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Read Ebook: Monja y casada vírgen y mártir by Riva Palacio Vicente

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Ebook has 6632 lines and 145386 words, and 133 pages

--De prisa camina la obra, se?or Justo.

--S? se?or Bachiller--contest? el que habia traido el farol, y que era un hombre como de sesenta a?os, pero robusto y fuerte.--Hace mas de cuarenta y cinco a?os que soy sacristan, y no ser? la pr?ctica la que me falte, ya ver? su merced.

--Antes de amanecer estar? ya aqu? su Ilustr?sima el Se?or Arzobispo, y es necesario que no falte nada.

El sacristan sin contestar, sigui? trabajando; y el Bachiller se arrebuj? en el sitial que estaba destinado para el Arzobispo, y se puso ? meditar.

Habia trascurrido as? como media hora, cuando la puerta se abri? repentinamente, y un nuevo personaje se present? en el salon.

El recien venido era un hombre en la fuerza de la edad viril; su rostro enjuto tenia las se?ales de una vejez pr?xima, apresurada no por el vicio, sino por el estudio y la vigilia; un bigote negro y con las puntas levantadas, y una piocha larga y en figura de una coma, daban ? su rostro un aire resuelto.

Vestia una ropilla negra de terciopelo con greg?escos y calzas del mismo color, un sombrero negro al estilo de Felipe II, y ferreruelo tambien negro, completaban su equipo, sin que le faltara una larga espada de ancha taza, y una daga de gancho, pendientes de un talabarte negro ce?ido con una brillante hebilla de oro.

El Bachiller se levant? precipitadamente y se diriji? ? su encuentro.

El recien venido sacudi? su sombrero y su ferreruelo, empapados con la lluvia de la noche.

--Dios os guarde--dijo.

--Se?or Oidor, contest? el Bachiller, supongo que no habr?n hecho esperar ? su se?or?a, porque yo advert?......

--No, se?or Bachiller; la pobre beata velaba, como buena cristiana. ?Y qu? tal se adelanta? dijo el Oidor diriji?ndose al altar, y haciendo al llegar una peque?a genuflexion.

--Admirablemente: creo que dentro de una hora, todo estar? dispuesto.

--Muy bien; el golpe est? perfectamente combinado, y D. Alonso de Rivera tendr? que mesarse ma?ana las barbas. ?N?die ha observado nada?

--No se?or.

El Oidor sac? de la abertura del pecho de su ropilla un enorme reloj de plata que traia pendiente del cuello por una gruesa cadena de oro.

--Es la una--dijo--me voy: y emboz?ndose en su ferreruelo se diriji? ? la puerta sin despedirse de nadie, pero haciendo con los ojos una ligera se?a al Bachiller.

Tom? este su sombrero, y como haciendo cumplidos, acompa?? al Oidor y salieron ambos al patio, cuidando de cerrar la puerta.

Ni el sacristan ni sus acompa?antes pusieron atencion en lo que pasaba, y continuaron componiendo su altar.

Donde se ve qui?n era el Bachiller, y lo que pas? con el Oidor.

--Pardiez, se?or Bachiller--dijo el Oidor cuando estuvieron en el patio,--que me habeis hecho venir con una noche, que mas est? para dormir que para andarse en aventuras; ?tanto urge lo que me teneis que decir?

--A no ser la urgencia tanta, cuid?rame muy bien de haber molestado ? vuestra se?or?a; pero ? tanto llega la precision, que si una hora m?s tarda su se?or?a, hubiera corrido riesgo de llegar tarde.

--Me alarmais, en verdad.

--Creo que no hay gran peligro, sino el de no complacer ? la dama de vuestro pensamiento.

--?Qu? hay, pues?

--Que en esta noche, y como ? bocas de las oraciones, recib? una esquela de mi se?ora Do?a Beatriz, que es fuerza lea vuestra se?or?a.

--D?dmela.

--Aqu? est?--dijo el Bachiller, entregando al Oidor un billete peque?o, y cuidadosamente doblado y perfumado.

--Por el aroma le conociera, aunque no viese las letras--dijo el Oidor bes?ndole:--?pero ? donde podr? imponerme?

--En el cuarto de la beata que tiene luz, y que est? abierto cerca del zaguan.

Los dos se dirigieron ? la puerta de la calle.

Al ruido de sus pasos, de una peque?a puerta sali? la beata con su candil en la mano.

--Tendreis ? bien, le dijo el Oidor, prestarme vuestro candil y permitirme que pase yo solo un momento ? vuestro cuarto ? leer una carta.

--Con mucho gusto--contest? la beata, entreg?ndole el candil.

La beata y el Bachiller quedaron ? la puerta, y el Oidor entr? al cuarto.

Encima de una mesa, que tenia por todo adorno un Cristo y una calavera, coloc? el Oidor el candil y se quit? el sombrero respetuosamente.

Desdobl? la carta y ley?.

<>

El Oidor bes? la esquela, la dobl? cuidadosamente, y meti?ndola en la bolsa de sus greg?escos, tom? el candil y el sombrero y sali?.

La beata recibi? el candil y se dirigi? ? abrir.

--Mil gracias,--dijo el Oidor saliendo seguido del Bachiller.

--A Dios sean dadas--contest? la beata cerrando.

--?Qu? me dice su se?or?a?

--Nada, sino que es preciso que me vaya yo sin perder tiempo ? ver ? Beatriz.

--?Quiere su se?or?a que le acompa?e?

El Oidor se volvi? como diciendo: ?de qu? podr? servirme ?ste?--El Bachiller lo comprendi?.

--Mire su se?or?a--dijo--aunque parezco gente de iglesia, y por tal me ha conocido siempre, no lo soy, que aunque Bachiller no tengo mas ?rdenes que la de prima tonsura, que casi, casi solo el barbero nos la confiere y no imprime car?cter; conozco el manejo de las armas como un soldado, y puede vuestra se?or?a ocuparme sin el menor escr?pulo, que no ser? este negocio en el que tenga que ver el Santo Oficio.

--Pero si yo os llevara en mi compa??a tendr?ais que ir mano sobre mano, porque no os veo llevar arma de ninguna especie.

--Descuide su se?or?a, que no me faltar?, sobre todo, si como supongo vamos ? la casa de mi se?ora Do?a Beatriz en la calle de la Celada.

--As? es en efecto.

--Pues iremos, porque yo hasta las cuatro no tengo que venir para acompa?ar al se?or Arzobispo.

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