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Read Ebook: Dorothy by Raymond Evelyn

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Ebook has 940 lines and 56728 words, and 19 pages

P?O BAROJA

EL MAR

#Las inquietudes de Shanti And?a#

NOVELA

?NDICE

LIBRO PRIMERO

INFANCIA

LIBRO SEGUNDO

JUVENTUD

LIBRO TERCERO

LA VUELTA AL HOGAR

LIBRO CUARTO

LA URCA HOLANDESA, <>

LIBRO QUINTO

JUAN MACH?N, EL MINERO

LIBRO SEXTO

LA SHELE

LIBRO S?PTIMO

EL MANUSCRITO DE JUAN DE AGUIRRE

EP?LOGO

LIBRO PRIMERO

INFANCIA

SHANTI SE DISCULPA

Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayor?a de la gente opaca y sin inter?s. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el oc?ano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante inter?s para ser comunicados a los dem?s, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos.

Yo, en cierta ?poca de mi existencia, he pasado por algunos momentos dif?ciles, y el recordarlos, sin duda, despert? en m? la gana de escribir. El ver mis recuerdos fijados en el papel me daba la impresi?n de hallarse escritos por otro, y este desdoblamiento de mi persona en narrador y lector me indujo a continuar.

Ahora, mi amigo Cincunegui se ha empe?ado en que publique mi diario ?ntegro. L?zaro necesita un grande hombre; le es preciso tener una figura presentable ante los ojos del mundo. Desde la muerte de don Blas de Artola, el teniente de nav?o retirado, la plaza de hombre ilustre est? vacante en nuestro pueblo. Cincunegui excita mis sentimientos ambiciosos, quiere mi encumbramiento, mi exaltaci?n; seg?n ?l, no puedo dejar a mis paisanos en la orfandad en que se hallan; debo llegar al pin?culo de la gloria.

A m?, la verdad, la gloria no me entusiasma. La gloria no es para los pa?ses lluviosos; tener una estatua a orillas del Mediterr?neo, en una ciudad de Andaluc?a, de Valencia o de Italia, est? bien; ?pero qu? voy a hacer yo si en premio de este libro me levantan una estatua en L?zaro? ?Estar recibiendo constantemente la lluvia en la espalda?

No, no; soy muy reum?tico, y ni aun en efigie me gustar?a estar as? a la intemperie.

?Habr? que decir a mis lectores que no tengo pretensi?n literaria alguna? Ellos lo ver?n si hojean, aunque sea distra?damente, las p?ginas de mi libro. Estas cuartillas est?n escritas en distintas ?pocas de mi vida y con diferentes estados de ?nimo. El sentimiento ha sido sincero; la forma, seguramente, poco h?bil. Mi p?blico creo que no me reprochar? mi falta de atildamiento. M?s que para los j?venes cr?ticos del casino de L?zaro, escribo para mis amigos del Guezurrechape de Cay luce .

Soy un marino poco culto, un rudo marino, como dicen en los folletines y melodramas, y de m? no hay que esperar los perfiles literarios de un profesor de ret?rica.

EL MAR ANTIGUO

He tenido fama de indolente y optimista, de indiferente y ap?tico. Basta poseer una reputaci?n cualquiera, buena o mala, para que las personas conocidas por uno vayan poniendo su piedra en el monumento de valor o de cobard?a, de ingenio o de brutalidad, asignado a cada uno.

Esta colaboraci?n espont?nea adorna los grandes hechos y los grandes caracteres. El uno insin?a: <>; el otro a?ade: <>; un tercero agrega: <>, y el ?ltimo asegura: <> De este modo se va formando la historia, que es el follet?n de las personas serias.

Seg?n la gente de mi pueblo, la indolencia m?a ha sido de esas extraordinarias: borrascas, tempestades, rayos, truenos, nada ha logrado sacarme de mi pasividad habitual.

Se han inventado an?cdotas acerca de mi frialdad y de mi indiferencia. Una vez, un juramentado de Filipinas vino a m?, con el yatag?n levantado, a cortarme la cabeza; yo le mir? y bostec? de fastidio.

Es indudable que el fondo m?o de pereza, de indolencia, ha dado p?bulo a estas historias, no lo niego; lo inaudito para mis panegiristas o para mis detractores ser?a si oyeran que con frecuencia me lamento de mi manera de ser. ?De no tener mayor actividad? ?De no tener m?s esp?ritu de empresa?

No, de todo lo contrario. Ciertamente es una demostraci?n de mi naturaleza c?nica e inmoral; pero la verdad ante todo.

La mayor?a de los hombres se sienten muy orgullosos de su constancia, de la permanencia de sus prop?sitos. Son consecuentes como el acero de una br?jula rota o enmohecida, y esto les parece una gran virtud.

Saben ad?nde van, de d?nde vienen. Cada paso en el camino de la vida lo llevan contado y calculado.

Si les escuchamos, nos dir?n: <>.

?El fin! ?Qu? ilusi?n! No hay fin en la vida. El fin es un punto en el espacio y en el tiempo, no m?s trascendental que el punto precedente o el siguiente.

Debe ser grande el asombro de esos hombres discretos, previsores y sensatos, al ver a muchos que, sin preocuparse gran cosa por las revueltas del camino, van llevados en alas de la suerte por iguales derroteros que ellos, y que tienen, ?los insensatos!, adem?s de la satisfacci?n de conseguir un fin, cuando lo consiguen, el placer de mirar a un lado y a otro de su ruta y de ver c?mo sale el sol y se pone el sol, y c?mo brotan las estrellas en el cielo de las noches serenas.

La preocupaci?n por conseguir un fin nos intranquiliza a todos los hombres, aun a los m?s desaprensivos, aun a los m?s indolentes, y yo, por mi parte, hubiera deseado vivir todav?a m?s en cada hora, en cada minuto, sin la nostalgia del pasado ni la ansiedad por el porvenir.

Este deseo es consecuencia de mi fondo de epicurismo y de la decantada indolencia que tanto me han reprochado, y que, sin duda, desarrolla y exagera la vida del marino.

Realmente, el mar nos aniquila y nos consume, agota nuestra fantas?a y nuestra voluntad. Su infinita monoton?a, sus infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastran a la contemplaci?n.

Esas olas verdes, mansas, esas espumas blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma, desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta identificarla con la Naturaleza.

Queremos comprender al mar, y no le comprendemos; queremos hallarle una raz?n, y no se la hallamos. Es un monstruo, una esfinge incomprensible; muerto es el laboratorio de la vida, inerte es la representaci?n de la constante inquietud. Muchas veces sospechamos si habr? en ?l escondido algo como una lecci?n; en momentos se figura uno haber descifrado su misterio; en otros, se nos escapa su ense?anza y se pierde en el reflejo de las olas y en el silbido del viento.

Todos, sin saber por qu?, suponemos al mar mujer, todos le dotamos de una personalidad instintiva y cambiante, enigm?tica y p?rfida.

En la Naturaleza, en los ?rboles y en las plantas hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no: el mar nos sonr?e, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta caprichosamente.

Si a uno le coge mozo como a m?, le moldea de una manera definitiva, le hace marino para siempre; al que de ni?o se entrega a su poder con el alma c?ndida, con la inteligencia virgen, le convierte en su esclavo.

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