e inmortal, ni que pueda conmover la base
De la admirable catedral inmensa, Como el espacio transparente y clara, Que tiene por sost?n el hondo anhelo De las conciencias, la piedad por ara Y por nave la b?veda del cielo.
Contra las afirmaciones en que conviene Gener con N??ez de Arce, nada tenemos que objetar; pero Gener complica dichas afirmaciones con no pocas otras de diverso car?cter y procedencia, y ?stas, o las negamos, o aplicando a su examen un circunspecto escepticismo, las ponemos en cuarentena.
?Qui?n ha de dudar ya de que el linaje humano progresa, apropi?ndose y acumulando la espl?ndida herencia de muchas generaciones, custodiando en los libros cuanto ha averiguado y sabe y divulg?ndolo por medio de la imprenta, y vali?ndose adem?s de mil ?tiles o deleitables artificios con los que se recrea, o de los que se aprovecha para hacer m?s c?moda, m?s amena y m?s grata la vida? En este punto capital todos estamos de acuerdo. Toquemos ahora aquellos otros puntos en que no puede menos de haber discrepancia.
Ad?n ca?do o transformada fiera invent? el hacha, Derrib? el ?rbol, encendi? la hoguera, Arranc? al bosque sazonados frutos, Hizo la choza, desgarr? el misterio, Mat? los monstruos y dom? los brutos Tras prolongada y formidable guerra, Erigi? la ciudad, fund? su imperio, Surc? la mar y domin? la tierra.
Y por ?ltimo, ya que no debamos citar aqu? m?s largo trozo de tan admirable composici?n, el hombre, despu?s de sorprender el rumbo de las estrellas y de dar firmeza y duraci?n a la palabra fugitiva,
Alas resplandecientes a su idea; Valor al d?bil, libertad al siervo,
seg?n expresa el poeta vali?ndose de una atinada par?frasis del famoso epitafio de Franklin, consigui? arrebatar
A las entra?as de la nube el rayo Y el cetro a la infecunda tiran?a.
Mi filantrop?a, mi piedad y la arraigada creencia de mi esp?ritu en un Dios omnipotente y misericordioso, me llevan a repugnar en toda su brutal extensi?n y en sus crueles consecuencias eso que llaman la lucha por la vida. Ya se arreglar?n las cosas de suerte que, por mucho que se aumente la poblaci?n, quepamos todos con holgura en este planeta y no nos falten buenos bocados para alimentarnos, casas en que vivir y lindos trajes con que vestirnos, salir de paseo e ir a las tertulias, a los teatros y hasta a los toros, si este espect?culo no se suprime por b?rbaro en las edades venideras. De poco o de nada valdr?a el progreso; el progreso ser?a espantoso sarcasmo si viniese a parar en ser s?lo para unos cuantos: para la glorificaci?n y la bienaventuranza terrestre de razas privilegiadas, que necesitar?an someter a las razas inferiores o tal vez exterminarlas, no bien se multiplicasen demasiado y no cupiesen ya sobre el haz de la tierra. Abominable, perversa y sin entra?as es la tal doctrina, aunque la haya predicado Federico Nietzsche, apoy?ndose en ideas y sentencias de aquel antiqu?simo profeta del Ir?n, a quien llamaron los griegos Zoroastro. El Sr. Gener adopta en parte la opini?n de Federico Nietzsche, y en parte la reprueba.
Vamos a ver si lo ponemos todo en claro.
Amplius et volvens fatorum arcana movebo.
Aceptando las opiniones en que Nietzsche y Gener concuerdan, Nietzsche es il?gico, y es muy l?gico Gener. Seg?n asegura Nietzsche, Jehov? ha muerto. Y en cuanto a Gener, aunque a menudo se contradice y hasta llega a mostrarnos al Padre Eterno, que se le aparece y le echa un largo y pomposo discurso, todav?a este Padre Eterno es tan raro, que viene a ser como si no fuera. ?Y negado un Dios personal y providente, cu?l ser? el fundamento de la moral, de la bondad y de la belleza absolutas, y hasta de la verdad misma en lo que debiera tener de permanente e invariable? El Sr. Gener niega todo esto al negar a Dios. Y no soy yo quien saca la consecuencia: el mismo se?or Gener expl?citamente la saca. La contradicci?n est? en que el Sr. Gener nos habla mucho del amor y se muestra fervorosamente enamorado. ?Pero d?nde est? el objeto que de tanto amor sea digno? A la verdad que no se descubre ni se comprende.
Toda criatura racional que cree en un Dios infinitamente bueno, sabio y todopoderoso, sin duda le ama y debe amarle sobre las cosas todas. Y por virtud de este amor, que es caridad, ama tambi?n a los hombres, hechos a imagen y semejanza del Dios que ama. Sin ser por amor de Dios, sin este lazo supremo de comuni?n ?ntima, de hermandad y de uni?n amorosa de las criaturas, ?qu? raz?n hay para que amemos a nadie? No digo yo que aborrezcamos; pero ?por qu? hemos de amar?
El dios del Sr. Gener, dice en su largo discurso, que el bien y el mal le son indiferentes; que ?l se limita a producir la vida, y que si crea flores, hermosura y salud, frutos sabrosos, palomas y t?rtolas inocentes, mariposas y lib?lulas y lindos y pintados pajarillos que melodiosamente trinan y gorjean, crea tambi?n tigres y hienas, ara?as deformes, ponzo?osos escorpiones, terremotos, huracanes y pestilencias y prol?fica multitud de microbios, causa de las m?s asquerosas y mort?feras enfermedades. Tal es el Dios que habla con el Sr. Gener y que le declara que no es para nosotros ni salvador ni providente. Nuestra eficaz salvaci?n y nuestra verdadera providencia est? en nosotros mismos. A nosotros nos incumbe, seg?n asegura el Sr. Gener, por boca del Padre Eterno que imagina, convertir el veneno en b?lsamo, el dolor en placer, las espinas en rosas y los microbios pat?genos en microbios deleitosos. Pero, si nos incumbe hacer todo esto, no est? bien que nos crucemos de brazos y prescindamos de nuestra incumbencia. Nietzsche, por este lado, tiene raz?n, y el se?or Gener no la tiene; y, por ?ltimo, si bien se mira, tampoco tiene raz?n el Sr. Gener en negar la providencia de Dios, ya que Dios, en virtud de un plan sapient?simo, se vale del hombre para vencer obst?culos, para destruir el mal o convertirle en bien, y para que nos mejoremos y perfeccionemos en lo posible.
No decidir? yo que sea verdad o que sea mentira, pero s? que nuestro entendimiento no halla absurdo cierto plan a grandes rasgos concebido e imaginado, ya que no para que nos representemos en una serie de muchos siglos el desenvolvimiento y la historia del universo todo, para que nos representemos al menos lo ocurrido en nuestro planeta desde el instante en que empez? a girar en torno del sol hasta el d?a de hoy. A mi ver, es idea en extremo po?tica e ingeniosa la de que los ?tomos, impulsados por el prurito de vivir que los mueve, lleguen a producir la vida; y que, una vez la vida creada, se vaya hermoseando, completando y perfeccionando cada vez m?s. Pero ?qui?n ha puesto en los ?tomos esa inteligencia, que no tiene conciencia de que entiende, ese prurito infatigable e infalible que crea la vida y que despu?s la mejora? Todo ello se explica presumiendo al Dios que Nietzsche y Gener niegan, cuya voluntad soberana y cuya suprema inteligencia lo preparan, lo gobiernan y lo disponen todo. Sin ?l, jam?s podr? concebir la mente humana, por muchos siglos que emplee en la transformaci?n, c?mo podr? nacer lo m?s de lo menos, de lo que no se mueve lo que se mueve, de lo que no vive lo que vive, de lo inconsciente lo consciente, y de lo que no entiende la inteligencia. Todo ello es m?s inexplicable, es m?s contrario a la raz?n que la m?s rid?cula de todas las mitolog?as, que la m?s rudimental y primitiva de todas las religiones. Y, por el contrario, no bien afirmamos la existencia de Dios, todo se aclara y todo en el transformismo nos parece m?s hermoso y m?s conforme con la omnipotencia y la sabidur?a de Dios que en cualquier otro sistema cosmog?nico. Es m?s antropom?rfico y, por lo tanto, menos divino, entender que Dios arregla el universo como el relojero arregla la m?quina de un reloj, y que da, por ejemplo, alas a los p?jaros para que vuelen, ojos a los que ven para que vean, y a los que entienden entendimiento para que entiendan, que entender que Dios pone en la substancia, en la materia, en los ?tomos o como queramos llamarlos, un anhelo indefectible y un movimiento en direcci?n segura, firme y sin posible extrav?o, por cuya virtud, el anhelo de vivir crea la vida, el de volar, las alas, y el de ver, los ojos.
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