Read Ebook: Los majos de Cádiz by Palacio Vald S Armando
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Ebook has 1482 lines and 65145 words, and 30 pages
--No lo traigo ? la memoria para ech?rtelo en cara. Lo hago ?nicamente para que me perdones lo que he dicho al hablar de tu madre. Aunque me jures lo contrario, seguir? creyendo que ha tenido la mayor parte de la culpa.
--Te enga?as. Mi madre no ha hecho m?s que mostrarse agradecida ? los favores que ese hombre nos hizo... Lo dem?s lo hizo Dios ? el diablo...
--El diablo seguramente, porque me han dicho que te hace muy desgraciada.
--?Falso!--profiri? la joven vivamente.--Me hace la mujer m?s feliz de la tierra.
Manolo cerr? los ojos y ahog? un suspiro, ocultando un momento la cara entre las manos. Luego dijo esforz?ndose por sonreir:
--Me alegro, me alegro con toda mi alma. Ser?a un villano si otra cosa hiciese. Porque yo, al fin, te ofrec?a una posici?n honrosa en el mundo, mientras ?l te ha colocado en una situaci?n bien triste...
--Pero si yo me alegro de esa situaci?n--interrumpi? Soledad con tonillo col?rico.
--?Lo s?! ?lo s?!... No te esfuerces en convencerme--respondi? ?l con amargura.--S?lo hago constar un hecho. Eres terca, caprichosa y un poco egoistilla; pero as? y todo no mereces que te hagan desgraciada. Con todos esos defectos te haces, sin embargo, querer. ?Sabes por qu??... Por la inocencia... Eres una ni?a. Tu terquedad, tus caprichos y hasta tu ego?smo, en vez de inspirar repugnancia, hacen sonreir. Me has hecho traici?n, me clavaste el pu?al en el pecho y le has dado vueltas cuando estaba dentro. Pues no te guardo rencor: me has martirizado como los chicos martirizan ? los p?jaros, sin saber lo que hacen... Cuando lleg? ? mis o?dos que no te trataba bien, que te hac?a desprecios delante de la gente, me puse enfermo de rabia, como si fueses cosa propia, como si jam?s me hubieses hecho nada malo. ? pesar de mi resentimiento fu? ? ver ? tu madre y por desgracia ?sta me confirm? en lo que hab?a o?do...
--?Qu? sabe mi madre lo que dice!--exclam? la joven con creciente irritaci?n.
--S?; he podido averiguar que no s?lo te hac?a desprecios, sino que ha llegado ? levantarte la mano...
--?Ha dicho mi madre eso?--pregunt? ella vivamente con el semblante demudado.
--No, no--se apresur? ? responder el joven.--No te dispares, ni?a. Tu madre s?lo me ha dicho que no eres feliz. Otros pormenores los he sabido por gente de Medina que ha estado aqu?.
--?Bah!--exclam? ella con una mueca de desprecio.--?Qui?n ataja las malas lenguas!... ?Sabes lo que es eso, querido?--a?adi? inclin?ndose hacia ?l y dejando la calceta sobre el mostrador.--Pues es que hay muchas en Medina ? quienes la envidia les come las entra?as.
Manolo la mir? fijamente con sorpresa. Luego, sonriendo dijo:
--?Qu? engre?da est?s, Sole?!
?sta se ruboriz? y volvi? ? coger la calceta.
--No es nuevo, en ti eso--sigui? ?l.--Lo mismo con amigas que con novios, siempre has sido propensa ? los engreimientos repentinos... ? m? tambi?n me ha tocado mi cachito, ?verdad?... Pero el de ahora va durando demasiado...
Soledad guard? silencio. ?l tambi?n call?. Largo rato escucharon distra?dos, melanc?licos, los acordes de la guitarra. Cuanto se hablaba en el cuarto de la reuni?n llegaba ? sus o?dos. Las bromas desvergonzadas y los dichos agudos con que los alegres compadres entreveraban las coplas, en vez de hacerles reir, les iba poniendo ? cada instante m?s serios y reflexivos. Soledad no apartaba los ojos de los puntos de la calceta. Manolo, con la cabeza echada hacia atr?s, los ten?a puestos en el techo. Al fin, haciendo un esfuerzo para sacudir el letargo y cambiando de postura, dijo resueltamente:
--?chame vino, que me voy.
La tabernera cumpli? la orden con igual silencio. Manolo apur? el vaso, como lo hab?a hecho antes, y puso una moneda sobre el mostrador. Soledad abri? el caj?n, sac? la vuelta y la coloc? ? su lado.
--Est? bien--dijo meti?ndola en el bolsillo.--Me voy, hija m?a, que me esperan.
Hizo adem?n de levantarse; se inclin? hacia Soledad.
--Hasta la vista, gitana. ?No me das la mano?
Y as? que la tuvo cogida manifest? riendo:
--Dispensa, querida, la matraca que te he dado. Alguna que otra vez me suelen atacar estos arrechuchos y entonces me pongo insoportable, lo conozco; pero en seguidita me pasan y entonces no soy mal chico, ?verdad, t?? Lo ?nico que te pido es que sueltes ? escape esa cara de regidor ofendido y no me la vuelvas ? ense?ar en la vida. R?ete, lucero, que cuando t? te r?es me alumbra el sol ? la medianoche. Y si otra vez me pongo guas?n, como hace poco, me dices: <
Y estamp? en ella, efectivamente, tres ? cuatro besos. Soledad la retir? riendo.
--?Siempre el mismo!
--?Eso es! ?Siempre el mismo!--repuso ?l levant?ndose.--?Siempre queri?ndote como un babieca! ?Para m?, criatura, eres y ser?s la Virgen del Carmen y la Sant?sima Trinidad y el cop?n y la hostia!...
--?Si fueras t? la maestra!... Adi?s, gachona. Soy tu amigo hasta la muerte. ?Verdad que soy tu amigo? ?Verdad que lo soy?... D? que s?, manteca de oro... Hasta la vista, ?eh? ?Muchos, muchos, muchos besos! Y ? Vel?zquez... ? Vel?zquez que se lo coman los lobos--a?adi? soltando la carcajada y saliendo por la puerta como un hurac?n.
Al poner el pie en la calle, aquel rel?mpago de alegr?a ficticia se apag? repentinamente. El alma del viajero qued? negra como la noche. Atraves? el paseo lentamente, apoy? ambos codos en el pretil de la muralla y contempl? con ojos ext?ticos la inmensidad del mar. La b?veda del cielo alta y tachonada de estrellas se hund?a en las tinieblas del horizonte. Debajo de ella, las olas inm?viles se extend?an como una masa opaca donde s?lo de vez en cuando brillaba la tenue luz fugitiva de un astro. La brisa h?meda trajo ? su nariz los acres olores marinos. Permaneci? as? largo rato, abstra?do, enteramente emboscado en las memorias de otros d?as. Al cabo sac? el pa?uelo para secar sus ojos que la frescura de la brisa, sin duda, hab?a mojado, y murmur? con su habitual sonrisa bondadosa:
--?Pens? que estaba curado! ?Buen chasco!
Y se dispuso ? retirarse. Pero cuando hubo avanzado un poco sinti? los pasos de un hombre que ven?a. Retrocedi? nuevamente hasta el pretil para ocultarse en la oscuridad. Al llegar cerca del farol, lo conoci?. El hombre se detuvo delante de la tienda, subi? resueltamente los escalones y entr? en ella. El rostro del joven viajero se contrajo fuertemente. Mir? un instante con fijeza ? la puerta iluminada y se alej? ? paso largo.
Los majos.
Los grandes ojos negros de la tabernera brillaron.
--?Cu?nto has tardado!--exclam? levant?ndose.
Sin contestar despoj?se el hombre de su capa y se la entreg? diciendo:
--L?mpiala, que el se?or de Roda me la ha llenado de vino.
Tendr?a treinta y cuatro ? treinta y seis a?os; bajito, menudo, moreno, con barba negra sedosa, las facciones correctas, los ojos negros de una expresi?n resuelta y altiva. Hab?a en su rostro atractivo. La figura, aunque exigua, proporcionada, y denotaba agilidad y br?o. Vest?a chaqueta corta, sombrero cordob?s de alas rectas, pantal?n ce?ido, faja de seda encarnada y camisa bordada con botones de diamantes: todo rico y esmerado, y mostrando no s?lo un hombre bien acomodado, sino cuidadoso de su persona y quiz? un poquito pagado de ella.
--?Y Joselillo?--pregunt?.
--Pues se fu? hace ya bastante rato por unos frascos de ginebra y a?n no ha venido.
--?Valiente ni?o! Me parece que esta noche le voy ? mandar calentito ? la cama... Ya van muchas.
Soledad se hab?a acercado ? ?l y daba vueltas en torno suyo, contempl?ndole con ojos amorosos, examinando minuciosamente el estado de su traje, quit?ndole el polvo con leves palmaditas.
--?Has caminado mucho?
--Por toas las vereas del universo mundo me ha llevao hoy ese guas?n. ?Y too pa qu?? Pa ver una huerta con algunos ?rboles t?sicos all? donde Cristo di? las tres voces... ?Ha venido Espinosa?
--No; ah? no est?n m?s que Antonio, Pepe, Frasquito y su t?o... ?Ah! tambi?n acaba de salir Manolo, pero no ha estado en la reuni?n.
--?Qu? Manolo?
--Manolo Uceda--repuso ella ruboriz?ndose.
Vel?zquez frunci? levemente el entrecejo, y la mir? fijamente. Su rostro adquiri? luego una expresi?n de burla.
--Supongo que te habr? cantado alguna trova nueva y divertida.
--Ni nueva ni divertida. Me ha cantado lo de siempre... Pero me ha prometido no darme m?s jaqueca.
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