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Read Ebook: Zadig ó El Destino Historia Oriental by Voltaire

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Ebook has 172 lines and 28784 words, and 4 pages

Primero present? ? un juez que habiendo, en virtud de una equivocacion de que no era responsable, fallado un pleyto importante contra un ciudadano, le habia dado todo su caudal, que era lo equivalente de la perdida del litigante.

Luego produxo un mancebo que perdido de amor por una doncella con quien se iba ? casar, se la cedi? no obstante ? un amigo suyo, que estaba ? la muerte por amores de la misma, y ademas dot? la doncella.

Hizo luego comparecer ? un militar que en la guerra de Hircania habia dado exemplo todav?a de mayor generosidad. Llev?banse ? suamada unos soldados enemigos, y mi?ntras la estaba defendiendo contra ellos, le vini?ron ? decir que otros Hircanos se llevaban de all? cerca ? su madre; y abandon? llorando ? su querida, por libertar ? la madre. Quando volvi? ? tomar la defensa de su dama, la encontr? expirando, y se quiso dar la muerte; pero le represent? su madre que no tenia mas apoyo que ?l, y tuvo ?nimo para sufrir la vida.

Inclin?banse los jueces por este soldado; pero el rey tomando la palabra, dixo: Accion es noble la suya, y tambien lo son las de los otros, pero no me pasman; y ayer hizo Zadig una que me ha pasmado. Pocos dias ha que ha caido de mi gracia Coreb, mi ministro y valido. Quej?bame de ?l con vehemencia, y todos los palaciegos me decian que era yo demasiadamente misericordioso; todos decian ? porf?a mal de Coreb. Pregunt? su dict?men ? Zadig, y se atrevi? ? alaharle. Confieso qne en nuestras historias he visto exemplos de haber pagado un yerro con su caudal, cedido su dama, ? antepuesto su madre al objeto de su amor; pero nunca he leido que un palaciego haya dicho bien de un ministro caido con quien estaba enojado su soberano. A cada uno de aquellos cuyas acciones se han recitado le doy veinte mil monedas de oro; pero la copa se la doy ? Zadig.

Se?or, replic? este, vuestra magestad es el ?nico que la merece, y quien ha hecho la mas inaudita accion, pues siendo rey no se ha indignado contra su esclavo que contradecia su pasion. Todos celebr?ron admirados al rey y ? Zadig. Recibi?ron las d?divas del monarca el juez qus habia dado su caudal, el amante que habia casado ? su amada con su amigo, y el soldado que ?ntes quiso librar ? su madre que ? su dama; y Zadig obtuvo la copa. Grange?se el rey la reputacion de buen pr?ncipe, que no conserv? mucho tiempo; y se consagr? el dia con fiestas que dur?ron mas de lo que prescribia la ley, conserv?ndose aun su memoria en el Asia. Decia Zadig: ?con que en fin soy feliz! pero Zadig se enga?aba.

El ministro.

Habiendo perdido el rey ? su primer ministro, escogi? ? Zadig para desempe?ar este cargo. Todas las hermosas damas de Babilonia aplaudi?ron esta eleccion, porque nunca habia habido ministro tan mozo desde la fundacion del imperio: todos los palaciegos la sinti?ron; al envidioso le di? un v?mito de sangre, y se le hinch?ron extraordinariamente las narices. Di? Zadig las gracias al rey y ? la reyna, y fu? luego ? d?rselas al loro. Precioso p?xaro, le dixo, t? has sido quien me has librado la vida, y quien me has hecho primer ministro. Mucho mal me habian hecho la perra y el caballo de sus magestades, pero t? me has hecho mucho bien. ?En qu? cosas estriba la suerte de los humanos! Pero puede ser que mi dicha se desvanezca dentro de pocos instantes. El loro respondi?: ?ntes. Di? golpe ? Zadig esta palabra; puesto que ? fuer de buen f?sico que no cre?a que fuesen los loros profetas, se soseg? luego, y empez? ? servir su cargo lo mejor que supo.

Hizo que ? todo el mundo alcanzara el sagrado poder de las leyes, y que ? ninguno abrumara el peso de su dignidad. No impidi? la libertad de votos en el divan, y cada visir podia, sin disgustarle, exponer su dict?men. Quando fallaba de un asunto, la ley, no ?l, era quien fallaba; pero quando esta era muy severa, la suav?zaba; y quando faltaba ley, la hacia su equidad tal, que se hubiera podido atribuir ? Zoroastro. El fu? quien dex? vinculado en las naciones el gran principio de que vale mas libertar un reo, que condenar un inocente. Pensaba que era destino de las leyes no m?nos socorrer ? los ciudadanos que amedrentarlos. Cifr?base su principal habilidad en desenmara?ar la verdad que procuran todos obscurecer. Sirvi?se de esta habilidad desde los primeros dias de su administracion. Habia muerto en las Indias un comerciante muy nombrado de Babilonia: y habiendo dexado su caudal por iguales partes ? sus dos hijos, despues de dotar ? su hija, dexaba ademas un legado de treinta mil monedas de oro ? aquel de sus hijos que se decidiese que le habia querido mas. El mayor le erigi? un sepulcro, y el menor di? ? su hermana parte de su herencia en aumento de su dote. La gente decia: El mayor queria mas ? su padre, y el menor quiere mas ? su hermana: las treinta mil monedas se deben dar al mayor. Llam? Zadig sucesivamente ? los dos, y le dixo al mayor: No ha muerto vuestro padre, que ha sanado de su ?ltima enfermedad, y vuelve ? Babilonia. Loado sea Dios, respondi? el mancebo; pero su sepulcro me habia costado harto caro. Lo mismo dixo luego Zadig al menor. Loado sea Dios, respondi?, voy ? restituir ? mi padre todo quanto tengo, pero quisiera que dexase ? mi hermana lo que le he dado. No restituir?is nada, dixo Zadig, y se os dar?n las treinta mil monedas, que vos sois el que mas ? vuestro padre quer?ais.

Habia dado una doncella muy rica palabra de matrimonio ? dos magos, y despues de haber recibido algunos meses instrucciones de ?mbos, se encontr? en cinta. Ambos querian casarse con ella. La doncella dixo que seria su marido el que la habia puesto en estado de dar un ciudadano al imperio. Uno decia: Yo he sido quien he hecho esta buena obra; el otro: No, que soy yo quien he tenido tanta dicha. Est? bien, respondi? la doncella, reconozco por padre de la criatura el que le pueda dar mejor educacion. Pari? un chico, y quiso educarle uno y otro mago. Llevada la instancia ante Zadig, los llam? ? entr?mbos, y dixo al primero: ?Qu? has de ense?ar ? tu alumno? Ense?ar?le, respondi? el doctor, las ocho partes de la oracion, la dial?ctica, la astrologia, la demonolog?a, qu? cosa es la sustancia y el accidente, lo abstracto y lo concreto, las monadas y la harmon?a preestablecida. Pues yo, dixo el segundo, procurar? hacerle justo y digno de tener amigos. Zadig fall?: Ora seas ? no su padre, t? te casar?s con su madre.

Todos los dias venian quejas ? la corte contra el Itimadulet de Media, llamado Irax, gran potentado, que no era de perversa ?ndole, pero que la vanidad y el deleyte le habian estragado. Raras veces permitia que le hablasen, y nunca que se atreviesen ? contradecirle. No son tan vanos los pavones, ni mas voluptuosas las palomas, ni m?nos perezosos los gal?pagos; solo respiraba vanagloria y deleytes vanos.

Prob?se Zadig ? corregirle, y le envi? de parte del rey un maestro de m?sica, con doce cantores y veinte y quatro violines, un mayordomo con seis cocineros y quatro gentiles-hombres, que no le dexaban nunca. Decia la ?rden del rey que se siguiese puntual?simamente el siguiente ceremonial, como aqu? se pone.

El dia primero, as? que se despert? el voluptuoso Irax, entr? el maestro de m?sica acompa?ado de los cantores y violines, y cant?ron una cantata que dur? dos horas, y de tres en tres minutos era el estribillo:

?Quanto merecimiento! ?Qu? gracia, qu? nobleza! ?Que ufano, que contento Debe estar de s? propio su grandeza!

Concluida la cantata, le recit? un gentil-hombre una arenga que dur? tres quartos de hora, pint?ndole como un dechado perfecto de quantas prendas le faltaban; y acabada, le llev?ron ? la mesa al toque de los instrumentos. Dur? tres horas la comida; y as? que abria la boca para decir algo, exclamaba el gentil-hombre: Su Excelencia tendra razon. Ap?nas decia quatro palabras; interrumpia el segundo gentil-hombre, diciendo: Su Excelencia tiene razon. Los otros dos seltaban la carcajada en aplauso de los chistes que habia dicho ? debido decir Irax. Servidos que fu?ron los postres, se repiti? la cantata.

Pareci?le delicioso el primer dia, y qued? persuadido de que le honraba el rey de reyes conforme ? su m?rito. El segundo le fu? algo m?nos grato; el tercero estuvo incomodado; el quarto no le pudo aguantar; el quinto fu? un tormento; finalmente, aburrido de oir cantar sin cesar: ?qu? ufano, qu? contento dele estar de s? propio su grandeza! de que siempre le dixeran que tenia razon, y de que le repitieran la misma arenga todos los dias ? la propia hora, escribi? ? la corte suplicando al rey que fuese dignado de llamar ? sus gentiles-hombres, sus m?sicos y su mayordomo, prometiendo tener mas aplicacion y m?nos vanidad. Luego gust? m?nos de aduladores, di? m?nos fiestas, y fu? mas feliz; porque, como dice el Sader, sin cesar placeres no son placeres.

Disputas y audiencias.

De este modo acreditaba Zadig cada dia su agudo ingen?o y su buen corazon; todos le miraban con admiracion, y le amaban empero. Era reputado el mas venturoso de los hombres; lleno estaba todo el imperio de su nombre; gui??banle ? hurtadillas todas las mugeres; ensalzaban su justificacion los ciudadanos todos; los sabios le miraban como un or?culo, y hasta los mismos magos confesaban que sabia punto mas que el viejo archi-mago Siara, tan l?jos ent?nces de formarle cansa acerca de los grifos, que solo se cre?a lo que ? ?l le parecia creible.

Reynaba de mil y quinientos a?os atras una gran contienda en Babilonia, que tenia dividido el imperio en dos irreconciliables sectas: la una sustentaba que siempre se debia entrar en el templo de Mitras el pi? izquierdo por delante; y la otra miraba con abominacion semejante estilo, y llevaba siempre el pi? derecho delantero. Todo el mundo aguardaba con ansia el dia de la fiesta solemne del fuego sagrado, para saber qu? secta favorecia Zadig: todos tenian clavados los ojos en sus dos pi?s; toda la ciudad estaba suspensa y agitada. Entr? Zadig en el templo saltando ? pi?-juntilla, y luego en un eloq?ente discurso hizo ver que el Dios del cielo y la tierra, que no mira con privilegio ? nadie, el mismo caso hace del pi? izquierdo que del derecho. Dixo el envidioso y su muger que no habia suficientes figuras en su arenga, donde no se v?an baylar las monta?as ni las colinas. Decian que no habia en ella ni xugo ni talento, que no se v?a la mar ahuyentada, las estrellas por tierra, y el sol derretido como cera v?rgen; por fin, que no estaba en buen estilo oriental. Zadig no aspiraba mas que ? que fuese su estilo el de la razon. Todo el mundo se declar? en su favor, no porque estaba en el camino de la verdad, ni porque era discreto, ni porque era amable, sino porque era primer visir.

No di? m?nos felice cima ? otro intrincad?simo pleyto de los magos blancos con los negros. Los blancos decian que era impiedad dirigirse al oriente del hibierno, quando los ficles oraban ? Dios; y los negros afirmaban que miraba Dios con horror ? los hombres que se dir?gian al poniente del verano. Zadig mand? que se volviera cada uno h?cia donde quisiese.

Encontr? medio para despachar por la ma?ana los asuntos particulares y generales, y lo demas del dia se ocupaba en hermosear ? Babilonia. Hacia representar tragedias para llorar, y comedias para reir; cosa que habia dexado de estilarse mucho tiempo hacia, y que ?l restableci?, porque era sugeto de gusto fino. No tenia la man?a de querer entender mas que los pentos en las artes, los quales los remuneraba con d?divas y condecoraciones, sin envidiar en secreto su habilidad. Por la noche divertia mucho al rey, y mas ? la reyna. Decia el rey: ?Qu? gran ministro! y la reyna: ?Qu? amable ministro! y ambos a?adian: L?stima fuera que le hubieran ahorcado.

Nunca otro en tan alto cargo se vi? precisado ? dar tantas audiencias ? las damas: las mas venian ? hablarle de alg?n negocio que no les importaba, para probarse ? hacerle con ?l. Una de las primeras que se present? fu? la muger del envidioso, ju?ndole por Mitras, por Zenda-Vesta, y por el fuego sagrado, que siempre habia mirado con detestacion la conducta de su marido. Luego le fi? que era el tal marida zeloso y mal criado, y le di? ? entender que le castigaban los Dioses priv?ndole de los preciosos efectos de aquel sacro fuego, el ?nico que hace ? los hombres semejantes ? los inmortales; por fin dex? caer una liga. Cogi?la Zadig con su acostumbrada cortesan?a, pero no se la at? ? la dama ? la pierna; y este leve yerro, si por tal puede tenerse, fu? or?gen de las desventuras mas horrendas. Zadig no pens? en ello, pero la muger del envidioso pens? mas de lo que decirse puede.

Cada dia se le presentaban nuevas damas. Aseguran los anales secretos de Babilonia, que cay? una vez en la tentacion, pero que qued? pasmado de gozar sin deleyte, y de tener su dama en sus brazos distraido. Era aquella ? quien sin pensar di? pruebas de su proteccion, una camarista de la reyna Astarte. Por consolarse decia para s? esta enamorada Babilonia: Menester es que tenga este hombre atestada la cabeza de negocios, pues aun en el lance de gozar de su amor piensa en ellos. Escap?sele ? Zadig en aquellos instantes en que los mas no dicen palabra, ? solo dicen palabras sagradas, clamar de repente: LA REYNA; y crey? la Babilonia, que vuelto en s? en un instante delicioso le habia dicho REYNA MIA. Mas Zadig, distraido siempre, pronunci? el nombre de Astarte; y la dama, que en tan feliz situacion todo lo interpretaba ? su favor, se figur? que queria decir que era mas hermosa que la reyna Astarte. Sali? del serrallo de Zadig habiendo recibido espl?ndidos regalos, y fu? ? contar esta aventura ? la envidiosa, que era su ?ntima amiga, la qual qued? penetrada de dolor por la preferencia. Ni siquiera se ha dignado, decia, de atarme esta malhadada liga, que no quiero que me vuelva ? servir, ?Ha, ha! dixo la afortunada ? la envidiosa, las mismas ligas llevais que la reyna: ?las tomais en la misma tienda? Sumi?se en sus ideas la envidiosa, no respondi?, y se fu? ? consultar con el envidioso su marido.

Entretanto Zadig conocia que estaba distraido quando daba audiencia, y quando juzgaba; y no sabia ? qu? atribuirlo: esta era su ?nica pesadumbre. So?? una noche que estaba acostado primero encima de unas yerbas secas, entre las quales habia algunas punzantes que le incomodaban; que luego reposaba blandamente sobre un lecho de rosas, del qual salia una sierpe que con su venenosa y acerada lengua le heria el corazon. ?Ay! decia, mucho tiempo he estado acostado encima de las secas y punzantes yerbas; ahora lo estoy en el lecho de rosas: ?mas qual ser? la serpiente?

Los zelos.

De su misma dicha vino la desgracia de Zadig, pero mas aun de su m?rito. Todos los dias conversaba con el rey, y con su augusta esposa Astarte, y aumentaba el embeleso de su conversacion aquel deseo de gustar, que, con respecto al entendimiento, es como el arreo ? la hermosura; y poco ? poco hicieron su mocedad y sus gracias una impresion en Astarte, que ? los principios no conoci? ella propia. Crecia esta pasion en el regazo de la inocencia, abandon?ndose Astarte sin escr?pulo ni rezelo al gusto de ver y de oir ? un hombre amado de su esposo y del reyno entero. Alabab?sele sin cesar al rey, hablaba de ?l con sus damas, que ponderaban mas aun sus prendas, y iodo as? ahondaba en su pecho la flecha que no sentia. Hacia regalos ? Zadig, en que tenia mas parte el amor de lo que ella se pensaba; y muchas veces, quando se figuraba que le hablaba como reyna, satisfecha se expresaba como muger enamorada.

Muy mas hermosa era Astarte que la Semira que tanta ojeriza tenia con los tuertos, y que la otra que habia querido cortar ? su esposo las narices. Con la llaneza de Astarte, con sus tiernas razones de que empezaba ? sonrojarse, con sus miradas que procuraba apartar de ?l, y que en las suyas se clavaban, se encendi? en el pecho de Zadig un fuego que ? ?l propio le pasmaba. Combati?, llamo ? su aux?lio la filosof?a que siempre le habia socorrido; pero esta ni alumbr? su entendimiento, ni alivi? su ?nimo. Ofrec?anse ante ?l, como otros tantos dioses vengadores, la obligacion, la gratitud, la magestad suprema violadas: combatia y vencia; pero una victoria ? cada instante disputada, le costaba l?grimas y suspiros. Ya no se atrevia ? conversar con la reyna con aquella serena libertad que tanto ? entr?mbos habia embelesado; cubr?anse de una nube sus ojos; eran sus razones confusas y mal hiladas; baxaba los ojos; y quando involuntariamente en Astarte los ponia, encontraba los suyos ba?ados en l?grimas, de donde salian inflamados rayos. Parece quese decian uno ? otro: Nos adoramos, y tememos amarnos; ?mbos ardemos en un fuego que condenamos. De la conversacion de la reyna salia Zadig fuera de s?, desatentado, y como abrumado con una caiga con la qual no podia. En medio de la violencia de su agitacion, dex? que su amigo Cador columbrara su secreto, como uno que habiendo largo tiempo aguantado las punzadas de un vehemente dolor, descubre al fin su dolencia por un grito lastimero que vencido de sus tormentos levanta, y por el sudor frio que por su semblante corre.

D?xole Cador: Ya habia yo distinguido los afectos que de vos mismo os esforz?bais ? ocultar: que tienen las pasiones se?ales infalibles; y si yo he leido en vuestro corazon, contemplad, amado Zadig, si descubrir? el rey un amor que le agravia; ?l que no tiene otro defecto que ser el mas zeloso de los mortales. Vos resist?s ? vuestra pasion con mas vigor que combate Astarte la suya, porque sois fil?sofo y sois Zadig. Astarte es muger, y eso mas dexa que se expliquen sus ojos con imprudencia que no piensa ser culpada: satisfecha por desgracia con su inocencia, no se cura de las apariencias necesarias. Mi?ntras que no le remuerda en nada la conciencia, tendr? miedo de que se pierda. Si ?mbos estuvi?seis acordes, frustrar?ais los ojos mas linces: una pasion en su cuna y contrarestada rompe afuera; el amor satisfecho se sabe ocultar. Estremeci?se Zadig con la propuesta de enga?ar al monarca su bienhechor, y nunca fu? mas fiel ? su pr?ncipe que quando culpado de un involuntario delito. En tanto la reyna repetia con tal freq?encia el nombre de Zadig; color?banse de manera sus mexillas al pronunciarle; quando le hablaba delante del rey, estaba unas veces tan animada y otras tan confusa; par?base tan pensativa quando se iba, que turbado el rey crey? todo quanto v?a, y se figur? lo que no v?a. Observ? sobre todo que las babuchas de su muger eran azules, y azules las de Zadig; que los lazos de su muger eran pajizos, y pajizo el turbante de Zadig: tremendos indicios para un pr?ncipe delicado. En breve se torn?ron en su ?nimo ex?sperado en certeza las sospechas.

Los esclavos de los reyes y las reynas son otras tantas esp?as de sus mas escondidos afectos, y en breve descubri?ron que estaba Astarte enamorada, y Moabdar zeloso. Persuadi? el envidioso ? la envidiosa ? que enviara al rey su liga que se parecia ? la de la reyna; y para mayor desgracia, era azul dicha liga. El monarca solo pens? ent?nces en el modo de vengarse. Una noche se resolvi? ? dar un veneno ? la reyna, y ? enviar un lazo ? Zadig al rayar del alba, y di? esta ?rden ? un despiadado eunuco, executor de sus venganzas. Hall?base ? la sazon en el aposento del rey un enanillo mudo, pero no sordo, que dexaban all? como un animalejo dom?stico, y era testigo de los mas rec?nditos secretos. Era el tal mudo muy afecto ? la reyna y ? Zadig, y escuch? con no m?nos asombro que horror dar la ?rden de matarlos ?mbos. ?Mas c?mo haria para precaver la execucion de tan espantosa ?rden, que se iba ? cumplir destro de pocas horas? No sabia escribir, pero s? pintar, y especialmente retratar al vivo los objetos. Una parte de la noche la pas? dibuxando lo que queria que supiera la reyna: representaba su dibuxo, en un rincon del quadro, al rey enfurecido dando ?rdenes ? su eunuco; en otro rincon una cuerda azul y un vaso sobre una mesa, con unas ligas azules, y unas cintas pajizas; y en medio del quadro la reyna moribunda en brazos de sus damas, y ? sus plantas Zadig ahorcado. Figuraba el horizonte el nacimiento del sol, como para denotar que esta horrenda cat?strofe debia executarse al rayar de la aurora. Luego que hubo acabado, se fu? corriendo al aposento de una dama de Astarte, la despert?, y le dixo por se?as que era menester que llevara al instante aquel quadro ? la reyna.

Hete pues que ? media noche llaman ? la puerta de Zadig, le despiertan, y le entregan una esquela de la reyna: dudando Zadig si es sue?o, rompe el nema con tr?mula mano. ?Qu? pasmo no fu? el suyo, ni quien puede pintar la consternacion y el horror que le sobrecogi?ron, quando ley? las siguientes palabras! "Huid sin tardanza, ? van ? quitaros la vida. Huid, Zadig, que yo os lo mando en nombre de nuestro amor, y de mis cintas pajizas. No era culpada, pero veo que voy ? morir delinquente."

Ap?nas tuyo Zadig fuerza para articular una palabra. Mand? llamar ? Cador, y sin decirle nada le di? la esquela; y Cador le forz? ? que obedeciese, y ? que tomase sin detenerse el camino de Menfis. Si os aventurais ? ir ? ver ? la reyna, le dixo, acelerais su muerte; y si hablais con el rey, tambien es perdida. Yo me encargo de su suerte, seguid vos la vuestra: esparcir? la voz de que os habeis encaminado h?cia la India, ir? pronto ? buscaros, y os dir? lo que hubiere sucedido en Babilonia.

Sin perder un minuto, hizo Cador llevar ? una salida excusada de palacio dos dromedarios ensillados de los mas andariegos; en uno mont? Zadig, que no se podia tener, y estaba ? punto de muerte, y en otro el ?nico criado que le acompa?aba. A poco rato Cador sumido en dolor y asombro hubo perdido ? su amigo de vista.

Lleg? el ilustre pr?fugo ? la cima de un collado de donde se descubria ? Babilonia, y clavando los ojos en el palacio de la reyna se cay? desmayado. Quando recobr? el sentido, verti? abundante llanto, invocando la muerte. Al fin despues de haber lamentado la deplorable estrella de la mas amable de las mugeres, y la primera reyna del mundo, reflex?onando un instante en su propia suerte, dixo: ?V?lame Dios; y lo que es la vida humana! ?O virtud, para que me has valido! Indignamente me han enga?ado dos mugeres; y la tercera, que no es culpada, y es mas hermosa que las otras, va ? morir. Todo quanto bien he hecho ha sido un manantial de maldiciones para m?; y si me he visto ex?ltado al ?pice de la grandeza, ha sido para despe?arme en la mas honda sima de la desventura. Si como tantos hubiera sido malo, seria, como ellos, dichoso. Abrumado con tan fatales ideas, cubiertos los ojos de un velo de dolor, p?lido de color de muerte el semblante, y sumido el ?nimo en el abismo de una tenebrosa desesperacion, sigui? su viage h?cia el Egipto.

La muger aporreada.

Encaminabase Zadig en la direccion de las estrellas, y le guiaban la constelacion de Orion y el luciente astro de Sirio h?cia el polo de Canopo. Contemplaba admirado estos vastos globos de luz que parecen imperceptibles chispas ? nuestra vista, al paso que la tierra que realmente es un punto infinitamente peque?o en la naturaleza, la mira nuestra codicia como tan grande y tan noble. Represent?base ent?nces ? los hombres como realmente son, unos insectos que unos ? otros se devoran sobre un mezquino ?tomo de cieno; im?gen verdadera que acallaba al parecer sus cuitas, retrat?ndole la nada de su ser y de Babilonia misma. Lanz?base su ?nimo en lo infinito, y desprendido de sus sentidos contemplaba el inmutable ?rden, del universo. Mas quando luego tornando en s?, y entrando dentro de su corazon, pensaba en Astarte, muerta acaso ? causa de ?l, todo el universo desaparecia, y no v?a mas que ? la moribunda Astarte y al malhadado Zadig. Agitado de este fluxo y refluxo de sublime filosof?a y de acerbo duelo, caminaba h?cia las fronteras de Egipto, y ya habia llegado su fiel criado al primer pueblo, y le buscaba alojamiento. Pase?base en tanto Zadig por los jardines que ornaban las inmediaciones del lugar, quando ? corta distancia del camino real vi? una muger llorando, que invocaba cielos y tierra en su aux?lio, y un hombre enfurecido en seguimiento suyo. Alcanz?bala ya; abrazaba ella sus rodillas, y el hombre la cargaba de golpes y denuestos. Por la sa?a del Egipcio, y los reiterados perdones que le pedia la dama, coligi? que ?l era zeloso y ella infiel; pero habiendo contemplado ? la muger, que era una beldad peregrina, y que ademas se parecia algo ? la desventurada Astarte, se sinti? movido de compasion en favor de ella, y de horror contra el Egipcio. Socorredme, exclam? la dama ? Zadig entre sollozos, y sacadme de poder del mas inhumano de los mortales; libradme la vida. Oyendo estas voces, fu? Zadig ? interponerse entre ella y este cruel. Entendia algo la lengua egipcia, y le dixo en este idioma: Si teneis humanidad, ru?goos que respeteis la flaqueza y la hermosura. ?C?mo agravi?is un dechado de perfecciones de la naturaleza, postrado ? vuestras plantas, sin mas defensa que sus l?grimas? Ha, ha, le dixo el hombre col?rico: ?con que tambien t? la quieres? pues en t? me voy ? vengar. Dichas estas razones, dexa ? la dama que tenia asida por los cabellos, y cogiendo la lanza va ? pas?rsela por el pecho al extrangero. Este que estaba sosegado par? con facilidad el encuentro de aquel fren?tico, agarrando la lanza por junto al hierro de que estaba armada. Forcejando uno por retirarla, y otro por quit?rsela, se hizo pedazos. Saca ent?nces el Egipcio su espada, ?rmase Zadig con la suya, y se embisten uno y otro. Da aquel mil precipitados golpes; p?ralos este con ma?a: y la dama sentada sobre el c?sped los mira, y compone su vestido y su tocado. Era el Egipcia mas forzudo que su contrario, Zadig era mas ma?oso: este peleaba como un hombre que guiaba el brazo por su inteligencia, y aquel como un loco que ciego con los arrebatos de su sa?a le movia ? la aventura. Va Zadig ? ?l, le desarma; y quando mas enfurecido el Egipcio se quiere tirar ? ?l, le agarra, le aprieta entre sus brazos, le derriba por tierra, y poni?ndole la espada al pecho, le quiere dexar la vida. Desatinado el Egipcio saca un pu?al, y hiere ? Zadig, quando vencedor este le perdonaba; y Zadig indignado le pasa con su espada el corazon. Lanza el Egipcio un horrendo grito, y muere convulso y desesperado, Volvi?se entonces Zadig ? la dama, y con voz rendida le dixo: Me ha forzado ? que le mate; ya estais vengada, y libre del hombre mas furibundo que he visto: ?qu? quereis, Se?ora, que haga? Que mueras, infame, replic? ella, que has quitado la vida ? mi amante: ?oxal? pudiera yo despedazarte el corazon! Por cierto, Se?ora, respondi? Zadig, que era raro sugeto vuestro amante; os aporreaba con todas sus fuerzas, y me queria dar la muerte, porque me hab?ais suplicado que os socorriese. ?Pluguiera al cielo, repuso la dama en descompasados gritos, que me estuviera aporreando todav?a, que bien me lo teniamerecido, por haberle dado zelos! ?Pluguiera al cielo, repito, que ?l me aporreara, y que estuvieras t? como ?l! Mas pasmado y mas enojado Zadig que nunca en toda, su vida, le dixo: Bien mereci?rais, puesto que sois linda, que os aporreara yo como ?l hacia, tanta es vuestra locura; pero no me tomar? ese trabajo. Subi? luego en su camello, y se encamin? al pueblo. Pocos pasos habia andado, quando volvi? la cara al ruido que metian quatro correos de Babilonia, que ? carrera tendida venian. Dixo uno de ellos al ver ? la muger: Esta misma es, que se parece ? las se?as que nos han dado; y sin curarse del muerto, ech?ron mano de la dama. Daba esta gritos ? Zadig diciendo: Socorredme, generoso extrangero; perdonadme si os he agraviado: socorredme, y soy vuestra hasta el sepulcro. Pero ? Zadig se le habia pasado la man?a de pelear otra vez por favorecerla. Para el tonto, respondi?, que se dexare enga?ar. Ademas estabaherido, iba perdiendo la sangre, necesitaba de que le diesen socorro; y le asustaba la vista de los quatro Babilonios despachados, segun toda apariencia, por el rey Moabdar. Aguij? pues el paso h?cia el lugar, no pudiendo almar porque venian quatro coricos de Babilonia ? prender ? esta Egipcia, pero mas pasmado todav?a de la condicion de la tal dama.

La esclavitud.

Entrando en la aldea egipcia, se vi? cercado de gente que decia ? gritos: Este es el robador de la hermosa Misuf, y el que acaba de asesinar ? Cletofis. Se?ores, les respondi?, l?breme Dios de robar en mi vida ? vuestra hermosa Misuf, que es antojadiza en demas?a; y ? ese Cletofis no le he asesinado, sino que me he defendido de ?l, porque me queria matar, por haberle rendidamente suplicado que perdonase ? la hermosa Misuf, ? quien daba desaforados golpes. Yo soy extrangero, vengo ? refugiarme en Egipto; y no es presumible que uno que viene ? pedir vuestro amparo, empiece robando ? una muger y asesinando ? un hombre.

Eran en aquel tiempo los Egipcios justos y humanos. Conduxo la gente ? Zadig ? la casa de cabildo, donde primero le cur?ron la herida, y luego tom?ron separadamente declaracion ? ?l y ? su criado para averiguar la verdad, de la qual result? notorio que no era asesino; pero habiendo derramado la sangre de un hombre, le condenaba la ley ? ser esclavo. Vendi?ronse en beneficio del pueblo los dos camellos, y se reparti? entre los vecinos todo el oro que tra?a; ?l mismo fu? puesto ? p?blica subhasta en la plaza del mercado, junto con su compa?ero de viage, y se remat? la venta en un mercader ?rabe, llamado Setoc; pero como el criado era mas apto para la faena que el amo, fu? vendido mucho mas caro, porque no habia comparacion entre uno y otro. Fu? pues esclavo Zadig, y subordinado ? su propio criado: at?ronlos juntos con un grillete, y en este estado sigui?ron ? su casa al mercader ?rabe. En el camino consolaba Zadig ? su criado exhort?ndole ? tener paciencia, y haciendo, seg?n acostumbraba, reflex?ones sobre las humanas vicisitudes. Bien veo que la fatalidad de mi estrella se ha comunicado ? la tuya. Hasta ahora todas mis cosas han tomado raro giro: me han condenado ? una multa por haber visto pasar una perra; ha estado en poco que me empalaran por un grifo; he sido condenado ? muerte por haber compuesto unos versos en alabanza del rey; me he huido ? u?a de caballo de la horca, porque gastaba la reyna cintas amarillas; y ahora soy esclavo contigo, porque un zafio ha aporreado ? su dama. Vamos, no perdamos ?nimo, que acaso todo esto tendr? fin: fuerza es que los mercaderes ?rabes tengan esclavos; ?y por qu? no lo he de ser yo lo mismo que otro, siendo hombre lo mismo que otro? No ha de ser ningun inhumano este mercader; y si quiere sacar fruto de las faenas de sus esclavos, menester es que los trate bien. As? decia, y en lo interior de su corazon no pensaba mas que en el destino de la reyna de Babilonia.

Dos dias despues se parti? el mercader Setoc con sus esclavos y sus camellos ? la Arabia desierta. Residia su tribu en el desierto de Oreb, y era arduo y largo el camino. Durante la marcha hacia Setoc mucho mas aprecio del criado que del amo, y le daba mucho mejor trato porque sabia cargar mas bien los camellos.

Dos jornadas de Oreb muri? un camello, y la carga se reparti? sobre los hombros de los esclavos, cabi?ndole su parte ? Zadig. Ech?se ? reir Setoc, al ver que todos iban encorvados; y se tom? Zadig la libertad de explicarle la razon, ense??ndole las leyes del equilibrio. Pasmado el mercader le empoz? ? tratar con mas miramiento; y viendo Zadig que habia despertado su curiosidad, se la aument? instruy?ndole de varias cosas que no eran agenas de su comercio; de la gravedad espec?fica de los metales y otras materias en igual vol?men, de las propiedades de muchos animales ?tiles, y de los medios de sacar fruto de los que no lo eran: por fin, le pareci? un sabio, y en adelante le apreci? en mas que ? su camarada que tanto habia estimado, le di? buen trato, y le sali? bien la cuenta.

As? que lleg? Setoc ? su tribu, reclam? de un hebreo quinientas onzas de plata que le habia prestado ? presencia de dos testigos; pero habian muerto ?mbos, y el hebreo que no podia ser convencido, se guardaba la plata del mercader, dando gracias ? Dios porque le habia proporcionado modo de enga?ar ? un ?rabe. Comunic? Setoc el negocio con Zadig de quien habia hecho su consejero. ?Qu? condicion tiene vuestro deudor? le dixo Zadig. La condicion de un bribon, replic? Setoc. Lo que yo pregunto es si es vivo ? flem?tico, imprudente ? discreto. De quantos malos pagadores conozco, dixo Setoc, es el mas vivo. Est? bien, repuso Zadig, permitidme que abogue yo en vuestra demanda ante el juez. Con efecto cit? al tribunal al hebreo, y habl? al juez en estos t?rminos: Almohada del trono de equidad, yo soy venido para reclamar, en nombre de mi amo, quinientas onzas de plata que prest? ? este hombre, y que no le quiere pagar. ?Teneis testigos? dixo el juez. No, porque se han muerto; mas queda una ancha piedra sobre la qual se cont? el dinero; y si gusta vuestra grandeza mandar que vayan ? buscar la piedra, espero que ella dar? testimonio de la verdad. Aqu? nos quedar?mos el hebreo y yo, hasta que llegue la piedra, que enviar? ? buscar ? costa de mi amo Setoc. Me place, dixo el juez; y paso ? despachar otros asuntos.

Al fin de la audiencia dixo ? Zadig: ?Con que no ha llegado esa piedra todav?a? Respondi? el hebreo soltando la risa: Aqu? se estaria vuestra grandeza hasta ma?ana, esperando la piedra, porque est? mas de seis millas de aqu?, y son necesarios quince hombres para menearla. Bueno est?, exclam? Zadig, ?no habia dicho yo que la piedra daria testimonio? una vez que sabe ese hombre donde est?, confiesa que se cont? el dinero sobre ella. Confuso el hebreo se vi? precisado ? declarar la verdad, y el juez mand? que le pusiesen atado ? la piedra, sin comer ni beber, hasta que restituyese las quinientas onzas de plata que pag? al instante; yel esclavo Zadig y la piedra se grange?ron mucha reputacion en toda la Arabia.

La hoguera.

Embelesado Setoc hizo de sti esclavo su mas ?ntimo amigo, y no podia vivir sin ?l, como habia sucedido al rey de Babilonia: fu? la fortuna de Zadig que Setoc no era casado. Descubri? este en su amo excelente ?ndole, mucha rectitud y una sana razon, y sentia ver que adorase el ex?rcito celestial, quiero decir el sol, la luna y las estrellas, como era costumbre antigua en la Arabia; y le hablaba ? veces de este culto, aunque con mucha reserva. Un dia por fin le dixo que eran unos cuerpos como los demas, y no mas acreedores ? su veneracion que un ?rbol ? un pe?asco. S? tal, replic? Setoc, que son seres eternos que nos hacen mil bienes, animan la naturaleza, arreglan las estaciones; aparte de que distan tanto de nosotros que no es posible m?nos de reverenciarlos. Mas provecho sacais, respondi? Zadig, de las ondas del mar Roxo, que conduce vuestros g?neros ? la India: ?y por qu? no ha de ser tan antiguo como las estrellas? Si adorais lo que dista de vos, tambien habeis de adorar la tierra de los Gangaridas, que est? al cabo del mundo. No, decia Setoc; mas el brillo de las estrellas es tanto, que es menester adorarlas. Aquella noche encendi? Zadig muchas hachas en la tienda donde cenaba con Setoc; y luego que se present? su amo, se hinc? de rodillas ante los cirios que ardian, dici?ndoles: Eternas y brillantes lumbreras, sedme propicias. Pronunciadas estas palabras, se sent? ? la mesa sin mirar ? Setoc. ?Qu? haceis? le dixo este admirado. Lo que vos, respondi? Zadig; adoro esas luces, y no hago caso de su amo y mio. Setoc entendi? lo profundo del ap?logo, alberg? en su alma la sabiduria de su esclavo, dex? de tributar homenage ? las criaturas, y ador? el Ser eterno que las ha formado.

Reynaba ent?nces en la Arabia un horroroso estilo, cuyo or?gen venia de la Escitia, y establecido luego en las Indias ? influxo de los bracmanes, amenazaba todo el Oriente. Quando moria un casado, y queria ser santa su cara esposa, se quemaba p?blicamente sobre el cad?ver de su marido, en una solemne fiesta, que llamaban la hoguera de la viudez; y la tribu mas estimada era aquella en que mas mugeres se quemaban. Muri? un ?rabe de la tribu de Setoc, y la viuda, por nombre Almona, persona muy devota, anunci? el dia y la hora que se habia do tirar al fuego, al son da atambores y trompetas. Represent? Zadig ? Setoc quan opuesto era tan horrible estilo al bien del humano linage; que cada dia dexaban quemar ? viudas mozas que podian dar hijos al estado, ? criar ? lo m?nos los que tenian; y convino Setoc en que era preciso hacer quanto para abolir tan inhumano estilo fuese posible. Pero a?adi? luego: Mas de mil a?os ha que estan las mugeres en posesion de quemarse vivas. ?Qui?n se ha de atrever ? mudar una lej consagrada pur el tiempo? ?ni qu? cosa hay mas respetable que un abuso antiguo? Mas antigua es todav?a la razon, replic? Zadig; hablad vos con los caudillos de las tribus, mi?ntras yo voy ? verme con la viuda moza.

Present?se ? ella; y despues de hacerse buen lugar encareciendo su hermosura, y de haberle dicho quan lastimosa cosa era que tantas perfecciones fuesen pasto de las llamas, tambien ex?lt? su constancia y su esfuerzo. ?Tanto quer?ais ? vuestro marido? le dixo. ?Quererle? no por cierto, respondi? la dama ?rabe: si era un zafio, un zeloso, hombre inaguantable; pero tongo hecho prop?sito firme de tirarme ? su hoguera. Sin duda, dixo Zadig, que debe ser un gusto exquisito esto de quemarse viva. Ha, la naturaleza se estremece, dixo la dama, pero no tiene remedio. Soy devota, y perderia la reputacion que por tal he grangeado, y todos se reirian de m? si no me quemara. Habi?ndola hecho confesar Zadig que se quemaba por el que dir?n y por mera vanidad, convers? largo rato con ella, de modo que le inspir? algun apego ? la vida, y cierta buena voluntad ? quien con ella razonaba, ?Qu? hici?rais, le dixo en fin, si no estuvi?rais poseida de la vanidad de quemaros? Ha, dixo la dama, creo que os brindaria con mi mano. Lleno Zadig de la idea de Astarte, no respondi? ? esta declaracion, pero fu? al punto ? ver ? los caudillos de las tribus, y les cont? lo sucedido, aconsej?ndoles que promulgaran una ley por la qual no seria permitido ? ninguna viuda quemarse ?ntes de haber hablado ? solas con un mancebo por espacio de una hora entera; y desde ent?nces ninguna dama se quem? en toda Arabia, debi?ndose as? ? Zadig la obligacion de ver abolido en solo ua dia estilo tan cruel, que reynaba tantos siglos habia: por donde merece ser nombrado el bienhechor de la Arabia.

La cena.

No pudiendo Setoc apartarse de este hombre en quien residia la sabidur?a, le llev? consigo? la gran feria de Basora, donde se juntaban los principales traficantes del globo habitable. Zadig se alegr? mucho viendo en un mismo sitio juntos tantos hombres de tan varios paises, y le pareci? que era el universo una vasta familia que se hallaba reunida en Basora. Comi? el segundo dia ? la misma mesa con un Egipcio, un Indio gangarida, un morador del Catay, un Griego, un Celta, y otra muchedumbre de extrangeros, que en sus viages freq?entes al seno Ar?bigo habian aprendido el suficiente ?rabe para darse ? entender. El Egipc?o no cabia en s? de enojo. ?Qu? abominable pais es Basora! mil onzas de oro no me han querido dar sobre la alhaja mas preciosa del mundo. ?C?mo as?? dixo Setoc; ?sobre qu? alhaja? Sobre el cuerpo de mi tia, respondi? el Egipcio, la mas honrada muger de Egipto, que siempre me acompa?aba, y se ha muerto en el camino; he hecho de ella una de las mas hermosas m?mias que pueden verse, y en mi tierra encontraria todo quanto dinero pidiese sobre esta prenda. Buena cosa es que no me quieran dar siquiera mil onzas de oro, empe?ando un efecto de tanto precio. Lleno de furor todav?a iba ? comerse la pechuga de un excelente pollo guisado, quando cogi?ndole el Indio de la mano, le dixo en tono compungido: Ha ?qu? vais ? hacer? A comer de ese pollo, le respondi? el hombre de la m?mia. No hag?is tal, replic? el Gangarida, que pudiera ser que hubiese pasado el alma de la difunta al cuerpo de este pollo, y no os habeis de aventurar ? comeros ? vuestra tia. Guisar los pollos es un agravio manifiesto contra la naturaleza. ?Qu? nos traeis aqu? con vuestra naturaleza, y vuestros pollos? repuso el iracundo Egipcio: nosotros adoramos un buey, y comemos vaca. ?Un buey adorais! ?es posible? dixo el hombre del Ganges. ?Y c?mo si es posible? continu? el otro: ciento treinta y cinco mil a?os ha que as? lo hacemos, y nadie entre nosotros lo lleva ? mal. Ha, en eso de ciento treinta y cinco mil, dixo el Indio, hay su poco de ponderacion, porque no ha mas de ochenta mil que est? poblada la India, y nosotros somos los mas antiguos; y Brama nos habia prohibido que nos comi?ramos ? los bueyes, ?ntes que vosotros los pusi?rais en los altares y en las parrillas. Valiente animal es vuestro Brama comparado con Apis, dixo el Egipcio; ?qu? cosas tan portentosas ha hecho ese Brama? El bracman le replic?: ha ense?ado ? los hombres ? leer y escribir, y la tierra le debe el juego de axedrez. Estais equivocado, dixo un Caldeo que ? su lado estaba; el pez Oanes es el autor de tan se?alados beneficios, y ? ?l solo se le debe de justicia tributar homenage. Todo el mundo sabe que era un ser divino, que tenia la cola de oro, y una cabeza humana muy hermosa, y salia del mar para predicar en la tierra tres horas al dia. Tuvo muchos hijos, que todos fu?ron reyes, como es notorio. En mi casa tengo su im?gen, y la adoro como es debido. L?cito es comer vaca hasta no querer mas, pero es accion imp?a sobre manera guisar pescado. Dexando esto aparte, ?mbos sois de or?gen muy bastarda y reciente, y no podeis disputar conmigo. La nacion egipcia no pasa de ciento treinta y cinco mil a?os, y los Indios no se dan arriba de ochenta mil, mi?ntras que conservamos nosotros calendarios de quatro mil siglos. Creedme, y dexaos de desatinos, y os dar? ? cada uno una efigia muy hermosa de Oanes. Tomando ent?nces la palabra el hombre de Cambalu, dixo: Mucho respeto ? los Egipcios, ? los Caldeos, ? los Griegos, ? los Celtas, ? Brama, al buey Apis, y al hermoso pez Oanes; pero el Li ? el Tien, como le quieran llamar , no valen m?nos acaso que los bueyes y los peces. No mentar? mi pais, que es tama?o como el Egipto, la Caldea y las Indias juntas, ni disputare acerca de su antig?edad, porque lo que importa es ser feliz, y sirve de poco ser antiguo; pero si se trata de almanaques, dir? que en toda el Asia corren los nuestros, y que los pose?amos aventajados, ?ntes que supieran los Caldeos la arism?tica.

Todos sois unos ignorantes, todos sin excepcion, exclam? el Griego. ?Pues qu?, no sabeis que el padre de todo es el caos, y que el estado en que vemos el mundo es obra de la forma y la materia? Habl? el tal Griego largo rato, hasta que le interrumpi? el Celta, el qual habia bebido mi?ntras que altercaban los demas, y que crey?ndose ent?nces mas instruido que todos, dixo echando por vidas, que solo Teutates y las agallas de roble merecian mentarse; que ?l llevaba siempre agallas en el bolsillo; que sus ascendientes los Escitas eran los ?nicos sugetos honrados que habia habido en el universo, puesto que de verdad comian ? veces carne humana, pero que eso no quitaba que fuesen una nacion muy respetable; por fin, que si alguien decia mal de Teutates, ?l le ense?aria ? no ser mal hablado. Encendi?se ent?nces la contienda, y vi? Setoc la hora en que se iba ? ensangrentar la mesa. Zadig, que no habia desplegado los labios durante la altercacion, se levant?, y dirigi?ndose primero al Celta, que era el mas furioso, le dixo que tenia mucha razon, y le pidi? agallas; alab? luego la eloq?encia del Griego, y calm? todos los ?nimos irritados. Poco dixo al del Catay, que habia hablado con mas juicio que los demas; y al cabo se explic? as?: Amigos mios, ?bais ? enojaros sin motivo, porque todos sois del mismo dict?men. Todos se alborot?ron al oir tal. ?No es verdad, dixo al Celta, que no ador?is esta agalla, mas s? al que cri? el roble y las agallas? As? es la verdad, respondi? el Celta. Y vos, Se?or Egipcio, de presumir es que en un buey tributais homenage al que os ha dado los bueyes. Eso es, dixo el Egipcio. El pez Oanes, continu?, le debe ceder ? aquel que form? la mar y los peces. Estamos conformes, dixo el Caldeo. El Indio y el Catay?s reconocen igualmente que vosotros, a?adi?, un principio primitivo. No he entendido muy bien las maravillosas lindezas que ha dicho el Griego, pero estoy cierto de que tambien admite un ser superior del qual depende la forma y la materia. El Griego, que se v?a celebrado, dixo que Zadig habia comprendido perfectamente su idea. Con que todos estais conformes, repuso Zadig, y no hay motivo de contienda. Abraz?le todo el mundo; y Setoc, despues de haber vendido muy caros sus g?neros, se volvi? con su amigo Zadig ? su tribu. As? que lleg?, supo Zadig que se le habia formado causa en su ausencia, y que le iban ? quemar vivo.

Las citas.

Mi?ntras este viage ? Basora, concert?ron los sacerdotes de las estrellas el castigo de Zadig. Pertenec?anles por derecho divino las piedras preciosas y demas joyas de las viudas mozas que morian en la hoguera; y lo m?nos que podian hacer con Zadig era quemarle por el flaco servicio que les habia hecho. Acus?ronle por tanto de que llevaba opiniones err?neas acerca del ex?rcito celestial, y declar?ron con juramento solemne que le habian oido decir que las estrellas no se ponian en la mar. Estremeci?ronse los jueces de tan horrenda blasfemia; poco falt? para que rasgaran sus vestiduras al oir palabras tan imp?as, y las hubieran rasgado sin duda, si hubiera tenido Zadig con que pagarlas; mas se moder?ron en la violencia de su dolor, y se ci??ron ? condenar al reo ? ser quemado vivo. Desesperado Setoc us? todo su cr?dito para librar ? su amigo, pero en breve le impusi?ron silencio. Almona, la viuda moza que habia cobrado mucha aficion ? la vida, y se la debia ? Zadig, se resolvi? ? sacarle de la hoguera, que como tan abusiva se la habia ?l presentado; y formando su plan en su cabeza, no di? parte de ?l ? nadie. Al otro dia iba ? ser ajusticiado Zadig: solamente aquella noche le quedaba para libertarle, y la aprovech? como muger caritativa y discreta.

Sahum?se, atild?se, aument? el lucimiento de su hermosura con el mas bizarro y pomposo trage, y pidi? audiencia secreta al sumo sacerdote de las estrellas. As? que se hall? en presencia de este venerable anciano, le habl? de esta manera: Hijo primog?nito de la Osa mayor, hermano del toro, primo del can celeste , os vengo ? fiar mis escr?pulos. Mucho temo haber cometido un grav?simo pecado no quem?ndome en la hoguera de mi amado marido. Y en efecto, ?qu? es lo que he conservado? una carne perecedera, y ya marchita. Al decir esto, sac? de unos luengos mitones de seda unos brazos de maravillosa forma, y de la blancura del mas puro alabastro. Ya veis, dixo, quan poco vale todo esto. Al pont?fice se le figur? que esto valia mucho: asegur?ronlo sus ojos, y lo confirm? su lengua, haciendo mil juramentos de que no habia en toda su vida visto tan hermosos brazos. ?Ay! dixo la viuda, acaso los brazos no son tan malos; pero confesad que el pecho no merece ser mirado. Diciendo esto, desabroch? el mas lindo seno que pudo formar naturaleza; un capullo de rosa sobre una bola de marfil parecia junto ? ?l un poco de rubia que colora un palo de box, y la lana de los albos corderos que salen de la alberca era amarilla ? su lado. Este pecho, dos ojos negros rasgados que suaves y muelles de amoroso fuego brillaban, las mexillas animadas en p?rpura con la mas c?ndida leche mezclada, una nariz que no se semejaba ? la torre del monte Libano, sus labios que as? se parecian como dos hilos de coral que las mas bellas perlas de la mar de Arabia ensartaban; todo este conjunto en fin persuadi? al viejo ? que se habia vuelto ? sus veinte a?os. Tartamudo declar? su amor; y vi?ndole Almona inflamado, le pidi? el perdon de Zadig. ?Ay! respondi? ?l, hermosa dama, con toda mi ?nima se le concediera, mas para nada valdria mi indulgencia, porque es menester que firmen otros tres de mis colegas. Firmad vos una por una, dixo Almona, Con mucho gusto, respondi? el sacerdote, con la condicion de que sean vuestros favores premio de mi condescendencia. Mucho me honrais, replic? Almona; pero tomaos el trabajo de venir ? mi quarto despues de puesto el sol, quando raye sobre el horizonte la luciente estrella de Scheat; en un sof? color de rosa me hallar?is, y har?is con vuestra sierva lo que fuere de vuestro agrado. Sali? sin tardanza con la firma, dexando al viejo no m?nos que enamorado desronfi?ndose de sus fuerzas; el qual lo restante del dia lo gast? en ba?arse, y bebi? un licor compuesto con canela de Ceylan y con preciosas especias de Tidor y Tornate, aguardando con ansia que saliese la estrella de Scheat.

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