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Read Ebook: Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños by Quevedo Francisco De

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Ebook has 624 lines and 40871 words, and 13 pages

on esto diole un criado para ayo que le gobernase la casa y tuviese cuenta del dinero del gasto, que nos daba remitido en c?dulas para un hombre que se llamaba Juli?n Merluza. Pusimos el hato en el carro de un Diego Monje; era una media camita y otra de cordeles con ruedas para meterla debajo de la otra m?a y del mayordomo, que se llamaba Baranda, cinco colchones, ocho s?banas, ocho almohadas, cuatro tapices, un cofre con ropa blanca, y las dem?s zarandajas de casa. Nosotros nos metimos en un coche, salimos a la tardecica, una hora antes de anochecer, y llegamos a la media noche, poco m?s, a la siempre maldita venta de Viveros.

El ventero era morisco y ladr?n, que en mi vida vi perro y gato juntos con la paz que aquel d?a. H?zonos gran fiesta, y como ?l y los ministros del carretero iban horros , peg?se al coche, diome a m? la mano para salir del estribo, y d?jome si iba a estudiar. Yo le respond? que s?; meti?me adentro, y estaban dos rufianes con unas mujercillas; un cura rezando al olor; un viejo mercader y avariento procurando olvidarse de cenar andaba esforzando sus ojos que se durmiesen en ayunas; arremedaba los bostezos, diciendo: -<>. Dos estudiantes fregones, de los de mantellina, panzas al trote, andaban aparecidos por la venta para engullir. Mi amo, pues, como m?s nuevo en la venta y muchacho, dijo:

-Se?or hu?sped, d?me lo que hubiere para m? y mis criados.

Y, diciendo esto, lleg?se el uno y quit?le la capa, y dijo:

Y p?sola en un poyo. Estaba yo con esto desvanecido y hecho due?o de la venta. Dijo una de las mujeres:

Yo respond?, creyendo que era as? como lo dec?an, que yo y el otro lo ?ramos. Pregunt?ronme su nombre, y no bien lo dije, cuando el uno de los estudiantes se lleg? a ?l medio llorando y d?ndole un abrazo apretad?simo, dijo:

?l se qued? admirado, y yo tambi?n, que jur?ramos entrambos no haberle visto en nuestra vida. El otro compa?ero andaba mirando a don Diego a la cara, y dijo a su amigo:

-?Es este se?or de cuyo padre me dijistes vos tantas cosas? ?Gran dicha ha sido nuestra conocelle seg?n est? de grande! ?Dios le guarde!

Y empez? a santiguarse. ?Qui?n no creyera que se hab?an criado con nosotros? Don Diego se le ofreci? mucho, y pregunt?ndole su nombre, sali? el ventero y puso los manteles, y oliendo la estafa, dijo:

-Dejen eso, que despu?s de cenar se hablar?, que se enfr?a.

Lleg? un rufi?n y puso asientos para todos y una silla para don Diego, y el otro trujo un plato. Los estudiantes dijeron:

Y a esto respondieron los rufianes, no hablando con ellos:

-Luego, mi se?or, que a?n no est? todo a punto.

Yo, cuando vi a los unos convidados y a los otros que se convidaban, aflig?me y tem? lo que sucedi?. Porque los estudiantes tomaron la ensalada, que era un razonable plato, y mirando a mi amo, dijeron:

?l, haciendo del gal?n, convid?las. Sent?ronse, y entre los dos estudiantes y ellas no dejaron sino un cogollo, en cuatro bocados, el cual se comi? don Diego. Y al d?rsele, aquel maldito estudiante le dijo:

Y diciendo esto sepult? un panecillo, y el otro, otro. Pues ?las mujeres? Ya daban cuenta de un pan, y el que m?s com?a era el cura, con el mirar s?lo. Sent?ronse los rufianes con medio cabrito asado y dos lonjas de tocino y un par de palomas cocidas, y dijeron:

-Pues padre, ?ah? se est?? Llegue y alcance, que mi se?or don Diego nos hace merced a todos.

Pesia diez, la Iglesia ha de ser la primera.

No bien se lo dijeron, cuando se sent?. Ya, cuando vio mi amo que todos se le hab?an encajado, comenz?se a afligir. Reparti?ronlo todo y a don Diego dieron no s? qu? huesos y alones diciendo que <> y que el refr?n lo dec?a. Con lo cual nosotros comimos refranes y ellos aves. Lo dem?s se engulleron el cura y los otros.

Dec?an los rufianes:

-No cene mucho, se?or, que le har? mal.

Y replicaba el maldito estudiante:

-Y m?s que es menester hacerse a comer poco para la vida de Alcal?.

Yo y el otro criado est?bamos rogando a Dios que les pusiese en coraz?n que dejasen algo. Y ya que lo hubieron comido todo y que el cura repasaba los huesos de los otros, volvi? el un rufi?n y dijo:

Tan presto salt? el descomulgado pariente de mi amo y dijo:

Y volvi?ndose a don Diego, que estaba pasmado, dijo:

Maldiciones le ech? cuando vi tan gran disimulaci?n que no pens? acabar.

Levantaron las mesas y todos dijeron a don Diego que se acostase. ?l quer?a pagar la cena y replic?ronle que no lo hiciese, que a la ma?ana habr?a lugar. Estuvi?ronse un rato parlando; pregunt?le su nombre al estudiante, y ?l dijo que se llamaba tal Coronel. Vio al avariento que dorm?a, y dijo:

Los rufianes dijeron:

-Bien haya el licenciado; h?galo, que es raz?n.

Con esto, se lleg? y sac? al pobre viejo, que dorm?a, de debajo de los pies unas alforjas, y desenvolvi?ndolas hall? una caja, y como si fuera de guerra hizo gente. Lleg?ronse todos, y abri?ndola, vio ser de alcorzas. Sac? todas cuantas hab?a y en su lugar puso piedras, palos y lo que hall?, y encima dos o tres yesones y un taraz?n de teja. Cerr? la caja y p?sola donde estaba, y dijo:

-Pues a?n no basta, que bota tiene el viejo.

Sac?la el vino y desenfundando una almohada de nuestro coche, despu?s de haber echado un poco de vino debajo, se la llen? de lana y estopa, y la cerr?. Con esto, se fueron todos a acostar para una hora que quedaba o media, y el estudiante lo puso todo en las alforjas, y en la capilla del gab?n le ech? una gran piedra, y fuese a dormir.

Lleg? la hora de caminar; despertaron todos, y el viejo todav?a dorm?a. Llam?ronle, y al levantarse, no pod?a levantar la capilla del gab?n. Mir? lo que era, y el mesonero adrede le ri??, diciendo:

Juraba y perjuraba diciendo que no hab?a metido ?l tal en la capilla.

Los rufianes hicieron la cuenta, y vino a montar de cena s?lo treinta reales, que no entendiera Juan de Legan?s la suma. Dec?an los estudiantes:

-No pide m?s un ochavo.

Y respondi? un rufi?n:

Y tosiendo, cogi? el dinero, cont?lo y, sobrando del que sac? mi amo cuatro reales, los asi?, diciendo:

-?stos le dar? de posada, que a estos p?caros con cuatro reales se les tapa la boca.

Quedamos asustados con el gasto. Almorzamos un bocado, y el viejo tom? sus alforjas y, porque no vi?semos lo que sacaba y no partir con nadie, desat?las a oscuras debajo del gab?n, y agarrando un yes?n ech?sele en la boca y fuele a hincar una muela y medio diente que ten?a, y por poco los perdiera. Comenz? a escupir y hacer gestos de asco y de dolor; llegamos todos a ?l, y el cura el primero, dici?ndole que qu? ten?a. Empez?se a ofrecer a Satan?s; dej? caer las alforjas; lleg?se a ?l el estudiante, y dijo:

-?Arriedro vayas, cata la cruz!

Otro abri? un breviario; hici?ronle creer que estaba endemoniado, hasta que ?l mismo dijo lo que era, y pidi? que le dejasen enjaguar la boca con un poco de vino, que ?l tra?a bota. Dej?ronle y, sac?ndola, abri?la; y echando en un vaso un poco de vino, sali? con la lana y estopa un vino salvaje, tan barbado y velloso que no se pod?a beber ni colar. Entonces acab? de perder la paciencia el viejo, pero viendo las descompuestas carcajadas de risa, tuvo por bien el callar y subir en el carro con los rufianes y las mujeres. Los estudiantes y el cura se ensartaron en dos borricos, y nosotros nos subimos en el coche; y no bien comenz? a caminar cuando unos y otros nos comenzaron a dar vaya, declarando la burla. El ventero dec?a:

-Se?or nuevo, a pocas estrenas como ?sta, envejecer?.

El cura dec?a:

-Sacerdote soy; all? se lo dir? de misas.

Y el estudiante maldito voceaba:

-Se?or primo, otra vez r?squese cuando le coman y no despu?s.

El otro dec?a:

Nosotros dimos en no hacer caso; Dios sabe cu?n corridos ?bamos. Con estas y otras cosas, llegamos a la villa; ape?monos en un mes?n, y en todo el d?a, que llegamos a las nueve, acabamos de contar la cena pasada, y nunca pudimos en limpio sacar el gasto. Quej?bamonos nosotros a don Alonso, y el Cabra le hac?a creer que lo hac?amos por no asistir al estudio. Con esto no nos val?an plegarias.

Meti? en casa la vieja por ama, para que guisase de comer y sirviese a los pupilos y despidi? al criado porque le hall? un viernes a la ma?ana con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con la vieja, Dios lo sabe. Era tan sorda que no o?a nada; entend?a por se?as; ciega, y tan gran rezadora que un d?a se le desensart? el rosario sobre la olla y nos la trujo con el caldo m?s devoto que he comido. Unos dec?an: -<>. Otro dec?a: -<> Mi amo fue el primero que se encaj? una cuenta, y al mascarla se quebr? un diente. Los viernes sol?a inviar unos g?evos, con tantas barbas fuerza de pelos y canas suyas que pudieran pretender corregimiento u abogac?a Pues meter el badil por el cuchar?n y inviar una escudilla de caldo empedrada era ordinario. Mil veces top? yo sabandijas, palos y estopa de la que hilaba en la olla. Y todo lo met?a para que hiciese presencia en las tripas y abultase.

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