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Read Ebook: Las máscaras vol. 1/2 by P Rez De Ayala Ram N

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Ebook has 233 lines and 55037 words, and 5 pages

Pepet tiene sobre lo malo y lo bueno un criterio liberal. Bueno es lo que sirve para algo cuando se emplea en aquello para que sirve. Malo es lo que no sirve para el fin en que se emplea. Es decir, que lo bueno es lo apto y lo eficaz, aprovechado mediante el trabajo. Es de sentido com?n. Pepet no involucra la acepci?n de los t?rminos. Al mal ladr?n no le llama buen ladr?n aun cuando sea santo. Es mal ladr?n, puesto que no sirve para ladr?n. Si Pepet se resolviese en robar por los caminos, no se asociar?a con un santo, sino con un buen ladr?n. Pepet no transige con el criterio faccioso que as? desmoraliza a la humanidad y enerva a los pueblos; ese criterio que, para indagar la aptitud y la capacidad profesionales, lo primero que averigua es si el que ha de ejercer la profesi?n comulga en las propias ideas facciosas, y si as? resulta, sirve para el caso, y si no, no. Al remend?n chabacano, de vida privada honesta, el esp?ritu faccioso le busca parroquia; y ?qu? m?s da, si luego, por obra de sus zapateriles prevaricaciones, se suscita legi?n de enojos?simas callosidades? Al licenciado que comulga y sabe ganar el jubileo, se le concede una c?tedra, aunque sea un bodoque. Y as? sucesivamente. Pepet se revuelve contra este desquiciamiento del orden natural. <>

Ante todo, la capacidad en el servicio. Es l?gico; es de sentido com?n. <> Pepet no querr? sus muros fabricados con plumas, ni sus colchones mullidos de pedruscos.

Hay un personaje muy pintoresco en una de las ?ltimas comedias de Bernard Shaw. Se trata de un perfecto sinverg?enza, pero muy dado a teorizar sobre ideas o normas morales, pertenecientes a un sistema parad?jico y chocante de ?tica, que ?l se ha inventado para su uso particular. La hija de este sujeto se halla, por accidente, en casa de un caballero. El padre se presenta, inopinadamente, en la casa, amenazando con denunciar al caballero, por corrupci?n, si ?ste no le da cinco libras esterlinas. Las razones con que el sujeto justifica su acto son tan extra?as y agudas que el caballero le responde: <> Pero el moralista las rechaza, diciendo: <> Gran filosof?a se contiene en la afirmaci?n de este c?nico. Las riquezas son como el agua y el fuego: elementos primordiales y los m?s ben?ficos, mientras se les mantiene dominados, obedientes y en servidumbre; las m?s avasalladoras, las m?s arrasadoras calamidades, cuando se insubordinan, y en lugar de ser tiranizados por el hombre, son ellos los que le tiranizan a ?l.

Cada abuso acarrea su morbo o dolencia espec?ficos. El derroche de la hacienda heredada viene a ser como el estragamiento del est?mago, que ya no admite ning?n alimento. El desapoderado amontonamiento de riquezas viene a ser como la dilataci?n de est?mago, que ya no hay alimento que baste ni ah?te.

Pepet ha querido desarrollar plenamente su personalidad. Estaba en su derecho. Pepet ha dicho siempre que el mayor crimen es la pobreza. Ten?a raz?n. Pero Pepet ha sobrepasado su hito. No se ha satisfecho con la plenitud, sino que ha querido superarla a?n, sin reparar que en este trance de demas?a cohib?a y lastimaba, en su derredor, otras personalidades de semejantes. Pepet ha enfermado de dilataci?n de est?mago. Obsesionado con el ?mpetu de liberal criterio, que es la m?dula de su esp?ritu, no ha acertado a plantearse en la conciencia el conflicto moral; no ha querido abrir su raz?n a las insinuaciones de la facultad cr?tica. Cerraz?n que pone en peligro todo sentido com?n y toda l?gica. Autom?ticamente se ha convertido en un faccioso. Tanto ha dicho que la pobreza es el mayor crimen, que ya todos lo repiten. Y, l?gicamente, terminan por agregar: <> Esta secuela fatal no entraba en los c?lculos de Pepet. Acaso Pepet se figuraba que el mundo terminaba en ?l y con ?l.

Para Pepet no hab?a sino una fuerza: el ego?smo, la fuerza de repulsi?n, la soberan?a de la materia. S?lo miraba las cosas por la cara, y no por el rev?s. Le faltaba la segunda mitad del viaje circular. No present?a el tr?nsito del ego?smo al altru?smo; de la moral social a la moral de conciencia. No hab?a llegado a desentra?ar la gran verdad de que el bien propio es solamente s?ntesis y trasunto del bien com?n. Pepet se precipitaba, sin sospecharlo, en el ostracismo, en el aislamiento, en la irreligiosidad.

Pero a su lado est? la esposa, la mujer imaginativa, la generosa, la propicia al sacrificio, la religiosa, que no busca sino unir a todos con lazos suaves y benignos. Victoria, por salvar a su padre de la ruina, se ha casado con Pepet: el rico. No le amaba; mas, apenas casados, Victoria adivina que su marido es juguete de una fuerza ciega, y ya le ama como a un ni?o, maternalmente. Victoria es lo contrario de Pepet, es la fuerza de atracci?n. Neutralizadas las fuerzas de atracci?n y de repulsi?n, las esferas se mantienen en la fruici?n de una paz inalterable. La imaginaci?n generosa, en consorcio con el ego?smo, forman la m?s pr?vida coyunda, a prueba de contrariedades.

Ya se ha presentado la contrariedad. Victoria ha dispuesto de un pu?ado de miles de duros para ofrec?rselos a una se?ora menesterosa. Al saberlo se despierta en Pepet el hombre prehist?rico y cavernario, de ojos ardientes, dientes arrega?ados y manos rapaces, dispuesto a defender lo suyo a dentelladas y zarpazos.

--?C?mo se llama lo que has hecho?--pregunta a su mujer.

--Justicia--responde Victoria.

?Ruges, pobre Pepet? ?Ruges porque te han cortado la raci?n de agua? ?No entiendes que tu mujer te est? curando? ?No ves que cuanta m?s agua bebas, m?s rabiosa ser? tu sed? ?Quieres matar a tu esposa? Pero ?no ves cu?n serenamente te desaf?a? Esc?chala.

<>

?Oyes? Aspiraci?n religiosa. Tu mujer es tu salvaci?n. Estabas para desgajarte de la humanidad como un miembro anquilosado e in?til, ibas a ser como estatua de bronce, y tu mujer te har? revivir, haciendo que por ti corra de nuevo sangre humana. Y adem?s de religiosa, aspiraci?n socialista. T? no has le?do libros, Pepet, ni tampoco tu mujer. ?Sabes lo que es el socialismo? Quiz?s tu mujer tampoco lo sabe; pero lo presiente. Ya la has o?do: <>. Un socialismo sentimental. Descuida y consu?late, que, despu?s de este socialismo sentimental, se anuncia el advenimiento de un socialismo m?s exacto y m?s exigente. Su profeta ya ha hablado, y ha dicho que eres un mal necesario, es decir, que eres un bien; ha dicho que t?, heroico forjador del capitalismo, eres el magno propulsor de la cultura y del progreso, y que, sin ti, el triunfo postrero de la justicia humana ser?a inasequible, puesto que has reunido el dinero que al cabo ser? para todos.

Tu mujer te parece una loca. A tu mujer le pareces un salvaje. Tire cada cual por su lado.

Ahora est?n separados Victoria y Pepet. A solas, meditan. Victoria no puede vivir ya sin su bruto ego?sta. Pepet no puede vivir sin su loca pr?diga. Pepet comienza a presentir que el mundo no concluye en ?l, ni se acabar? con ?l. ?Oh! ?Si Victoria le hubiera dado un hijo...! Vuelven a verse marido y mujer. Victoria declara hallarse encinta. Pepet est? rendido.

--Ahora es cuando hay que acumular mayores riquezas y defender con redoblado tes?n las adquiridas--dice Pepet.

--Al contrario. Ahora es cuando hay que repartirlas m?s liberalmente. Ahora es cuando hay que confundirse del todo con la humanidad--replica Victoria.

?Qu? remedio le queda a Pepet sino rendirse a discreci?n?

Sigue creando riqueza, Pepet. Y t?, Victoria, sigue avent?ndola dadivosamente y distribuy?ndola con equidad. Y que vuestro hijo sea el fruto de alianza entre la ley de barbarie y la ley de gracia; entre la letra y el esp?ritu; entre la concupiscencia y el sacrificio.

Os voy a contar un cuento. Un cuento de ni?os... y de hombres ya hechos. Ya sab?is que los cuentos son de tres clases: cuentos de risa, cuentos de miedo y cuentos de llorar. Pues ?ste es un cuento de llorar.

Una vez era un rey que ten?a cinco hijos: un ni?o y cuatro ni?as. Es decir... como tener, ten?a m?s hijos; pero cinco eran pr?ncipes, porque los otros eran s?lo hijos del rey, y no de la reina. Cosas que pasan en el mundo, y sobre todo en aquellos tiempos, que son los de Maricasta?a.

El rey y la reina gobernaban la tierra m?s grande del mundo. Y esto ocurri? as?; que cada cual era rey por su parte y en su tierra, y al casarse junt?ronse los dos reinos. Y por si fuese poco, un marinero haza?oso, a quien los sabidores del reino tildaban de insensato, descubri? un mundo nuevo, mucho mayor que todos los hasta entonces conocidos, para que el rey y la reina lo gobernasen... o lo desgobernasen, que lo que estaba por venir s?lo Dios lo sab?a.

As? el rey como la reina eran muy buenos cristianos y de muy amoroso coraz?n. Cristianos viejos eran asimismo los vasallos, como que los del reino de la reina hab?an estado peleando nada menos que ochocientos a?os contra unos extranjeros que se les hab?an metido en casa y que cre?an en un dios sucio y en un profeta zancarr?n; hasta que, en tiempos de la reina de nuestro cuento, los echaron del todo. Pero, entre todos los herejes, a quienes m?s aborrec?an el rey, la reina y los vasallos, eran a unos que llamaban jud?os. Los aborrec?an por ser herejes, claro est?, y tambi?n porque los vasallos de aquel reino, despu?s de ochocientos a?os de manejar armas, eran caballeros muy valerosos, que desde?aban los bajos oficios y menesteres, en tanto los jud?os desde?aban las caballer?as y se empleaban en traficar, trabajar y granjear dinero. Con que el rey y la reina arrojaron de aquella tierra a los jud?os, y los vasallos dieron gracias a Dios y se quedaron muy contentos, aunque de all? en adelante muchos oficios quedasen desamparados.

Y en cuanto al amoroso coraz?n de los reyes, j?zguese del coraz?n del rey por los muchos hijos que ten?a. Y del de la reina, dicen los cronicones que era sobremanera tierno, que si mucho amaba a sus hijos, no amaba menos al rey, a tal extremo, que picaba en celosa.

Los cinco hijos heredaron del padre, y sobre todo de la madre, la pasi?n amorosa, de la cual se engendr? su infortunio y el del reino. La hija mayor era hermosa; cas? con un pr?ncipe extranjero, que a poco la dej? viuda. Un hermano del pr?ncipe muerto se hab?a enamorado de ella y quer?a desposarla; mas ella, fiel a la memoria de las bodas primeras, rehus?; hasta que, siendo sobre todo muy buena cristiana, ya que el pretendiente pas? a ser rey, se sacrific? a tomarlo por esposo, no de otra suerte que si profesase en una orden penitente, y con la condici?n que el rey, su esposo venidero, expulsase de su reino a los jud?os. Para que se vea si era piadosa... Esta princesa se llamaba Isabel y muri? de sobreparto del primer hijo que tuvo.

El hijo var?n, hermano de Isabel, se llamaba Juan. En su cabeza hab?an de unirse entrambas las coronas de sus padres. Era apuesto, gentil y esforzado. Cas?ronlo con una hermosa princesa de lue?as tierras, y di?se a amarla con tanto ardor que a los seis meses adoleci? y pas? a mejor vida, muy mozo a?n. Y con ?l di? fin la verdadera historia de aquellos reinos, por lo que m?s adelante se dir?.

Despu?s de Isabel y Juan ven?a una ni?a, Juana, fe?cha y poco agradable de su persona. Le buscaron para marido un pr?ncipe que era hermano de la mujer de Juan. Juan y Juana, los dos hermanos, salieron juntos para las lue?as tierras de sus bodas en una flota que los reyes, sus padres, les hab?an aparejado con tantos y tan ricos nav?os como jam?s se hab?a imaginado.

Por cuanto, habiendo muerto Isabel y Juan, y despu?s la reina madre, Juana, la princesita fe?cha y triste, fu? proclamada reina, y gracias a ella el hermoso marido vi?se de regente y se?or de un gran reino. Pero no hay dicha que largo dure. El hermoso marido muri? a poco, no sin haber dejado sucesi?n y a la viuda encinta ?Consid?rese el dolor de la reina Juana! No avini?ndose a perder para siempre el amado esposo, hizo que, despu?s de enterrado, lo sacasen de nuevo del sepulcro y quiso conducir consigo los despojos a otro paraje apartado. Form? la comitiva, en seguimiento del ata?d, con gran golpe de prelados, eclesi?sticos, nobles y servidumbre. La reina iba enlutada de la cabeza a los pies. Caminaban de noche, al resplandor de las antorchas, y de d?a buscaban cobijo y descanso en los conventos, <>. La reina dilataba llegar a t?rmino de las jornadas, porque un fraile embaucador le hab?a profetizado que el muerto resucitar?a. Si no fuera que para embalsamarlo le hubieron de sacar los entresijos.

Y sucedi?, un d?a, que entraron a posar en el patio de un convento que la reina juzg? que era de frailes; pero como viniese en conocimiento de que era de monjas, la reina sinti? la pasi?n de los celos, porque las monjas a la saz?n eran muy disolutas; y, sacando al medio del campo el f?retro, all? se estuvo, con toda la procesi?n, el d?a entero, bajo el agua de la lluvia.

A la postre, el rey, su padre, la encerr?, con achaque de que estaba loca, y gobern?, como rey, el reino que hab?a sido de su mujer y que era de pertenencia de su hija. Y despu?s de este rey subi? al trono el hijo de do?a Juana, que era nacido y criado en tierra forastera y ni siquiera sab?a hablar habla del reino. Y lleg? con gran corte de forasteros, flamencos y borgo?ones, que ?l puso de regidores; y cayeron como buitres sobre la tierra. Y los vasallos levantaron armas contra el rey forastero y su corte de borgo?ones y flamencos, y procuraron poner libre a Juana, la ?nica y leg?tima reina. Mas los soldados del rey mozo sofocaron la rebeli?n, y ?l afinc? como soberano. Por eso m?s arriba se dice que, con la muerte del pr?ncipe Juan, concluy? la verdadera historia de aquel reino; porque desde aquel punto ya no lo gobernaron sino reyes forasteros.

El hijo de do?a Juana lleg? a ser el rey m?s poderoso de la tierra. No hizo sino esquilmar el suelo de sus mayores y tuvo tantas empresas y negocios entre manos que andaba lejos de uno a otro lado y no se le depar? coyuntura de poner libre a su madre, ni siquiera de verla, sino que la dej? en el cautiverio de un castillo, durante el espacio de cincuenta a?os, con achaque de que estaba loca... ?Cincuenta a?os cautiva; la madre del C?sar, del rey m?s poderoso de la tierra; cautiva por voluntad de su propio hijo! Mas los vasallos amaban a su reina y rezongaban que do?a Juana no estaba loca. ?Por qu?, entonces, la manten?an en cautiverio?

Pasaron a?os y siglos hasta que un tudesco sabio, llamado Bergenroth--porque estas cosas siempre se descubren gracias a la diligencia tudesca--averigu?, revolviendo papelotes en los archivos, que a la reina Juana la hab?an tenido encerrada sus fan?ticos padre e hijo a causa de creerla inficionada de ciertas doctrinas her?ticas, contra?das por la lectura y torcida interpretaci?n de un tal Desiderio Erasmo, humanista y te?logo. Pero nada se conoce de cierto, sino que do?a Juana muri? ejemplarmente, asistida de un santo var?n; de donde se saca que, en el momento de morir, cierto que no estaba loca. Al a?o de morir la reina, su hijo, el rey m?s poderoso de la tierra, se despoj? voluntariamente de tanto poder?o y majestad, y fu? a encerrarse en un convento, acaso lastimado del torcedor de la conciencia.

Tal es el cuento de la reina loca o desgraciada; un cuento que no parece historia, o, por mejor decir, una historia que parece cuento. Ni en el repertorio de los hechos ver?dicos, ni en la foresta de los hechos fabulosos, es f?cil dar con nada m?s pat?tico, m?s dram?tico que esta historia de la reina loca. ?Pues qu? no ser? para nosotros, espa?oles, si al inter?s gen?ricamente humano se a?ade que todo fu? verdad, que la reina fu? castellana? As? corri? la vida de Juana, reina de Castilla, hija de los cat?licos reyes Fernando e Isabel, y madre de la sacra majestad de Carlos V de Alemania y I de Espa?a.

El p?blico recibi? la obra como es ya obligado en estas solemnidades del esp?ritu, que son los estrenos de nuestro glorioso patriarca: con calor de culto sincero. Don Benito adora a su pueblo, y su pueblo le devuelve redoblada la adoraci?n.

La presentaci?n fu? escrupulosa de verismo y car?cter, entonada y bella. La interpretaci?n, digna de loa. Nombrar? singularmente a la se?ora Segura y a do?a Margarita Xirgu, que acredit?, como reina fingida, ser de verdad reina de la escena.

--Usted perdone... Insisto en que padece usted una equivocaci?n. Cierto que en donde yo estaba muchos espectadores se re?an, y a carcajadas, como usted ha observado; pero yo no me re?a. A m? me daba mucha l?stima.

--?Del autor?

--No sea usted malicioso; de la pobre leona, de las luctuosas peripecias que le acaecen, de su dolor de viuda, de madre, de gobernadora... Yo hab?a entrado en la obra.

--Sin duda habr? visto mal, cuando usted me lo asegura; pero yo jurar?a que se hab?a estado usted riendo de muy buena gana.

--En parte s? que ha so?ado usted, o ha visto mal, porque la leona no mata al arcediano como usted dice. Lo que llevaba en la mano la leona no era una empu?adura sin hoja. ?Para qu? iba a llevar tan extra?o e incongruente admin?culo? Ni le di? el arcediano en el morrillo.

--Perd?n. Le digo a usted que le di? un desapoderado golpe en el morrillo.

--Lo que llevaba escondido en la manga, y con su objeto, era una puntilla o cachete, como esos de descabellar reses bravas; y donde le di? fu? en el cabello; por eso cay? como apuntillado. De todas suertes, tiene usted raz?n; aquello es tremendo. Muy fuerte, muy fuerte... Y de los versos, ?qu? me dice usted?

--Muy bonitos, muy f?ciles, muy sensuales.

--?Lo dice usted en serio?

--Claro que s?. Habr? usted o?do asegurar que el autor es el leg?timo heredero de Zorrilla.

--Lo he o?do asegurar, por lo menos, de otros seis o siete autores. De manera que, si todos lo son, el patrimonio que hayan heredado habr? padecido no floja merma. Pero, en fin, yo deseaba que usted me hablase del teatro po?tico. ?No intenta usted hablar o escribir sobre este tema?

--S?, se?or.

--A ver. ?C?mo piensa usted que debe ser el teatro po?tico?

Nuevas ideas o doctrinas que buscan propagarse no luchan con ideas y doctrinas rancias que hayan hecho baluarte en las cabezas, sino contra la plenitud de los est?magos. La cabeza es vulnerable, es susceptible de rendirse a razones. El est?mago es invulnerable y no entiende de razones. Los enemigos de todo ideal son aquellos que San Pablo denominaba vientres perezosos. En un estudio estad?stico de las diferentes dietas nacionales, con su ?ndice digestivo, hallamos que el garbanzo es el de digesti?n m?s prolija y onerosa. De aqu? podemos deducir una ley, que recomendamos a los propagandistas pol?ticos, y en general a todo linaje de propagandistas: <> La raz?n de lo menguado de nuestro arte esc?nico, y la responsabilidad de que lo excelente que tenemos, o sea las obras--sin excepci?n--de don Benito P?rez Gald?s, apenas si se representen, no corresponde tanto al discernimiento del empresario cuanto al abdomen del espectador. La sobremesa del garbanzo, sea en el caf?, sea en el teatro, suele ser funesta.

Hemos estampado la palabra predicar. La ?ltima obra del se?or Benavente tiene un car?cter de misi?n apost?lica. El escenario se toma en guisa de p?lpito, desde donde el autor aspira a salvar las almas, adscribi?ndose una especie de sacerdocio laico.

Tres pueblos solamente han producido un teatro nacional: el griego, el espa?ol y el ingl?s. Estos tres teatros, como obra del pueblo y posteriores a la unidad moral del pueblo, no era veros?mil que derivasen hacia la predicaci?n de normas morales en las cuales todos los espectadores participaban. Su matiz docente y religioso es meramente pasivo, de alusiones y reflejos. De entonces viene definir el teatro como espejo de las costumbres. El teatro alem?n, si bien en su aspecto formal y est?tico no es sino un suced?neo de aquellos tres teatros, se?aladamente del ingl?s y del espa?ol, en su aspecto docente y social trastroc? los t?rminos de la dramaturgia nacional. Antes, el teatro era obra del pueblo. A partir de Schiller, el pueblo deb?a ser obra del teatro. <> De Schiller ac? no ha habido gran autor dram?tico que no haya sido alguna vez inducido hacia este modo del teatro apost?lico, por decirlo as?.

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