Read Ebook: L'Illustration No. 0028 9 Septembre 1843 by Various
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Ebook has 354 lines and 28880 words, and 8 pages
? su vuelta ? la patria recibi? mil testimonios del cari?o y respeto de sus conciudadanos y fu? nombrado presidente del congreso de Pensilvania reunido en Filadelfia. Era casi octogenario; con todo, ni su edad ni sus deberes pol?ticos le impidieron continuar trabajando en el campo de la ciencia. La agricultura, se?aladamente, le debi? nuevos progresos en los ?ltimos a?os de su aprovechada y laboriosa vida.
Franklin muri? el 17 de abril de 1790 ? la edad de ochenticuatro a?os. El Congreso Federal acord? que los Estados Unidos llevaran luto por la muerte del ciudadano insigne, que representaba ? Pensilvania en el Congreso y ? la Am?rica entera en el mundo cient?fico y filos?fico. El luto oficial dur? dos meses; el particular de cada ciudadano fu? m?s largo todav?a.
La Asamblea nacional de Francia tribut? su homenaje ? la memoria de Franklin, llevando tres d?as de luto por acuerdo un?nime de aquella ilustre Asamblea, que fu? la Asamblea de la Revoluci?n.
El viejo Franklin mor?a; su obra no perecer?. Fu? uno de los hombres m?s ilustres de su siglo, con ser el siglo m?s grande de la historia; fu?, sobre todo, un hombre bueno, t?tulo m?s noble, m?s raro, m?s apetecible que el de grande. En las luchas de la pasi?n y en las tempestades de la vida conserv? siempre su ing?nita bondad; su envidiable grandeza fu? la grandeza de los bienhechores.
RIVADAVIA
Este gran ciudadano ? quien tanto debe la Rep?blica Argentina, quiz? no merezca el pomposo t?tulo de grande hombre; pero nadie le negar? otro t?tulo m?s envidiable y digno, cual es el de hombre ?til. No son tan convenientes para las rep?blicas los gigantes y los genios, ? quienes ciega ? deslumbra en ocasiones la propia grandeza ? la estrella afortunada, como esos otros que unen la aplicaci?n ? la honradez, la constancia en su labor ? la energ?a moral, una modestia digna ? las virtudes c?vicas de los buenos ciudadanos.
Bernardino Rivadavia fu? incansable, activo, laborioso; no cejaba ante las dificultades cuando acomet?a cualquiera empresa; no vacilaba nunca entre su conciencia y las conveniencias fugitivas de un momento ? de una personalidad, aunque se tratara de la suya propia.
Como todos los hombres radicales, progresistas y reformadores, tuvo por enemigos ? cuantos creyeron que su programa pol?tico amenazaba intereses, costumbres ? aficiones sancionados por el tiempo, la preocupaci?n ? la rutina; pero hoy se le hace justicia por amigos y adversarios, por federales y unitarios, por nacionales y extranjeros. Todo el mundo reconoce que se le deben grandes beneficios y que ?l abri? la senda seguida m?s tarde por los argentinos con rumbo al progreso y ? la perfecci?n.
Tom? parte en los disturbios que precedieron ? la revoluci?n, luchando en favor del general Liniers que era combatido por Alzaga. Sin embargo, su papel fu? secundario hasta 1811, ?poca en la cual empez? ? tener intervenci?n visible en los sucesos.
Nombrado por entonces ministro de Gobernaci?n, Hacienda y Guerra, desempe?? conjuntamente cargos tan dif?ciles y pudo salir airoso, aunque combatido simult?neamente por las facciones pol?ticas y por los no domados espa?oles que abiertamente conspiraban.
En aquella ?poca agitada empez? ? demostrar el joven Rivadavia sus dotes de estadista: fund? la libertad comercial, introdujo considerables mejoras en la administraci?n, prohibi? la trata de negros y al mismo tiempo deshizo m?s de un complot contra la seguridad del Estado y la paz p?blica. Fu? derribado, empero, en 1812 por un movimiento que dirigi? el doctor Medrano, personaje m?s conocido como poeta que como pol?tico.
En 1814 pas? Rivadavia ? Europa, donde prest? servicios ? la causa de la independencia y atesor? conocimientos que m?s tarde le fueron de suma utilidad.
En 1820, de vuelta en Buenos Aires, fu? nombrado ministro de Gobierno y supo granjearse las mayores simpat?as. Rivadavia estableci? el sistema representativo, all? donde solo exist?a una dictadura revolucionaria; emprendi? mejoras materiales, sin descuidar las morales que son la base del bienestar de los pueblos; cre? el registro oficial, archivo, polic?a, casa de exp?sitos; fund? escuelas, bibliotecas, premios ? los estudiantes, sociedades de beneficiencia presididas por se?oras; populariz? la ense?anza p?blica y erigi?, por ?ltimo, la Universidad, decretada por el rey de Espa?a en el siglo precedente sin que el decreto hubiera tenido ejecuci?n.
Buenos Aires le debi? tambi?n dos cosas tan interesantes como el cementerio y la recova.
La Universidad de Buenos Aires, agradecida ? su verdadero fundador, concedi? ? Rivadavia el t?tulo de doctor en uso de facultades que ten?a para conferir los grados que estimara justos, sin necesidad de pruebas, < los hombres ilustrados y eminentes>>. Esta concesi?n se hizo alg?n tiempo m?s tarde, siendo Rivadavia presidente de la Rep?blica.
Art?culo 13 del decreto de 21 de junio de 1827.
Antes de ocupar tan elevado puesto, hizo otro viaje ? Europa con una misi?n diplom?tica cerca del gobierno ingl?s. Al regresar fu? elegido presidente .
El per?odo de su presidencia fu? notable, como se esperaba. No desminti? el presidente las lisonjeras esperanzas que hab?a hecho concebir. La instrucci?n progres? considerablemente; se protegi? y foment? la cr?a de ganados, que tan ?til y productiva es para la Rep?blica Argentina; fund?ronse pesquer?as como la de Patagones; se busc? en Europa maestros de capacidad que secundaran la ben?fica iniciativa del presidente; en los campos se fabricaron iglesias y se fundaron colonias; en fin, se hizo la independencia de Montevideo, ? pesar del Brasil. Fu? un per?odo fecundo el del doctor Rivadavia. Si despu?s ha adelantado tanto la Rep?blica Argentina, pol?tica, industrial y comercialmente, si ha crecido la poblaci?n, si han acudido inmigrantes de todas procedencias, si se ha extendido los l?mites de la Rep?blica, sometiendo ? los salvajes y explorando los desiertos, bien pueden decir los argentinos como en la c?lebre f?bula:
?Gracias al que nos trajo las gallinas!
Y el que llev? las gallinas fu? sin duda Rivadavia, no negando con lo que decimos la gloria que les quepa ? sus continuadores.
? pesar de todo, Rivadavia fu? muy combatido y se vi? obligado ? renunciar el poder.
En 1829 le encontramos en Europa. En 1834, gobernando sus mayores enemigos, tuvo el atrevimiento de volver ? Buenos Aires para responder ante los tribunales de ciertas acusaciones que le dirig?an. No quisieron juzgarle, pero se le desterr?.
Despu?s de residir alg?n tiempo en Mercedes y m?s tarde en el Brasil, busc? refugio en Espa?a.
Al cabo de tres a?os de residencia en C?diz, falleci? en 1845.
Fu? Rivadavia un ciudadano virtuoso, un pol?tico bien intencionado y un patriota exclarecido. Se equivoc? tal vez en sus apreciaciones, pero nadie es profeta en este mundo. Sus mismos adversarios han hecho justicia ? su rectitud de proceder, reconocen sus talentos y su ilustraci?n, celebran su indomable voluntad, agradecen y aplauden sus servicios...
?Qu? m?s puede esperar un nombre pol?tico de sus conciudadanos que imparcialidad, aplauso y reconocimiento?
?Qu? m?s puede pedir ? la posteridad, si ?sta le hace justicia?
P?EZ
El general venezolano Jos? Antonio P?ez contribuy? principal?simamente ? la independencia de su patria. Ning?n otro caudillo de las guerras de Am?rica fu? m?s afortunado, pero tampoco lo hubo m?s esforzado que ?l. No era un general ? la moderna, sino un h?roe forjado en moldes antiguos. No conoc?a la ciencia ni el arte de la guerra, no hab?a estudiado estrategia ni fortificaci?n, no entend?a de castrametaci?n ni de bal?stica ni siquiera de t?ctica; pero ten?a la pujanza de Murat, la bravura de Diego Le?n, una astucia insuperable, una fuerza herc?lea y una serenidad ? toda prueba.
Naci? en la provincia de Barinas en 1790 y dedic? su infancia ? los trabajos por dem?s penosos de la agricultura y la ganader?a. Luchando con la corriente del r?pido Apur?, con los caimanes del r?o y con las fieras del monte, con el sol de los llanos y con los rigores de la suerte, no s?lo templ? su alma para todas las pruebas y todos los sacrificios, sino que se hizo excelente nadador, inmejorable jinete, gran cazador, invencible machetero.
Un hombre formado en semejante escuela no pod?a permanecer impasible, como hicieron tantos, cuando son? la hora de la revoluci?n y de la guerra. P?ez deb?a tomar parte por unos ? por otros en la contienda que iba ? decidir de los destinos de Am?rica. Fu? buscado y aun halagado por los espa?oles; pero opt? sin vacilar por la causa de la independencia.
En 1810 se alist? voluntario en un escuadr?n patriota, distingui?ndose mucho por su arrojo en la primera campa?a, en la cual ascendi? hasta sargento primero.
En la segunda campa?a le vemos de capit?n, sorprendiendo y derrotando una columna enemiga en el punto llamado Matas Guerrere?as.
Poco despu?s, derrotado por los espa?oles y abandonado por los suyos que se desbandaron, fu? hecho prisionero y sentenciado ? morir. Puesto en capilla para ser ejecutado, debi? su indulto ? la generosidad del enemigo. Cay? segunda vez prisionero, y de seguro que entonces lo hubiera pasado mal si por su propio esfuerzo no se hubiera libertado. Los 511 prisioneros que con ?l estaban, dirigidos por ?l, desarmaron la fuerza encargada de su custodia y se salvaron.
P?ez y los suyos se incorporaron ? las fuerzas patriotas que mandaba Garc?a Sena. Este jefe confi? ? P?ez el mando de su caballer?a, con la que realiz? las m?s inauditas y portentosas haza?as. No hab?a empresa temeraria que no se le confiara ni enemigo que le detuviera. Jam?s cont? el n?mero de sus soldados ni el de sus enemigos. Avistarlos y embestirlos eran siempre dos cosas simult?neas.
En 1814 era P?ez coronel de la caballer?a venezolana, combatiendo con sus 1.000 caballos en la acci?n de Chire ? las inmediatas ?rdenes del general Ricaurte. En Mata de la Miel contribuy? eficazmente al desastre de los espa?oles. En las expediciones ? trav?s de los Andes, como en las persecuciones sufridas muchas veces hasta los llanos de Casanare y las selvas m?s remotas, era P?ez el encargado siempre de las exploraciones, de los reconocimientos, de cubrir la retaguardia ? de contener al enemigo.
En la campa?a del Apur? tom? P?ez una ofensiva en?rgica y vigorosa contra la divisi?n mandada por el general Latorre; la valent?a de P?ez no se desminti? en aquellas circunstancias, pero los resultados fueron negativos.
Los espa?oles contaban por entonces con los refuerzos de Espa?a llevados ? Venezuela por el general Morillo. Eran tropas aguerridas que en su mayor parte hab?an combatido contra los ej?rcitos de Napole?n. Y adem?s ten?an el auxilio poderoso de los terribles llaneros, que combat?an por Espa?a ? las ?rdenes del siniestro Boves.
Mal se pon?an las cosas para los independientes. Los realistas se hab?an apoderado de la isla Margarita, de La Guaira, de todos los puertos de Costa Firme, incluso Cartagena. Entraron en Santa Fe, hoy Bogot?; Valencia capitul?; fu? preciso levantar el sitio de Puerto-Cabello. Al parecer estaba dominada la revoluci?n.
Para otros no hab?a esperanza; pero P?ez, tan familiarizado con los reveses como con los triunfos, no se desalent? jam?s ni perdi? nunca la fe.
Poco despu?s se unieron P?ez y Bol?var, que rec?procamente se admiraban y se estimaban antes de conocerse. Cuando se conocieron, creci? singularmente la mutua estimaci?n de ambos caudillos, que hab?an nacido para completarse. Era Bol?var la inspiraci?n, el genio, el alma de la revoluci?n; P?ez era el brazo que ejecutaba las inspiraciones del Libertador, y el ?nico capaz de llevar ? t?rmino los planes gigantescos del hijo de Caracas.
Una vez reunidos ambos jefes, ansiaba fervientemente el general Bol?var dar comienzo ? sus operaciones; pero no encontraba medio de salvar un caudaloso r?o por falta de elementos adecuados. Los espa?oles ten?an ocupados los pasos m?s importantes ? m?s f?ciles con sus embarcaciones, que eran lanchas artilladas y pertrechadas convenientemente. Solo P?ez hubiera sido capaz de arrollar el obst?culo, y en efecto lo arroll?. Las lanchas realistas fueron atacadas y tomadas por la caballer?a, cargando ? su cabeza el mismo P?ez que tom? al abordaje catorce embarcaciones.
Terminada la tregua se di? principio ? nuevas operaciones, las cuales aseguraron la independencia del pa?s con la gran victoria de Bol?var en los campos de Carabobo. El general P?ez tom? gloriosa parte en jornada tan insigne.
De la intervenci?n del h?roe en las contiendas civiles posteriores ? la independencia, no queremos decir ni una palabra. Si en esas luchas hubo laureles y glorias para P?ez, ciertamente no los hab?a menester para vivir en el coraz?n de sus conciudadanos. Como ha dicho un compatriota suyo, <
Al fraccionarse Colombia despu?s de la muerte de Bol?var, fu? P?ez elegido presidente de una de las tres rep?blicas que se formaron: de la de Venezuela. Dos veces desempe?? tan alta magistratura, lo que no le impidi? morir en tierra extranjera devorando en silencio la ingratitud de su patria.
<
<<...Ten?a el instinto sagaz, realzado ante sus compa?eros por una fuerza prodigiosa. En la pelea, el le?n desesperado no se avalanzaba con m?s furia... Sus soldados le respetaban y le tem?an, porque el insubordinado ten?a por castigo someterse ? una lucha personal con su jefe, en la cual estaba seguro de ser herido; y las cicatrices que dejaban las armas de P?ez jam?s se borraban...
>>No ten?a exigencias, no pretend?a vestuarios, ni armas, ni raciones, ni sueldos. La carne sin sal le saciaba, no le aflig?a la intemperie, no le molestaba la lluvia. Hab?a un r?o: lo pasaba. Hab?a un pantano: lo salvaba. Hab?a un llano prolongado como un desierto: lo cruzaba silencioso al paso mon?tono del animal... Su estrategia consist?a en la traslaci?n r?pida de un punto ? otro, su t?ctica en la sorpresa y su ataque en la impetuosidad irresistible de la carga. Peleaba sinceramente, por convicci?n, sin vanidad. S?lo sab?a que todo hombre debe morir por su patria y que ? esa patria subyugada es menester libertarla...>>
En efecto, as? era P?ez.
MARIANO EDUARDO RIVERO
Tal es el nombre de una de las mayores celebridades cient?ficas de Am?rica.
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