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Read Ebook: Cuentos populares en Chile by Laval Ram N A Ram N Arminio

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Ebook has 2579 lines and 95987 words, and 52 pages

--?Carne humana huele aqu?! Carne humana huele aqu?!

Salt?n, Salt?n, hijo del buen Saltaor, todo asustado, de un brinco volvi? afuera, dejando s?lo a mi buen Soldadillo frente a frente de un gigante enorme.

--A peliar vengo con vos--le dijo el Soldadillo;--y no me grite tan fuerte, que no soy sordo y le pueo cortar la lengua con este cuchillito; ni me mire tan fiero, porque tami?n le pueo sacar los ojos con estos cinco deos. Sepa el cara e capacho viejo, que est? hablando con el Sorda?llo y quien se mete con ?l, sale fregao.

Esto que dice el Soldadillo y el gigante que se le va encima; pero el Soldadillo le saca el cuerpo con toda ligereza, y plant?ndose detr?s, le da con su cuchillito un tajo tan bien refuerte, que me le corta al gigante los nervios de la corva de la pierna derecha, y de otro tajo me le rebana los nervios de la corva de la pierna izquierda, y mi buen gigante cae al suelo dando unos bramidos que hac?an temblar toda la tierra.

Los de afuera o?an los bramidos, todos asustados, y por m?s que el Pr?ncipe le dec?a a Salt?n, Salt?n, hijo del buen Saltaor, que los transladara a todos adentro para ayudar al Soldadillo, Salt?n no quiso obedecerle, porque, como el miedo es cosa viva, todav?a le temblaban las carnes y no se animaba a ponerse cerca del gigante.

De repente se dejan de oir los bufidos y las puertas del castillo se abren de par en par. Mi buen Soldadillo, con el cuchillo en la mano, chorreando sangre, les dice que ha muerto al guardi?n del castillo y que ya pueden entrar sin cuidado. No sab?a el pobre los peligros que todav?a le esperaban.

Entraron, y al pasar por un gran comedor, todo lleno de manjares, And?n, Salt?n y Oid?n, quisieron sentarse a comer, pero el Pr?ncipe y el Soldadillo dijeron que era preciso sacar primero a la Princesa; que despu?s habr?a tiempo para comer y mucho m?s. Tuvieron que obedecer, porque donde manda capit?n no manda marinero, y el que manda, manda, y mano a la cartuchera; y sirvi?ndoles de gu?a Oid?n, Oid?n, hijo del buen Oidor, llegaron hasta un pozo. El Soldadillo busc? una barra de fierro y la atraves? en la boca del pozo; busc? despu?s unos cordeles y amarrando un extremo en la barra y el otro a su cintura, lo descolgaron.

Lo que sucedi? despu?s es digno de oirse.

Cuando lleg? al primer estado bajo tierra, el Soldadillo que entra a una sala muy hermosa y que se le presenta un enorme culebr?n con siete cabezas. El Soldadillo, que estaba curado de espantos, no se asust?, antes, echando pie atr?s, alz? el cuchillo y de un fuerte golpe le cort? a la Culebra una de sus cabezas. El Culebr?n di? un silbido que aturdi?, y desapareci? por un agujero; y el Soldadillo la sigui? de atr?s. Al llegar al segundo estado, nuevo combate; la Culebra quer?a enroscar con su cola al Soldadillo, pero ?ste, haci?ndole un quite, logr? pon?rsele al frente y cortarle otra de las cabezas. El Culebr?n arranc? como un condenado por un portillo y el Soldadillo se col? detr?s de ?l por el mismo portillo. Llegaron al tercer estado, la Culebra con cinco cabezas no m?s, y el Soldadillo, firme como un peral y con su cuchillo en la mano. Tercer combate; el Culebr?n quer?a enterrarle la lanceta de una de sus bocas, pero el Soldadillo en un dos por tres, ?z?s! le cort? otra cabeza. Ya no le quedaban al Culebr?n mas que cuatro cabezas, las mismas cuatro que le cort? mi valiente Soldadillo, una en cada estado a que el Culebr?n bajaba, hasta que llegaron al s?ptimo, en que le cort? la ?ltima y me lo dej? sin poder moverse m?s.

Ya tenemos al Soldadillo en el s?ptimo estado bajo tierra, libre del gigante y del Culebr?n y oyendo los quejidos de la Princesa, que no sab?a de qu? parte sal?an.

Buscando y buscando, da con una puerta, que abre con mucho cuidado y se encuentra dentro de una pieza tan grande y tan linda como no hab?a visto otra en su vida; estaba toda cubierta de oro y plata y alumbrada con muchos blandones, candelabros y ara?as, y en medio, tendida en el suelo, desmayada, la m?s hermosa Princesa que hayan visto ojos humanos. La carg? en brazos y la llev? en ellos hasta que lleg? al primer estado, y amarr?ndose all? nuevamente el cordel a la cintura, grit? que lo suspendieran. Cuando lleg? arriba, todos se quedaron con la boca abierta de ver tan hermosa Princesa, y al Pr?ncipe casi se le sal?a el coraz?n por la boca, tan fuertemente le saltaba.

Cuando la Princesa volvi? en s?, cont? que una vieja bruja la hab?a hechizado y encerrado en ese castillo, del cual nadie ten?a noticias, y que el encantamiento deb?a durar hasta que un pr?ncipe viniera a librarla.

El Pr?ncipe estaba muy feliz, porque hab?a encontrado a su Princesa; y despu?s de comer de los exquisitos manjares que hab?an encontrado preparados, el Pr?ncipe, no queriendo demorar su casamiento, orden? a And?n, And?n, hijo del buen Andaor, que cargara con todos y los llevara a la Corte del Rey, su padre.

?Bueno en el hombre forzudo! A todos se los ech? al hombro como si no pesaran m?s que una pluma, y en un par de d?as llegaron a la capital del reino, donde se celebr? el matrimonio con grandes fiestas y banquetes, y vivieron muchos a?os muy felices y dichosos y rodeados de hermosos hijos que se parec?an a ellos.

Despu?s de la boda, el Soldadillo y sus dem?s compa?eros pidieron licencia al Pr?ncipe para retirarse, y entonces ?ste y la Princesa les dieron a cada uno un gran talego de plata y al Soldadillo dos; y a los cuatro, trajes muy ricos, pues estaban muy agradecidos de ellos; porque sin And?n, And?n, hijo del buen Andaor, no habr?an podido llegar al castillo; sin Oid?n, Oid?n, hijo del buen Oidor, no habr?an sabido d?nde se encontraba la Princesa; sin Salt?n, Salt?n, hijo del buen Saltaor, no habr?an podido entrar al castillo; y sin el Soldadillo, la Princesa habr?a seguido encantada hasta ahora. Bien dicen que Dios, sin ser vaquero, todo lo rodea.

Y aqu? se acab? el cuento del Periquito Sarmiento, que estaba con la guatita al aire y el potito al viento; y pase por una mata de poroto para que Fulano me cuente otro.

Este era un Rey que no se alimentaba sino de pescados, y para que lo abasteciera de esta carne ten?a a su servicio a un viejecito que todos los d?as iba a pescar al mar. Le pagaba bien por su trabajo; pero lo ten?a amenazado con que le har?a cortar la cabeza el d?a que no le llevara provisi?n fresca de ellos.

Este viejecito viv?a en una peque?a casa cerca de la costa, en compa??a de su mujer, de dos hijas a quienes quer?a entra?ablemente, sobre todo a la menor, que era muy buena y cari?osa con ?l; y de una perrita, que todas las tardes, cuando volv?a con la pesca, sal?a a recibirlo.

Un d?a el viejecito no sac? nada en la red, a pesar de haberla arrojado muchas veces al agua; y lament?ndose de su mala suerte, se sent? en un pe?asco a llorar su desgracia, porque ve?a que su fin iba a llegar.

Llorando estaba cuando entre las olas asom? la cabeza un Pescadito colorado y le pregunt?:--<> El interpelado, entre sollozos, le cont? lo que le pasaba; que por m?s que hab?a echado las redes al mar, nada hab?a sacado, y que si no le llevaba pescados al Rey, ?ste le har?a cortar la cabeza.

El Pescadito le dijo entonces:--<>. El viejo le dijo que no ten?a inconveniente en aceptar esta condici?n, porque el pobre se figuraba que, como de costumbre, saldr?a a recibirlo la perrita.

El Pescadito orden? al anciano que echara la red; el viejo obedeci?, y pocos momentos despu?s la sacaba llena de congrios, corvinas, truchas y robalos, tan grandes, tan gordos y tan lindos como nunca los hab?a visto.

Se fu? muy contento a su casa, y cuando le faltaban unas dos cuadras para llegar a ella, sali? a encontrarlo su hija menor. Ya hab?a olvidado su promesa.

Estaba la familia del pescador sentada a la mesa tomando la sopa, cuando se oy? un fuerte silbido que ven?a del lado del mar; y s?lo entonces se acord? el anciano que ten?a que llevar a su hija menor para entreg?rsela al Pescadito. Al punto se puso muy triste, lo cual todas notaron. Entonces le pidieron que les dijera por qu? tan de repente se hab?a puesto as?, siendo que deb?a estar contento como nunca por haber tra?do tan buena pesca. Les cont? ?l lo que le hab?a pasado, y concluido su relato, la hija menor le dijo:--<>.

Llorando se fueron los dos para el mar; y cuando llegaron, el Pescadito, que estaba esper?ndolos, mand? al pescador que se subiese a una roca y dejara a su hija en la arena, porque las aguas iban a subir y se iban a tragar a la ni?a.

As? sucedi?. Subi? el mar y la ni?a desapareci?.

En cuanto descendieron las aguas, baj? el pobre viejo y se volvi? a su casa triste y lloroso.

Cuando la ni?a desapareci? debajo del agua, el Pescadito la llev? a un hermoso palacio que hab?a en el fondo del mar y le dijo que cuanto ve?a todo era de ella; pero que si quer?a vivir feliz, no encendiera ni f?sforo ni vela en la noche, porque en el momento que alumbrara su dormitorio, todo lo perder?a.

El palacio era m?s grande y mejor que el del Rey a quien serv?a su padre, y de nada faltaba en ?l. En el d?a estaba muy bien alumbrado, pero en la noche, en el instante mismo en que la ni?a se acostaba, quedaba sumido entre tinieblas.

Estaba custodiado por un enorme perro que se llamaba Leofricome, al cual--dijo el Pescadito a la ni?a--deber?a pedir todo lo que necesitase, con la seguridad de que al punto se ver?a servida.

Todas las noches, en cuanto la ni?a se met?a en la cama y el palacio se obscurec?a, sent?a que alguien se acostaba a su lado. Ard?a ella en deseos de saber qui?n era la persona que dorm?a con ella.

Una tarde que la ni?a paseaba, acompa?ada de Leofricome, por el huerto que hab?a en el fondo del palacio, vi? que en una rama de un peral muy alto estaba una tenquita cantando que se volv?a loca.

La ni?a pregunt? a Leofricome:--<> Leofricome le contest? que era su hermana, que al d?a siguiente se iba a casar y que ven?a a convidarla.

La ni?a le dijo:--<> Leofricome le contest? que s?, que hablara en la noche con el Pescadito cuando se acostara con ella.

La ni?a se qued? pensativa, porque cre?a que era un hombre el que dorm?a a su lado. Sin embargo, en la noche, completamente a obscuras, habl? con el s?r que la acompa?aba, y ?ste le di? el permiso que ped?a para ir a casa de sus padres; pero hasta por dos d?as solamente y debiendo ir acompa?ada de Leofricome.

Cuando lleg? a casa de sus padres, cargada de regalos para ellos y para su hermana, estaban en lo mejor de la fiesta.

Leofricome se qued? en la puerta cuidando que la ni?a no huyera, y ella se fu? adentro con sus padres a contarles todo lo que le hab?a pasado.

La madre le aconsej? que cuando se fuese llevara dos paquetes de velas y dos cajas de f?sforos y que encendiese una vela cuando en la noche sintiera roncar al Pescadito o al hombre que se acostaba en su cama.

Pasaron los dos d?as que la ni?a ten?a de permiso y volvi? con Leofricome al fondo del mar; y en la misma noche, deseosa de conocer al que compart?a el lecho con ella, en cuanto lo sinti? roncar encendi? una vela y vi? que era un pr?ncipe hermos?simo. Entusiasmada, para verlo mejor, inclin? la luz; pero, por su desgracia, cay? una gota de esperma sobre la mano derecha, que el Pr?ncipe ten?a fuera de la cama.

Con la impresi?n de calor que la esperma produjo en la piel de su mano, despert? el Pr?ncipe, la reprendi? muy airado, le dijo que ya no volver?a a verlo m?s e inmediatamente se transform? en pescadito colorado y se fu?.

Desde aquella noche se vi? en el palacio la luz de la luna y de las estrellas, lo mismo que en la tierra.

Despu?s de alg?n tiempo la ni?a tuvo un hijo que naci? con un candadito de oro en el est?mago.

Cuando ya se sinti? bien, fu? donde Leofricome y le dijo que quer?a volver a casa de sus padres. Leofricome le contest? que no pod?a salir del mar sin permiso del Pescadito, a no ser que quisiera ver muerto a su padre. Entonces ella le pregunt? que a d?nde podr?a irse, porque no quer?a vivir m?s en el palacio, que a cada paso le recordaba su desgracia.

Leofricome tom? un ovillo de hilo, y cogiendo la punta, lo lanz? con todas sus fuerzas; en seguida dijo a la ni?a que siguiese el camino que el hilo le indicaba y que ser?a bien recibida en la casa en que hab?a ido a dar la otra punta.

Despu?s de andar muchos d?as, porque el extremo del ovillo hab?a ca?do muy lejos, lleg? con su ni?o a unos corrales que pertenec?an al palacio de los padres del Pr?ncipe.

Cuando entraron, todos los animales se pusieron a bramar a la vez, y el Rey, al sentir tanto ruido, dijo a la Reina:--<>.--Fu? a los corrales, y encontr? a la ni?a que estaba d?ndole de mamar a la guagua. Los recogi? y los llev? al palacio.

Cuando el Rey y la Reina vieron que la guagua ten?a en el est?mago un candadito de oro, conocieron que era hijo del Pescadito, porque el Pescadito ten?a la misma se?al, y los recibieron como a hijos de ellos, a la madre y al ni?o, y todos com?an en la misma mesa.

Pasado alg?n tiempo, volvi? una noche el Pescadito a su palacio para ver si la ni?a continuaba siempre all?, porque segu?a am?ndola con mucho cari?o y no pod?a olvidarla. Cuando vi? que no estaba, escribi? una carta a sus padres en que les preguntaba si hab?an visto por casualidad a una ni?a de las se?as que les daba; y la mand? con Leofricome.

Los padres le contestaron que la ni?a por la cual les preguntaba deb?a de ser una que hac?a tiempo hab?a llegado a su palacio con una criaturita que ten?a un candadito de oro en el est?mago, y que ellos ten?an a su lado como a hijos.

Supo la ni?a que el Pescadito iba a ir a buscarla y temiendo que fuera con intenciones de matarlos a ella y a su hijo, huy?, sin decir nada, para unas monta?as y se ocult? en un bosque.

Lleg? el Pescadito y se encontr? con que la madre y el ni?o hab?an desaparecido. Sali? inmediatamente a buscarlos, y despu?s de mucho tiempo y de grandes trabajos, los encontr? en el bosque.

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