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Read Ebook: La voz de España contra todos sus enemigos by Avil S Jos Mar A

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Ebook has 490 lines and 33913 words, and 10 pages

En esta edici?n se han mantenido las convenciones ortogr?ficas del original, incluyendo las variadas normas de acentuaci?n presentes en el texto.

LA VOZ DE ESPA?A CONTRA TODOS SUS ENEMIGOS POR UN PATRIOTA

SEVILLA

Imp. de EL MERCANTIL, San Eloy 16. 1899.

El Autor.

ADVERTENCIA

La mayor parte de los sombr?os y dolorosos cuadros que forman este peque?o libro, fueron escritos bajo la impresi?n de los acontecimientos que en ellos se refieren y comentan.

Habiendo perdido algunos esa novedad que dan ? los sucesos los accidentes y las convulsiones de la lucha, cuando todav?a se oyen los lamentos de los moribundos y la resonancia de los desastres y de la victoria, dudamos si ser?a conveniente su publicaci?n, ? aumentar con los originales el legajo de los escritos en que solemos guardar los recuerdos y las observaciones de la experiencia.

En medio de esta duda nos hemos preguntado.

Para determinar el origen y las causas inmediatas de tantos males como aflijen ? Espa?a, y resolver las graves cuestiones que actualmente la agitan, ?hace falta nuestro trabajo?

Creemos que no: y si fuera ?til un nuevo escrito sobre hechos y problemas tan importantes, no nos consideramos llamados ? darlo ? luz, ya por nuestra insuficiencia, ya porque no alcanzar?a ?xito alguno favorable.

Tienen los hombres y las sociedades ? la vista la suprema direcci?n de la Iglesia Cat?lica; tienen los principios de la moral, de la justicia y del derecho; tienen abundantes lecciones en la historia contempor?nea y en los sucesos actuales; y si no quieren someterse ? las ense?anzas infalibles de la Iglesia, ni poner en pr?ctica las reglas seguras de la moral, aplicadas ? la justicia, ? el derecho y ? la pol?tica, ni tomar de lo presente y de lo pasado lecciones para lo porvenir, ?qui?n podr? encausar el torrente de las pasiones humanas, desbordado por la Revoluci?n? ?Y qui?n someter? ? el yugo de la verdad y de las leyes justas ? los hombres, que por sistema las rechazan, sin temor ? nuevas y tremendas calamidades?

Y si no se quiere oir la voz poderosa y autorizada que viene de las alturas, ?qu? atenci?n se prestar? ? la d?bil y privada que se levanta enmedio de la multitud?

Estas consideraciones han pesado tanto en nuestro ?nimo, que nos hicieron desistir una vez m?s de la publicaci?n de estos apuntes.

Los causantes de nuestra decadencia manifiestan grande inter?s en que se olviden sus culpas y las p?rdidas que hemos sufrido y no se depuren las responsabilidades; y por lo mismo ha de ser mayor nuestro empe?o para presentarlas al p?blico en forma de juicio moral y de defensa de los m?s sagrados intereses de la naci?n.

La voz de Espa?a.--Los ideales.--Car?cter del pueblo espa?ol y su degeneraci?n.--Idem del americano, deducido de su breve historia.--Elogios que se han tributado ? los Estados-Unidos.--La venta de Cuba.--La guerra popular y Mac-Kinley conquistador.

Ofendida en su honor, menospreciada en su autoridad soberana, en sus derechos atropellada, calumniada en su ej?rcito y hecha el ludibrio de las naciones por las f?ciles victorias de sus enemigos y el injusto despojo de sus colonias, la noble y valerosa Espa?a, herida, pero no muerta, se levanta de la postraci?n y del cieno en que la han sumergido las faltas de sus hijos y la codicia de sus adversarios y eleva su voz contra todos sus enemigos exteriores ? interiores.

?Qui?n no oye en medio del silencio que han producido los desastres y las ru?nas de la ?ltima guerra, estas voces de nuestra afligida patria?

No basta, empero, oirlas: es ahora un deber sagrado de todos los espa?oles el estudiar estas palabras, tan sentidas como elocuentes, tan dolorosas como llenas de grandes ense?anzas para lo porvenir.

Los fil?sofos proclaman sus ideales, y los pol?ticos que no son fil?sofos tienen por un deber aplicar ? la sociedad aquellos ideales que consideran m?s ?tiles y pr?cticos: en el ideal de la belleza inspiran sus obras los artistas, y en el de la virtud los que desean ser justos, y todos los hombres persiguen en la vida alg?n ideal ? con ?l sue?an.

Lo ideal es la forma de la inteligencia, la aspiraci?n del coraz?n humano, la vida de la raz?n, la atm?sfera superior que envuelve el universo.

Pero no todos los ideales son verdaderos: unos representan los delirios de las pasiones humanas, otros el espejismo de la felicidad, y no faltan ideales para los m?s absurdos sistemas. La edad de oro cantada por los poetas ofrece mentidos ideales ? los utopistas, y los progresos de la civilizaci?n y de las ciencias sin Dios dan atrevidas alas ? el pensamiento del hombre y lo elevan hasta las regiones de lo infinito para precipitarlo despu?s en los abismos de la idea hegeliana ? de lo absoluto de Schelling.

El ideal verdadero fu? revelado ? los hombres desde el principio de los tiempos: se manifiesta en nuestra conciencia, lo conocemos por la tradici?n y por la fe, lo realizan los justos y tiene su m?s excelente expresi?n en las verdades cat?licas. Fuera de ?l no hay ideales sublimes, y los que en el mismo no se concentran no pueden ser bellos, ni justos, ni laudables.

Cuando la mente humana contempla ese ideal, sintetizado en el Evangelio, ense?ado por la Iglesia y viviente en el esp?ritu cristiano, reconoce que tiene su origen en Dios, principio de toda verdad y de justicia eterna y fuente de todas las ideas que engrandecen y dignifican ? los hombres.

Las leyes de la afinidad unen las partes del mundo f?sico; las de la gravitaci?n sostienen los globos en el espacio y las del equilibrio impiden que el orden universal sea perturbado; y todas estas leyes son manifestaciones de las ideas creadoras existentes en la mente divina.

Y de un modo semejante, todo lo que hay de necesario, de estable, de hermoso y de sublime en el orden moral, est? encadenado y depende de ese ideal supremo que contiene la verdadera religi?n, la autoridad leg?tima, sanciona el deber, armoniza la libertad humana con los preceptos divinos y las leyes naturales y positivas, se?ala el camino ? el progreso y perfecciona la civilizaci?n: y todas las naciones y gentes que no inspiran en ese admirable ideal su legislaci?n, su derecho y sus costumbres, ni pueden formar un pueblo equilibrado, ni ser justas, ni en verdad, libres, ni humanitarias.

En toda la redondez de la tierra y en todos los siglos no se ha visto una naci?n como Espa?a que se haya inspirado mejor en el ideal de la justicia, del derecho, de la moral y de la religi?n: por eso sus guerras fueron justas y leg?timas sus conquistas; sus caudillos fueron religiosos y caballeros, como sus magnates; y sus reyes se llamaron cat?licos; y ? tanta altura se elevaron las leyes del honor y de la humanidad entre nuestros antepasados, que los plebeyos parec?an hidalgos, y ?stos como los m?s nobles caballeros.

Nunca Espa?a fu? agresora, y cuando fenicios y cartagineses, romanos y sarracenos invadieron sus comarcas, brotaban de su suelo guerreros valerosos como Indibil, Viriato y Sartorio, que por su heroismo en defender sus hogares, infundieron temor ? las legiones romanas y emularon las hecatombes de Sagunto y de Numancia.

Los b?rbaros del Norte no pudieron dominar en Espa?a sino haci?ndose espa?oles; y sepultado su imperio en las funestas aguas del Guadalete, el ind?mito valor de los iberos levant? en Covadonga el estandarte de la reconquista, que al cabo de ocho siglos lleg? triunfante ? las almenas de Granada.

Si las armas victoriosas de Espa?a llegan hasta el Oriente, entran en Or?n, vencen en Pav?a y San Quint?n y combaten en Flandes, siempre la causa de la religi?n, de la justicia, del derecho y de la humanidad, es la que las mueve y las gu?a.

Espa?a no ha hecho guerras de conquistas para dominar ? los pueblos y enriquecerse con sus tesoros; y sin duda, por la alteza de su esp?ritu y de su generosidad, la Providencia le se?al? nuevos derroteros en los mares y la hizo Se?ora de dos mundos.

Como ap?stoles, m?s que como guerreros, fueron ? Am?rica los espa?oles.

Si luego Hern?n Cort?s, Francisco Pizarro y Vasco-N??ez de Balboa conquistan el imperio de los Incas y de los Astecas, fu? principalmente para desterrar de ellos la idolatr?a y los sacrificios humanos y plantar el ?rbol de la cruz all? donde se adoraba al sol.

Antes de someter por las armas al emperador de M?jico, procur? Hern?n Cort?s convertirlo ? la verdadera fe y le hablaba de la religi?n cristiana como un misionero; y lo mismo hicieron todos los grandes capitanes donde entraban con sus estandartes: pero m?s que ? ellos se debi? la conquista y la sumisi?n de Am?rica ? los religiosos predicadores del Evangelio que, con su celo y caridad para con los pobres indios, hicieron amable la dominaci?n espa?ola y la religi?n que los libraba de su ignorancia y de sus vicios y los proteg?a y defend?a de todos sus enemigos.

No se debe inculpar ? Espa?a el pandillaje y los desmanes que cometieron en Am?rica los aventureros que todo lo explotan en provecho propio: lo que hay que atribuirle es la gloria de haber civilizado al continente americano, llevando ? ?l su religi?n y sus costumbres y el esp?ritu de sus sabias leyes, representado en el inmortal C?digo de las Indias.

La solicitud de los monarcas espa?oles por el bien de sus nuevos s?bditos; las limitaciones puestas ? los abusos de sus virreyes y gobernadores mediante los juicios de residencia; los establecimientos de ense?anza y de caridad que por todas partes se fundaban, y la grande influencia que los Obispos y misioneros ejerc?an por su religi?n y por sus virtudes entre los ind?genas, todo esto contribuy? para que en poco tiempo las colonias y las muchas ciudades fundadas por los espa?oles se igualaran ? la Metr?poli, y en ellas floreciera la cultura y la civilizaci?n de Espa?a, ? la saz?n la primera de Europa y del universo.

Se puede afirmar, que as? como ninguna naci?n ha tenido m?s colonias que Espa?a, tampoco ninguna las ha regido y gobernado con m?s justicia y equidad, llevando ? ellas su mismo esp?ritu, elevaci?n de ideas y sentimientos por el sistema maternal de la asimilaci?n y no por el de la explotaci?n mercantil, como lo hacen otras naciones.

Mucho se ha hablado en estos ?ltimos tiempos de la decadencia de Espa?a y de las causas que la han producido hasta llegar ? la presente ru?na y humillaci?n.

Cada uno juzga acerca de ella seg?n el criterio de la escuela ? de los partidos en que, por desgracia, se encuentra dividida nuestra patria.

Nadie puede negar que con el llamado absolutismo de algunos de nuestros reyes, sin jud?os y sin moriscos, con la santa Inquisici?n y reyes indolentes ? ineptos favoritos, sin grande industria, ni comercio, Espa?a no dej? de ser una naci?n de primer orden, importante y respetada, hasta contar con ella las dem?s naciones para humillar al Coloso de este siglo.

En la guerra de la Independencia di? Espa?a todav?a ? el mundo pruebas de su car?cter, de su poder y de lo que es capaz un pueblo unido por los sentimientos de la fe y del patriotismo.

No ten?a un gobierno fuerte y prudente al ser abandonada por su rey d?bil, pero entonces exist?an todav?a las clases sociales y el pueblo espa?ol, exist?an el valor y el car?cter nacional y la fe y el patriotismo de nuestros gloriosos tiempos, y salimos victoriosos de tan grande empresa.

Algo nuevo debe haber entrado en Espa?a, cuando despu?s de lo que nos hab?a hecho grandes ? invencibles, se ha ido perdiendo todo.

?ltimamente no nos quedaba m?s que el patrimonio de nuestra legendaria historia, el valor y el honor proverbiales, que se comprometieron y se han eclipsado en la ?ltima guerra.

Adornaban el car?cter de la naci?n espa?ola, la hidalgu?a castellana, la tenacidad de los aragoneses, el ingenio catal?n, la constancia valenciana, el entusiasmo andaluz, la audacia extreme?a, la caballerosidad manchega, la fidelidad de los gallegos, la lealtad de los asturianos, la nobleza de los vascongados, la fortaleza de los navarros, es decir, todas las virtudes c?vicas elevadas por la fe y por el valor de todos al hero?smo que hab?a hecho del pueblo espa?ol, un pueblo cat?lico, noble, invencible, porque obedec?a ? los supremos ideales de la religi?n, y ? las leyes de la justicia y del honor.

Con la invasi?n de las doctrinas revolucionarias ? imp?as ha perdido Espa?a su esp?ritu nacional; y con la propagaci?n de la secta mas?nica y de los errores del liberalismo, se han desterrado la mayor parte de las virtudes p?blicas y privadas, que eran nuestra gloria; y el car?cter espa?ol ha degenerado tan notablemente en el siglo actual, que ya es completa nuestra decadencia.

Cuando ten?amos el esp?ritu, las virtudes y el car?cter nacional, nunca nos falt? la fuerza para vencer ? nuestros enemigos.

Ahora, un pueblo de mercaderes, in?cuo y egoista, nos ha envuelto con su astucia y con su fuerza abrumadora y medios nefandos nos ha vencido.

Espa?a no pod?a sufrir mayor humillaci?n que la de caer ? los pies del pueblo americano, ni ?ste, en su codicioso orgullo, ha podido tener satisfacci?n m?s completa que la de despojar ? nuestra patria de sus ricas colonias, injuriar sus blasones y marchitar los laureles de su historia.

Para conocer la verdad de estas aseveraciones, conviene tener ? la vista un resumen de la peque?a historia de los Estados-Unidos, que nos dar? una idea de sus tendencias, de su esp?ritu y de su car?cter nacional.

Los espa?oles hab?an ya prodigado por muchos a?os su sangre, su valor, su ilustraci?n y su caridad en Am?rica para convertirla ? la religi?n, civilizarla y someterla ? la soberan?a de Espa?a; cuando llegaron al Norte los primeros emigrantes de Inglaterra que, como los de otras naciones, iban en busca de las riquezas del Nuevo Mundo.

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