Read Ebook: La vida en los campos: novelas cortas by Verga Giovanni Cherif C Rivas Translator
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Ebook has 422 lines and 24807 words, and 9 pages
Jeli se di? a ayudar al se?or Agripino y a la "se??" L?a a cargar la carreta, y cuando ya no hubo nada que sacar de la habitaci?n, fu? a sentarse con Mara en el parapeto del abrevadero.
-- Tampoco las casas -- le dijo luego que la vi? cargar la ?ltima cesta en la carreta --, tampoco las casas, cuando se saca lo que tienen dentro, parecen las mismas.
-- En Marineo -- respondi? Mara -- tendremos un cuarto m?s bonito, dice mi madre, y tan grande como el almac?n del queso.
-- Cuando te marchas no quiero volver m?s por aqu?: que me parecer? que ha vuelto el invierno al ver esa puerta cerrada.
-- En Marineo encontraremos otra gente, a Pudda, "la Roja", y a la hija del campero; nos divertiremos; por la siega ir?n m?s de ochenta segadores con su cornamusa, bailaremos en la era.
El se?or Agripino y su mujer hab?an echado a andar con la carreta; Mara corr?a tras ellos muy contenta, llevando la cesta con los pichones. Jeli quiso acompa?arla hasta el puentecillo, y cuando ya estaba para desaparecer en el valle, la llam?:
-- ?Mara, Mara!
-- ?Qu? quieres? -- dijo Mara.
No sab?a lo que quer?a.
-- Y t?, ?qu? vas a hacer ahora aqu? s?lo? -- le pregunt? entonces la muchacha.
-- Yo me quedo con los potros.
Mara se fu? dando brincos, y ?l se qued? all? quieto en tanto pudo o?r el ruido de la carreta, bambale?ndose sobre las piedras. El sol tocaba las altas rocas del Cerro de la Cruz; las grises cabelleras de los olivos se esfumaban en el crep?sculo, y en la lejan?a del campo no se o?a m?s que la esguila de la "Blanca" en el silencio inmenso.
Mara, apenas se vi? en Marineo entre gente nueva y en las faenas de la vendimia, se olvid? en ?l; pero Jeli pensaba siempre en ella, porque no ten?a otra cosa que hacer en los largos d?as que se pasaba contemplando la cola de sus caballos. Ahora ya no ten?a motivo para bajar al valle, del otro lado del puentecillo, y nadie le ve?a en la hacienda. As?, ignor? mucho tiempo que Mara ten?a novio, porque bajo el puentecillo hab?a pasado mucha agua. No volvi? a ver a la muchacha hasta el d?a de la fiesta de San Juan, seg?n fu? a la feria a vender unos potros; una fiesta que se le troc? en veneno y le quit? el pan de la boca por un accidente que le ocurri? a uno de los potros del amo; Dios nos libre.
El d?a de la feria, el mayoral esperaba los potros desde el amanecer, andando de un lado a otro, con sus polainas relucientes, por detr?s de las grupas de los caballos y las mulas, puestos en fila a un lado y a otro de la carretera. La feria estaba ya para acabar, y Jeli no asomaba a?n con el ganado por el recodo que hac?a la carretera. En las empinadas cuestas del Calvario y del Molino de viento quedaba a?n tal cual reba?o de ovejas apretadas en corro, con el hocico en tierra y los ojos cerrados, y tal cual pareja de bueyes de pelo largo, de esos que se venden para pagar la renta de las tierras, esperando inm?viles bajo el sol ardoroso. Abajo, en el valle, la campana de San Juan tocaba a misa mayor, acompa?ada del largo estampido de los morteretes.
El campo de la feria parec?a exaltar en un griter?o que se prolongaba entre los tenderetes de los vendedores alineados en la Cuesta de los Gallos, descend?a por las calles del pueblo y parec?a regresar del valle donde estaba la iglesia.
-- ?Viva San Juan!
-- ?Santo diablo! -- gritaba el mayoral --. Ese maldito Jeli me va a hacer perder la feria.
Las ovejas levantaban el hocico at?nito y se daban a balar todos a una, y los bueyes andaban lentamente, mirando en derredor con sus grandes ojos.
El mayoral estaba tan enfadado porque aquel d?a hab?a que pagar el arrendamiento de los Cercados grandes, "cuando San Juan llegase bajo el olmo" dec?a el contrato, y para completar la cantidad se hab?a contado con la venta de los potros. Entre tanto, potros, caballos y mulas hab?a cuantas el Se?or hizo, todos limpios y relucientes, adornados de trenzas, lazos y cascabeles, que sacud?an para espantar el fastidio, volviendo la cabeza a todo el que pasaba, como si esperasen un alma caritativa que quisiera compararlos.
-- ?Se habr? tumbado a dormir el muy ladr?n! -- segu?a gritando el mayoral --, y me deja colgados los potros...
-- ?Es como la Nochebuena! -- ?bale diciendo Jeli al muchacho que le ayudaba a conducir la piara --, que en todas las haciendas se hace fiesta y luminaria y por todo el campo se ven hogueras.
El muchacho dormitaba, arrastrando muy despacio una pierna tras otra, y no respond?a nada. Pero Jeli, a quien aquella campana le hac?a hervir la sangre, no pod?a estar callado, como si aquellos cohetes que rasgaban la obscuridad, callados y relucientes tras el monte, le salieran a ?l del alma.
-- Mara habr? ido tambi?n a la fiesta de San Juan -- dec?a --, porque va todos los a?os.
Y sin preocuparse de que Alfio, el muchacho, no respond?a nada:
-- ?No sabes! Ahora Mara es as? de alta, que est? m?s crecida que la madre que la ha parido, y cuando la volv? a ver no me pareci? la misma con quien iba a coger higos chumbos y a varear las nueces.
Y se di? a cantar en alta voz cuantas canciones sab?a.
-- ?Alfio! ?Te duermes? -- le grit? cuando hubo conclu?do --. ?Mira que la "Blanca" va siempre tras de ti!
-- ?No, no me duermo! -- respondi? Alfio con voz ronca.
-- ?Ves c?mo nos mira el lucero all?, sobre Granvilla, como si disparasen cohetes tambi?n en Santa Dominica? Ya poco falta para que rompa el alba; pero llegaremos a la feria a tiempo de encontrar un buen sitio. ?Ya ver?s, "Morito", c?mo tendr?s cabezada nueva, con tus jaeces colorados para la feria! ?Y t? tambi?n, "Estrellado"!
As? ?bales, pues, hablando a los potros para que se serenasen oyendo su voz en la obscuridad. Pero le dol?a que el "Estrellado" y el "Morito" fueran a ser vendidos en la feria.
-- Cuando est?n vendidos se ir?n con el amo nuevo, y ya no se los ver? en la piara, como ha pasado con Mara luego que se march? a Marineo.
-- Su padre est? muy bien en Marineo; que cuando fu? a verlos me pusieron delante pan, vino, queso y toda la gracia de Dios, porque ?l es casi el mayoral, y tiene las llaves de todo, y si hubiese querido, yo me habr?a comido toda la hacienda. Mara no me conoc?a casi de tanto tiempo que hac?a que no me hab?a visto, y se puso a gritar: "?Anda! ?Mire qui?n est? aqu?! ?Jeli, el guardi?n de los caballos, el de Tebidi!" Es como cuando uno vuelve de lejos, que s?lo con ver el pico de un monte reconoce en seguida la tierra donde ha nacido. La "se??" L?a no quer?a que le llamase de t? a su hija, ahora que ya se ha hecho grande, porque la gente que no sabe nada murmura luego. Mara se re?a, y "di?n" que acababa de cocer el pan, seg?n estaba de colorada. Y pon?a la mesa y extend?a el mantel, que no parec?a la misma.
-- Y qu?... ?te acuerdas de Tebidi? -- le pregunt?, apenas la "se??" L?a sali? para sacar vino fresco del barril.
-- S?; s? que me acuerdo -- me dijo ella --. En Tebidi hab?a una campana y un campanario que parec?a el asa de un salero, se tocaba desde el atrio, y hab?a tambi?n dos gatos de piedra, que hac?an la guardia de la puerta del jard?n.
Yo sent?a dentro de m? todas aquellas cosas seg?n me las iba diciendo. Mara me miraba de pies a cabeza, con unos ojos as?, y tornaba a decirme: "?Cu?nto has crecido!" Y se ech? a re?r y me di? un pescoz?n.
De esta manera perdi? el pan Jeli, el guardi?n de los caballos, porque precisamente en aquel momento, sobreviniendo de improviso un coche, que no se hab?a o?do antes, seg?n sub?a la cuesta paso a paso, se puso al trote al llegar al llano, con gran estr?pito del l?tigo y cascabeles, como si lo llevase el diablo. Los potros, espantados, se desbandaron en un rel?mpago, que parec?a aquello un terremoto, y fueron menester no pocos gritos, llamadas y "?oh?, oh?!" de Jeli y del muchacho antes de que se recogieran en torno a la "Blanca", que trotaba tambi?n sin rumbo, con su cencerro al cuello. Apenas cont? Jeli sus caballos, se percat? de que faltaba el "Estrellado", y se llev? las manos a la cabeza, porque por all? el camino corr?a a lo largo del barranco, y en las barranco fu? donde el "Estrellado" se rompi? las patas, un potro que val?a doce onzas como doce ?ngeles del para?so. Llorando y gritando llamaba Jeli al potro, que no se le ve?a por parte alguna: "?Oh?! ?Oh?! ?Oh?!" El "Estrellado" respondi?, por fin, desde el fondo del barranco con un doloros relincho, como si hubiese tenido el don del habla el pobre animal...
-- ?Ay, madre m?a! -- gritaban Jeli y el muchacho --. ?Ay qu? desgracia, madre m?a!
Los caminantes que iban a la fiesta y o?an llorar de aquel modo en la obscuridad, les preguntaban qu? se les hab?a perdido, y luego, cuando sab?an de lo que se trataban, segu?an su camino.
El "Estrellado" permanec?a inm?vil donde se hab?a ca?do, con las patas en alto, y mientras Jeli ?bale tocando por todas partes, llorando y habl?ndole, cual si hubiese podido entenderle, el pobre animal levantaba la cabeza trabajosamente y la volv?a hacia ?l, con un aliento roto por el espasmo.
-- ?Qu? se le habr? roto? -- lloriqueaba Jeli, desesperado de no poder ver nada por la mucha obscuridad; y el potro, inerte como una piedra, dejaba caer la cabeza pesadamente. Alfio, que se hab?a quedado en el camino al cuidado de la piara, tranquiliz?ndose antes que el otro, sac? el pan del zurr?n. El cielo se hab?a puesto blancuzco, y los de alrededor parec?an despuntar uno por uno, altos y negros. Desde la revuelta de la carretera se empezaba a divisar el pueblo, con su monte Calvario, y el del Molino de viento estampado en el amanecer, umbr?os a?n, sembrados de las blancas manchas de los reba?os; y, como los bueyes que pastaban en lo alto del monte, en el azul iban de un lado a otro, parec?a como si el contorno del monte se animase y hormigueara de vida. La campana no se o?a ya desde el fondo del barranco; los caminantes eran cada vez m?s raros, y los pocos que pasaban ten?an prisa por llegar a la feria. El pobre Jeli no sab?a a qu? santo volverse en aquella soledad; el mismo Alfio, por s? solo, de nada pod?a servirle; por eso ?ste mordisqueaba tranquilamente su pedazo de pan.
Al cabo vi?se venir a caballo al mayoral, que desde lejos gritaba y blasfemaba al ver los caballos parados en el camino; tanto, que Alfio, asustado, se di? a correr monte arriba. Jeli no se movi? de junto al "Estrellado". El mayoral dej? la mula en el camino y baj? al barranco a su vez, intentando ayudar al potro a levantarse tir?ndole de la cola.
-- ?D?jelo estar! -- dec?a Jeli todo p?lido, como si hubiese sido ?l quien se hubiese roto las pierna --. ?D?jalo estar! ?No ve que el pobre animal no se puede mover!
El "Estrellado", en efecto, a cada movimiento y a cada esfuerzo que le obligaban a hacer, daba un ronquido que parec?a un cristiano. El mayoral se desahogaba d?ndole puntapi?s y pescozones a Jeli, clamando contra los ?ngeles y santos del cielo. Alfio, en tanto, ya m?s tranquilo, hab?a vuelto al camino para no dejar a los caballos sin guarda, e intentaba disculparse diciendo:
-- Yo no tengo la culpa. Yo iba delante con la "Blanca".
-- Aqu? ya no hay nada que hacer -- dijo al cabo el mayoral, luego que se persuadi? de que todo era tiempo perdido --. Aqu? ya no se aprovecha m?s que el pellejo, que es bueno.
Jeli se ech? a temblar como una hoja cuando vi? al mayoral ir a sacar la escopeta de las alforjas de la mula.
-- ?Qu?tate de ah?, holgaz?n! -- le grit? el mayoral --. ?Qu? no s? c?mo no te tumbo junto a ese potro que val?a bastante m?s que t? con todo el puerco bautismo que te ech? el ladr?n del cura!
El "Estrellado", no pudi?ndose mover, volv?a la cabeza con ojos espantosos, como si todo lo hubiese entendido, y el pelo se le rizaba en ondas a lo largo de las costillas; parec?a como si por debajo le corriera un estremecimiento. As?, pues, el mayoral mat? all? mismo al "Estrellado", para sacar al menos la piel, y el ruido sordo que hizo en la carne viva el tiro a boca de jarro le sinti? Jeli dentro de s?.
-- Ahora, si quieres seguir mi consejo -- le dijo el mayoral --, ya puedes no presentarte al amo a que te pague lo que te debe, porque te lo pagar? en moneda amarga.
El mayoral se march? con Alfio, con los dem?s potros, que, sin volver siquiera adonde quedaba el "Estrellado", iban arrancando la hierba del ribazo. El "Estrellado" se qued? solo en el barranco esperando que fuesen a despellejarlo, con los ojos espantados a?n y las cuatro patas estiradas; feliz al cabo, que no pensaba m?s. Jeli, que hab?a visto la sangre fr?a con que el mayoral apunt? y dispar? mientras el pobre animal volv?a la cabeza penosamente, cual si tuviera sentido, dej? de llorar y se qued? mirando al "Estrellado", sentado en una piedra, hasta que llegaron los hombres que iban por la piel.
Ahora ya pod?a irse de paseo, a divertirse o estarse en la plaza todo el d?a, viendo a los se?orones en el casino, como mejor le pareciera, que ya no ten?a pan ni techo, y era menester buscarse un amo, si es que alguno le quer?a despu?s de la desgracia del "Estrellado".
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