Read Ebook: Clemencia: Novela de costumbres by Caballero Fern N
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Ebook has 2500 lines and 98144 words, and 50 pages
-- Eufrasia, le grit? la Marquesa ap?nas la vi?, mujer, t? que tanto has visto y tanto sabes, ?no me podr?s decir si habr? medio de pegarle el ala ? mi Mercurio?
-- Madre, dijo Alegr?a, d?gale Vd. al talabartero que le haga unas correas, y se le pondr? el ala ? guisa de espuela.
-- Lo que yo quisiera es encontrar quien te cortase ? t? las tuyas, repuso la Marquesa contemplando ? su amiga que permanecia en ademan meditabundo.
--?Nada discurres, Eufrasia? le pregunt? al fin tristemente.
-- Mira, contest? esta en campanuda voz de bajo, conozco ? un la?ador tuerto, muy h?bil. Si este no te lo compone, no lo compone nadie.
-- Soy de parecer, dijo Alegr?a, que en lugar de al la?ador, llame Vd. al miedo, que es el que tiene fama de poner alas en los pi?s.
-- Pero, mujer, observ? la Marquesa sin atender ? su hija, se le conocer?n las la?as.
-- Soy de parecer que las la?as tengan goznes para que no le impidan volar, observ? Alegr?a.
--?Las perlas!... ?Las perlitas! dijo impaciente la Marquesa, dirigi?ndose ? D. Silvestre. ?Caramba con ellas! Calla, insolente perla, calla; que nadie te da vela para este entierro.
--?Para el entierro del ala de Mercurio? pregunt? Alegr?a.
Entretanto decia en consoladoras palabras Do?a Eufrasia ? su amiga:
-- Mujer, las la?as no desfiguran ninguna pieza. Las puedes mandar pintar de blanco, y no se conocer?n; mas yo si fuese que t?, para igualar los pi?s, le mandaba aserrar el ala al otro pi?: maldita la falta que le hacen; y te digo mi verdad, que desde que las vi me han hecho contradiccion; me han parecido siempre espolones de gallo.
-- Eufrasia, dices bien: perfectamente discurrido; como por t?; mejor va ? quedar. Es claro que estar? mejor; mi?ntras mas lo pienso, mas acertado me parece tu discurso.
--?Por supuesto! a?adi? Alegr?a. No s? c?mo Usted, que le gustan las cosas con pi? de plomo, le consentia ? su querido Mercurio pi?s alados.
Diremos algunas palabras sobre la se?ora amiga de la Marquesa, viuda del Coronel Matamoros, uno de los jefes improvisados en la guerra de la Independencia; no porque sea un personaje muy interesante, ni tampoco porque haya de servir en los cuadros que vamos bosquejando, de otra cosa que de estorbo, sino porque es preciso, cuando una vez se ha sacado ? un individuo ? la palestra, decir qui?n es.
Cuando su consorte el difunto Coronel era cabo, solia cantar dirigida ? la hija de un mesonero navarro, mocetona viva, dispuesta y saludable, recia en lo f?sico y lo moral, la siguiente copla:
Manda al diablo los paisanos; Que te prometo, morena, Que en siendo yo Coronel, T? ser?s la Coronela.
Y as? fu?; pues cuando en la guerra contra la invasion francesa lleg? el bizarro cabo ? mandar un regimiento de dragones, la hija del mesonero, cumplido el vaticinio, montaba ? horcajadas ? su lado con unos brios y una soltura dignos de brillar en un circo ecuestre, y de ser envidiados por las amazonitas del dia, que no hay potro mal domado que las arredre, y huyen y gritan al ver un raton.
Vestia en tales escursiones, pantalones ? lo mameluco, una chaqueta militar con faldoncillos, en cuyas bocamangas lucian tres galones como tres rayos de sol. Llevaba en la cabeza una gorrita por el estilo de gorra polonesa, confeccionada con una notable falta de gracia, y adornada con unas grandes plumas negras, que cuando corria se llevaba el viento h?cia atras, de suerte que parecia el humo de un vapor. Adornaba ademas esta gorra una escarapela tama?a como una rueda de sand?a. Los soldados al verla se entusiasmaban; la intr?pida amazona tenia un partido loco con la tropa; por seguir ? su Coronela y ? su bandera, hubieran los soldados pasado no solo por el agua, sino por el fuego. ?Qu? arrogante moza! Esta era la calificacion general, que no sin razon se le daba, y la que tanto son? en sus oidos, que se la apropi? y se identific? con ella como con su nombre de pila.
Do?a Eufrasia siempre fu? honrada, como buena navarra, y unas cuantas sonoras bofetadas habian cimentado s?lidamente su respetabilidad en los campamentos.
Cuando esta suave indirecta habia sido dada ? un antiguo conocido ? compa?ero de su padre, de charretera ? capona de lana, se habia este conformado mediante el conocido refran: patada de yegua no mata caballo.
Si era el escarmentado de los que llevaban charretera de plata, hab?ale contestado con el caballeroso y nunca desmentido axioma: manos blancas no ofenden.
Las gentes osadas gozan en sociedad unos privilegios y primac?as que hacen poco favor ? los individuos que la forman, pues esto prueba que son tan f?ciles en dejarse imponer, como dif?ciles en dejarse guiar; tan d?ciles ? la presuncion desfachada como rebeldes y mal sufridos ? la persuasion razonable y modesta. El vapor y la osad?a son los dos motores, f?sico y moral, de la ?poca.
As? era que Do?a Eufrasia, ? quien nadie podia sufrir, se habia hecho por su propia virtud un lugar en todas partes, y plantada en jarras en su puesto tomado por asalto, no habia guapo que la desalojase. Si alguna vez una persona poco sufrida le daba una respuesta agria y ofensiva, se amortiguaban estos dardos sobre la doble coraza que ce?ia ? la amazona: eran estas su falta de delicadeza, que la hacia no sentir sus puntas, y su grosero egoismo sobre el que se embotaban sus filos.
Era esta se?ora entremetida como el ruido, curiosa como la luz, ? inoportuna como un reloj descompuesto. Lo que no le decian, lo preguntaba; si ? fuerza de ma?a se lograba evadir sus preguntas, averiguaba lo que queria saber, vali?ndose para ello de los medios mas chocarreros ? innobles, sonsacando ? los criados de las casas, entr?ndose por lo interior de las habitaciones, leyendo los papeles que hallaba, sin sospechar siquiera que esto fuese una villan?a.
Sobre la Marquesa, que era d?bil -- y, como todos los d?biles, voluntariosa y desp?tica con sus subordinados, cuanto sufrida y d?cil con los insolentes, -- ejercia Do?a Eufrasia un dominio incontrastable, ? que se sometia la Marquesa con el placer que siente una persona religiosa en doblegar su voluntad ? la de un santo director. Es cierto que en cosas caseras y econ?micas la Coronela, en vista de sus pr?cticos principios, poseia escelentes nociones; pero ah? se limitaba su saber y su aptitud, aunque ella no lo creia as?, sino que sobre todo cuanto hay echaba sus fallos, como una nube sus granizos.
La tolerancia llevada hasta sus ?ltimos l?mites, esto es, hasta hacerse estensiva, no solo ? gente sin educacion ? inferiores en la jerarqu?a social, sino hasta ? personas cuya conducta es mala ? deshonrosa con esc?ndalo, es una falta de decoro y de distincion en la sociedad espa?ola, que con copiosos y justos argumentos censuran los estranjeros distinguidos.
En cuanto ? nosotros, conociendo la justicia de los argumentos en que fundan su juicio, as? como los grandes inconvenientes que tiene para el decoro y moralidad p?blica el que la sociedad abdique una prerogativa de censura y aun de proscripcion, que seria no solo un castigo justo, sino tambien un freno poderoso y ?til, nos guardaremos no obstante de hostilizar ? la sociedad por su tolerancia. ?As? como es ap?tica fuese ben?vola! Que no se llame amiga ? la persona que no sea acreedora ? ello, es conveniente, delicado y prudente; pero huir de su contacto, tirarle la piedra, h?galo el arrogante que por su omnipotencia se erija en juez, desatendiendo ? la de Dios que nos impone ser hermanos.
Algunas an?cdotas de esta famosa hija de Marte, acabar?n de colocarla en su verdadera luz.
Tenia la Coronela aquella completa falta de delicadeza y susceptibilidad que deja el ?nimo perfectamente tranquilo al recibir un desaire ? sufrir una burla ? boca de jarro, y el libre uso de todas las facultades para replicar oportunamente. As? era que sus r?plicas instant?neas y desvergonzadas eran temibles y tenian fama. Eran estas una disciplina rigorosa que habia sustituido ? la militar, desde que, por desgracia del ej?rcito, no formaba parte activa en ?l la veterana. Glori?base de ello, repitiendo ? menudo que no aguantaba ancas, ? bien que tenia malas pulgas, ? bien que no tenia pelos en la lengua, ? que ? ella no se le quedaba nada por decir, ? que tenia tres pares de tacones, ? que quien la buscaba la hallaba, ? que la hija de su padre no se dejaba zapatear, coronando todas estas gracias con su frase favorita, que era asegurar que no moriria de c?lico cerrado.
En una ocasion se present? en un sarao, y bien fuese por alguna promesa de h?bito de Jesus, ? por su p?simo gusto en vestir, ello es que apareci? uniformemente equipada de morado de pi?s ? cabeza.
El grupo que formaban las muchachas, al verla aparecer soplada como un nav?o ? la vela, se qued? est?tico.
--?Ay! esclam? la una. Do?a Eufrasia se ha caido en la caldera de un tintorero.
--?Qu?! No hay caldera donde quepa ese medio mundo, dijo otra.
-- Ser? que va ? salir de nazareno en la procesion del Santo Entierro, a?adi? la tercera.
-- Es en honor de las violetas, ? cuyo cultivo se ha dedicado desde que no se puede dedicar al de los laureles, dijo un j?ven estudiante llamado Paco Guzman.
-- Mas bien habr? sido al del palo de campeche, observ? otra de las ni?as.
-- Os enga?ais todos, dijo Alegr?a: es que la han hecho obispo.
Do?a Eufrasia, que ? la sazon pasaba, y habia visto las risas y oido distintamente la ?ltima frase dicha por Alegr?a, se par? erguida, y revolviendo en sus ?rbitas sus redondos ojos.
-- Si ello es as?, dijo con su campanuda voz, cuidado no os confirme.
Y haciendo con la abierta mano un ademan significativo, prosigui? majestuosamente su marcha triunfal.
Algunos meses ?ntes de la ?poca en que da principio esta relacion, siendo dias de la Marquesa, se habia reunido una numerosa concurrencia, cuando entr? do?a Eufrasia, vestida con una especie de dulleta guarnecida toda de pieles, embuchado en un boa su moreno rostro, y llevando sobre su peluca de marca mayor una gorrita, reto?o de la de m?rras, igualmente guarnecida de pieles.
--?Miren! esclam? al verla Alegr?a: ?ha resucitado Robinson Cruso?!
-- Cate usted, dijo otra, un vestido de piel de oso, forrado en lo mismo: es un regalo del emperador de Rusia.
--?Qu?! a?adi? la tercera, es un uniforme viejo de su marido, huele ? p?lvora francesa y est? picado.
-- Y ella tambien; ved los ojos que nos echa.
--?A que le echo yo en cambio un requiebro? dijo Paco Guzman, que era un j?ven bien parecido, de una noble y pudiente casa de Estremadura, de muchas luces, muy vivo, muy ligero de sangre y algo aturdido, que ocupaba el primer lugar entre los apasionados de Alegr?a.
-- Cuidado, observ? esta, que Do?a Eufrasia es de las que dicen una fresca al lucero del alba, y se quedan preparadas para otra.
Pero Paco Guzman no la atendia, porque se habia acercado ? la abrigada se?ora, y le decia:
Con esta frase de doble sentido, como una espada de dos filos, hacia Do?a Eufrasia alusion ? las pretensiones nobiliarias de la familia de Paco Guzman, que aunque fundadas, eran contestadas por personas que para hacerlo no tenian datos ni convicciones, y lo hacian solo por el esp?ritu de hostilidad que vive y reina.
--?Qu? se entiende? grit? furiosa la guapa guerrillera. ?Poner apodo ? la guerra del frances, que ha admirado al mundo entero! Marquesa, te digo que las cosas que se oyen en tu casa son tan escandalosas, que no la volver?a yo ? pisar, si no fuera por...
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