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Ebook has 102 lines and 8016 words, and 3 pages

Dulce y sabrosa

Jacinto Octavio Pic?n

Advertencia para esta edici?n

Si creyera que el publicar un escritor sus obras completas implica falta de modestia, no reimprimir?a las m?as. Lo hago porque est?n casi todas agotadas; pensando que es deber de padre no consentir que mueran sus hijos, aunque no sean tan buenos ni tan hermosos como ?l quiso engendrarlos; y tambi?n porque considero que el hombre tiene derecho a despedirse de la juventud recordando lo que durante ella hizo honradamente y con amor.

Otra disculpa pienso que aten?a mi atrevimiento. Porque ser partidario del arte por el arte, y yo lo soy muy convencido, no puede amenguar ni estorbar, aun cultivando esta que se llama amena literatura, el entusiasmo por ideas de distinta ?ndole; las cuales unas veces veladamente se transparentan y otras ostensiblemente se muestran en la labor de cada uno; pues no es posible, y menos en nuestra ?poca, que el literato y el artista sientan y piensen ajenos al ambiente que respiran. Quien carece de fuerzas para conquistar la costosa gloria de adelantarse a su tiempo, tenga la persistente virtud de servirle: as? lo he pretendido; mas ?l ha caminado tan deprisa, que hoy acaso parezcamos t?midos los que ayer fuimos osados. De ?stos quise ser: de los que al estudiar lo pasado y observar lo presente procuran preparar lo porvenir y se esperanzan con ello. Por eso rindo tributo de constancia y firmeza a las ideas de mi juventud, algunas hoy tan combatidas, reuniendo estos pobres libros, sin que me arredre el recuerdo de c?mo unos fueron censurados, ni espere que reto?e la benevolencia con que otros fueron alabados. Discurro al igual de aquel gran prosista que dec?a: <>.

Bien quisiera, lector, que pens?ramos a d?o y que mi conciencia hallase siempre eco en la tuya: si por torpe desespero de lograrlo, por sincero creo merecerlo.

No busques en mis cuentos y novelas lecci?n ni ense?anza: qu?dese el adoctrinar para el docto, como el moralizar para el virtuoso: s?lo tienes que agradecerme el empe?o que puse en divertir y acortar tus horas de aburrimiento y tristeza.

Sea cual fuere tu fallo, hazme la justicia de reconocer dos cosas: la primera, que he procurado entender y practicar el arte literario con aquel criterio y temperamento espa?ol m?s atento a reflejar lo natural que a dar lo imaginado por sucedido: nunca quise hacerte so?ar, sino sentir; la segunda, que soy de los apasionados de esta hermosa y magn?fica lengua castellana, si hura?a y esquiva para quien la desconoce o menosprecia, en cambio agradecida y espl?ndida para los que, haciendo de ella su Dulcinea, aunque no lleguen a lograrla, tienen honra en servirla y placer en amarla.

J. O. P.

Madrid, Abril de 1909.

Contra ellos est? escrito este libro, que, entre desconfiado y medroso, dejo pasar de mis manos a las tuyas. Rec?belo, no como novela que mueve a pensar, sino como juguete novelesco, contraveneno del tedio y enga?ifa de las horas.

JACINTO OCTAVIO PIC?N.

Madrid, 1891.

A quien leyere

Fig?rate, lector, que vuelves a tu casa moh?no y aburrido, lacio el cuerpo, acibarado el ?nimo por la desenga?ada labor del d?a. Cae la tarde; el amigo a quien esperas, no viene; la mujer querida est? lejos, y a?n no te llaman para comer. Luego el tiempo cierra en lluvia; y t?, apoyada la frente en la vidriera del balc?n, te aburres viendo la inmensa comba de agua que se desprende de las nubes. Llegada la noche, el viento gime dolorosamente formando eco, y acaso despertando las tristezas de tu alma... No quieres dormir ni tienes sue?o, y recelas que al reclinar la cabeza en la almohada se pueble tu pensamiento de recuerdos amargos y esperanzas frustradas. ?A qui?n le faltan en la vida d?as negros, est?riles para el trabajo, en que la soledad trae de la mano a la melancol?a?

Contra ellos est? escrito este libro, que, entre desconfiado y medroso, dejo pasar de mis manos a las tuyas. Rec?belo, no como novela que mueve a pensar, sino como juguete novelesco, contraveneno del tedio y enga?ifa de las horas.

JACINTO OCTAVIO PIC?N.

Madrid, 1891.

Cap?tulo I

Donde se traza el retrato de don Juan y se habla de otro personaje que, sin ser de los principales, influye mucho en el curso de este ver?dico relato

Dijo uno de los siete sabios de Grecia, y sin ser sabio ni griego pudo afirmarlo cualquier simple mortal, que todo hombre es algo man?aco, y que la ?ndole de su man?a y la fuerza con que es dominado por ella, determinan o modifican cuanto en la vida le sucede.

Admitiendo esto como cierto, f?cilmente puede ser comprendida y apreciada la personalidad de don Juan de Todellas, caballero madrile?o y contempor?neo nuestro, cuya man?a consiste en cortejar y seducir el mayor n?mero posible de mujeres, con una circunstancia caracter?stica: y es, que as? como hay quien se deleita y entusiasma con las ciencias, no en raz?n de las verdades que demuestran, sino en proporci?n del esfuerzo que ha menester su estudio, as? don Juan, m?s que en poseer y gozar beldades, se complace en atraerlas y rendirlas; por donde, luego de lograda la victoria, viene a pecar de olvidadizo y despegado, entr?ndosele al alma el hast?o en el punto mismo de la posesi?n.

Como otros hombres se enorgullecen por descender de Guzmanes, Laras y Toledos, ?l se precia de contar entre sus abuelos al c?lebre Ma?ara, y si no dice lo mismo de Tenorio, es por no estar demostrado que en realidad haya existido: en cambio alardea de que, a no imped?rselo las parejas de agentes de orden p?blico, los serenos, el alumbrado por gas y otras trabas, hubiera sido cien veces m?s terrible que aquellos dos famosos libertinos.

Sin embargo, no es don Juan tan perverso, o no est? tan pervertido como se le antoja, para vanidosa satisfacci?n de su man?a; porque cuando alg?n mal grave engendran sus hechos, antes es en virtud de la fuerza de las circunstancias y de las costumbres modernas, que como resultado de su voluntad.

Imitando al borracho que divid?a los vinos en buenos y mejores, por negar que los hubiese malos, don Juan clasifica a las mujeres en bellas y bell?simas, y a?ade que las feas pertenecen a una raza inferior, digna de l?stima, cuya existencia sobre la tierra constituye un crimen del Destino, por no decir un lamentable error de la Providencia. Sin embargo, antes de calificar de fea a una mujer, la mira y remira despacito, madurando mucho la opini?n, pues sabe que aun las menos favorecidas de la Naturaleza se hacen a veces deseables, como acontece verse las almas empecatadas s?bitamente favorecidas por la gracia divina.

Don Juan vive exclusivamente para ellas, o, hablando con mayor propiedad, para ella, pues cifra su culto a la especie en la adoraci?n a la individua, en singular, porque jam?s persigue, enamora ni disfruta dos mujeres a la vez, ni simultanea dos aventuras; diciendo que el amor es compuesto de estrategia y filosof?a, y que jam?s ning?n gran capit?n entr? en campa?a con dos planes, ni hubo verdadero fil?sofo que fundase sistema en dos ideas.

La existencia de don Juan es continuo pensamiento en la mujer: si duerme, sue?a con ella; si vela, medita ense?orearse de alguna; si come, es para adquirir vigor; si bebe, para que la imaginaci?n se le avive y abrillante, inspir?ndole frases apasionadas; si gasta, es por ganar voluntades; si descansa, es para aumentar el reposo de que nace la fuerza.

Seg?n el estado de su ?nimo y la ?ndole de la conquista que trama, don Juan lee mucho, y siempre cosas o casos de amor. Conoce perfectamente la literatura amatoria, desde la m?s espiritualista, casta y plat?nica, hasta la m?s carnal, pecadora y lasciva. De cuantos autores han escrito sobre el amor, s?lo a Safo rechaza; de cuantas tierras han sido teatro de aventuras er?ticas, s?lo muestra horror a Lesbos; de cuantas ciudades fueron en el mundo aniquiladas, s?lo le parece justa la destrucci?n de Sodoma; y es tal y tan ferviente su adoraci?n a la mujer, que, atra?do por todas con igual intensidad, aun ignora cu?l sea su tipo favorito, si el de la bacante desnuda, voluptuosa y medio ebria, que convirti? en lechos de placer los montones de heno reci?n segado, o el de la virgen cristiana que entregaba el cuerpo a la voracidad de las bestias antes que acceder a sentirlo profanado por caricias de paganos.

Posee don Juan la envidiable cualidad de hablar y pedir a cada una seg?n quien ella es, y con arreglo al momento en que solicita y suplica. La que reniega de la timidez, le halla osado, y comedido la que desconf?a de su atrevimiento; con las muy castas observa la virtud de la paciencia, esperando y logrando del tiempo y la ocasi?n lo que le regatea la honestidad; a unas s?lo intenta seducir con miradas y palabras; a otras en seguida les persuade de que los brazos del hombre se han hecho para estrechar lindos talles. Es religioso con la devota, a quien obsequia con primorosos rosarios y virgencillas de plata; dicharachero y juguet?n con la coqueta, a quien agasaja con adornos y telas; espl?ndido con la interesada, y aqu? de las alhajas; adulador con la vanidosa, rom?ntico con la po?tica, ma?oso con la esquiva; y se amolda tan por completo al genio de la que corteja, que sentando con ella plaza de mandadero, luego queda convertido en prior. Mientras ejerce se?or?o sobre una, la hace dichosa. Su cari?o es miel, su amor fuego, sus deseos un continuo servir, sus manos un perpetuo regalar; y adem?s de estas fecundas cualidades, que le abren los corazones m?s cerrados y le entregan los cuerpos m?s deseables, emplea dos recursos, en los que funda grandes victorias. Consiste uno en murmurar y maldecir de todas las mujeres mientras habla con la que codicia, y estriba el otro en ser o parecer tan discreto y callado, que la que peca con ?l le queda doblemente sujeta con el encanto del amor y la magia del misterio.

"So you dreamed up this 'tadpole' idea," said Melrose sourly.

"For a working hypothesis--yes. We've known for a long time that every human being has extrasensory potential to one degree or another. Not just a few here and there--every single one. It's a differentiating quality of the human mind. Just as the ability to think logically in a crisis instead of giving way to panic is a differentiating quality."

Lessing glared at him. "When we began studying this psi-potential, we found out some curious things. For one thing, it seemed to be immensely more powerful and active in infants and children than in adults. Somewhere along the line as a child grows up, something happens. We don't know what. We do know that the child's psi-potential gradually withdraws deeper and deeper into his mind, burying itself farther and farther out of reach, just the way a tadpole's tail is absorbed deeper and deeper into the growing frog until there just isn't any tail any more." Lessing paused, packing tobacco into his pipe. "That's why we have the Farm--to try to discover why. What forces that potential underground? What buries it so deeply that adult human beings can't get at it any more?"

"And you think you have an answer," said Melrose.

"We think we might be near an answer. We have a theory that explains the available data."

The shuttle car bounced sharply as it left the highway automatics. Dorffman took the controls. In a few moments they were skimming through the high white gates of the Farm, slowing down at the entrance to a long, low building.

"All right, young man--come along," said Lessing. "I think we can show you our answer."

In the main office building they donned the close-fitting psionic monitors required of all personnel at the Farm. They were of a hard grey plastic material, with a network of wiring buried in the substance, connected to a simple pocket-sized power source.

"The major problem," Lessing said, "has been to shield the children from any external psionic stimuli, except those we wished to expose them to. Our goal is a perfectly controlled psi environment. The monitors are quite effective--a simple Renwick scrambler screen."

"It blocks off all types of psi activity?" asked Melrose.

"As far as we can measure, yes."

"Which may not be very far."

Jack Dorffman burst in: "What Dr. Lessing is saying is that they seem effective for our purposes."

"But you don't know why," added Melrose.

"All right, we don't know why. Nobody knows why a Renwick screen works--why blame us?" They were walking down the main corridor and out through an open areaway. Behind the buildings was a broad playground. A baseball game was in progress in one corner; across the field a group of swings, slides, ring bars and other playground paraphernalia was in heavy use. The place was teeming with youngsters, all shouting in a fury of busy activity. Occasionally a helmeted supervisor hurried by; one waved to them as she rescued a four-year-old from the parallel bars.

He led them into a long, narrow room with chairs and ash trays, facing a wide grey glass wall. The room fell into darkness, and through the grey glass they could see three children, about four years old, playing in a large room.

"They're perfectly insulated from us," said Lessing. "A variety of recording instruments are working. And before you ask, Dr. Melrose, they are all empirical instruments, and they would all defy any engineer's attempts to determine what makes them go. We don't know what makes them go, and we don't care--they go. That's all we need. Like that one, for instance--"

In the corner a flat screen was flickering, emitting a pale green fluorescent light. It hung from the wall by two plastic rods which penetrated into the children's room. There was no sign of a switch, nor a power source. As the children moved about, the screen flickered. Below it, a recording-tape clicked along in little spurts and starts of activity.

"What are they doing?" Melrose asked after watching the children a few moments.

"Those three seem to work as a team, somehow. Each one, individually, had a fairly constant recordable psi potential of about seventeen on the arbitrary scale we find useful here. Any two of them scale in at thirty-four to thirty-six. Put the three together and they operate somewhere in the neighborhood of six hundred on the same scale." Lessing smiled. "This is an isolated phenomenon--it doesn't hold for any other three children on the Farm. Nor did we make any effort to place them together--they drew each other like magnets. One of our workers spent two weeks trying to find out why the instruments weren't right. It wasn't the instruments, of course."

Lessing nodded to an attendant, and peered around at Melrose. "Now, I want you to watch this very closely."

He opened a door and walked into the room with the children. The fluorescent screen continued to flicker as the children ran to Lessing. He inspected the block tower they were building, and stooped down to talk to them, his lips moving soundlessly behind the observation wall. The children laughed and jabbered, apparently intrigued by the game he was proposing. He walked to the table and tapped the bottom block in the tower with his thumb.

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