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Read Ebook: Novelas de Voltaire — Tomo Primero by Voltaire

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Ebook has 107 lines and 20657 words, and 3 pages

Novelas de Voltaire Tomo Primero

Contents:

Como Anda el Mundo, Vision de Babuco Memnon, o La Cordura Humana Micromegas, Historia Filosofica Historia de un Buen Brama, Los Dos Consolados

COMO ANDA EL MUNDO, VISION DE BABUCO,

ESCRITA POR ?L PROPIO.

Entre los genios que ? los imperios del mundo presiden, ocupa Ituriel uno de los primeros puestos, y tiene ? su cargo el departamento de la alta Asia. Bax? una ma?ana ? la mansion del Escita Babuco, ? orillas del Ox?, y le dixo as?: Babuco, los Persas han incurrido en nuestro enojo por sus excesos y sus desvar?os, y ayer se celebr? una junta de genios de la alta Asia para decidir si habian de castigar ? destruir ? Persepolis. Vete ? este pueblo, exam?nalo todo; me dar?s cuenta, y por tu informe determinar? si he de castigar ? exterminar la ciudad. Yo, se?or, respondi? humildemente Babuco, ni he estado nunca en Persia, ni conozco en todo aquel imperio ? ninguno. Mas vale as?, dixo el ?ngel, que no ser?s parcial. Del cielo recibiste sagacidad, y yo a?ado el don de inspirar confianza: ve, mira, escucha, observa, y nada temas, que en todas partes ser?s bien visto.

Mont? pues Babuco en su camello, y se march? con sus sirvientes. Al cabo de algunas jornadas, encontr? en los valles de Senaar el ex?rcito persa que iba ? pelear con el ex?rcito indio; y dirigi?ndose ? un soldado que hall? en un parage remoto, le pregunt? qual era el motivo de la guerra. Por los Dioses celestiales, que no lo s?, dixo el soldado, ni me importa; mi oficio es matar ? que me maten para ganar mi vida: servir aqu? ? all?, es para m? todo uno; y aun puede ser que me pase ma?ana al campo de los Indios, que dicen que dan ? los soldados cerca de media-dracma de cobre al dia mas que en este maldito servicio de Persia. Si quereis saber porque pelean, hablad con mi capitan. Babuco, despues de haber hecho un regalejo al soldado, entr? en el campo, y habiendo hecho conocimiento con el capitan le pregunt? el motivo de la guerra. ?C?mo quereis que lo sepa yo? ?y qu? me importa, sea el que quiera? Yo resido ? doscientas leguas de distancia de Persepolis; me dicen que se ha declarado la guerra, y al punto dexo mi familia, y, como es costumbre, voy ? buscar fortuna ? la muerte, porque no tengo otra cosa que hacer. ?Y vuestros camaradas, dixo Babuco, no estan tampoco mas instruidos que vos? No, dixo el oficial: solamente nuestros principales s?trapas son los que ? punto fixo saben porque nos degollamos.

At?nito Babuco se introduxo con los generales, y se insinu? en su familiaridad. Al fin le dixo uno de ellos: La causa de la guerra que asuela veinte a?os ha el Asia, procede en su or?gen de una contienda de un eunuco de una de las mugeres del gran rey de Persia, con un oficinista del gran rey de las Indias. Trat?base de un derecho que producia con corta diferencia un tri?simo de darico; y como tanto el primer ministro de Indias como el nuestio sustent?ron con dignidad los derechos de su amo respectivo, se inflam?ron los ?nimos, y sali?ron ? campa?a de cada parte un millon de soldados. Cada a?o es necesario reclutar estos ex?rcitos con quatrocientos mil hombres. Crecen las muertes, los incendios, las ruinas y las talas; padece el universo, y sigue la enemiga. Nuestro ministro y el de Indias protestan con mucha freq?encia que no les mueve otra cosa que la felicidad del linage humano; y ? cada protesta se destruye alguna ciudad, ? se asuelan algunas provincias.

Habi?ndose al otro dia esparcido la voz de que se iba ? firmar la paz, dieron el general indio y el persa ? toda priesa la batalla, que fue sangrienta. Vi? Babuco todos los yerros y todas las abominaciones que se cometi?ron, y fu? testigo de las maquinaciones de los principales s?trapas, que hici?ron quanto estuvo en su mano para que la perdiera su general: vi? oficiales muertos por su propia tropa; vi? soldados que acababan de matar ? sus moribundos camaradas, por quitarles algunos andrajos ensangrentados, rotos y cubiertos de inmundicia; entr? en los hospitales adonde llevaban ? los heridos, que perec?an casi todos por la inhumana negligencia de los mismos que pagaba ? peso de oro el rey de Persia para que los socorriesen. ?Son hombres estos, exclamaba Babuco, ? son fieras? Ha, bien veo que ha de ser destruida Persepolis.

Preocupado con esta idea pas? al campo de los Indios, donde, conforme ? lo que se le habia pronosticado, le recibi?ron con tanto agasajo como en el de los Persas, y donde presenci? los mismos excesos que le habian llenado de horror. Ha, ha, dixo para s?, si quiere el ?ngel Ituriel exterminar ? los Persas, tambi?n tiene que exterminar ? los Indios el ?ngel de las Indias. Habi?ndose informado luego mas menudamente de quanto en ambos ex?rcitos habia sucedido, supo acciones magn?nimas, generosas y humanas, que le pasm?ron y le embeles?ron. Inexplicables mortales, exclam?, ?c?mo pod?is juntar con tanta torpeza tanta elevacion, y tantas virtudes con tantos delitos?

Declar?se en breve la paz, y los caudillos de ambos ex?rcitos, que por solo su interes habian hecho verter la sangre de tantos semejantes suyos, se fu?ron ? solicitar el premio ? su corte respectiva, puesto que ninguno habia ganado la victoria. Celebr?se la paz en escritos p?blicos que anunciaban el reyno de la virtud y de la felicidad en la tierra. Loado sea Dios, dixo Babuco; Persepolis va ? ser la mansion de la mas acendrada inocencia, y no ser? destruida, como querian aquellos malditos genios: vamos sin mas tardanza ? ver esta capital del Asia.

Lleg? ? esta inmensa ciudad por la antigua entrada, aun sumida en la barbarie, y que inspiraba asco por su rudo desali?o. Sent?ase toda esta porcion del pueblo del tiempo en que se habia edificado; que hemos de confesar, sea qual fuere el empe?o de ex?ltar lo antiguo ? costa de lo moderno, que en todas cosas las primeras pruebas siempre son toscas.

Meti?se Babuco entre una muchedumbre de gent?o compuesto de quanto mas puerco y mas feo en ?mbos sex?s pueda hallarse, la qual entraba ? toda priesa en un obscuro y tenebroso recinto. El continuo zumbido, el movimiento que notaba, y el dinero que en un platillo algunas personas echaban, le di? ? entender que estaba en un p?blico mercado; pero quando vi? que muchas mugeres se hincaban de rodillas, mirando al parecer ? lo que tenian enfrente, y en realidad ? los hombres de lado, ech? de ver que se hallaba en un templo. Unas voces ?speras, carrasque?as, desentonadas y gangosas hacian que en mal articulados sonidos la b?veda resonara, parecidas ? la voz de los animales cerdudos que en las llanuras de la Mancha responden al corvo y agudo instrumento que los llama. Tap?base los o?dos; mas tuvo luego que taparse ojos y narices, quando vi? que entraban en el templo unos zafios con palas y azadones. Levantaron estos una ancha piedra; tir?ron ? mano derecha y ? mano izquierda una tierra que exhalaba un hedor intolerable; pusieron luego un muerto en el hueco que hab?an hecho, y volvi?ron ? sentar la piedra. ?Con que entierran estas gentes, exclam? Babuco, ? sus muertos en los sitios mismos donde adoran la divinidad! ?con que estan empedrados con cad?veres sus templos! Ya no me espanto de las pestilenciales dolencias que con tanta freq?encia afligen ? Persepolis; capaz es de envenenar todo el globo terraq?eo la podredumbre de tantos muertos y de tantos vivos ape?uscados en un mismo sitio. ?Ha, qu? sucio pueblo es Persepolis! Sin duda que la quieren destruir los ?ngeles, para edificar otra Ciudad mas hermosa, y poblarla de gentes mas aseadas, y que mejor canten: la Providencia sabe lo que se hace; no nos metamos en quitarle su idea.

Acerc?base ya el sol ? la mitad de su carrera, y tenia Babuco que ir ? comer al otro extremo del pueblo, ? casa de una dama para quien le habia dado carta de recomendacion su marido que era oficial en el ex?rcito. Anduvo por mil y mil calles de Persepolis; vi? otros templos mas bien adornados, adonde concurria gente mas culta, y donde se o?a una harm?nica m?sica; repar? en fuentes p?blicas, que aunque defectuosas hacian maravilloso efecto; vi? frescas y amenas calles de ?rboles, jardines donde se respiraban los mas exquisitos olores, y se v?an reunidas plantas de los mas remotos pueblos. Maravill?se al ver magn?ficos puentes, puesto que estaban destinados ? pasar un arroyuelo que sin mojarse los pi?s se vadea las quatro quintas partes del a?o; pas? por calles anchas y magn?ficas, llenas de palacios ? una y otra acera, y entr? por fin en casa de la dama que con una sociedad de personas decentes le esperaba ? comer. Estaba su casa limpia y bien adornada; la se?ora era moza, hermosa, discreta y cort?s, y la sociedad amable; y decia Babuco entre s?: Sin duda que habia perdido el juicio el ?ngel Ituriel, quando queria destruir una ciudad tan cumplida. Mas advirti? muy breve que la se?ora, que al principio le habia pedido amorosamente nuevas de su marido, al fin de la comida hablaba mas amorosamente ? un mago mozo. Luego vi? que un magistrado delante de su propia muger hacia mil halagos ? una viuda, la qual estrechaba con una mano el cuello del magistrado, y daba la otra ? un mozo muy lindo y modesto. La primera que se levant? de la mesa fu? la muger del magistrado, que se encerr? en un gabinete inmediato para conferenciar con su director de almas, hombre eloq?ent?simo, que con tal energ?a hubo de discurrir con ella, que volvi? abochornado el rostro, humedecidos los ojos, la voz tr?mula, y los pasos vacilantes.

Babuco ent?nces se empez? ? rezelar de que tenia razon el genio Ituriel. Con el dote que tenia de grangearse la confianza, supo aquel dia mismo los secretos de la dama, la qual le fi? su cari?o al mago mozo, asegur?ndole que en todas las casas de Persepolis encontraria lo mismo que en la suya habia visto. Infiri? Babuco que no podia durar semejante sociedad; que todas las casas habian de estar asoladas por zelos, venganzas y rencillas; que sin cesar habian de verterse l?grimas y sangre; que infaliblemente habian de matar los maridos ? los cortejos de sus mugeres, ? de ser muertos por ellos; finalmente que hacia Ituriel muy bien en destruir de una vez un pueblo abandonado ? horrendos des?rdenes.

Fu?se despues de comer ? uno de los mas soberbios templos de la ciudad, y se sent? en medio de una muchedumbre de hombres y mugeres que habian ido all? ? matar el tiempo. Subi? un mago ? una m?quina alta, y discurri? largo tiempo acerca del vicio y la virtud; y habiendo dividido en varias partes lo que no era menester dividir, prob? met?dicamente las cosas mas claras, ense?? lo que sabia todo el mundo, se exalt? sin motivo, y sali? sudando y sin respiracion. Despert?se entonces la gente, y crey? que habia asistido ? una instruccion. Babuco dixo: Este buen hombre ha hecho quanto ha podido por fastidiar ? doscientos ? trescientos conciudadanos suyos; pero su intencion era buena, y esto no es motivo para destruir ? Persepolis.

Llev?ronle, al salir de esta asamblea, ? que viera una fiesta p?blica que se celebraba todos los dias del a?o en una especie de bas?lica, en cuya parte interior se v?a un palacio. Formaban tan hermoso espect?culo las ciudadanas mas hermosas de Persepolis, y los principales s?trapas colocados en ?rden, que al principio crey? Babuco que se reducia ? esto la fiesta. En breve se dex?ron ver en el vest?bulo de este palacio dos ? tres personas que parecian reyes y reynas; su idioma era muy distinto del que estilaba el vulgo, y tenia ritmo, harmon?a y sublimidad. No se dormia nadie, que todos en alto silencio escuchaban, y si le interrumpian, era para dar pruebas de admiracion y ternura general; y con tan vivos y bien sentidos t?rminos se hablaba de las obligaciones de los reyes, del amor de la virtud, y de los riesgos de las pasiones, que arranc?ron l?grimas ? Babuco: el qual no dud? que fuesen los predicadores del imperio aquellos h?roes y heroinas y aquellos reyes y reynas que acababa de oir, y hasta hizo prop?sito de persuadir ? Ituriel que los viniese ? escuchar, cierto de que semejante espect?culo le reconciliaria con Persepolis para siempre.

Concluida la fiesta, quiso visitar ? la reyna principal que en aquel hermoso palacio habia anunciado tan sublime y acendrada moral. Hizo que le introduxeran en casa de su magestad; y le llev?ron por una mala escalerilla ? un segundo piso, donde hall? en un aposento pobremente alhajado una muger mal vestida, que con noble y pat?tico ademan le dixo: Mi oficio no me da para vivir; uno de los pr?ncipes que habeis visto me ha hecho un hijo: estoy para parir: no tengo dinero, y sin dinero todo parto es un mal parto. Babuco le di? cien daricos de oro, diciendo: Si no hubiera cosas peores en la ciudad, poco motivo tuviera Ituriel para estar tan enojado.

Fu? de all? ? pasar la tarde ? las tiendas de mercaderes de magnificencias superfluas. Llev?le un sugeto inteligente que se habia hecho amigo suyo, compr? lo que hall? de su gusto, y con muchas cortes?as se lo vendi?ron mucho mas caro de lo que valia. Quando hubo vuelto ? casa, le hizo ver su amigo que le habian estafado; y apunt? Babuco en su libro de memoria el nombre del mercader, para que el dia del castigo de la ciudad no le echara Ituriel en olvido. Estando escribiendo, llam?ron ? la puerta, y entr? el mercader que le tra?a ? Babuco su bolsillo que se habia dexado olvidado encima del mostrador. ?C?mo es posible, dixo Babuco, que seais tan generoso y escrupuloso, despues de haber tenido cara para venderme vuestras buxer?as quatro tanto mas de lo que valen? No hay en toda la ciudad, le respondi? el mercader, negociante ninguno algo conocido, que no hubiese venido ? traeros el bolsillo; mas quando os han dicho que os he vendido lo que en mi tienda habeis comprado el quadruplo de su valor, os han enga?ado, porque os lo he vendido diez veces mas de lo que ello vale; y esto es tan cierto, que si dentro de un mes os quereis deshacer de ello, no os dar?n ni el diezmo: y no hay empero cosa mas conforme ? razon, porque siendo el antojo de los hombres lo que da valor ? estas frusler?as, ese mismo antojo da de comer ? cien obreros que empleo yo, y ? m? me da una casa bien puesta, un buen coche, y buenos caballos. Este antojo es quien vivifica la industria, y mantiene el fino gusto, la circulacion y la abundancia. A las naciones comarcanas les vendo mucho mas caras que ? vos esas mismas frioleras, y de este modo sirvo con provecho al imperio. Par?se Babuco pensativo un, rato, y le borr? luego de su libro.

No sabiendo que pensar de Persepolis, se determin? ? visitar ? los magos y ? los literatos, lisonje?ndose de que alcanzarian estos el perdon de todo lo restante del pueblo, porque unos se aplican ? la sabidur?a, y ? la religion los otros. La ma?ana siguiente fu? ? visitar un colegio de magos, y le confes? el archimandrita que tenia trescientos mil escudos de renta por haber hecho voto de pobreza, y que exercia una vasta jurisdiccion en virtud de otro voto de humildad. Dicho esto, dex? ? Babuco en manos de un aprendiz de mago, para que le obsequiase.

Retir?se ? su casa, mand? que le compraran libros nuevos para calmar su enfado, y convid? ? comer ? varios literatos para su recreo. Lleg?ron mas del doble de los que habia llamado, como acuden las avispas ? la miel. No se daban vado estos gorreros ? hablar y ? engullir, y elogiaban dos clases de hombres, los muertos y ellos propios, mas nunca ? sus coet?neos, exceptuando el amo de casa. Si decia uno un dicho agudo, baxaban los demas los ojos, y se mordian la lengua de sentimiento de no ser ellos los autores. Eran m?nos cautelosos que los magos porque no aspiraba su ambicion ? tan altos objetos, solicitando cada uno un empleo de sirviente y la reputacion de grande hombre. Dec?anse en su cara denuestos, que se les figuraban agudos epigramas. Hab?aseles traslucido algo de la comision de Babuco, y uno de ellos en voz baxa le suplic? que exterminase ? un autor que no le habia dado suficientes elogios; otro lo pidi? la p?rdida de un ciudadano que en sus comedias nunca se re?a; y otro la extincion de la academia, porque jamas habia podido conseguir ser su individuo. Acabada la comida, se fueron solos todos, porque en toda esta caterva no habia dos que se pudieran sufrir, ni se hablaban mas que en las casas de los ricos que ? su mesa los convidaban. Crey? Babuco que poqu?simo se perdia con que pereciese toda esta landre en la general destruccion.

Ap?nas se zaf? de ellos, se puso ? leer algunos de los libros que acababan de publicarse, y advirti? en ellos el car?cter de sus convidados. Indign?ronle mas que todo las gacetillas de calumnias, y los archivos de mal gusto dictados por la envidia, la hambre y la torpeza; viles s?tiras que respetan los buytres y despedazan las palomas; novelas faltas de imaginacion, donde se ven mil retratos ideales de sugetos que sus autores no conocen. Tir? al fuego todos estos detestables escritos, y sali? aquella tarde de casa, para ir al paseo. Present?ronle ? un literato anciano que no habia venido ? aumentar el n?mero de sus pegotes. Esquivaba este la muchedumbre, conocia ? los hombres, sabia servirse de ellos, y se explicaba con cordura. Habl?le Babuco con mucho sentimiento de quanto habia visto y leido. Cosas muy despreciables habeis leido, le dixo el cuerdo letrado; pero en todos tiempos y en todo pais es muy comun lo malo, y rar?simo lo bueno. Habeis dado acogida en vuestra mesa ? las heces de la pedanter?a, porque en toda profesion lo que siempre se presenta con mas descaro es lo que m?nos merece salir ? la plaza. Viven unos con otros, sosegados y en el retiro, los verdaderos sabios, y aun no nos faltan libros y autores que son acreedores ? vuestra atencion. Mi?ntras que estaba hablando, lleg? otro literato, y fu?ron sus razonamientos tan instructivos y agradables, tan superiores ? las preocupaciones, y tan conformes con la virtud, que confes? Babuco que nunca habia oido semejante cosa. Hombres son estos, decia para s?, ? quien no se atrever? el ?ngel Ituriel ? hacer mal, ? m?nos que sea muy despiadado.

No conservaba m?nos enojo contra lo demas de la nacion, puesto que se habia reconciliado con los literatos. Sois un extrangero, le dixo el hombre juicioso que le hablaba, y se os presentan de tropel los abusos, mi?ntras que se os esconde el bien oculto, y que no pocas veces de estos mismos abusos resulta. Supo ent?nces que habia entre los literatos muchos que no eran envidiosos, y hasta entre los magos algunos que eran virtuosos. Al fin entendi? que estos grandes cuerpos, que con sus choques preparaban al parecer su ruina com?n, eran en la realidad fundaciones provechosas; que cada asociacion de magos era un freno para sus ?mulas; que si ? veces estas diferian de opinion, todas ense?aban una moral misma; que instru?an el pueblo, y sujetas ? las leyes: semejantes ? los preceptores que zelan los hijos de casa, mi?ntras que ? ellos los zela el amo. Trat? ? muchos, y encontr? entre ellos almas celestiales; y supo que entre aquellos mismos locos que querian poner guerra al Gran Lama, habia varones eminentes. Sospech? al cabo que podian ser lo mismo las costumbres de Persepolis que sus edificios, que unos le habian parecido dignos de l?stima, y otros le habian sobrecogido en admiracion.

Dixo un dia al literato: Ahora conozco que los magos, que por tan peligrosos habia tenido, pueden ser muy provechosos, especialmente quando un prudente gobierno estorba que se grangeen sobrado influxo: ?pero qu? utilidades, pueden resultar de las colosales riquezas de los asentistas y agentes del fisco? Aquel mismo dia vi? que la opulencia de estos, que tanto le habia repugnado, producia ? veces mucho fruto, porque habiendo necesitado dinero el soberano, hall? en una hora por su medio lo que por las vias ordinarias no hubiera en seis meses encontrado; y se convenci? de que estas pardas nubes, alimentadas con el roc?o de la tierra, le restitu?an en lluvias lo que de ellas recibian: aparte de que los hijos de estos hombres nuevos, por lo comun mas bien educados que los de las mas antiguas familias, valian mucho mas que estos; porque tener por padre un buen calculador no quita que sea uno juez recto, valiente soldado, ? h?bil estadista.

Poco ? poco perdonaba Babuco la codicia del asentista, que en la realidad no es ni mas ni m?nos codicioso que los demas, y que es indispensable; disculpaba la locura de disipar su caudal por hacer la guerra, que era or?gen de tantas b?licas proezas; y perdonaba los zelos de los literatos, entre quienes se hallaban sugetos que ilustraban el mundo: se reconciliaba con los magos ambiciosos y tramoyistas, que con peque?os vicios juntaban grandes virtudes; puesto que le quedaban no pocos escr?pulos, especialmente sobre los galanteos de las damas, y las horrendas conseq?encias que infaliblemente habian de producir, y que le llenaban de horror y sustos.

Queriendo ex?minar todos los estados, hizo que le llevaran ? casa de un ministro, y en el camino iba temblando de ver alguna muger asesinada por su marido en presencia suya. Lleg? ? la antesala del hombre de estado, y estuvo dos horas aguardando ? que dixeran que estaba all?, y otras dos despues que lo hubi?ron dicho, haciendo en este tiempo firm?simo prop?sito de recomendar al ministro y sus insolentes concierges al enojo del ?ngel Ituriel. Estaba la antesala atestada de damas de todas clases, de magos de todos colores, de jueces, mercaderes, oficiales y pedantes, que todos estaban quejosos del ministro. Decian el avariento y el logrero: No hay duda de que roba este hombre las provincias; afeaba sus rarezas el extravagante; decia el sensual que solo con sus gustos tenia cuenta; y esperaban las mugeres que en breve le sustituiria otro ministro mas mozo.

O?a Babuco todas estas razones, y no pudo m?nos de decir: ?Qu? hombre tan dichoso es este! Todos sus enemigos los tiene en su antesala; su potencia abruma ? sus envidiosos, y mira ? sus plantas ? quantos le detestan. Al fin entr? en su gabinete, y vi? ? un viejecito agobiado de a?os y quehaceres, pero vivo todavia, y muy inteligente. Gust?le Babuco, y ? Babuco le pareci? un sugeto muy digno de estimacion. Fue muy interesante la conferencia: el ministro le confes? que era el hombre mas desgraciado; que le tenian por rico, y era pobre; que le cre?an omnipotente, y para todo encontraba impedimentos; que todos sus beneficios habian sido pagados con ingratitudes, y que en quarenta a?os de continuas faenas habia tenido ap?nas un rato de satisfaccion. Enterneci?se Babuco, y dixo entre s? que si habia cometido algunos yerros este hombre, y por ellos le queria castigar el ?ngel Ituriel, bastaba con dexarle su cargo, sin exterminarle.

Estaba razonando con el ministro, quando entr? desatentada la hermosa dama en cuya casa habia comido Babuco, manifestando su rostro y sus ojos los s?ntomas del dolor y el enojo. Prorumpi? en amargas quejas contra el hombre de estado; verti? l?grimas; se lament? amargamente de que hubieran negado ? su marido un cargo ? que podia aspirar por su cuna, y de que le hacian acreedor sus heridas y servicios; y habl? con tanta energ?a, se quej? con tal gracia, desvaneci? con tal ma?a los reparos, con tal eloq?encia esforz? sus razones, que no sali? del gabinete hasta haber conseguido la fortuna de su marido.

Sali? Babuco d?ndole la mano, y le dixo: ?Es posible, se?ora, que os hayais tomado tanto trabajo por un hombre que no quereis, y que tanto teneis por que temer? ?C?mo es eso que no le quiero? replic? la dama: sabed que mi marido es el mejor amigo que tengo en este mundo, y que sacrificar? por ?l todo quanto tengo, como no sea mi amante; lo mismo que hiciera ?l, m?nos sacrificar ? su querida. Quiero que la conozcais, que es una muy linda se?ora, muy discreta, y de excelente genio; esta noche cenamos juntos con mi marido y mi amiguito el mago: venid ? participar nuestro gusto.

Llev?se la dama consigo ? Babuco, y el marido que estaba sumido en el mas hondo dolor recibi? ? su muger con raptos de gratitud y alborozo, dando mil abrazos ? su muger, ? su dama, al mago, y ? Babuco. El banquete le anim?ron el contento, las gracias y los donayres. Sabed, le dixo la hermosa dama con quien cenaba, que las que ? veces califican de mugeres sin honra casi siempre poseen las virtudes de un hombre honrado; y en prueba de ello, venid ma?ana ? comer conmigo en casa de la hermosa Teone. Algunas vestales viejas murmuran de ella, pero mas obras de beneficencia hace ella sola que todas juntas las que la muerden; no cometiera la mas leve injusticia por todos los intereses del mundo; ? su amante le da siempre consejos generosos; solo su gloria la ocupa, y se sonrojaria ?l si en su presencia malograra una sola ocasion de obrar bien; porque no hay mayor est?mulo para virtuosas acciones, que tener por juez y testigo de su conducta una amada cuyo aprecio anhela uno ? merecer.

No falt? Babuco ? la cita, y vi? una casa que era el emporio de los placeres. En ellos reynaba Teone; con cada uno hablaba el idioma que entendia: su natural entendimiento dexaba explayarse el de los demas; agradaba casi sin querer; tan amable era como ben?fica; y para dar mas lustre ? todas sus dotes, era muy hermosa.

MEMNON,

? LA CORDURA HUMANA.

Pus?sele en la cabeza ? Memnon un dia la desatinada idea de ser completamente cuerdo: que pocos hombres hay ? quien no haya pasado por la cabeza semejante locura. Memnon discurria as?: Para ser muy cuerdo, y ? conseq?encia muy feliz, basta con no dexarse arrastrar de las pasiones: cosa muy f?cil, como nadie ignora. Lo primero, nunca he de querer ? muger ninguna, y en viendo una beldad acabada dir? en mi interior: Un dia se ha de arrugar ese semblante; ese turgente y redondo pecho se ha de tornar fofo y lacio; esa tan bien poblada cabeza ha de quedarse calva: y me basta con mirarla desde ahora como la he de ver ent?nces, para que esa linda cabeza no me haga perder la mia.

Lo segundo, siempre ser? sobrio, por mas que me tiente la golosina, los exquisitos vinos, y el incentivo de la sociedad. Me figurar? las resultas de la glotoner?a, la cabeza cargada, el est?mago descompuesto, perdida la razon, la salud y el tiempo; y as? solo comer? lo que necesite, disfrutar? sana salud, y tendr? siempre claras y luminosas las ideas. Cosa es esta tan f?cil, que no es meritorio salirse con ella.

Luego, continuaba Memnon, es necesario no descuidar su caudal: mis deseos son moderados; tengo mi dinero que me produce buenos r?ditos y con buenas fianzas en poder del tesorero general de Ninive, y me basta para vivir sin depender de nadie, que es la mayor fortuna, porque nunca me ver? en la cruel precision de ir ? besar manos de palaciegos; ? nadie tendr? envidia, y de nadie ser? envidiado: cosa no m?nos f?cil. Amigos tengo, dixo en fin, y los conservar?, porque nunca les har? mal tercio; no se enfadar?n jamas conmigo, ni yo con ellos: tampoco en esto se ofrece dificultad.

Formado as? su planecico de moderacion dando paseos por su quarto, se asom? Memnon ? la ventana, y vi? dos se?oras que iban por unas calles de pl?tanos, que inmediatas ? su casa habia. Era vieja la una, y no la aquejaba al parecer nada; la otra era moza, linda, y tenia trazas de estar muy apesadumbrada: suspiraba, y lloraba, y eso mismo le daba mas gracia. Movi?se mucho nuestro sabio, no con la beldad de la dama , mas s? por el desconsuelo en que la v?a. Bax?, y se acerc? ? la Ninivita j?ven, con ?nimo de darle prudentes consuelos. Cont?le esta hermosa con la mas ingenua y tierna expresion los perjuicios que le hacia un tio que no tenia, con que artificio la habia privado de un caudal que nunca habia poseido, y los temores que le causaban sus arrebatos. Vos me pareceis hombre discreto, le dixo, y si me hici?rais el favor de venir hasta mi casa, y ex?minar mis asuntos, estoy cierta de que me sacar?ais del cruel apuro en que me veo. No tuvo reparo Memnon en acompa?arla, para examinar con madurez sus asuntos, y darle buenos consejos.

Llev?le la afligida se?ora ? un retrete bien aromado, y le oblig? con mucha cortes?a ? sentarse en un muelle sof?, donde estaban las piernas cruzadas uno enfrente de otro. Hablaba la dama con los ojos baxos; de quando en quando se le iban las l?grimas, y quando los levantaba, siempre topaba con las miradas del cuerdo Memnon. Eran sus razones cari?osas en demas?a, y mucho mas quando ?mbos se miraban. Memnon tomaba muy ? pechos sus asuntos, y ? cada instante crecia en ?l el anhelo de servir ? tan hermosa y desdichada persona. Con el calor de la conversacion dex?ron poco ? poco de encontrarse uno enfrente de otro, y de tener cruzadas las piernas, aconsej?ndola Memnon tan de cerca, y siendo tan cari?osos sus consejos, que ni uno ni otro podian hablar de asuntos, ni sabian donde estaban.

Estando en esto, llega, como ya el lector se ha podido imaginar, el t?o, el qual venia armado de punta en blanco; y lo primero que dixo fu? que iba ? matar, como era justo, al sabio Memnon y ? su sobrina; y lo ?ltimo, que podria perdonarlos, si le daban mucho dinero. Vi?se precisado Memnon ? darle quanto tenia, y gracias ? que en aquellos venturosos tiempos no habia peores resultas que temer; que aun no estaba descubierta la Am?rica, ni eran las hermosas damas afligidas tan peligrosas como ahora.

Confuso y desesperado Memnon se volvi? ? su casa, donde encontr? una esquela convid?ndole ? comer con unos amigos ?ntimos. Si me quedo solo en casa, dixo, tendr? preocupado el ?nimo con mi triste aventura, no comer?, y caer? malo; mas vale hacer una frugal comida con mis amigos ?ntimos, y con su amena compa??a olvidarme del disparate que esta ma?ana he cometido. Fu?se al convite; y viendo que estaba algo triste, le oblig?ron ? que bebiese para disipar su melancol?a. El vino usado con moderacion es medicina para el ?nimo y para el cuerpo: as? pensaba el sabio Memnon, y se emborrach?. Prop?nenle jugar una mano de sobremesa: un juego, donde se atraviesa poco, es una inocente diversion. Juega, y le ganan quanto tra?a en el bolsillo, y quatro veces mas sobre su palabra. Orig?nase una contienda sobre el juego, irr?tanse los ?nimos, le tira uno de sus ?ntimos amigos ? la cabeza un cubilete que le saca un ojo, y traen ? casa al sabio Memnon borracho, sin dinero, y con un ojo m?nos.

Habiendo dormido un poco el lobo, envia ? su criado ? casa del tesorero general de rentas de Ninive, ? que le diera dinero para pagar ? sus ?ntimos amigos; y le trae el criado la nueva de que aquella ma?ana habia hecho una quiebra de mala f? su deudor, con la qual dexaba por puertas ? cien familias. Despechado Memnon se va ? palacio con un parche en el ojo y un memorial en la mano, pidiendo justicia al rey del fallido; y encuentra en una sala ? muchas damas, todas como peonzas al reves, con elegantes tontillos de veinte pi?s de circunferencia, y batas de treinta de cola. Una que le conocia algo, dixo mir?ndole al soslayo: ?Jesus, qu? horror! Y otra que le conocia mas: Buenas tardes, se?or Memnon; de veras, se?or Memnon que me alegro mucho de veros: ?c?mo es que estais tuerto, se?or Memnon? y dicho esto, se fu? sin aguardar respuesta. Agazap?se Memnon en un rincon, esperando ? poderse echar ? los pies del monarca. Lleg? su magestad, bes? Memnon tres veces el suelo, y le di? su memorial, que tom? el soberano con mucha afabilidad, y se le alarg? ? uno de sus s?trapas, para que le diera cuenta. Llama el s?trapa ? Memnon aparte, y le dice con tono de mofa y ademan de insulto: Donoso tuerto sois, pues os atreveis ? dar al rey un memorial que no ha pasado por mi mano, y cometeis con eso el atentado de pedir justicia de un fallido muy honrado, que est? baxo mi amparo, y es sobrino de una doncella de servicio de mi querida. No deis mas paso en el asunto, si no quereis perder el ojo sano que os queda.

De esta suerte, habiendo Memnon renunciado por la ma?ana de mozas, de comilonas, de juego, de contiendas, y sobretodo de palacio, ?ntes de anochecer habia sido enga?ado y estafado por una herniosa dama, se habia emborrachado, habia jugado, le habian sacado un ojo, y habia ido ? palacio donde se habian reido de ?l.

Confuso, absorto, y rendido al peso de su sentimiento, se volvia medio muerto ? su casa, y al ir ? entrar, la encontr? llena de alguaciles y escribanos que cargaban con los muebles ? nombre de sus acreedores. Par?se casi sin sentido debaxo de un pl?tano, y se encuentra con la linda dama de aquella ma?ana, que se andaba paseando con su amado tio, y que no se pudo tener de risa al ver ? Memnon con su parche. Cerr? la noche, y se acost? Memnon sobre un monton de paja, cerca de las paredes de su casa: entr?le calentura, se aletarg? con la fuerza de ella, y se le apareci? en sue?os un esp?ritu celestial; el qual era resplandeciente como el Sol, y tenia seis hermosas alas, pero sin pi?s, ni cabeza, ni cola, y no se parecia ? cosa ninguna. ?Qui?n eres? le dixo Memnon. Tu genio bueno, le respondi?. Pues vu?lveme, repuso Memnon, mi ojo, mi salud, mi caudal, mi cordura; y de seguida le cont? de qu? modo todo lo habia perdido aquel dia. Aventuras son esas, replic? el esp?ritu, que nunca suceden en el mundo donde nosotros vivimos. ?En qu? mundo vivis? le dixo el hombre afligido. Mi patria, respondi? el genio, dista quinientos millones de leguas del Sol, y es aquella estrellita junto ? Sirio, que est?s viendo desde aqu?. ?Lindo pais! dixo Memnon. ?Con que no teneis bribonas que enga?an ? los hombres de bien, ni amigos ?ntimos que les estafan su dinero y les sacan un ojo, ni deudores que quiebren, ni s?trapas que se rian de vosotros quando os niegan justicia? No, le dixo el morador de la estrella, nada de eso: no nos enga?an las mugeres, porque no las hay; no hacemos excesos de glotoner?a, porque no comemos; ni hay deudores que quiebren, porque no tenemos plata ni oro; no nos pueden sacar los ojos, porque no se parece nuestro cuerpo al vuestro; ni los s?trapas cometen injusticias, porque todos somos iguales.

LOS DOS CONSOLADOS.

Decia un dia el gran fil?sofo Citofilo ? una dama desconsolada, y que tenia sobrado motivo para estarlo: Se?ora, la reyna de Inglaterra, hija del gran Henrique quarto, no fu? m?nos desgraciada que vos: la ech?ron de su reyno; se vi? ? pique de perecer en el oc?ano en un naufragio, y presenci? la muerte del rey su esposo en un pat?bulo. Mucho lo siento, dixo la dama; y volvi? ? llorar sus desventuras propias.

Acordaos, dixo Cilofilo, de Mar?a Estuardo, que estaba honradamente prendada de un guapo m?sico que tenia excelente voz de sochantre. Su marido mat? al m?sico; y luego su buena amiga y pariente, la reyna Isabel, que se decia doncella, le mand? cortar la cabeza en un cadahalso colgado de luto, despu?s de haberla tenido diez y ocho a?os presa. ?Cruel suceso! respondi? la se?ora; y se entreg? de nuevo ? su afliccion.

Bien habr?is oido mentar, sigui? el consolador, ? la hermosa Juana de N?poles, que fu? presa y ahorcada. Una idea confusa tengo de eso, dixo la afligida.

Os contar?, a?adi? el otro, la aventura sucedida en mi tiempo de una soberana destronada despues de cenar, y que ha muerto en una isla desierta. Toda esa historia la s?, respondi? la dama.

Pues os dir? lo sucedido ? otra gran princesa, mi disc?pula de filosof?a. Tenia su amante, como le tiene toda hermosa y gran princesa: entr? un dia su padre en su aposento, y cogi? al amante con el rostro encendido y los ojos que como dos carbunclos resplandecian, y la princesa tambien con la cara muy encarnada. Disgust? tanto al padre el rostro del mancebo, que le sacudi? la mas enorme bofetada que hasta el dia se ha pegado en toda su provincia. Cogi? el amante las tenazas, y rompi? la cabeza al padre de la dama, que estuvo mucho tiempo ? la muerte, y aun tiene la se?al de la herida: la princesa desatentada se tir? por la ventana, y se estrope? una pierna, de modo que aun el dia de hoy se le conoce que coxea, aunque tiene hermoso cuerpo. Su amante fu? condenado ? muerte, por haber roto la cabeza ? tan alto pr?ncipe. Ya podeis pensar en qu? estado estaria la princesa, quando sacaban ? ahorcar ? su amante; yo la iba ? ver con freq?encia, quando estaba ella en la c?rcel, y siempre me hablaba de sus desdichas.

?Pues porqu? no quereis que me duela yo de las mias? le dixo la dama. Porque no es acertado dolerse de sus desgracias, y porque habiendo habido tantas principales se?oras tan desventuradas, no parece bien que os desespereis. Contemplad ? Hecuba, contemplad ? Niobe. Ha, dixo la se?ora, si hubiera vivido yo en aquel tiempo, ? en el de tantas hermosas princesas, y para su consuelo les hubi?rais contado mis desdichas, ?os habrian acaso escuchado?

Al dia siguiente perdi? el fil?sofo ? su hijo ?nico, y falt? poco para que se muriese de sentimiento. Mand? la se?ora hacer una lista de todos los monarcas que habian perdido ? sus hijos, y se la llev? al fil?sofo, el qual la ley?, la encontr? muy puntual, y sigui? llorando. Al cabo de tres meses se volvi?ron ? ver, y se pasm?ron de hallarse muy contentos. Levant?ron ent?nces una hermosa estatua al tiempo, con este r?tulo:

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