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Read Ebook: Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos ejemplo de vagabundos y espejo de tacaños by Quevedo Francisco De

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Ebook has 624 lines and 40871 words, and 13 pages

Meti? en casa la vieja por ama, para que guisase de comer y sirviese a los pupilos y despidi? al criado porque le hall? un viernes a la ma?ana con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con la vieja, Dios lo sabe. Era tan sorda que no o?a nada; entend?a por se?as; ciega, y tan gran rezadora que un d?a se le desensart? el rosario sobre la olla y nos la trujo con el caldo m?s devoto que he comido. Unos dec?an: -<>. Otro dec?a: -<> Mi amo fue el primero que se encaj? una cuenta, y al mascarla se quebr? un diente. Los viernes sol?a inviar unos g?evos, con tantas barbas fuerza de pelos y canas suyas que pudieran pretender corregimiento u abogac?a Pues meter el badil por el cuchar?n y inviar una escudilla de caldo empedrada era ordinario. Mil veces top? yo sabandijas, palos y estopa de la que hilaba en la olla. Y todo lo met?a para que hiciese presencia en las tripas y abultase.

Pasamos en este trabajo hasta la Cuaresma; vino, y a la entrada de ella estuvo malo un compa?ero. Cabra, por no gastar, detuvo el llamar m?dico hasta que ya ?l ped?a confesi?n m?s que otra cosa. Llam? entonces un platicante, el cual le tom? el pulso y dijo que la hambre le hab?a ganado por la mano en matar aquel hombre. Di?ronle el Sacramento, y el pobre, cuando le vio , dijo:

-Se?or m?o Jesucristo, necesario ha sido el veros entrar en esta casa para persuadirme que no es el infierno.

Imprimi?ronseme estas razones en el coraz?n. Muri? el pobre mozo, enterr?mosle muy pobremente por ser forastero, y quedamos todos asombrados. Divulg?se por el pueblo el caso atroz, lleg? a o?dos de don Alonso Coronel y como no ten?a otro hijo, desenga??se de los embustes de Cabra y comenz? a dar m?s cr?dito a las razones de dos sombras, que ya est?bamos reducidos a tan miserable estado. Vino a sacarnos del pupilaje y teni?ndonos delante nos preguntaba por nosotros. Y tales nos vio que sin aguardar a m?s, tratando muy mal de palabra al licenciado Vigilia, nos mand? llevar en dos sillas a casa. Desped?monos de los compa?eros, que nos segu?an con los deseos y con los ojos, haciendo las l?stimas que hace el que queda en Argel viendo venir rescatados por la Trinidad sus compa?eros.

Libro Primero: Cap?tulo V: De la entrada de Alcal?, patente y burlas que le hicieron por nuevo.

Antes que anocheciese salimos del mes?n a la casa que nos ten?an alquilada, que estaba fuera la puerta de Santiago, patio de estudiantes donde hay muchos juntos, aunque esta ten?amos entre tres moradores diferentes no m?s. Era el due?o y hu?sped de los que creen en Dios por cortes?a o sobre falso; moriscos los llaman en el pueblo. Recibi?me, pues, el hu?sped con peor cara que si yo fuera el Sant?simo Sacramento. Ni s? si lo hizo porque le comenz?semos a tener respeto o por ser natural suyo de ellos, que no es mucho que tenga mala condici?n quien no tiene buena ley. Pusimos nuestro hatillo, acomodamos las camas y lo dem?s, y dormimos aquella noche.

Amaneci?, y helos aqu? en camisa a todos los estudiantes de la posada a pedir la patente a mi amo. ?l, que no sab?a lo que era, pregunt?me que qu? quer?an, y yo, entre tanto, por lo que pod?a suceder, me acomod? entre dos colchones y s?lo ten?a la media cabeza fuera, que parec?a tortuga. Pidieron dos docenas de reales; di?ronselos y con tanto comenzaron una grita del diablo, diciendo:

-?Viva el compa?ero, y sea admitido en nuestra amistad! Goce de las preeminencias de antiguo. Pueda tener sarna, andar manchado y padecer la hambre que todos.

Y con esto volaron por la escalera, y al momento nos vestimos nosotros y tomamos el camino para escuelas. A mi amo apadrin?ronle unos colegiales conocidos de su padre y entr? en su general, pero yo, que hab?a de entrar en otro diferente y fui solo, comenc? a temblar. Entr? en el patio, y no hube metido bien un pie, cuando me encararon y comenzaron a decir: -<>. Yo por disimular di en re?r, como que no hac?a caso; mas no bast?, porque lleg?ndose a m? ocho o nueve, comenzaron a re?rse. P?seme colorado; nunca Dios lo permitiera, pues al instante se puso uno que estaba a mi lado las manos en las narices y apart?ndose, dijo:

-Por resucitar est? este L?zaro, seg?n olisca.

Y con esto todos se apartaron tap?ndose las narices. Yo, que me pens? escapar, puse las manos tambi?n y dije:

Dioles mucha risa y, apart?ndose, ya estaban juntos hasta ciento. Comenzaron a escarrar y tocar al arma y en las toses y abrir y cerrar de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos. En esto, un manchegazo acatarrado h?zome alarde de uno terrible, diciendo:

-Esto hago.

Yo entonces, que me vi perdido, dije:

-?Juro a Dios que ma...!

Iba a decir te, pero fue tal la bater?a y lluvia que cay? sobre m?, que no pude acabar la raz?n. Yo estaba cubierto el rostro con la capa, y tan blanco, que todos tiraban a m?, y era de ver c?mo tomaban la punter?a. Estaba ya nevado de pies a cabeza, pero un bellaco, vi?ndome cubierto y que no ten?a en la cara cosa, arranc? hacia m? diciendo con gran c?lera:

-?Baste, no le d?is con el palo!

Que yo, seg?n me trataban, cre? de ellos que lo har?an. Destap?me por ver lo que era, y al mismo tiempo, el que daba las voces me enclav? un gargajo en los dos ojos. Aqu? se han de considerar mis angustias. Levant? la infernal gente una grita que me aturdieron, y yo, seg?n lo que echaron sobre m? de sus est?magos, pens? que por ahorrar de m?dicos y boticas aguardan nuevos para purgarse. Quisieron tras esto darme de pescozones pero no hab?a d?nde sin llevarse en las manos la mitad del afeite de mi negra capa, ya blanca por mis pecados. Dej?ronme, y iba hecho zufaina de viejo a pura saliva. Fuime a casa, que apenas acert?, y fue ventura el ser de ma?ana, pues s?lo top? dos o tres muchachos, que deb?an de ser bien inclinados porque no me tiraron m?s de cuatro o seis trapajos y luego me dejaron.

Entr? en casa, y el morisco que me vio comenz?se a re?r y a hacer como que quer?a escupirme. Yo, que tem? que lo hiciese, dije:

-Ten?, hu?sped, que no soy Ecce-Homo.

Nunca lo dijera, porque me dio dos libras de porrazos, d?ndome sobre los hombros con las pesas que ten?a. Con esta ayuda de costa, medio derrengado, sub? arriba; y en buscar por d?nde asir la sotana y el manteo para quit?rmelos, se pas? mucho rato. Al fin, le quit? y me ech? en la cama y colgu?lo en una azutea. Vino mi amo y como me hall? durmiendo y no sab?a la asquerosa aventura, enoj?se y comenz? a darme repelones con tanta prisa, que a dos m?s, despierto calvo. Levant?me dando voces y quej?ndome, y ?l, con m?s c?lera, dijo:

-?Es buen modo de servir ?se, Pablos? Ya es otra vida.

Yo, cuando o? decir <>, entend? que era ya muerto, y dije:

Y con esto empec? a llorar. ?l, viendo mi llanto, crey?lo, y buscando la sotana y vi?ndola, compadeci?se de m? y dijo:

-Pablos, abre el ojo que asan carne. Mira por ti, que aqu? no tienes otro padre ni madre.

Cont?le todo lo que hab?a pasado y mand?me desnudar y llevar a mi aposento . Acost?me y dorm?; y con esto, a la noche, despu?s de haber comido y cenado bien, me hall? fuerte y ya como si no hubiera pasado por m? nada. Pero, cuando comienzan desgracias en uno, parece que nunca se han de acabar, que andan encadenadas y unas tra?an a otras. Vini?ronse a acostar los otros criados y, salud?ndome todos, me preguntaron si estaba malo y c?mo estaba en la cama. Yo les cont? el caso y, al punto, como si en ellos no hubiera mal ninguno, se empezaron a santiguar, diciendo:

-No se hiciera entre luteranos. ?Hay tal maldad?

Otro dec?a:

-El retor tiene la culpa en no poner remedio. ?Conocer? los que eran?

Yo respond? que no, y agradec?les la merced que me mostraban hacer. Con esto se acabaron de desnudar, acost?ronse, mataron la luz, y dorm?me yo, que me parec?a que estaba con mi padre y mis hermanos. Deb?an de ser las doce cuando el uno de ellos me despert? a puros gritos, diciendo:

-?Ay, que me matan! ?Ladrones!

Sonaban en su cama, entre estas voces, unos golpazos de l?tigo. Yo levant? la cabeza y dije:

-?Qu? es eso?

Y apenas la descubr?, cuando con una maroma me asentaron un azote con hijos en todas las espaldas. Comenc? a quejarme; qu?seme levantar; quej?base el otro tambi?n; d?banme a m? s?lo. Yo comenc? a decir:

-?Justicia de Dios!

Pero menudeaban tanto los azotes sobre m?, que ya no me qued?, por haberme tirado las frazadas abajo, otro remedio sino el de meterme debajo de la cama. H?celo as?, y al punto los tres que dorm?an empezaron a dar gritos tambi?n, y como sonaban los azotes, yo cre? que alguno de fuera nos daba a todos. Entre tanto, aquel maldito que estaba junto a m? se pas? a mi cama y provey? en ella, y cubri?la, volvi?ndose a la suya. Cesaron los azotes y levant?ronse con grandes gritos todos cuatro, diciendo:

-?Es gran bellaquer?a, y no ha de quedar as?!

Yo todav?a me estaba debajo de la cama quej?ndome como perro cogido entre puertas, tan encogido que parec?a galgo con calambre. Hicieron los otros que cerraban la puerta, y yo entonces sal? de donde estaba y sub?me a mi cama, preguntando si acaso les hab?an hecho mal. Todos se quejaban de muerte.

Acost?me y cubr?me y torn? a dormir, y como entre sue?os me revolcase, cuando despert? hall?me prove?do y hecho una necesaria. Levant?ronse todos y yo tom? por achaque los azotes para no vestirme. No hab?a diablos que me moviesen de un lado. Estaba confuso, considerando si acaso, con el miedo y la turbaci?n, sin sentirlo, hab?a hecho aquella vileza, o si entre sue?os. Al fin, yo me hallaba inocente y culpado y no sab?a c?mo disculparme.

Los compa?eros se llegaron a m?, quej?ndose y muy disimulados, a preguntarme c?mo estaba; yo les dije que muy malo, porque me hab?an dado muchos azotes. Pregunt?bales yo que qu? pod?a haber sido, y ellos dec?an:

-A fe que no se escape, que el matem?tico nos lo dir?. Pero, dejando esto, veamos si est?is herido, que os quej?bades mucho.

Y diciendo esto, fueron a levantar la ropa con deseo de afrentarme. En esto, mi amo entr? diciendo:

-?Es posible, Pablos, que no he de poder contigo? Son las ocho ?y est?ste en la cama? ?Lev?ntate enhoramala!

Los otros, por asegurarme, contaron a don Diego el caso todo y pidi?ronle que me dejase dormir. Y dec?a uno:

Y agarraba de la ropa. Yo la ten?a asida con los dientes por no mostrar la caca. Y cuando ellos vieron que no hab?a remedio por aquel camino, dijo uno:

-?Cuerpo de Dios y c?mo hiede!

Don Diego dijo lo mismo, porque era verdad, y luego, tras ?l, todos comenzaron a mirar si hab?a en el aposento alg?n servicio. Dec?an que no se pod?a estar all?. Dijo uno:

-?Pues es muy bueno esto para haber de estudiar!

Miraron las camas y quit?ronlas para ver debajo, y dijeron:

-Sin duda debajo de la de Pablos hay algo; pas?mosle a una de las nuestras y miremos debajo de ella.

Yo, que ve?a poco remedio en el negocio y que me iban a echar la garra, fing? que me hab?a dado mal de coraz?n: agarr?me a los palos, hice visajes... Ellos, que sab?an el misterio, apretaron conmigo, diciendo:

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