bell notificationshomepageloginedit profileclubsdmBox

Read Ebook: The World with a Thousand Moons by Hamilton Edmond

More about this book

Font size:

Background color:

Text color:

Add to tbrJar First Page Next Page

Ebook has 298 lines and 20898 words, and 6 pages

Notas del Transcriptor

Se han respetado la ortograf?a y la acentuaci?n del original.

Los errores obvios de puntuaci?n y de imprenta se han corregido.

El texto en letra versalita se ha sustituido por may?sculas.

Las p?ginas en blanco presentes en el original se han eliminado en la versi?n electr?nica.

De sobremesa

CR?NICAS

Jacinto Benavente

De sobremesa

CR?NICAS

MADRID

LIBRER?A DE FERNANDO F?

Puerta del Sol, 15

ES PROPIEDAD.--DERECHOS RESERVADOS

MADRID.--Imprenta Espa?ola, calle del Olivar, 8

De sobremesa.

EL se?or ministro de la Gobernaci?n ha propuesto el mejor remedio para evitar conflictos en la Plaza de Toros; que el p?blico se abstenga de asistir ? las corridas si tanto le disgustan. El remedio es excelente, pero ya dijo el sabio que: ? trueque de quejarse, hab?an las desdichas de buscarse. Y el gustazo de protestar nunca se paga bastante caro. Tiene adem?s, ese remedio, el peligro de caer el p?blico en su eficacia y en ese caso, bien pudiera dar en aplicarlo ? otros muchos espect?culos caros y malos, que ?l sostiene con su buen dinero. Pero ha de comprenderse que lo de ver al p?blico echarse al redondel, no puede ser del gusto de ning?n gobierno. Aunque bien pudieran pensar los espectadores que siendo ellos los toreados, ning?n sitio mejor que el redondel les corresponde.

Y ? prop?sito de plazas de toros; los sombreros de se?ora van alcanzando sus dimensiones. En Londres acaba de presentarse una actriz con uno que mide un metro ochenta de di?metro, y sobre ?l se levantan todav?a culminantes dos magn?ficas plumas de avestruz, de sesenta cent?metros. Semejante edificio, por m?s se?as es de color malva y de las plumas, una azul y la otra <> al sombrero. No hay que decir si habr? causado sensaci?n. Supongo que la obra en que se ha presentado, llevar? esta acotaci?n: La escena representa un sombrero. La moda es graciosa y en una mujer alta y de esbelto talle, esos sombreros circundan como una gran flor la linda cabecita que parece nimbada. Pero las mujeres bajas y rechonchillas deben evitarnos el espect?culo de una monstruosa seta que anda. Por fortuna, nuestras se?oras, han sido las m?s d?ciles en atender el ruego, m?s que la orden de presentarse en los teatros sin sombrero. En otros pa?ses, donde las mujeres se la dan m?s de <>, ni ruegos, ni censuras, ni ?rdenes, han podido apear los sombreros de su cabeza... Siempre se dijo que cuando ? una mujer se le pone una cosa en la cabeza, es dif?cil quit?rsela. En este caso particular, las nuestras merecen los mayores elogios. Nuestras mujeres son muy gobernables; no suelen ser de oposici?n m?s que cuando sus maridos est?n en el gobierno: d?galo la ley de asociaciones.

Menos mal; en la manifestaci?n conmemorativa de la revoluci?n de Septiembre hubo algunas levitas de buen corte y algunos pantalones de airosa ca?da y bastante camisa limpia... Menos mal, que de otro modo ya hubiera salido ? relucir lo de ?Cuatro desarrapados! ?Populacher?as! No, justamente la blusa--tan apreciada cuando vota con los gobiernos, tan despreciada cuando se manifiesta en contra,--es la prenda m?s retra?da de manifestaciones liberales. ?Pobre gente! Ha o?do la voz del taimado cocodrilo ?Bebe quieto! Dejaos de libertades y de derechos pol?ticos; al pobre lo que le conviene es tener trabajo, dinero, lo material, lo positivo... ustedes ? lo suyo... Y el pobre, bastante desagradecido con los que trajeron las libertades, gracias ? las que ha podido y podr? conquistar poco ? poco algo de lo suyo, se cree hoy m?s listo y m?s avisado, porque, como ?l dice: ? m? ya no me la da nadie. No, ?pobrecito!, te la dan los otros; que te hacen instrumento suyo cuando les conviene... ?Ah, pueblo, pueblo! Has vendido tu primogenitura por un plato de lentejas.

Contra los pron?sticos metereol?gicos teatrales, <> pas? sin la menor protesta de los aludidos. Lo supon?a; es gente que sabe con qui?n ha de gastarse los cuartos y de la que dice: <>. Que la obra ? m?s de haber sido aplaudida, es muy plausible, por la valent?a que supone en un autor empresario, ponerse enfrente del p?blico m?s decorativo y m?s saneado met?licamente, no hay para qu? decirlo. En cuanto ? su eficacia, ya es m?s discutible. En esta ocasi?n, como en otras, por ser m?s aparente van dirigidos los ataques ? lo que parece causa y no es sino efecto. Las nubes, de cualquier g?nero que sean, solo se forman en determinadas condiciones atmosf?ricas. La patolog?a social debe distinguir las enfermedades sintom?ticas de las esenciales y la nube, esa nube negra que entenebrece el aire de Espa?a y parece causa de muchos males, es solo efecto de ellos. No es ella la que tiene culpa de nuestro atraso, es nuestro atraso el culpable de que la nube exista. Poco se consigue con atacar al par?sito si no se robustece la naturaleza que hace posible su vida. Esos esp?ritus, dominados por la nube, lo ser?an del mismo modo por la <> ? por la echadora de cartas ? por cualquier inventor de la fabricaci?n de diamantes. Nadie abri? jam?s tienda de g?nero que nadie solicita. ?Qu? culpa tiene el fabricante de naipes de que se juegue? Excelente es la obra de Ceferino Palencia, pero, cr?ame el distinguido autor, tantas veces aplaudido, la nube es algo, pero no es todo. ?? los cascos, ? los cascos! ?Dejad las arboladuras!

En cuanto deja uno Madrid por alg?n tiempo y vuelve ? pasear por sus calles, cada d?a encuentra un teatro y una iglesia ? capilla de nueva planta. As? dice un se?or: <>. Pero hay p?blico para todo. Como antes al estanco, ya cada vecino puede permitirse la comodidad de ir al teatro de la esquina. De este modo se establece cierta cordialidad de relaciones entre los actores y su p?blico. Ya que Madrid no llenaba los teatros, los teatros han decidido llenar ? Madrid. Y no hay duda que en este caso, como con el anuncio prodigado, la sugesti?n triunfa... No entrar? usted en el primer teatro que se encuentra, pero al noveno ? d?cimo, cae usted. Y una vez que se entr? usted en uno, ya cae usted en la man?a coleccionista y acaba usted por recorrerlos todos.

Es un error de los empresarios creer que tan formidable competencia les perjudica. Cuanto mayor sea el n?mero de teatros, m?s ir?n todos ganando, aunque no sea m?s que en la comparaci?n. Por malos que parezcan algunos siempre hay otros peores.

Las reformas en la indumentaria de nuestro ej?rcito, ha dado algo que decir y m?s que murmurar. Hasta verlas realizadas no sabremos si en ellas se ha atendido m?s ? lo pr?ctico que ? lo est?tico ? viceversa. Si fu? ? lo pr?ctico, bien estar?, si lo est?tico no padece. Si fu? ? lo est?tico, quiera Marte y no pese ? su amante Venus, diosa de la belleza; que lo est?tico no sea tan alem?n ? tan ingl?s ? tan japon?s, que al f?sico nacional le caiga malamente.

Un uniforme puede ser elegante en un arrogante mocet?n de una guardia imperial, y sentarle desgarbado al airoso soldado espa?ol. La gorra de plato, por ejemplo, necesita elevada estatura, que no es lo general en nuestra raza. El soldado espa?ol es el m?s naturalmente elegante del mundo, sin afectaci?n, sin empaque; ser?a lastimoso que en estas reformas no se hubiera tenido en cuenta lo que mas importa, el elemento natural, la figura. Un ej?rcito para ser verdaderamente nacional, debe vestir <>. ?Hubiera estorbado alg?n artista, alg?n pintor ilustre, en la comisi?n reformadora? Napole?n fu? un genio militar, pero tambi?n fu? un gran maestro en est?tica. ?Se figuran ustedes ? Napole?n con un gran casco ? con un gran morri?n sobre su cabeza? ?No basta su inmortal sombrero para evocar toda su figura y todo su genio?

? lo mejor recibo cartas de personas desconocidas para m?, cartas que yo agradezco, porque suponen m?s atenci?n de la que ello merece, ? estos ligeros apuntes semanales. Lo mismo ? los que me celebran, porque dije lo que ellos pensaban--?qu? f?cil es agradar ? los lectores cuando se piensa lo mismo que ellos!--como ? los que se indignan tal vez por alguna de mis apreciaciones, les dir? que, yo no pretendo sustentar aqu? doctrina de ninguna clase; que todo cuanto aqu? digo es... semanal, y muy bien pudiera decir lo contrario ? la semana siguiente; aunque no soy hombre de grandes contradicciones, acaso por no serlo tampoco de grandes afirmaciones ni negaciones.

Tengan unos y otros en cuenta, que todo esto no es m?s que charla de sobremesa; que alguna vez estoy entre personas de confianza y puedo decir lo que pienso, pero otras, me atengo ? la opini?n de los comensales. Y ?no eres t? siempre, lector amigo, el verdadero convidado de piedra, con cubierto puesto siempre ? la mesa de todo escritor? ?Pues si t? no te aparecieras de cuando en cuando, aun habr?as de leer cosas que te agradaran ? te indignaran mucho m?s, seg?n los casos! Como Polonio aseguraba ? Hamlet, de los c?micos, al temer si no se atrever?an ? representar cierta comedia, tambi?n yo pudiera decirte: Se?or, como vos no os avergonc?is de oirla, ellos tampoco se avergonzar?n de representarla.

Este ?ltimo viaje de nuestros reyes ? Barcelona, tal vez haya sido el m?s provechoso. La bella, la noble princesa inglesa, hoy reina de Espa?a, s?lo habr? podido juzgar desde aqu?, que tal vez Catalu?a era una despoblada y lamentable Irlanda... ?Tales eran sus quejas y clamores! Al contemplar la riqueza y prosperidad de Barcelona, su aspecto de gran ciudad europea, lo ameno de sus alrededores, que no habla de tristezas ni abandonos, no podr? por menos de pensar, que de Catalu?a ? Irlanda hay mucha distancia, y que, absolutista ? parlamentario, mon?rquico ? republicano, no habr? padecido grandes tiran?as, ni grandes vejaciones, bajo ning?n r?gimen de gobierno nacional, regi?n que entre todas las de Espa?a sobresale por adelantada y por pr?spera.

Mucho, no obstante, se han suavizado asperezas de all?, en estos ?ltimos tiempos. Bien est? as?, que de nada nos asustamos como que puestos ? pedir todos estamos en el mismo caso, sin salirnos de las aspiraciones leg?timas. En cuanto ? la ley de jurisdicciones, la m?s pronunciada arruga en el ce?o catalanista... ?Es tan f?cil derogarla! El legislador espartano no consign? en sus leyes pena alguna contra el parricida; juzg? que en Esparta no hab?a nadie capaz de cometer ese delito. Cierto que los delitos que dieron raz?n ? esta ley--que no debi? existir nunca en Espa?a, por el mismo motivo que aquella otra en Esparta,--por su falta de grandeza y lo mezquino de sus manifestaciones, tal vez no merec?a mayor sanci?n que la de un agravio ? la buena educaci?n y al buen gusto; que no otra cosa eran aquellas caricaturas y aquellos dicharachos ofensivos para la patria y para el ej?rcito, su m?s alta y noble representaci?n.

Justamente, nuestro ej?rcito tuvo siempre el m?s amplio esp?ritu de tolerancia para admitir discusi?n sobre su organizaci?n, sobre sus condiciones; no digamos sobre el pacifista antimilitarismo de soci?logos y socialistas. Si dictadores hubo en Espa?a fueron civiles ? clericales; al ej?rcito se debe cuanta libertad gozamos, ?l fu? siempre freno de la reacci?n y acicate del progreso. Nada m?s injusto que considerarle instrumento de tiran?a. Y conste que no soy nada militarista, que no soy de los que creen la guerra un mal necesario, sino muy innecesario; de los que esperan y conf?an en que los ej?rcitos ser?n en lo porvenir una decorativa polic?a internacional; pero esto solo ha de conseguirse por el mismo ej?rcito; por eso, en su bandera, que aprend? ? saludar desde ni?o, cuando aun no se acostumbraba en Espa?a, no saludo s?lo la bandera de la patria, sino la bandera futura de ese ideal estado de paz, que s?lo el ej?rcito puede asegurarnos.

La distinguida escritora que firma con el risue?o nombre de <>, propone en un art?culo, publicado en <>, la fundaci?n de un teatro para los ni?os.

En Espa?a, ?triste es decirlo!, no se sabe amar ? los ni?os. Si no hubiera otras pruebas, bastar?a esta falta de una literatura y de un arte dedicada ? ellos. ?Qu? libros espa?oles pueden leer nuestros ni?os? De la literatura cl?sica, ninguno. El <> es una obra de desencanto, de desilusi?n, propia para la edad razonadora. Ser?a cruel que los ni?os rieran con <>, y m?s cruel que pensaran. De los escritores modernos, tal vez Gald?s, en la primera parte de sus Episodios Nacionales, fu? el ?nico que escribi? para los ni?os, sin propon?rselo; quiz?s, por lo mismo, con mayor acierto.

Digo por lo mismo, porque los escritores que deliberadamente intentan escribir para ni?os, suelen padecer el error de considerarlos demasiado pueriles y se creen en el caso de puerilizar su esp?ritu. Por esto las mejores obras para la infancia, son las que no fueron escritas con intenci?n de conquistarla. <>, algunas novelas de Dickens... En cambio, ?cu?nta ?o?er?a, cu?nta bobada en muchos cuentos y narraciones pensados y escritos especialmente para los ni?os, que no pueden por menos de aburrirles!

?Un teatro para los ni?os! S?, es preciso, tan preciso como un teatro para el pueblo. ?Ese otro ni?o grande, tan poco amado tambi?n y tan mal entendido!

Y en ese teatro, nada de iron?as; la iron?a, tan ? prop?sito para endulzar verdades agrias ? amargas ? los poderosos de la tierra, que de otro modo no consentir?an en escucharlas, es criminal con los ni?os y con el pueblo. Para ello, entusiasmo y fe y cantos de esperanza llenos de poes?a...

Y nada de esa moral practicona, que ? cada virtud ofrece su recompensa y cada pecadillo su castigo; esa moral que convierte el mundo en una distribuci?n de premios y pudiera resumirse en un d?stico por el estilo:

No com?is melocotones porque dan indigestiones.

La verdadera moral del teatro consiste, en que, aun suponiendo que Yago consumara su obra de perfidia, coron?ndose Dux de Venecia, sobre los cad?veres de Otelo y Desd?mona, no haya espectador que entre la suerte de uno y otros no prefiera la de las v?ctimas sacrificadas ? la del triunfador glorioso.

La verdadera moral esta sobre los premios y sobre los castigos, est? en lo mas hondo, en lo m?s ?ntimo de nosotros mismos, all?, donde est? Dios, siempre que queremos verle y oirle... Consiste en una limpieza espiritual de la que solo nosotros gozamos. Nadie piensa al lavarse todo su cuerpo en que ha de ir desnudo por la calle, se lava uno por propia satisfacci?n y limpieza... Y aunque la ropa sea mala, va m?s tranquilo el que as? se ha lavado, que los que, muy bien vestidos, solo se lavaron la cara y las manos.

Esta moral es la que conviene al teatro y al arte dedicado ? los ni?os y al pueblo.

La amable escritora cita mi nombre entre los de otros escritores que, seguramente, no dejar?n de escribir obras para ese teatro. Por mi parte, ?nunca con mayor ilusi?n, nunca tambi?n con mayor respeto ? mi p?blico!

Un peri?dico de la cascara dulce, ya sabemos cu?les son los de la amarga, celebra determinadas obras de determinados escritores, por juzgarlas aproximaci?n ? sus ideales. Tiene el buen sentido de no cantar victoria definitiva. Con no tan buen sentido y en un art?culo, por lo menos indiscreto, otro peri?dico liberal muy significado, se desata en denuestos contra los aludidos escritores y contra gran parte de la juventud literaria, pluralizando de un modo lastimoso, pues bien sabe el que escribi? ese art?culo, que eso de las casas de hu?spedes y sus cocidos indigestos--aparte de no ser delito imputable y menos por un buen dem?crata,--eso de los busca-dotes y del <> levantado no reza con la mayor?a de los literatos de la actual hornada. Eso de suponer ? dos escritores poco menos que ? punto de levantar partida porque uno eligi? por asunto de una novela episodios de las guerras carlistas, y el otro present? en el teatro ? una hermana de la Caridad, que no baila la machicha, es mostrar una intransigencia indigna de esp?ritus que se juzgan por liberales. Yo no s? que mi obra--<>,--sea distinta de otras muchas m?as, como <>, <>, etc. S?, en cambio, que en otras muchas obras, en todas, no se me ha quedado por decir nada que deje lugar ? dudas sobre mi esp?ritu reaccionario. No as? muchos autores cucos, de los que ser?a dif?cil saber por sus obras lo que piensan de lo divino y aun de lo humano. Si alg?n remordimiento escarabajea mi conciencia art?stica, es haber sacrificado muchas veces el arte ? la predicaci?n; pero en Espa?a... ?hay que predicar tanto, y el teatro es tan buen p?lpito!

Bien puedo exigir algo m?s de reflexi?n al que lanza excomuniones tan de ligero. Ya s? que estas palabras escritas no lograr?n convencerle, ? ?l que solo en la oratoria cree como fuerza persuasiva y abomina de los que leemos cuartillas en vez de pronunciar discursos. Por eso, todo lo f?o de su elocuencia, ella sabr? persuadirle mejor que cuanto yo escriba, de que fu? injusto y de que fu? ligero y que en momento de alistar fuerzas, no es la mejor ocasi?n para restarlas, porque, francamente, ?hablar de libertad y negar libertad al arte, no es para convencer ni ? los convencidos, cuanto m?s ? los desconfiados!

Y ahora... El juglar caminaba por la vida y vi? pasar ? los soldados; marchaban ? la guerra temerosos los biso?os; j?venes, casi ni?os, arrancados ? todos sus amores; trazando ardides para medrar sin peligro, los veteranos; todos ellos sin ardor y sin fe. El juglar, al verlos, enton? una canci?n ? la patria, ? la guerra, y sobre los soldados pas? con ala de fuego la visi?n de la gloria y sus corazones despreciaron la muerte...

--Ven con nosotros--dijeron al juglar...--Quien canta as? la guerra ser? buen soldado...

--No--dijo el poeta.--En la batalla quiz?s ser?a el m?s cobarde. Supe infundiros valor... No pid?is otra cosa...--Y el juglar qued? solo y los soldados marcharon repitiendo las estrofas vibrantes de la canci?n guerrera.

Por el camino pasaron unos monjes; unos con otros murmuraban de asuntos mundanos.

El juglar enton? una canci?n religiosa, toda caridad, toda amor divino, toda fe y esperanza.

Los monjes miraban al cielo.

--Ven con nosotros--dijeron al juglar,--ser?s gloria de nuestra orden y de nuestra casa.

Add to tbrJar First Page Next Page

 

Back to top