Read Ebook: Novelas de Voltaire — Tomo Primero by Voltaire
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Ebook has 107 lines and 20657 words, and 3 pages
Al dia siguiente perdi? el fil?sofo ? su hijo ?nico, y falt? poco para que se muriese de sentimiento. Mand? la se?ora hacer una lista de todos los monarcas que habian perdido ? sus hijos, y se la llev? al fil?sofo, el qual la ley?, la encontr? muy puntual, y sigui? llorando. Al cabo de tres meses se volvi?ron ? ver, y se pasm?ron de hallarse muy contentos. Levant?ron ent?nces una hermosa estatua al tiempo, con este r?tulo:
AL CONSOLADOR.
HISTORIA
DE LOS VIAGES
DE ESCARMENTADO,
ESCRITA POR ?L PROPIO.
En la ciudad de Cand?a vine yo al mundo el a?o de 1600. Era su gobernador mi padre, y me acuerdo que un poeta m?nos que mediano, aunque no fuese medianamente desali?ado su estilo, llamado Azarria, hizo unas malas coplas en elogio mio, en las quales me calificaba de descendiente de Minos en l?nea recta; mas habiendo luego quitado el gobierno ? mi padre, compuso otras en que me trataba de nieto de Pasifae y su amante. Mal sugeto era de veras el tal Azarria, y el bribon mas fastidioso que en toda la isla habia.
Quince a?os tenia quando me envi? mi padre ? estudiar ? Roma, y yo llegu? con la esperanza de aprender todas las verdades, porque hasta ent?nces me habian ense?ado todo lo contrario de la verdad, seg?n es uso en este mundo, desde la China hasta los Alpes. Monsi?or Profondo, ? quien iba recomendado, era sugeto raro, y uno de los mas terribles sabios que en el mundo habia. Qu?some instruir en las categor?as de Arist?teles, y por poco me pone en la de sus gitones: de buena me libr?. V? procesiones, ex?rcismos, y no pocos robos. Decian, aunque contra toda verdad, que la si?ora Olimpia, dama muy prudente, vendia ciertas cosas que no suelen venderse. De mi edad todo esto me parecia muy gracioso. Ocurri?le ? una se?ora moza, y de muy suave condicion, llamada la si?ora Fatelo, prendarse de m?: obsequi?banla el reverend?simo padre Pu?alini, y el reverend?simo padre Aconiti, religiosos de una congregacion que ya no ex?ste, y los puso de acuerdo ? entr?mbos d?ndome sus favores; pero me v? ? peligro de ser envenenado y excomulgado. Dex? ? Roma muy satisfecho con la arquitectura de San Pedro.
Viaj? por Francia, donde reynaba ? la sazon Luis el justo; y lo primero que me pregunt?ron fu? si queria para mi almuerzo un trozo del mariscal de Ancre, que habia asado la gente, y le vendian muy barato ? los que querian comprar su carne para regalarse.
Era este estado un continuo teatro de guerras civiles, unas veces por una plaza en el consejo, y otras por dos p?ginas de controversias teol?gicas. Mas de sesenta a?os hacia que estaban asolados estos hermosos climas por este volcan que unas veces se amortiguaba, y otras ardia con violencia; y eso eran las libertades de la iglesia galicana. ?Ay! dixe, este pueblo es de natural apacible: ?qui?n le ha sacado as? de su ?ndole? Dice chufletas, y hace el deg?ello de San Bartolom?. ?Venturoso tiempo aquel en que no haga mas que decir donayres!
Pas? ? Inglaterra, donde las mismas contiendas ocasionaban los mismos horrores. Unos santos cat?licos, en obsequio de la iglesia, habian determinado volar con p?lvora el rey, la familia real, y todo el parlamento, y librar la Inglaterra de tanto herege. Ense??ronme el sitio donde habia hecho quemar ? mas de quinientos de sus vasallos la bienaventurada reyna Mar?a, hija de Henrique octavo; y me asegur? un cl?rigo hiberno que fu? accion de mucho m?rito para con Dios: lo primero porque los quemados eran todos ingleses, y lo segundo porque nunca tomaban agua bendita, ni cre?an en la cueva de San Patricio; pasm?ndose de que aun no hubiesen canonizado ? la reyna Mar?a, bien que abrigaba la esperanza de que no se tardaria en ponerla en los altares, as? que tuviera un poco de lugar el cardenal nepote.
Fu?me ? Holanda, donde esperaba encontrar mas sosiego en un pueblo mas flem?tico. Quando llegu? ? La Haya, estaban cortando la cabeza ? un anciano venerable, y era la cabeza calva del primer ministro Barnevelt. Movido ? compasion, pregunt? qu? delito era el suyo, y si habia sido traydor al estado. Mucho peor que eso, me respondi? un predicante de capa negra; que es hombre que cree que puede uno salvarse por sus buenas obras lo mismo que por la f?: y bien veis que si se acreditaran semejantes opiniones, no podria subsistir la rep?blica; por eso es menester leyes severas para poner freno ? esc?ndalos tan horrorosos. D?xome luego suspirando un pol?tico profundo: ?Ha, se?or! este buen tiempo no ha de durar siempre; este pueblo se muestra tan zeloso por mero acaso: su verdadero car?cter se inclina al abominable dogma de la tolerancia, y un dia le abrazar?; cosa que me estremece. Yo empero, mi?ntras no llegaba esta fatal ?poca de indulgencia y moderacion, dex? ? toda priesa un pais donde ningun contento templaba su severidad, y me embarqu? para Espa?a.
Estaba la corte en Sevilla, habian llegado los galeones, y en la mas hermosa estacion del a?o todo respiraba abundancia y alegr?a. Al cabo de una calle de naranjos y limones, v? un palenque inmenso rodeado de gradas cubiertas de preciosos texidos. Baxo un soberbio dosel estaban el rey, la reyna, los infantes y las infantas. Enfrente de la augusta familia habia un trono todav?a mas alto. Dixe, volvi?ndome ? uno de mis compa?eros de viage: Como no est? aquel trono reservado para Dios, no s? para quien pueda ser. Oy? un grave Espa?ol estas imprudentes palabras, y me sali?ron caras. Yo me figuraba que ?bamos ? ver un torneo ? una corrida de toros, quando subi? el Inquisidor general al trono, y desde ?l bendixo al monarca y al pueblo.
Vino luego un ex?rcito de frayles en filas de dos en dos, blancos, negros, pardos, calzados, descalzos, con barba, imberbes, con capilla puntiaguda, y sin capilla; iba luego el verdugo; y detras, en medio de alguaciles y duques, cerca de quarenta personas cubiertas con sacos donde habia llamas y diablos pintados. Eran estos, ? jud?os que se habian empe?ado en no renegar de Mois?s, ? cristianos que se hab?an casado con sus comadres, ? no habian sido devotos de Nuestra Se?ora de Atocha, ? no habian querido dar dinero ? los padres capuchinos. Cant?ronse unas devot?simas oraciones, y luego fu?ron quemados vivos, ? fuego lento, todos los reos; con lo qual qued? muy edificada la familia real.
Aquella noche, quando me iba ? meter en la cama, entr?ron dos familiares de la inquisicion, acompa?ados de una ronda bien armada; di?ronme un cari?oso abrazo, y me llev?ron, sin hablarme palabra, ? un calabozo muy fresco, donde habia una esterilla para acostarse, y un soberbio crucifixo. Aqu? estuve seis semanas, pasadas las quales me mand? ? pedir por favor el se?or inquisidor que me viese con ?l. Estrech?me en sus brazos con paternal cari?o, y me dixo que sentia muy de veras que estuviese tan mal alojado, pero que estaban ocupados todos los quartos de aquella santa casa, y que esperaba otra vez darme mejor habitacion. Pregunt?me luego con no m?nos amor, si sabia porque estaba all?. Respond? al varon santo, que sin duda por mis pecados. Eso es, hijo mi?: ?pero por qu? pecados? habladme sin rezelo. Por mas que me mataba, no atinaba, hasta que la caridad del piadoso inquisidor me di? alguna luz. Acord?me al fin de mis imprudentes palabras, y no fu? condenado mas que ? exercicios, la disciplina, y treinta mil reales de multa. Llev?ronme ? dar las gracias al inquisidor general, sugeto muy afable, que me pregunt? que tal me habia parecido su fiesta. Rospond?le que era delicios?sima, y fui ? dar priesa ? mis compa?eros ? que sali?semos del pais, puesto que es tan ameno. Habian estos tenido lugar para informarse de todas las grandes proezas executadas por los Espa?oles en obsequio de la religion, y leido las memorias del c?lebre obispo de Chiapa, donde cuenta que degoll?ron, quem?ron ? ahog?ron unos diez millones de id?latras Americanos por convertirlos ? nuestra santa f?. Bien creo que pondera algo el obispo; pero aunque se rebaxe la mitad de las v?ctimas, todav?a queda acreditado un zelo portentoso.
Atorment?bame sin cesar el ardor de viajar, y estaba resuelto ? concluir mi peregrinacion de Europa por la Turqu?a. Encamin?me ? esta, con firme prop?sito de no decir otra vez mi parecer acerca de las fiestas que viese. Estos Turcos, dixe ? mis compa?eros, son unos paganos que no han recibido el santo bautismo, y sin duda han de ser mas crueles que los santos inquisidores; call?monos pues, mi?ntras vivamos entre Moros.
As? que llegu? ? Ispahan, me pregunt?ron si era del partido del carnero negro ? del carnero blanco. Respond? que lo mismo me daba uno que otro, con tal que fuera tierno. Se ha de notar que todav?a estaba dividida la Persia en dos facciones, la del carnero negro y la del blanco. Crey?ron que hacia yo burla de ?mbos partidos, y me encontr? en un terrible compromiso ? la puerta misma de la ciudad, del qual sal? pagando una buena cantidad de zequ?es, por no tener que ver con carneros.
No par? hasta la China, donde llegu? con un int?rprete que me dixo que era el pais donde se podia vivir alegre y libre: los T?rtaros que le habian invadido todo lo ponian ? sangre y fuego, mi?ntras que los reverendos padres jesuitas por una parte, y los reverendos padres dom?nicos por otra, decian que ganaban almas para el cielo, sin que nadie lo advirtiese. Nunca se han visto convertidores mas zelosos; unos ? otros se persegu?an con el mas fervoroso ahinco, escribian ? Roma tomos enteros de calumnias, y se trataban de infieles y prevaricadores por un alma. Habia entre ellos una horrorosa disputa acerca del modo de hacer la cortes?a; los jesuitas querian que los Chinos saludaran ? sus padres y madres ? la moda de la China, y los dom?nicos que fuera ? la moda de Roma. Sucedi?me que los jesu?tas crey?ron que yo era un dom?nico, y le dix?ron ? Su Magestad T?rtara que era esp?a del Papa. Di? comision el consejo supremo ? un primer mandar?n para que me arrestara; el qual mand? ? un alguacil, que tenia ? sus ?rdenes quatro corchetes, que me prendiesen, y me atasen con toda ceremonia. Condux?ronme, despues de ciento y quarenta genuflex?ones, ante Su Magestad, que me pregunt? si era yo esp?a del Papa, y si era cierto que hubiese de venir este pr?ncipe en persona ? destronarle. Respond?le que el Papa era un cl?rigo de mas de setenta a?os; que distaban sus estados mas de quatro mil leguas de los de su Sacra Magestad T?rtaro-China; que su ex?rcito era de dos mil soldados que montaban la guardia con un para-aguas; que no destronaba ? nadie, y que podia Su Magestad dormir sin miedo. Esta fu? la m?nos fatal aventura de mi vida, pues no hici?ron mas que enviarme ? Macao, donde me embarqu? para Europa.
No articul? yo palabra, que me habian escarmentado los viages, y sabia que no era juez competente para fallar entre estos dos augustos soberanos. Confieso empero que un franc?s mozo, con quien estaba alojado, falt? al respeto debido ? los emperadores de Indias y de Marruceos, diciendo con mucha imprudencia que en Europa habia soberanos muy p?os que gobernaban con acierto sus estados, y freq?entaban tambien las iglesias, sin quitar por eso la vida ? sus padres y hermanos, ni cortar la cabeza ? sus vasallos. Nuestro int?rprete dio cuenta en lengua india de las expresiones imp?as de este mozo. Instruido yo con lo que en otras ocasiones me habia sucedido, mand? ensillar mis camellos, y me fui con el franc?s. Luego supe que aquella misma noche habian venido ? prendernos los oficiales del gran Aurengzeb; y no habiendo encontrado mas que al int?rprete, fue este ajusticiado en la plaza mayor, confesando sin lisonja todos los palaciegos que era muy justa su muerte.
Qued?bame por ver la Africa para disfrutar de todas las delicias de nuestro hemisferio, y con efecto la v?. Unos corsarios negros apresaron mi embarcacion. Quej?se amargamente mi patron, y les pregunt? por qu? violaban las leyes de las naciones. Fu?le respondido por el capit?n negro: Vuestra nariz es larga, y la nuestra chata; vuestro cabello es liso, y nuestra lana riza; vuestra cutis es de color ceniciento, y la nuestra de color de ?bano; por consiguiente, en virtud de las sacrosantas leyes de naturaleza, siempre debemos ser enemigos. En las ferias de Guinea nos compr?is, como si fu?ramos ac?milas, para forzarnos ? que trabajemos en no s? qu? faenas tan penosas como ridiculas; ? vergajazos nos haceis horadar los montes para sacar una especie de polvo amarillo que para nada es bueno, y que no vale, ni con mucha, un cebollino de Egipto. As? quando os encontramos nosotros, y podemos mas, os obligamos ? que labreis nuestras tierras, y de lo contrario os cortamos las narices y las orejas.
No habia r?plica ? tan discreto razonamiento. Fu? ? labrar el campo de una negra vieja por conservar mis orejas y mi nariz, y al cabo de un a?o me rescat?ron. Habiendo visto todo quanto bueno, hermoso y admirable hay en la tierra, me determin? ? no ver mas que mis dioses penates: me cas? en mi pais, fu? cornudo, y v? que era la mas grata condicion de la vida humana.
MICROMEGAS,
HISTORIA FILOSOFICA.
CAPITULO PRIMERO.
Habia en uno de los planetas que giran en torno de la estrella llamada Sirio, un mozo de mucho talento, ? quien tuve la honra de conocer en el postrer viage que hizo ? nuestro mezquino hormiguero. Era su nombre Micromegas, nombre que cae perfectamente ? todo grande, y tenia ocho leguas de alto; quiero decir veinte y quatro mil pasos geom?tricos de cinco pi?s de rey.
Alg?n algebrista, casta de gente muy ?til al p?blico, tomar? ? este paso de mi historia la pluma, y calcular? que teniendo el Se?or Don Micromegas, morador del pais de Sirio, desde la planta de los pi?s al colodrillo veinte y quatro mil pasos, que hacen ciento y veinte mil pi?s de rey, y nosotros ciudadanos de la tierra no pasando por lo com?n de cinco pi?s, y teniendo nuestro globo nueve mil leguas de circunferencia, es absolutamente indispensable que el planeta d?nde naci? nuestro h?roe tenga cabalmente veinte y un millones y seiscientas mil veces mas circunferencia que nuestra tierra. Pues no hay cosa mas comun ni mas natural; y los estados de ciertos principillos de Alemania ? de Italia, que pueden andarse en media hora, comparados con la Turqu?a, la Rusia, ? la Am?rica espa?ola, son una im?gen, todav?a muy distante de la realidad, de las diferencias que ha establecido la naturaleza entre los seres.
No le afligi? mucho el salir de una corte llena de enredos y chismes. Compuso unas d?cimas muy graciosas contra el muft?, que ? este no le import?ron un bledo, y se dedic? ? viajar de planeta en planeta, para acabar de perfeccionar su razon y su corazon, como dicen. Los que est?n acostumbrados ? caminar en coche de colleras, ? en silla de posta, se pasmar?n de los carruages de all? arriba, porque nosotros, en nuestra pelota de cieno, no entendemos de otros estilos que los nuestros. Sabia completamente las leyes de la gravitacion y de las fuerzas atractivas y repulsivas nuestro caminante, y se valia de ellas con tanto acierto, que ora montado en un rayo del sol, ora cabalgando en un cometa, andaban de globo en globo ?l y sus sirvientes, lo mismo que revolotea un paxarillo de rama en rama. En poco tiempo hubo corrido la v?a l?ctea; y siento tener que confesar que nunca pudo columbrar, por entre las estrellas de que est? sembrada, aquel hermos?simo cielo emp?reo, que con su anteojo de larga vista descubri? el ilustre Derham, teniente cura . No digo yo por eso que no le haya visto muy bien el Se?or Derham; Dios me libre de cometer tama?o yerro; mas al cabo Micromegas se hallaba en el pa?s, y era buen observador: yo no quiero contradecir ? nadie.
Despues de muchos viages lleg? un dia Micromegas al globo de Saturno; y si bien estaba acostumbrado ? ver cosas nuevas, todav?a le par? confuso la peque?ez de aquel planeta y de sus moradores, y no pudo m?nos de soltar aquella sonrisa de superioridad que los mas cuerdos no pueden contener ? veces. Verdad es que no es Saturno mas grande que novecientas veces la tierra, y los habitadores del pais son enanos de unas dos mil varas, con corta diferencia, de estatura. Ri?se al principio de ellos con sus criados, como hace un m?sico italiano de la m?sica de Lulli, quando viene ? Francia; mas era el Sirio hombre de razon, y presto reconoci? que podia muy bien un ser que piensa no tener nada de rid?culo, puesto que no pasara de seis mil pi?s su estatura. Acostumbr?se ? los Saturninos, despues de haberlos pasmado, y se hizo ?ntimo amigo del secretario de la academia de Saturno, hombre de mucho talento, que ? la verdad nada habia inventado, pero que daba muy lindamente cuenta de las invenciones de los demas, y que hacia regularmente coplas chicas y c?lculos grandes. Pondr? aqu?, para satisfaccion de mis lectores, una conversacion muy extra?a que con el se?or secretario tuvo un dia Micromegas.
Acost?se Su Excelencia, acerc?se ? su rostro el secretario, y dixo Micromegas: Confesemos que es muy varia la naturaleza. Verdad es, dixo el Saturnino; es la naturaleza como un jardin, cuyas flores.... Ha, dixo el otro, dexaos de jardiner?as. Pues es, sigui? el secretario, como una reunion de rubias y pelinegras, cuyos atav?os..... ?Qu? me importan vuestras pelinegras? interrumpi? el otro. O bien como una galer?a de quadros, cuyas im?genes...... No, Se?or, no, replic? el caminante, la naturaleza es como la naturaleza. ?A qu? diablos andais buscando esas comparaciones? Por recrearos, respondi? el secretario. Si no quiero yo que me recreen, lo que quiero es que me instruyan, repuso el caminante. Decidme lo primero quantos sentidos tienen los hombres de vuestro globo. Nada mas que setenta y dos, dixo el acad?mico, y todos los dias nos lamentamos de tanta escasez; que nuestra imaginacion se dexa atras nuestras necesidades, y nos parece que con nuestros setenta y dos sentidos, nuestro anulo, y nuestras cinco lunas, no tenemos lo suficiente; y es cierto que no obstante nuestra mucha curiosidad y las pasiones que de nuestros setenta y dos sentidos son hijas, nos sobra tiempo para aburrirnos. Bien lo creo, dixo Micromegas, porque en nuestro globo tenemos cerca de mil sentidos, y todav?a nos quedan no s? qu? vagos deseos, no s? qu? inquietud, que sin cesar nos avisa que somos chica cosa, y que hay otros seres mucho mas perfectos. He hecho algunos viages, y he visto otros mortales muy inferiores ? nosotros, y otros que nos son muy superiores; mas ningunos he visto que no tengan mas deseos que verdaderas necesidades, y mas necesidades que satisfacciones. Acaso llegar? un dia ? un pais donde nada haga falta, pero hasta ahora no he podido saber del tal pais. Ech?ronse ent?nces ? formar conjeturas el Saturnino y el Sirio; pero despues de muchos raciocinios no m?nos ingeniosos que inciertos, fu? forzoso volver ? sentar hechos. ?Quanto tiempo viv?s? dixo el Sirio. Ha, muy poco, replic? el hombrecillo de Saturno. Lo mismo sucede en nuestro pais, dixo el Sirio, siempre nos estamos quejando de la cortedad de la vida. Menester es que sea esta universal pension de la naturaleza. ?Ay! nuestra vida, dixo el Saturnino, se ci?e ? quinientas revoluciones solares . Ya veis que eso casi es morirse as? que uno nace: es nuestra ex?stencia un punto, nuestra vida un momento, nuestro globo un ?tomo; y ap?nas empieza uno ? instruirse algo, quando le arrebata la muerte, ?ntes de adquirir experiencia. Yo por m? no me atrevo ? formar proyecto ninguno, y me encuentro como la gota de agua en el inmenso oc?ano; y lo que mas sonroxo me causa en vuestra presencia, es contemplar quan rid?cula figura hago en este mundo. Replic?le Micromegas: Si no fu?rais fil?sofo, tendria, rezelo de desconsolaros, dici?ndoos que es nuestra vida setecientas veces mas dilatada que la vuestra; pero bien sabeis que quando se ha de restituir el cuerpo ? los elementos, y reanimar baxo distinta forma la naturaleza, que es lo que llaman morir; quando es llegado, digo, este momento de metamorf?sis, poco importa haber vivido una eternidad ? un dia solo, que uno y otro es lo mismo. Yo he estado en paises donde viven las gentes mil veces mas que en el mio, y he visto que todav?a se quejaban; pero en todas partes se encuentran sugetos de razon, que saben resignarse, y dar gracias al autor de la naturaleza, el qual con una especie de maravillosa uniformidad ha esparcido en el universo las variedades con una profusion infinita. As? por exemplo, todos los seres que piensan son diferentes, y todos se parecen en el don de pensar y desear. En todas partes es la materia extensa, pero en cada globo tiene propiedades distintas. ?Quantas de estas propiedades tiene vuestra materia? Si hablais de las propiedades sin las quales creemos que no pudiera subsistir nuestro globo como ?l es, dixo el Saturnino, no pasan de trescientas, conviene ? saber la extension, la impenetrabilidad, la mobililad, la gravitacion, la divisibilidad, etc. Sin duda, replic? el caminante, que basta ese corto n?mero para el plan del criador en vuestra estrecha habitacion, y en todas cosas adoro su sabidur?a, porque si en todas veo diferencias, tambien contemplo en todas proporciones. Vuestro globo es chico, y tambien lo son sus moradores; teneis pocas sensaciones, y goza vuestra materia de pocas propiedades: todo eso es disposicion de la Providencia. ?De qu? color es vuestro sol bien ex?minado? Blanquecino muy ceniciento, dixo el Saturnino, y quando dividimos uno de sus rayos, hallamos que tiene siete colores. El nuestro tira ? encarnado, dixo el Sirio, y tenemos treinta y nueve colores primitivos. En todos quantos he ex?minado, no he hallado un sol que se parezca ? otro, como no se v? en vuestro planeta una cara que no se diferencie de todas las dem?s.
Despues de otras muchas q?estiones an?logas, se inform? de quantas substancias distintas se conocian en Saturno, y le fu? respondido que habia hasta unas treinta: Dios, el espacio, la materia, los seres extensos que sienten, los seres extensos que sienten y piensan, los seres que piensan y no son extensos, los que se penetran, y los que no se penetran, etc. El Sirio, en cuyo planeta hay trescientas, y que habia en sus viages descubierto hasta tres mil, dex? extraordina- riamente asombrado al fil?sofo de Saturno. Finalmente, habi?ndose comunicado uno ? otro casi todo quanto sabian y muchas cosas que no sabian, y habiendo discurrido por espacio de toda una revolucion solar, se determin?ron ? hacer juntos un corto viage filos?fico.
Ya estaban para embarcarse nuestros dos caminantes en la atm?sfera de Saturno con muy decente provision de instrumentos de matem?ticas, quando la dama del Saturnino, que lo supo, le vino ? dar amargas quejas. Era esta una morenita muy agraciada, que no tenia mas que mil y quinientas varas de estatura, pero que con sus gracias reparaba lo chico de su cuerpo. ?Ha cruel! exclam?, despues que te he resistido mil y quinientos a?os, quando ap?nas me habia rendido, no habiendo pasado arriba de cien a?os en tus brazos, ?me abandonas por irte ? viajar con un gigante del otro mundo! Anda, que no eres mas que un curioso, y nunca has estado enamorado; que si fueras Saturnino leg?timo, mas constante serias. ?Adonde vas? ?qu? quieres? m?nos errantes son que t? nuestras cinco lunas, y m?nos mudable nuestro anulo. Esto se acab?; nunca mas he de querer. Abraz?la el fil?sofo, llor? con ella, puesto que fil?sofo; y la dama, despues de haberse desmayado, se fu? ? consolar con un petimetre.
Parti?ronse nuestros dos curiosos, y salt?ron primero al anulo que encontr?ron muy aplastado, como lo ha adivinado un ilustre habitante de nuestro gl?bulo; y desde all? anduvi?ron de luna en luna. Pas? un cometa por junto ? la ?ltima, y se tir?ron ? ?l con sus sirvientes y sus instrumentos. Ap?nas hubi?ron andado ciento y cincuenta millones de leguas, se top?ron con los sat?lites de J?piter. Ape?ronse en este planeta, donde se detuvi?ron un a?o, y aprendi?ron secretos muy curiosos, que se habrian dado ? la imprenta, si no hubiese sido por los se?ores inquisidores que han encontrado proposiciones algo duras de tragar; pero yo logr? leer el manuscrito en la biblioteca del Ilustr?simo Se?or Arzobispo de ... que me permiti? registrar sus libros, con toda la generosidad y bondad que ? tan ilustre prelado caracterizan.
Volvamos empero ? nuestros caminantes. Al salir de J?piter, atraves?ron un espacio de cerca de cien millones de leguas, y coste?ron el planeta Marte, el qual, como todos saben, es cinco veces mas peque?o que nuestro gl?bulo; y vi?ron dos lunas que sirven ? este planeta, y no han podido descubrir nuestros astr?nomos. Bien s? que el abate Ximenez escribir? con mucho donayre contra la existencia de dichas lunas, mas yo apelo ? los que discurren por analog?a; todos excelentes fil?sofos que saben muy bien que no le seria posible ? Marte vivir sin dos lunas ? lo m?nos, estando tan distante del sol. Sea como fuere, ? nuestros caminantes les pareci? cosa tan chica, que se temi?ron no hallar posada c?moda, y pas?ron adelante como hacen dos caminantes quando topan con una mala venta en despoblado, y siguen hasta el pueblo inmediato. Pero luego se arrepinti?ron el Sirio y su compa?ero, que anduvi?ron un largo espacio sin hallar albergue. Al cabo columbr?ron una lucecilla, que era la tierra, y que pareci? muy mezquina cosa ? gentes que venian de J?piter. No obstante, rezelando arrepentirse otra vez, se determin?ron ? desembarcar en ella. Pas?ron ? la cola del cometa, y hallando una aurora boreal ? mano, se meti?ron dentro, y aport?ron en tierra ? la orilla septentrional del mar B?ltico, ? cinco de Julio de mil setecientos treinta y siete.
Habiendo descansado un poco, se almorz?ron dos monta?as que les guis?ron sus criados con mucho aseo. Quisi?ron luego reconocer el mezquino pais donde se hallaban, y se dirigi?ron de Norte ? Sur. Cada paso ordinario del Sirio y su familia era de unos treinta mil pi?s de rey: segu?ale de l?jos el enano de Saturno, que perdia el aliento, porque tenia que dar doce pasos mi?ntras alargaba el otro la pierna, casi como un perrillo faldero que sigue, si se me permite la comparacion, ? un capit?n de guardias del rey de Prusia.
Como andaban de priesa estos extrangeros, di?ron la vuelta al globo en treinta y seis horas: verdad es que el sol, ? por mejor decir la tierra, hace el mismo viage en un dia; pero hemos de reparar que es cosa mas f?cil girar sobre su exe que anclar ? pi?. Volvi?ron al cabo al sitio donde etaban primero, habiendo visto la balsa, casi imperceptible para ellos, que llaman el Mediterr?neo, y el otro estanque chico que con nombre de grande Oc?ano rodea nuestra madriguera; al enano le daba el agua ? media pierna, y ap?nas si se habia mojado el otro los talones. Fu?ron y vini?ron arriba y abaxo, haciendo quanto podian por averiguar si estaba ? no habitado este globo: bax?ronse, acost?ronse, tent?ron por todas partes; pero eran tan desproporcionados sus ojos y manos con los mezquinos seres que andan arrastrando ac? baxo, que no tuvi?ron la mas leve sensacion por donde pudiesen caer en sospecha de que ex?stimos nosotros y nuestros hermanos los demas moradores de este globo.
El enano, que ? veces fallaba con alguna precipitacion, decidi? luego que no habia vivientes en la tierra, y su razon primera fu? que no habia visto ninguno. Micromegas le di? ? entender con mucha urbanidad, que no era fundada la conseq?encia; porque, le dixo, con vuestros ojos tan chicos no veis ciertas estrellas de quinquag?sima magnitud, que distingo yo con mucha claridad. ?Colegis por eso que no haya tales estrellas? Si lo he tentado todo, dixo el enano. ?Y si no habeis sentido lo que hay? dixo el otro. Si est? tan mal compaginado este globo, replic? el enano; si es tan irregular, y de una configuracion que parece tan ridicula, que todo ?l se me figura un caos. ?No veis esos arroyuelos, que ninguno corre derecho; esos estanques que ni son redondos, ni quadrados, ni ovalados, ni de figura regular ninguna; todos esos granillos puntiagudos de que est? erizado, y se me han entrado en los pi?s? . ?No notais la forma de todo el globo, aplastado por los polos, y girando en torno del sol con tan desconcertada direccion, que por necesidad los climas de ?mbos polos han de estar incultos? Lo que me fuerza ? creer de veras que no hay vivientes en ?l, es que ninguno que tuviese razon querria habitarle. ?Qu? importa? dixo Micromegas, acaso no tienen sentido comun los habitantes, pero al cabo no es de presumir que se haya hecho esto sin algun fin. Decis que aqu? todo os parece irregular, porque est? todo tirado ? cordel en J?piter y Saturno. Pues por esa misma razon acaso hay aqu? algo de confusion. ?No os he dicho ya que siempre habia notado variedad en mis viages? Replic? el Saturnino ? estas razones, y no se hubiera concluido la disputa, si en el calor de ella no hubiese roto Micromegas el hilo de su collar de diamantes, y ca?dose estos; que eran unos brillantes muy lindos, aunque peque?itos y desiguales, que los mas gruesos pesaban quatrocientas libras, y cincuenta los mas menudos. Cogi? el enano algunos, y arrim?ndoselos ? los ojos vi? que del modo que estaban abrillantados, eran microscopios excelentes: cogi? pues un microscopio chico de ciento y sesenta pi?s de di?metro, y se le aplic? ? un ojo, mi?ntras que se servia Micromegas de otro de dos mil y quinientos pi?s. Al principio no vi?ron nada con ellos, puesto que eran aventajados; fu? preciso ponerse en la posicion que se requeria. Al cabo vi? el morador de Saturno una cosa imperceptible que se meneaba entre dos aguas en el mar B?ltico, y era una ballena: p?sola bonitamente encima del dedo, y coloc?ndola en la u?a del pulgar, se la ense?? al Sirio, que por la segunda vez se ech? ? reir de la enorme peque?ez de los moradores de nuestro globo. Convencido el Saturnino de que estaba habitado nuestro mundo, se imagin? luego que solo por ballenas lo estaba; y como era gran discurridor, quiso adivinar de donde venia el movimiento ? un ?tomo tan ruin, y si tenia ideas, voluntad y libre albedr?o. Micromegas no sabia que pensar; mas habiendo ex?minado con mucha paciencia el animal, sac? de su ex?men que no podia residir un alma en cuerpo tan chico. Inclin?banse pues nuestros dos caminantes ? creer que no hay razon en nuestra habitacion, quando, con el aux?lio del microscopio, distingui?ron otro bulto mas grueso que una ballena, que en el mar B?ltico andaba fluctuando. Ya sabemos que h?cia aquella ?poca volvia del c?rculo polar una bandada de fil?sofos, que habian ido ? hacer observaciones en que nadie hasta ent?nces habia pensado. Trax?ron los papeles p?blicos que habia zozobrado su embarcacion en las costas de Botnia, y que les habia costado mucho trabajo el salir ? salvamento; pero nunca se sabe en este mundo lo que hay por debaxo de cuerda. Yo voy ? contar con ingenuidad el suceso, sin quitar ni a?adir nada: esfuerzo que de parte de un historiador es sobremanera meritorio.
Tendi? Micromegas con mucho tiento la mano al sitio donde se v?a el objeto, y alargando y encogiendo los dedos de miedo de equivocarse, y abri?ndolos luego y cerr?ndolos, agarr? con mucha ma?a el nav?o donde iban estos se?ores, y se le puso sobre la u?a, sin apretarle mucho, por no estruxarle. Hete aqu? un animal muy distinto del otro, dixo el enano de Saturno; y el Sirio puso el pretenso animal en la palma de la mano. Los pasageros y marineros de la tripulaci?on, que se cre?an arrebatados por un hurac?n, y que pensaban haber barado en un bax?o, estan todos en movimiento; cogen los marineros toneles de vino, los tiran ? la mano de Micromegas, y ellos se tiran despues; agarran los ge?metras de sus quartos de c?rculo, sus sectores, y sus muchachas laponas, y se apean en los dedos del Sirio: por fin tanto se afan?ron, que sinti? que se meneaba una cosa que le escarabajeaba en los dedos, y era un garrote con un hierro ? la punta que le clavaban hasta un pi? en el dedo ?ndice: esta picazon le hizo creer que habia salido algo del cuerpo del animalejo que en la mano tenia; mas no pudo sospechar al principio otra cosa, pues su microscopio, que ap?nas bastaba para distinguir un nav?o de una ballena, no podia hacer visible un entecillo tan imperceptible como un hombre. No quiero zaherir aqu? la vanidad de ninguno; pero ruego ? la gente vanagloriosa que paren la consideracion en este lugar, y contemplen que suponiendo la estatura ordinaria de un hombre de cinco pi?s de rey, no hacemos mas bulto en la tierra que el que en una bola de diez pi?s de circunferencia hiciera un animal que tuviese un seiscientos mil avos de pulgada de alto. Figur?monos una substancia que pudiera llevar el globo terraq??eo en la mano, y que tuviese ?rganos an?logos ? los nuestros, y es cosa muy factible que haya muchas de estas substancias; y colijamos que es lo que de las funciones de guerra, en que hemos ganado dos ? tres lugarejos que luego ha sido fuerza restituir, pensarian.
No me queda duda de que si algun capit?n de granaderos leyere esta obra, haga ? su tropa que se ponga gorras dos pi?s mas altas; pero le advierto que, por mas que haga, siempre ser?n ?l y sus soldados unos infinitamente peque?os.
?Qu? maravillosa ma?a hubo de necesitar nuestro fil?sofo de Sirio para atinar ? columbrar los ?tomos de que acabo de hablar! Quando Leuwenhoek y Hartsoeker vi?ron, ? crey?ron que vian, por la vez primera, la simiente de que somos formados, no fu?, ni con mucho, tan asombroso su descubrimiento. ?Qu? gusto el de Micromegas quando vi? estas maquinillas menearse, quando examin? sus movimientos todos, y sigui? todas sus operaciones! ?C?mo clamaba! ?con qu? j?bilo alarg? ? su compa?ero de viage uno de sus microscopios! Vi?ndolos estoy, decian ?mbos juntos; contemplad como se cargan, como se baxan y se alzan. As? decian, y les temblaban las manos de gozo de ver objetos tan nuevos, y de temor de perderlos de vista. Pasando el Saturnino de un extremo de confianza al opuesto de credulidad, se figur? que los estaba viendo ocupados en la propagacion. Ha, dixo el Saturnino, cogida tengo la naturaleza "con las manos en la masa." Enga??banle empero las apariencias, y as? sucede muy freq?entemente, quando uno usa y quando no usa microscopios.
Muy mejor observador Micromegas que su enano, vi? claramente que se hablaban los ?tomos, y se lo hizo notar ? su compa?ero, el qual con la verg?enza de haberse enga?ado acerca del art?culo de la generacion, no quiso creer que semejante especie de bichos se pudieran comunicar ideas. Tenia el don de lenguas no m?nos que el Sirio; y no oyendo hablar ? nuestros ?tomos, suponia que no hablaban: y luego ?c?mo habian de tener los ?rganos de la voz unos entes tan imperceptibles, ni qu? se habian de decir? Para hablar es indispensable pensar; y si pensaban, tenian algo que equivalia al alma: y atribuir una cosa equivalente al alma ? especie tan ruin, se le hacia mucho disparate. D?xole el Sirio: ?Pues no cre?ais, poco hace, que se estaban enamorando? ?pensais que enamora nadie sin pensar, y sin hablar palabra, ? ? lo m?nos sin darse ? entender? ?? suponeis que es cosa mas f?cil hacer un chiquillo que un silogismo? A m? uno y otro me parecen impenetrables misterios. No me atrevo ya, dixo el enano, ? creer ni ? negar cosa ninguna; procuremos examinar estos insectos, y discurrir?mos luego. ?Que me place! respondi? Micromegas; y sacando unas tixeras, se cort? las u?as, y con lo que cort? de la u?a de su dedo pulgar hizo al punto una especie de bocina grande, como un embudo inmenso, y puso el ca?on al oido: la circunferencia del embudo cogia el nav?o y toda su tripulacion, y la mas d?bil voz se introducia en las fibras circulares de la u?a, de suerte que, merced de su industria, el fil?sofo de all? arriba oy? perfectamente el zumbido de nuestros insectos de ac? abaxo, y en pocas horas logr? distinguir las palabras, y entender al cabo el franc?s. Lo mismo hizo el enano, aunque no con tanta facilidad. Crecia por puntos el asombro de los dos viageros, al oir unos aradores hablar con bastante razon, y les parecia inexplicable este juego de la naturaleza. Bien se discurre que se morian el enano y el Sirio de deseos de entablar conversacion con los ?tomos; mas se temia el enano que su tenante voz, y mas aun la de Micromegas, atronara ? los aradores sin que la oyesen. Trat?ron, pues de disminuir su fuerza, y para ello se pusi?ron en la boca unos mondadientes muy menudos, cuya punta muy afilada iba ? parar junto al nav?o. Puso el Sirio al enano sobre sus rodillas, y encima de una u?a el nav?o con la tripulacion; bax? la cabeza y habl? muy quedo, y despues de todas estas precauciones y otras muchas mas, dixo lo siguiente: Invisibles insectos que la diestra del Criador se plugo en producir en el abismo de los infinitamente peque?os, yo le bendigo porque se dign? manifestarme impenetrables secretos. Acaso nadie se dignar? de miraros en mi corte, pero yo ? nadie desprecio, y os brindo con mi proteccion.
Si ha habido asombros en el mundo, ninguno ha llegado al de los que estas razones oy?ron decir, sin poder atinar de donde salian. Rez? el capellan las preces de conjuros, vot?ron y reneg?ron los marineros, y fragu?ron un sistema los fil?sofos del nav?o; pero, por mas sistemas que imagin?ron, no les fu? posible atinar quien era el que les hablaba. Ent?nces les cont? en breves palabras el enano de Saturno, que tenia m?nos recia la voz que Micromegas, con que gente estaban hablando, y su viage de Saturno: les inform? de quien era el se?or Micromegas, y habi?ndose compadecido de que fueran tan chicos, les pregunt? si habian vivido siempre en un estado tan rayano de la nada, y qu? era lo que hacian en un globo que al parecer era peculio de ballenas; si eran dichosos, si tenian alma, si multiplicaban, y otras mil preguntas de este jaez.
Enojado de que dudasen si tenia alma, un raciocinador de la banda, mas osado que los demas, observ? al interlocutor con unas p?nulas adaptadas ? un quarto de c?rculo, midi? dos tri?ngulos, y al tercero le dixo as?: ?Con que creeis, se?or caballero, que porque teneis dos mil varas de pi?s ? cabeza, sois algun?... ?Dos mil varas! exclam? el enano, pues no se equivoca ni en una pulgada. ?Con que me ha medido este ?tomo! ?con que es ge?metra, y sabe mi tama?o; y yo que no le puedo ver sin aux?lio de un microscopio, no s? aun el suyo! Si, que os he medido, dixo el f?sico, y tambien medir? al gigante compa?ero vuestro. Admiti?se la propuesta, y se acost? Su Excelencia por el suelo, porque estando en pi? su cabeza era muy mas alta que las nubes; y nuestros fil?sofos le plant?ron un ?rbol muy grande en cierto sitio que Torres ? Quevedo hubiera nombrado por su nombre, pero que yo no me atrevo ? mentar, por el mucho respeto que tengo ? las damas; y luego por una serie de tri?ngulos, conex?s unos con otros, coligi?ron que la persona que median era un mancebito de ciento y veinte mil pi?s de rey.
Prorumpi? ent?nces Micromegas en estas razones: Ya veo que nunca se han de juzgar las cosas por su aparente magnitud. O Dios, que diste la inteligencia ? unas substancias que tan despreciables parecen, lo infinitamente peque?o no cuesta mas ? tu omnipotencia que lo infinitamente grande; y si es dable que haya otros seres mas chicos que estos, acaso tendr?n una inteligencia superior ? la de aquellos inmensos animales que he visto en el cielo, y que con un pi? cubririan el globo entero donde ahora me encuentro.
Respondi?le uno de los fil?sofos que bien podia creer, sin que le quedase duda, que habia seres inteligentes mucho mas chicos que el hombre, y le cont?, no las f?bulas que nos ha dexado Virgilio sobre las abejas, sino lo que Swammerdam ha descubierto, y lo que ha disecado Reaumur. Instruy?le luego de que hay animales que son, con respecto ? las abejas, lo que son las abejas con respecto al hombre, y lo que era el Sirio propio con respecto ? aquellos animales tan corpulentos de que hablaba, y lo que son estos grandes animales con respecto ? otras substancias ante las quales parecen imperceptibles ?tomos. Poco ? poco fu? haci?ndose interesante la conversacion, y dixo as? Micromegas.
O ?tomos inteligentes, en quien se plugo el eterno Ser en manifestar su arte y su potencia, sin duda que en vuestro globo disfrutais contentos pur?simos; pues teniendo tan poca materia y pareciendo todos esp?ritu, debeis emplear vuestra vida en amar y pensar, que es la verdadera vida de los esp?ritus. En parte ninguna he visto la verdadera felicidad, mas estoy cierto de que esta es su mansion. Encogi?ronse de hombros al oir este razonamiento los fil?sofos todos; y mas ingenuo uno de ellos confes? sinceramente que, exceptuando un cort?simo n?mero de moradores poquisimo apreciados, todo lo demas es una c?fila de locos, de perversos y desdichados. Mas materia tenemos, dixo, de la que es menester para obrar mal, si procede el mal de la materia, y mas inteligencia, si proviene de la inteligencia. ?Sabeis por exemplo que ? la hora esta cien mil locos de nuestra especie, que llevan sombreros, estan matando ? otros cien mil animales cubiertos de un turbante, ? muriendo ? sus manos, y que as? es estilo en toda la tierra, de tiempo inmemorial ac?? Horroriz?se el Sirio, y pregunt? el motivo de tan horribles contiendas entre animalejos tan ruines. Tr?tase, dixo el fil?sofo, de unos pedacillos de tierra tama?os como vuestro pi?, y no porque ni uno de los millones de hombres que pierden la vida solicite un terron siquiera de dicho pedazo; que se trata de saber si ha de pertenecer ? cierto hombre que llaman Sultan, ? ? otro que apellidan C?sar, no s? por qu?. Ninguno de los dos ha visto ni ver? nunca el rinconcillo de tierra que est? en litigio; ni m?nos casi ninguno de los animales que rec?procamente se asesinan ha visto tampoco al animal por quien asesina.
?Desventurados! exclam? indignado el Sirio: ?c?mo es posible imaginar tan furioso frenes?? Arranques me vienen de dar tres pasos, y con tres patadas estruxar todo ese hormiguero de rid?culos asesinos. No os tom?is ese trabajo, le respondi?ron, que sobrado se afanan ellos en labrar su ruina. Sabed que dentro de diez a?os no quedar? en vida el diezmo de estos miserables; y que, aun sin sacar la espada, casi todos se los lleva la hambre, la fatiga, ? la destemplanza, aparte de que no son ellos los que merecen castigo, sino los ociosos despiadados, que metidos en su gabinete mandan, mi?ntras digieren la comida, degollar un millon de hombres, y dan luego solemnes acciones de gracias ? Dios. Sent?ase el caminante movido ? piedad del mezquino linage humano, en el qual tantas contradicciones descubria. Siendo vosotros, dixo ? estos se?ores, del corto n?mero de sabios que sin duda ? nadie matan por dinero, os ruego que me digais quales son vuestras ocupaciones. Disecamos moscas, respondi? el fil?sofo, medimos l?neas, combinamos n?meros, estamos conformes acerca de dos ? tres puntos que entendemos, y divididos sobre dos ? tres mil que no entendemos. Ocurri?les al Sirio y al Saturnino hacer preguntas ? los ?tomos pensadores, para saber sobre qu? estaban acordes. ?Qu? distancia hay, dixo este, desde la estrella de la Can?cula hasta la grande de G?minis? Respondi?ronle todos juntos: Treinta y dos grados y medio.--?Quanto dista de aqu? la luna?--Sesenta semi-di?metros de la tierra.--?Quanto pesa vuestro ayre? Cre?a haberlos cogido; pero todos le dix?ron que pesaba novecientas veces m?nos que el mismo volumen del agua mas ligera, y diez y nueve mil veces m?nos que el oro. At?nito el enanillo de Saturno con sus respuestas, estaba tentado ? creer que eran m?gicos aquellos mismos ? quienes un quarto de hora ?ntes les habia negado la inteligencia.
Tom? el hilo el cartesiano, y dixo: Es el alma un esp?ritu puro que en el vientre de su madre ha recibido todas las ideas metaf?sicas, y que as? que sale de ?l se v? precisada ? ir ? la escuela, y aprender de nuevo lo que tan bien sabia y que nunca volver? ? saber. Pues est?s medrado, respondi? el animal de ocho leguas, con que supiera tanto tu alma quando estabas en el vientre de tu madre, si habia de ser tan ignorante quando fueras t? hombre con barba. ?Y qu? entiendes por esp?ritu? ?Qu? es lo que me preguntais? dixo el discurridor, no tengo idea ninguna de ?l: dicen que lo que no es materia.--?Y sabes lo que es materia? Eso s?, respondi? el hombre. Esa piedra por exemplo es parda, y de tal figura, tiene tres dimensiones, y es grave y divisible. As? es, dixo el Sirio; ?pero esa cosa que te parece divisible, grave y parda, me dir?s qu? es? Algunos atributos v?s, pero ?el sosten de estos atributos le conoces? No, dixo el otro. Luego no sabes qu? cosa sea la materia.
Dirigi?ndose ent?nces el se?or Micromegas ? otro sabio que encima de su dedo pulgar tenia, le pregunt? qu? era su alma, y qu? hacia. Cosa ninguna, respondi? el fil?sofo malebranchista; Dios es quien lo hace todo por m?; en ?l lo veo todo, en ?l lo hago todo, y ?l es quien todo lo hace sin cooperacion mia. Tanto monta no ex?stir, replic? el fil?sofo de Sirio. ?Y t?, amigo, le dixo ? un leibniziano que all? estaba, qu? dices? ?qu? es tu alma? Un puntero de relox, dixo el leibniziano, que se?ala las horas mi?ntras las toca mi cuerpo; ? bien, si os parece, el alma las toca mi?ntras el cuerpo las se?ala; ? mi alma es el espejo del universo, y mi cuerpo el marco del espejo: todo esto es claro.
Est?balos oyendo un sectario de Locke, y quando le toc? hablar, dixo: Yo no s? como pienso, lo que s? es que nunca he pensado como no sea por medio de mis sentidos. Que haya substancias inmateriales ? inteligentes, no pongo duda; pero que no pueda Dios comunicar la inteligencia ? la materia, eso lo dudo mucho. Respeto el eterno poder, y s? que no me compete limitarle; no afirmo nada, y me ci?o ? creer que hay muchas mas cosas posibles de lo que se piensa.
HISTORIA
DE UN BUEN BRAMA.
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