Read Ebook: Incesto: novela original by Zamacois Eduardo
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Ebook has 453 lines and 14218 words, and 10 pages
l fuego de su inspiraci?n, Mercedes abri? su alma. Ella amaba todo: las escenas campestres, con sus amaneceres primaverales, recortando sobre un cielo de p?rpura las copas de esmeralda de los ?rboles cubiertos de roc?o; sus praderas salpicadas de flores odorantes; sus misteriosas espesuras habitadas por ruise?ores que trinan saludando la aparici?n del lucero vespertino: y sus arroyuelos corriendo por entre una doble hilera de espada?as y juncos; reflejando sobre su temblequeante superficie la luz de los astros y acariciando las orillas con un suave glu-glu somn?fero: y amaba tambi?n la existencia febril de esas ciudades populosas que exigen del individuo derroches continuos de energ?as y en donde se envejece muy de prisa; Madrid, Par?s, Londres... con sus bailes, sus teatros, sus hip?dromos y sus casinos devoradores de fortunas; esos pueblos modernos, grandes por sus industrias, su cultura y sus vicios, en los cuales las cortesanas van por las tardes en coche a buscar a los agiotistas gananciosos que salen de la Bolsa; que tienen capitalistas que ponen una fortuna en la cola de un caballo, y pr?ncipes que se suicidan por bailarinas, y hetarias que han devorado millones; pueblos gigantescos que, vistos desde lejos, aparecen a los ojos de la imaginaci?n como algo fantasmag?rico, incongruente, disparatado, como una pesadilla...
Mercedes so?aba con estas m?ltiples y abigarradas fases de la vida, y las quer?a de un modo intuitivo, infinitamente m?s tentador y peligroso que el conocimiento personal y directo de la misma realidad.
--Todo eso--replic? don Pedro con voz grave--es literatura... literatura malsana. Yo quiero que seas buena.
--Yo tambi?n.
--Honrada.
--?Y qu??
--Fiel, limpia, hacendosa y sin tacha, como tu madre lo ha sido.
--?Como mi madre!...
Su acento fue insultante; G?mez-Urquijo la mir? de un modo terrible.
--Nadie mejor que usted sabe--a?adi? la joven--que mi pobre madre es una mujer vulgar. ?Yo no soy as?... no puedo serlo!... ?Llevo sangre de usted!...
Hubo una pausa.
--No importa--repuso don Pedro vencido--; procura imitarla; la virtud nunca es vulgar. De lo contrario ser? capaz de recurrir, para castigarte, a los procedimientos m?s duros: a la reclusi?n, al destierro...
--?Y mi felicidad?
--?Loca!... B?scala en un pac?fico t?rmino medio. Las mujeres de mis libros s?lo hubieran podido ser fieles y dichosas cas?ndose con hombres como yo, superiores... ?Y es muy dif?cil hallar hombres as?!...
--Necesito ser feliz--repiti? la joven obstinadamente--, lo necesito antes de llegar a vieja... ?No lo olvide usted!
G?mez-Urquijo se cruz? de brazos, mudo, no sabiendo qu? arg?ir contra aquella sed implacable de placeres. Cuando don Pedro sali? del dormitorio, Mercedes quedaba muy orgullosa, convencida de haber derrotado a su padre completamente.
Despu?s de aquella conversaci?n, Mercedes no volvi? a salir sola: su madre la acompa?aba al Conservatorio, luego iba a buscarla y era tanta su asiduidad y vigilancia, que hasta las ocasiones de expansionarse con sus amigas la robaba. Al principio la joven intent? sublevarse y romper tan odiosa tutela, pero sus esfuerzos fueron vanos, porque do?a Balbina ten?a el apoyo de G?mez-Urquijo y aquella protecci?n la autorizaba y fortalec?a.
--No soy yo quien hace esto--exclamaba cuando su tierno coraz?n maternal no pod?a resistir las s?plicas insinuantes de Mercedes--; es tu padre... tu padre ordena y dispone; mi misi?n queda reducida a obedecerle ciegamente... H?blale t?; yo no me atrevo...
Despu?s, compadecida de tanto rigor, agregaba:
--Los viejos est?n aquejados de man?as y tu padre tiene las suyas. Esto pasar?: ten paciencia... Por ahora hemos de conformarnos. Si supiese que te dejaba sola un momento, era capaz de matarme. ?Ah, qu? furioso se puso cuando te sorprendi? yendo a casa de Carmen!... ?Lo que me dijo!... Nunca le he visto as?. Cre? que me pegaba...
Mercedes acab? por resignarse con su suerte; pasaba los d?as mano sobre mano, sin ganas de re?r ni de llorar, sumida en una embrutecedora melancol?a. Cuando iba al Conservatorio, apoyada en el brazo de su madre, caminaba lentamente, con los ojos fijos en el suelo, segura de que sus movimientos de convaleciente, tardos, perezosos y d?biles, no hab?an de llamar la atenci?n de los hombres, y que holgaba que ella mirase a ninguno. En pocas semanas perdi? la afici?n hacia todo lo que reclamase alg?n esfuerzo; no cos?a, ni bordaba; las faenas dom?sticas la inspiraban horror, los libros la aburr?an y los nocturnos de Chop?n yac?an olvidados, empolv?ndose sobre el atril del piano abierto. Siempre ten?a fr?o, ganas de sentarse donde hubiese poca luz, para arrebujarse en su mant?n y dormir. Dir?ase que en ella hab?a muerto toda esperanza de redenci?n; era un pajarillo enfermo, una pobre vencida que se entregaba... Balbina Nobos llam? la atenci?n de don Pedro acerca de esto, el anciano no hizo caso.
--Eso--dijo--es una crisis aguda de sentimentalismo y de mala crianza, que desaparecer? con las primeras auras primaverales. Sigue mis consejos: a las muchachas conviene tratarlas, seg?n las circunstancias, con cierto rigor...
Terminaba el mes de noviembre y lleg? el invierno, con sus temporales de granizo y nieve y sus horribles tardes cargadas de bruma. Algunas veces, despu?s de clase, Carmen y Nicasia Vallejo, burlando con anuencia de do?a Balbina las ?rdenes de G?mez-Urquijo, que hab?a prohibido terminantemente aquellos visiteos, iban a casa de Mercedes y ?stos eran los ?nicos momentos en que la joven charlaba y re?a. Carmen y su hermana sol?an llegar por la tarde, cuando m?s probabilidades ten?an de no encontrarse con don Pedro; Mercedes, que ya las esperaba, sal?a a recibirlas y las tres entraban en el gabinete corriendo, empuj?ndose, muy ufanas de atropellar los deseos del jefe de la casa; despu?s se pon?an a charlar junto a la chimenea, refiriendo en voz baja chistosos secretillos que luego re?an a carcajadas, pellizc?ndose, d?ndose azotes, jugueteando como pajarillos que se espulgan bajo un rayo de sol.
Aprovechando los momentos en que do?a Balbina las dejaba solas, Mercedes y sus amigas hablaban de Roberto.
--?Le has visto?
--S?.
--?Cu?ndo?
--Hoy por la tarde, yendo al Conservatorio.
--?Qu? dice?
--Que te quiere mucho; las dificultades acicatean su cari?o y anda loco por tus pedazos.
--?C?mo est??
--Muy bien; tan simp?tico y pisaverde como siempre.
Y Carmen a?ad?a, sacando del bolsillo una carta:
--Toma: esto me di? para ti...
Mercedes guardaba el papelito prestamente y entregaba otro a su amiga, y de este modo, gracias a la filantr?pica tercer?a de la futura actriz, los dos amantes continuaban comunic?ndose asiduamente.
Aquellas cartas ejerc?an sobre Mercedes influjo extraordinario: si eran tristes, su abatimiento aumentaba y la acomet?an deseos perentorios de morir; si alegres, su coraz?n se entreabr?a a la esperanza de que sus males obtendr?an r?pido y felic?simo remedio; pero sufr?a mucho si las cartas eran ardientes y en ellas Roberto evocaba los dulces recuerdos de su noviazgo: los apretones de manos, los juramentos, las ?ntimas emociones que ?l sent?a cuando ella le miraba abras?ndole en el incendio de sus ojos, los besos enterrados furtivamente bajo los ricillos locos de su nuca perfumada... y reforzaba cada una de estas evocaciones con un <>... hechicero, desesperante.
En aquellas ?ltimas semanas hab?a aumentado la exaltaci?n del actor. <
Mercedes contestaba procurando calmarle, aconsej?ndole que tuviese juicio y esperanza en que pronto hab?an de llegar para ellos tiempos mejores. Estas razones, no obstante, eran insuficientes: Roberto se impacientaba, no quer?a esperar m?s.
<
Mercedes, no sabiendo c?mo eludir aquel tan grave compromiso, consult? a Carmen Vallejo.
--?D?nde?
--?Oh, en cualquier sitio!...
--Lo dif?cil--murmur? Carmen pensativa--es sacar a do?a Balbina de aqu?.
Las dos j?venes permanecieron silenciosas, meditando. Mercedes exclam?:
--Me ocurre un idea, una invenci?n novelesca que seguramente reportar? excelentes resultados.
Y agreg?, tras un momento de vacilaci?n, durante el cual procur? definir y coordinar bien sus pensamientos:
--Esta misma noche puedes escribir un an?nimo dirigido a do?a Balbina Nobos, dici?ndola que cierta persona que la conoce muy bien y vela por su tranquilidad y mi porvenir, la espera ma?ana, a las cuatro de la tarde, en un lugar muy distante... la iglesia de Ant?n Mart?n, por ejemplo... para confiarla revelaciones de gran inter?s. De este modo, si mi madre cae en el garlito, mientras va y espera a la autora del an?nimo y vuelve, pasar?n m?s de dos horas...
--Lo malo ser?a que se lo dijese a tu padre.
--No, no hay cuidado; el caso es demasiado grave para que haga nada sin antes hablar conmigo: la conozco muy bien.
--?Y si no traga el anzuelo?--interrumpi? Carmen--; las viejas son muy ladinas.
Carmen Vallejo pas? por todo.
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