Read Ebook: Novelas ejemplares y amorosas by Zayas Y Sotomayor Mar A De
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Ebook has 3944 lines and 256078 words, and 79 pages
NOTA DE TRANSCRIPCI?N
NOVELAS EJEMPLARES Y AMOROSAS
DO?A MAR?A DE ZAYAS Y SOTOMAYOR,
NATURAL DE MADRID.
PRIMERA Y SEGUNDA PARTE.
PAR?S. BAUDRY, LIBRER?A EUROPEA. N? 3, QUAI MALAQUAIS, CERCA DEL PUENTE DES ARTS. -- 1847.
NOVELAS EJEMPLARES Y AMOROSAS DE DO?A MAR?A DE ZAYAS Y SOTOMAYOR, NATURAL DE MADRID.
PRIMERA PARTE.
INTRODUCCI?N.
Junt?ronse a entretener a Lisis, hermoso milagro de la naturaleza y prodigioso asombro de esta corte , la hermosa Lisarda, la discreta Matilde, la graciosa Nise y la sabia Filis, todas nobles, ricas, hermosas y amigas, una tarde de las cortas de diciembre, cuando los hielos y terribles nieves dan causa a guardar las casas y gozar de los prevenidos braseros que en competencia del mes de julio quieren hacer tiro a las cantimploras, y lisonjear las damas para que no echen menos el prado, el r?o, y las dem?s holguras que en Madrid se usan.
Pues como fuese tan cerca de Navidad, tiempo alegre y digno de solemnizarse con fiestas, juegos y burlas, habiendo gastado la tarde en honestos y regocijados coloquios, porque Lisis, con la agradable conversaci?n de sus amigas, no sintiese el enfadoso mal, concertaron entre s? un sarao, entretenimiento para la Nochebuena y los dem?s d?as de Pascua; convidando para este efecto a don Juan, caballero mozo, gal?n, rico y bien entendido, primo de Nise y querido due?o de la voluntad de Lisis, a quien pensaba ella entregar en leg?timo matrimonio las hermosas prendas de que el cielo la hab?a hecho gracia; si bien don Juan, aficionado a Lisarda, prima de Lisis, a quien deseaba para due?o, negaba a Lisis la justa correspondencia de su amor, sintiendo la hermosa dama el tener a los ojos la causa de sus celos y haber de fingir agradable risa en el semblante, cuando el alma, llorando mortales sospechas, hab?a dado motivo a su mal y ocasi?n a su tristeza, y m?s viendo que Lisarda, contenta como estimada, soberbia como querida, y falsa como competidora, en todas ocasiones llevaba lo mejor de la amorosa competencia.
Convidado don Juan a la fiesta, y agradecido por principal de ella, a petici?n de las damas se acompa?? de don ?lvaro, don Miguel, don Alonso y don Lope, en nada inferiores a don Juan, por ser todos en nobleza, gala y bienes de fortuna iguales y conformes, y todos aficionados a entretener el tiempo discreta y regocijadamente: juntos pues todos en un mismo acuerdo, dieron a la bella Lisis la presidencia de este gustoso entretenimiento, pidi?ndole que ordenase a cada uno lo que se hab?a de hacer; la cual excus?ndose como enferma, vi?ndose importunada de sus amigas, sustituyendo a su madre en su lugar, que era una noble y discreta se?ora a quien el enemigo com?n de las vidas quit? su amado esposo, se sali? de la sala, obligaci?n en que sus amigas la hab?an puesto.
Laura, que este es el nombre de la madre de Lisis, reparti? en esta forma la entretenida fiesta: a Lisis su hija, que como enferma se excusaba, y era raz?n, dio cargo de prevenir de m?sicos la fiesta; y para que fuese m?s gustosa, mand? expresamente que les diese las letras y romances que en todas cinco noches se hubiesen de cantar.
A Lisarda, su sobrina, y a la hermosa Matilde mand? que inventasen una airosa m?scara, en que ellas y las otras damas con los caballeros mostrasen su gala, donaire, destreza y bizarr?a la primera noche despu?s de haber danzado.
Y porque los caballeros no se quejasen de que a las damas se les daba la preeminencia, mezclando a los unos con los otros, sali? la segunda noche por don ?lvaro y don Alonso; la tercera, a Nise y Filis; la cuarta, a don Miguel y don Lope; y la quinta y ?ltima noche, a la misma Laura, y que la acompa?ase don Juan: feneciendo la pascua con una grandiosa cena que quiso Lisis, como la principal de la fiesta, dar a los caballeros y damas, para la cual convidaron a los padres de los caballeros y a las madres de las damas, por ser todas ellas sin padres y estos sin madres, que la muerte no deja a los mortales los gustos cumplidos.
Lisis, a quien tocaba dar principio a la fiesta, hizo buscar dos m?sicos, los m?s diestros que pudieron hallarse, para que acompa?asen con sus voces la ang?lica suya, que con este favor quiso engrandecerla.
Quedaron avisados que al recogerse el d?a y descoger la noche el negro manto, luto bien merecido por el rubicundo se?or de Delfos, que por dar a los indios los alegres d?as daba a nuestro hemisferio con su ausencia oscuras sombras, se juntasen todos para solemnizar la noche buena con el concertado entretenimiento en el cuarto de la hermosa Lisis, en una sala que aderezada de unos costosos pa?os flamencos, cuyos boscajes, flores y arboledas parec?an las selvas de Arcadia, o los pensiles huertos de Babilonia.
Coronaba la sala un rico estrado con almohadas de terciopelo verde, a quien las borlas y guarniciones de plata hermoseaban sobremanera: haciendo competencia a una vistosa camilla, que al lado del vario estrado hab?a de ser trono, asiento y resguardo de la bella Lisis, que como enferma pudo gozar de esta preeminencia, y era asimismo de brocado verde, con flecos y alamares de oro.
Estaba ya la sala cercada toda alrededor de muchas sillas de terciopelo verde y de infinitos taburetes peque?os, para que, sentados en ellos los caballeros, pudiesen gozar de un brasero de plata que, alimentado de fuego y diversos olores, cog?a el estrado de parte a parte.
Desde las tres de la tarde empezaron las se?oras, y no solo las convidadas sino otras muchas, que a las nuevas del entretenido fest?n se convidaron ellas mismas a ocupar los asientos, recibidas con grand?simo agrado de la discreta Laura y hermosa Lisis, que, vestida de la color de sus celos, ocupaba la camilla, que por la honestidad y decencia, aunque era el d?a de la cuartana, quiso estar vestida.
Ya la sala parec?a a los campos alumbrados del rubio Apolo cuando, vertiendo risa, alegran los ojos que los miran; tantas eran las velas que daban luz a la rica sala, cuando los m?sicos, que cerca de la cama de Lisis ten?an sus asientos, prevenidos de un romance que despu?s de haber danzado se hab?a de cantar, empezaron con una gallarda a convidar a las damas y caballeros a ir saliendo de una cuadra con hachas encendidas en las manos para que fuese m?s bien vista su gallard?a.
El primero que dio principio al airoso paseo fue don Juan, que por gu?a y maestro empez? solo, tan gal?n, de pardo, que llevaba los ojos de cuantos le ve?an, cuyos botones y cadenas de diamantes parec?an estrellas. Siguiole Lisarda y don ?lvaro, ella de las colores de don Juan y ?l de las de Matilde, a quien sacrificaba sus deseos. Ven?a la hermosa dama de noguerado y plata; acompa??bale don Alonso, gal?n, de negro, porque sali? as? Nise, saya entera de terciopelo liso sembrada de botones de oro; tra?ala de la mano don Miguel, tambi?n de negro, porque aunque miraba bien a Filis no se atrevi? a sacar sus colores, temiendo a don Lope por haber salido como ella de verde, creyendo que ser?a due?o de sus deseos.
Habiendo don Juan mostrado en su gala un desenga?o a Lisis de su amor, viendo a Lisarda favorecida hasta en las colores, la cual, dispuesta a disimular, se comi? los suspiros y ahog? las l?grimas, dando lugar a los ojos para ver el donaire y destreza con que dieron fin a la airosa m?scara, con tan intrincadas vueltas y graciosos laberintos, lazos y cruzados que quisieran que durara un siglo.
Mas viendo a Lisis que, con pedazos de cristal, acompa?ada de los dos m?sicos, quer?a ense?ar en la destreza de su voz sus gracias, tomando asiento todos por su orden, dieron lugar a que se cantara este romance:
Escuchad, selvas, mi llanto, O?d, que a quejarme vuelvo, Que nunca a los desdichados Les dura m?s el contento.
Otra vez hice testigos A vuestros olmos y fresnos, Y a vuestros puros cristales De la ingratitud del cielo.
O?steis tiernas mis quejas, Y entretuvisteis mis celos Con la m?sica amorosa De estos mansos arroyuelos.
Vio tierno su sinraz?n, Prob? mi firmeza Celio, Procur? pagar finezas, Sino que se cans? presto.
Sal? a gozar mis venturas, Alegre de ver que en premio De mi amor, si no me amaba, Le agradec?a a lo menos.
Peque?a juzgaba el alma, De su viveza aposento, Estimando por favores Sus desdenes y despegos.
Adoraba sus enga?os, Aumentando en mis deseos Sus gracias para adorarle, ?Qu? enga?ado devaneo!
?Qui?n pensara, due?o ingrato, Que estas cosas que refiero Aumentaran de tu olvido El apresurado intento?
Bien haces de ser cruel, Injustamente me quejo, Pues siempre son los dichosos Aquellos que quieren menos.
Tu amor murmura la aldea, Mirando en tu pensamiento Nuevo due?o de tu gusto, Y en tus ojos nuevo empleo.
Y como te quiero, lloro tu olvido, Y tus desdenes siento.
No fuera verdaderamente agradecido tan ilustre auditorio si no diera a la hermosa Lisis las gracias de su voz; y as?, con las m?s corteses y discretas razones que supo don Francisco, padre de don Juan, en nombre de todos mostr? cu?nto estimaban tan engrandecido favor, dando con esto a la hermosa dama, a pesar del mal, aumento a su belleza con los nuevos colores que a su rostro vinieron, y a don Juan, para caer en la cuenta de su poco agradecimiento; si bien volviendo a mirar a Lisarda, volvi? a enredarse en los lazos de su hermosura, m?s vi?ndola prevenirse de asiento m?s acomodado para referir la maravilla que le tocaba decir esta primera noche; la cual viendo que todos, colgados de su dulce boca y bien entendidas palabras, aguardaban que empezase, buscando las m?s discretas que pudo delatarle su claro entendimiento y extremado donaire, dijo as?:
NOCHE PRIMERA.
NOVELA PRIMERA.
AVENTURARSE PERDIENDO.
El nombre, hermos?simas damas y nobles caballeros, de mi maravilla es Aventurarse perdiendo; porque en el discurso de ella ver?is c?mo, para ser una mujer desdichada, cuando su estrella inclina a serlo, no bastan ejemplos ni escarmientos: si bien servir? el o?rla de aviso para que no se arrojen al mar de sus desenfrenados deseos, fiadas en la barquilla de su flaqueza, temiendo que en ?l se aneguen, no solo las flacas fuerzas de las mujeres, sino los claros y heroicos entendimientos de los hombres, cuyos enga?os es raz?n que se teman, como se ver? en mi maravilla, que es la siguiente.
Por entre las ?speras pe?as de Monserrate, suma y grandeza del poder de Dios y milagrosa admiraci?n de las excelencias de su divina Madre, donde se ven en divinos misterios efectos de sus misericordias, pues sustenta en el aire la punta de un empinado monte a quien han desamparado los dem?s, sin m?s ayuda que la que le da el cielo, que no es la de menos consideraci?n el milagroso y sagrado templo, tan adornado de riquezas como de maravillas: tantos son los milagros que hay en ?l, y el mayor de todos aquel verdadero retrato de la seren?sima reina de los ?ngeles y se?ora nuestra.
Despu?s de haberla adorado, ofreci?ndola el alma llena de devotos afectos, y mirando con atenci?n aquellas grandiosas paredes, cubiertas de mortajas y muletas, con otras infinitas insignias de su poder, sub?a Fabio, ilustre hijo de la noble villa de Madrid, lustre y adorno de su grandeza, pues con su excelente entendimiento y conocida nobleza, amable condici?n y gallarda presencia, la adorna y enriquece tanto como cualquiera de sus valerosos fundadores, y de quien ella, como madre, se precia mucho.
Llevaba este virtuoso mancebo por tan ?speras malezas deseos piadosos de ver en ellas las devotas celdas y penitentes monjes que han muerto al mundo por vivir para el cielo.
Despu?s de haber visitado algunas, y recibiendo sustento para el alma y cuerpo, y considerando la santidad de sus moradores, pues obligan con ella a los fugitivos pajarillos a venir a sus manos a comer las migajas que les ofrecen; caminando a lo m?s remoto del monte por ver la nombrada cueva que llaman de san Ant?n; as? por ser la m?s ?spera, como prodigiosa, respecto de las cosas que all? se ven, tanto de las penitencias de los que la habitan, como de los asombros que les hacen los demonios; que se puede decir que salen de ellas con tanta calificaci?n de esp?ritu, que cada uno por s? es un san Ant?n.
Cansado de subir por una estrecha senda, respecto de no dar lugar su aspereza a ir de otro modo que a pie, y haber dejado en el convento la mula y un criado que le acompa?aba, se sent? a la margen de un peque?o arroyuelo, que derramando sus perlas entre menudas yerbecillas, descolg?ndose con sosegado rumor de una hermosa fuente, que en lo alto del monte goza regalado asiento, pareciendo all? fabricada m?s por manos de ?ngeles que de hombres, para recreo de los santos ermita?os que en ?l habitan; cuya m?sica y cristalina risa, ya que no la ve?an los ojos, no dejaba de agradar a los o?dos.
Y como el caminar a pie, el calor del sol y la aspereza del camino le quitasen parte del animoso br?o, quiso recobrar all? el perdido aliento.
Apenas dio vida a su cansada respiraci?n, cuando lleg? a sus o?dos una voz muy suave, que en bajos acentos mostraba no estar muy lejos el due?o. La cual tan baja como triste, por servirle de instrumento la humilde corriente, y pensando que nadie la escuchaba, cant? as?:
?Qui?n pensara que mi amor, Escarmentado en mis males, Cansado de mis desdichas, No hubiera muerto cobarde?
?Qui?n le vio escapar huyendo De ingratitudes tan grandes, Que crea que en nuevas penas Vuelva de nuevo a enlazarme?
Mal hayan de mis finezas Tan descubiertas verdades, Y mal haya quien llam? A las mujeres mudables.
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